lunes, 11 de julio de 2022

GRANADA TAMBIÉN DEBERÍA MIRAR A SU VEGA*

 


Se aproximaba la vuelta del exilio mexicano de Matilde Santos a Granada. Los treinta años de forzado alejamiento pesaban demasiado. Las cartas que le llegaban de familiares y amigos a la capital azteca repetían la misma respuesta a la reiterada pregunta de ‘cómo está mi Granada’: “El centro está como tú lo conociste, aunque algo más deteriorado, ha habido muy pocos cambios, pero la ciudad está creciendo de un tiempo a esta parte por las afueras, queda menos vega y campo, esto de la construcción se está disparando” (La renta del dolor, 2013, Alhulia).

En Granada la mentalidad futurista vino a destruir espacios que ahora se añoran con nostalgia. El bulevar de la avenida de las estaciones fue desmantelado en el arranque de los setenta para construir en su lugar un entramado viario de ridículo diseño y colmatado de asfalto; los tranvías, considerados un medio de transporte urbano obsoleto, desaparecieron. El que subía a Sierra Nevada aguantó como pudo, hasta que lo despeñaron.  

Mirar al pasado en Granada reporta más destrucción y menos aprendizaje. Desde los años del desarrollismo, en Granada nos ciega el futuro, y antes, también. Modificar el pasado era sinónimo de arrasar con él: Arco de las Orejas, abandono de la Alhambra, apertura de la Gran Vía del Azúcar, apertura de la calle Ganivet… Pérdidas de patrimonio artístico y monumental, descapitalización financiera o desaparición de fértiles tierras en esa unidad geográfica-comarcal que es la Vega.

En otro artículo (“Llorando por Granada”, Ideal, 27/06/2019) escribía: “Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla: Madrid o Sevilla”. Hay un sesgo en la mentalidad granadina que la proyecta hasta el conformismo. Las acciones políticas coordinadas no existen, cualquier proyecto, o se agota en sí mismo o las disputas políticas lo asfixian en la cuna. Ante tal desatino, postulo lo siguiente: “Hasta en el infierno, si fuera menester, habría que defender a Granada”.

A la Vega siempre ha habido que protegerla. La historia de esta cenicienta del patrimonio está plagada de cicatrices. Hay estudios que nos ayudan a conocerla: el de Mª Carmen Ocaña (1974), La Vega de Granada: estudio geográfico, una obra de referencia que mostró una visión de conjunto de las tierras, sus cultivos o regímenes de propiedad y tenencia; o el de Menor Toribio (2000): La Vega de Granada. Transformaciones agrarias recientes en un espacio periurbano.

La ampliación de la trama urbana de Granada por el sur ha estado marcada por cinturones viarios no siempre respetados. Ocurrió con el Camino de Ronda en los años sesenta, como pudiera ocurrir con la circunvalación si se rebasara construyendo una nueva estación de ferrocarril. Saltar la línea fronteriza de la circunvalación supondría la llegada de la especulación urbanística de inversores del ladrillo, que tan bien conocemos en esta ciudad.

Entre 2004 y 2006 el Gobierno municipal del PP planteó ya trasladar la estación de tren frente a Hipercor, además de crear un gran parque en la zona de Neptuno para el ferial. En 2009, tierras fértiles del sur se barajaron para establecer el Parque del Milenio. Después se especuló con recalificar el entorno del Cañaveral para trasladar el ferial. La ciudadanía siempre se opuso a tales desmanes. Como salvaguarda, en 2015 se firmó el ‘Pacto por la Vega’, donde estuvieron representados partidos políticos, agentes sociales, sindicatos y distintos colectivos.

Hoy se ciernen nuevamente oscuros nubarrones sobre ella. Se habla de trasladar la estación de Andaluces a la zona de Méndez Nuñez, en el entorno de Hipercor, según el borrador del PGOU. Nuestro patrimonio no es solo la Alhambra o la catedral, también es la Vega. La especulación urbanística de la primera década del siglo XXI arrasó hectáreas de tierra fértil en los más de treinta municipios que conforman el área metropolitana.

La especulación es cíclica, la noria que siempre vuelve al punto de partida: recalificación de terrenos rústicos en urbanizables. Toca ahora reclamar al Ministerio de Fomento para que realice un estudio informativo de integración de la estación de ferrocarril en la ciudad, como en Málaga, Sevilla o Córdoba, que permita unir los barrios cercanos que las vías del tren han separado tradicionalmente: Pajaritos, Ronda o Chana.

El valor patrimonial de La Vega, su significado histórico y lo que representa en la actualidad como espacio productivo de enorme valor medioambiental, está fuera de dudas. Preservar sus tierras es mirar al futuro. No se entiende Granada y el área metropolitana sin este espacio natural, sin esta riqueza patrimonial que es parte de su historia.

Cuando Matilde (Cantos) regresa del exilio a la Granada de 1968, no tardará en recobrar los paseos por la ciudad y su vega, lugares que forjaron su juventud y que el exilio truncó durante tres décadas. El invierno aún no se había alejado, el recorrido en coche hasta el cortijo de su primo Antonio en Santa Fe fue una explosión de frescor y olores, los almendros franqueaban el camino y “ponían las primeras pinceladas de color blanco y rosáceo en la desnuda vega granadina. Iniciaba el rito anual de ir recubriendo su piel de todas las telas multicolores que vestirían una primavera aún adormecida”.

Después vendrían los paseos entre las alamedas, la intensidad del verde de campos atestados de cultivos, el rumor del agua por las acequias, las melodías de los trinos de los jilgueros al despertar del día.

 * Artículo publicado en el periódico Ideal, 10/07/2022