lunes, 8 de agosto de 2022

LOS CANTOS DE SIRENA QUE AMAÑAN LA HISTORIA*

 

El final de Boris Johnson en el Reino Unido no sabemos si será el final de una estirpe de gobernantes que han hecho tanto daño a sus países como a la historia. Seguramente no lo será, me traiciona el deseo. En estos meses estamos pendientes de lo que ocurrirá con el cruel Vladimir Putin o el golpista Donald Trump. No son líderes de países de escaso rango mundial, en los que tantos autócratas abundan, lo son de países de enorme influencia, cuyas decisiones transcienden más allá de sus fronteras.

La historia está preñada de tiranos que se condujeron bajo el imperio de la paranoia, el sadismo o la locura. Pensemos en el daño que infligieron a la humanidad Napoleón, Hitler, Stalin, Pol Pot, Idi Amin o Bokassa. Estos especímenes fueron capaces de provocar la muerte y la destrucción a millones de personas, acaso sintiéndose salvadores de causas o redentores de no se sabe qué pecados de la humanidad que había que extirpar. El valor de la vida de un ser humano era para ellos el mismo que siente un asesino en serie hacia sus víctimas. Con el poder de decidir en sus manos, disipados sus escrúpulos por cometer atrocidades, lo hacían por una causa en la que solo ellos creían.

Vargas Llosa nos retrata en La fiesta del chivo el infierno en que convirtió la República Dominicana el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Sometió al país caribeño a una de las dictaduras más crueles de América Latina. Del llamado Benefactor emanaban tantas decisiones caprichosas y sádicas como para dejar el trauma existencial sartriano de La Náusea a la altura del betún. Algo tan odiado y rechazado puede aposentarse fácilmente en la vida de los pueblos durante décadas. Hay cosas que aunque tengan una explicación histórica es muy difícil explicarlas desde la lógica o el humanismo.

Seguramente la mayoría de los dictadores sean unos neuróticos. El escritor estadounidense John Gunther, que escribiera sobre los regímenes totalitarios, lo afirmaba. Y el psicólogo Gustav Bychowski, Psicología de los dictadores, escribía: “Ciertos factores psicológicos colectivos favorecen el ascenso de la dictadura. La obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad autodesignada son posibles únicamente cuando el pueblo se siente debilitado por su propio yo y renuncia a la crítica y a la independencia conquistadas previamente”. La persona del líder se enmarca en un aura mitológica, el dictador pasa a ser la reencarnación de sus propios ideales y deseos, y su influjo sobre las masas es como el de un hipnotizador.

No deja de ser encomiable el paso dado en el partido conservador británico para acabar con el gobierno de un charlatán de feria que, al parecer inteligencia no le falta, como tampoco fruslería y capacidad de mentir. Este tipo se agarró al Brexit y, con él y la charleta, se aupó a lo más alto del poder. El problema de un narcisista es que vive su propia realidad y fácilmente desconecta de la que es común a los demás. Johnson ha demostrado que posee una personalidad narcisista, soberbia y confusa, aunque sabe dirigirla hacia sus propios intereses mediante la mentira. Lo demostró en el ‘partygate’ que lo ha hundido, cuando las pruebas gráficas decían lo contrario.

Donald Trump está sometido a un proceso de investigación por el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Si EE UU no frena sus aspiraciones con una condena que impida su reelección, su vuelta a la presidencia será catastrófica para el planeta. Muchas pruebas en su contra se agolpan, pero los agujeros legales y menos legales pueden ofrecerle una escapatoria. Cuenta con el apoyo amplio de un sector de la población más ultraconservadora, que cree sin cuestionarlo el relato del robo de las elecciones, y un Tribunal Supremo que ya se encargó de configurar a su conveniencia.

Hoy el ejemplo más claro entre los mayores mancilladores de la historia es el de Putin. Un  tipo que ha desatado la destrucción en Ucrania, no sin antes dar muestras de su insaciable sed de poder y la comisión de un sinfín de daños al prójimo. A Europa le espera un invierno crudo, tan crudo como la ausencia del gas ruso que sea capaz de imponerle. Putin ahora mismo es ingobernable, su poderío militar y nuclear lo hace casi intocable.

“Hasta la vista, baby”, dijo Johnson en su despedida. Trump quiere presentarse a las presidenciales de 2024. El neofascismo italiano 2.0 ‘salviniano’ ha derrocado a Draghi. Esta estirpe de amañadores de la historia no se ha ido, amenaza con volver. Putin debe de estar frotándose las manos.

Sigo con lo mío, repetido tantas veces: es inconcebible que en las sociedades modernas, las más formadas e informadas, estos charlatanes arrastren masas incultas e ignorantes como si del siglo XIX se tratara. Somos masa, más que nunca, más que cuando Ortega y Gasset hablaba de las masas. Somos una multitud fácilmente manipulable, y eso lo saben todos los que aspiran al poder político y económico. Conocen los mecanismos de la mente humana para hacerla dócil y maleable, para conducirla hasta donde interesa: consumidora de esperpentos, moda o idioteces. Cualquier canto que nos lanzan tiene más poder que los que Ulises, atado al mástil de su embarcación, se atrevió a escuchar de las sirenas a su paso por Capri.

Nos sé por qué tengo esta manía de pensar que va a ocurrir algo gordo en el mundo, más gordo de lo que ya está ocurriendo: cambio climático, guerras, pobreza, hambre, deterioro de la salud mental de la humanidad… ¡A ver si alguien consigue quitármela!

 * Artículo publicado en Ideal, 07/08/2022

**  Herbert James Draper: Ulises y las sirenas (1909)