miércoles, 2 de julio de 2014

UN PARTIDO NUEVO PARA UN TIEMPO NUEVO: LA HORA DE LA MILITANCIA*

Una de las evidencias que nos ha dejado esta crisis es la de percibir con más nitidez, si cabe, que el modelo de funcionamiento de los partidos políticos está anticuado y trasnochado. Los hemos visto incapaces de afrontar la convulsión provocada desde los poderes económicos, salvo para secundar las políticas que estos han marcado, olvidándose de los ciudadanos.

Los conservadores de este país han aprovechado la crisis para refundar a la baja tanto el Estado de bienestar como el Estado democrático. Mientras la sociedad civil se lanzaba a la calle para impedirlo, en la izquierda tradicional han primado más los posicionamientos tecnocráticos que la impronta ideológica, como si hubiera sucumbido al utilitarismo mercantilista olvidándose de la ideología.

En el PSOE, la crisis interna no empezó con las elecciones generales de 2011, ni siquiera al estallar la crisis económica. Lo hizo cuando no fue capaz de adaptar su método en la elección de cargos a lo que la democracia en España exigía, o cuando sus dirigentes más retrógrados siguieron pensando que les valía con mantener el control del ‘aparato’ para conservar el cargo. Lo hizo cuando pretendieron seguir con la democracia representativa al margen de la opinión de los militantes, o cuando creyeron en un sistema arcaico de elección de cargos mediante congresos con delegados designados con exquisito cuidado para no soliviantar al aparato. Todo esto, y supongo que muchas cosas más, debieron cambiar, al menos, cuando dábamos el salto al siglo XXI.

Ahí arrancó la crisis de identificación y conexión del PSOE con una sociedad democrática ya consolidada. En ese momento fue cuando se quedó desfasado el modelo de partido, quizá apropiado para la transición democrática pero no para el tiempo venidero. En esa época debió abrirse más a la sociedad y a la participación real de su militancia, anticiparse así a la posterior desafección habida en amplios sectores de la sociedad, identificados hasta entonces con este partido, al entenderlo como gran instrumento de progreso, mejora y transformación social.

La lentitud en los cambios internos, en una sociedad de urgencias democráticas y de participación, ha sido exasperante. Pasaban los años y se manejaban las mismas ideas, las estructuras no se removían, las respuestas a los problemas de la sociedad no se producían, se dejaba eternizar la desesperanza e incrementar el hastío de la ciudadanía hacia lo político. Demasiado inmovilismo. Ese cambio que muchos venimos demandando en el modelo de funcionamiento del PSOE, frenado por una oligarquía más cómoda con las formas del ‘atado y bien atado’, en el ‘ahora no toca’ o en el ‘debemos estar unidos’ pero conmigo al frente, es el que ahora no puede esperar.

Con las primarias para la elección del nuevo secretario general se está dando un paso transcendental para la probable modernización de un partido al que aún le queda un largo camino por recorrer. Pero, ¿en qué consiste el cambio que se espera?

He oído hablar a los tres candidatos (inexplicable la ausencia de mujeres) de nociones de política nacional o internacional, o de cuestiones puntuales, como si ya fueran secretarios generales, pero me hubiera gustado escuchar con más asiduidad y firmeza que el PSOE que viene se va a convertir en una organización donde su militancia tendrá el protagonismo hasta ahora negado. Más allá de asistir a mítines para llenar auditorios y campos de fútbol o hacer de palmeros, tremolar banderas o pegar carteles; lejos de estar sólo para que sus vecinos ‘abofeteen’ su cara cuando sus líderes han realizado nefastas políticas, a veces con derivas de corte neoliberal, o cuando no han sabido mejorar la educación, la sanidad o la atención social, ni frenar la tiranía contra la ciudadanía de bancos (desahucios) o multinacionales (empresas de telefonía), por ejemplo.

A los tres candidatos quisiera escucharles hablar de un nuevo PSOE, como el partido de sus militantes y no de las élites internas que lo han manejado a su antojo y beneficio. De un partido presto a dar respuesta a los problemas de la sociedad, a mejorar la cultura, la educación, la sanidad, la justicia social, todo lo que se ha desmoronado tanto. De un partido que erradicará la corrupción en su seno y que será el más transparente.

Y para ser el partido de sus militantes es necesario convertirlo en una organización moderna, alejada de esa impronta endogámica, dispuesta a abrirse para buscar una mejor identificación ciudadana con ella y con sus militantes. Y, asimismo, que los cargos públicos, después de su mandato, regresen a su puesto de trabajo, se entremezclen con la gente y no se eternicen como casta política, ni se acomoden en consejos de administración de bancos o empresas.

Y todo esto será posible si se configura un partido con la presencia y participación de la militancia en la elección de los principales cargos orgánicos, a través de su voto directo y secreto. En el que la elección del candidato o candidata a la presidencia de un gobierno nacional o autonómico, o una alcaldía, se haga concediéndole la palabra y el voto. Pero también será posible si se limitan los mandatos o si las listas son abiertas para elegir a los militantes que se postulen para concurrir a los distintos parlamentos.

Todo esto es lo que quiero escuchar con rotundidad por boca de los candidatos a la Secretaría General del PSOE. A partir de ahí se podrá hacer política con toda la militancia empujando.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 2/7/2014

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