domingo, 18 de septiembre de 2022

LOS IDUS DE SEPTIEMBRE*

 


¡Cuídate de los idus de marzo!, parece que advirtieron a Julio César en el año 44 a.C., poco antes de que fuera asesinado, a pesar de los buenos presagios que auguraban esos días en el calendario romano. A lo que se ve el dios Marte no protegió al conquistador de la Galia. Como los dioses de la plutocracia y del dinero no protegen a los desvalidos ciudadanos del mundo de hoy, cautivos de sus designios, aunque sea en cárceles que rezuman bienestar, lujo, miseria o pobreza, según donde el azar de la naturaleza les haya asignado nacer.

No sé si deberíamos cuidarnos de los idus de septiembre, que el mismo calendario romano situaba para el día 13. Pero que este mes coincida en martes y trece, lo digo ya, no augura nada bueno. Se avecina un duro invierno, dicen los dioses que nos amenazan y recuerdan que somos hijos de la vulnerabilidad, la codicia, la estupidez y la villanía humanas.

No tenemos motivos para creer que estos idus nos traerán buena suerte. El panorama mundial sigue siendo un ignominioso valle de lágrimas: la inflación nos somormuje, los tipos de interés dilapidan nuestros ahorros, la carestía de la vida nos empobrece, las guerras y los desastres naturales nos acosan y, para colmo, nos asustan con un invierno de penuria energética, donde el frío nos va a aguijonear hasta helarnos las entrañas. Vienen aterradoras predicciones, y más para una Europa que padece los daños colaterales de una guerra en Ucrania que va a durar mucho tiempo. Hay a quienes les interesa que dure. Ya lo ha dicho Putin, el amo ahora del mundo: el bienestar de los europeos se va al carajo.

Europa adolece de un déficit de fuentes de energías mucho antes de que fuera Unión Europea, desde que el petróleo sustituyó al carbón. Este espacio geográfico, centro del mundo desde la antigüedad, ahora nada en la precariedad y la búsqueda de energía para no congelarse este invierno. Rusia, la gran suministradora, cierra el grifo, pues su dictador Putin no consiente que no le dejen bombardear como le dé la gana.

El invierno nos va a pasar factura, y no va a ser lo único que nos deje pasmados. Así, que lo dicho: ¡Cuidémonos de los idus de septiembre!, pues se han concitado tantos poderes malsanos que antes de evitar que se nos hiele la sangre prefieren arrasar con toda la leña y calentarse al calor de sus macabros juegos políticos, para guarecer su bolsillo y su reputación frente a las maldades que han cometido.

En España, a todo esto, se ha sumado la feroz lucha por el control de la justicia. Estamos asistiendo a otra variante de la posverdad con la renovación del Consejo General del Poder Judicial que, a sabiendas de que se está incumpliendo la Constitución, está plagada de burdas excusas perfectamente creíbles para amplios sectores de la sociedad española. Como ya vimos que hizo Trump en EE UU con el Tribunal Supremo, nombrando jueces adictos a su pensamiento: ‘hacer lo que me dé la gana’. Y ahora, que hemos descubierto que se llevó de la Casa Blanca casi dos centenares de documentos clasificados como secretos de Estado, nos enteramos de que esa apropiación no escandaliza a un sector de la sociedad estadounidense, convencido de que Trump está siendo perseguido para impedir su presentación en las próximas elecciones presidenciales. La posverdad frente a la realidad.

Cuatro años esperando la renovación del CGPJ, que no es más que la dura batalla política entre PP y PSOE por su control. Los jueces de los altos tribunales han de tomar decisiones que afectan a recursos sobre casos de corrupción, de inconstitucionalidad de leyes no ganadas en el Congreso u otros de interés partidista (eutanasia, ingreso mínimo vital, educación, igualdad de género…). No le interesa al PP el cambio, no quiere perder la mayoría conservadora que creó en su día.

El último episodio lo estamos viviendo estos días: el CGPJ incumpliendo la ley por no renovar a dos vocales del Tribunal Constitucional antes del día 13 de septiembre, ley aprobada de ‘urgencia’ por el Gobierno para ello. Un sector de magistrados conservadores politiqueando y bloqueando dichos nombramientos. Y el presidente del CGPJ, Carlos Lesmes, amenazando con dimitir si continúa el bloqueo, pero sin dimitir después de cuatro años prorrogado en su cargo.

Se nos pide a la ciudadanía el cumplimiento de nuestros deberes ciudadanos, todo bajo el dictado de la ley, la moralidad y la ética públicas. No obstante, en esferas político-sociales lejos de nuestro alcance, las reglas de juego parecen no contener la ley, ni esa moral y ética. La debilidad de las sociedades posmodernas permite este engaño, así como la pusilanimidad de una ciudadanía que acaso ha perdido su dignidad.

¡Cuidémonos de los idus de septiembre!, nadie cuidará de nosotros. Los malos augurios se ciernen para el otoño que se avecina. El frío despertará nuestra melancolía, nos hará más débiles y sensibles, y nos convertirá en pasto de esos poderes que nos manipulan. Limitaremos el gasto de energía, el frío nos recluirá en nuestras casas y nos asaltará un nuevo confinamiento.

Me gusta el otoño, caminar por la introspección, zambullirme en ocres y amarillos, sentir una melancolía que echaba de menos, “igual que un faro cruza / por la melancolía de las barcas en tierra”, que escribiera Luis García Montero en La ausencia es una forma de invierno.

Me gusta el otoño, me hace ver con mayor clarividencia la bajeza moral que nos rodea.

 * Artículo publicado en Ideal, 17/09/2022

domingo, 4 de septiembre de 2022

ESO DE PERDER LA CULTURA DEL ESFUERZO EN LA ESCUELA*

 

Estamos en plena implementación de una reforma educativa. Otra más. Y se ha suscitado el debate acerca de la promoción del alumnado en ESO y Bachillerato. Y, cómo no, de la cultura del esfuerzo no fomentada en la escuela.

La perdida cultura del esfuerzo fue un relato que se puso de moda para denostar a la Logse. La verdad es que nunca entendí aquello. En ese tiempo era docente, y mis alumnos se esforzaban para estudiar, realizar trabajos y aprobar los exámenes. Pero aún se malversa con este chascarrillo de la cultura del esfuerzo. No es extraño escuchar que para impulsarla han de ponerse reválidas o repeticiones inflexibles de curso, aunque se hable menos de proponer estrategias u objetivos que provean a los alumnos de habilidades, competencias, instrumentos, técnicas o motivación para superarlas.

Siempre entendí que el esfuerzo era patrimonio secular de las clases humildes, jornaleras, mineras, industriales, labriegas y demás esforzados que luchaban por salir de la penuria y la miseria.  Y no tanto un patrimonio de esa clase que, como 'señoritos', a lo más que llegaban era a subirse a lomos de un caballo, porque su camino estaba muy allanado.

¿Por qué tanto insistir en fomentar la cultura del esfuerzo en la escuela y no hacerlo fuera de ella?

El siglo XXI ha traído otro 'esfuerzo': nuevos líderes políticos que, sin haber dado un palo al agua y alcanzado, si acaso, estudios universitarios y másteres por la jeta, llegan a la política para ‘arreglarnos’ nuestra vida desde su doctorado experimental. Es curioso que muchos de ellos, voceros de la cultura del esfuerzo en la escuela, pretendan organizarnos y tomar decisiones que nos incumben, como si su ‘talento’ y ‘conocimiento’ los convirtiera en sabios ‘gerontos’ de un consejo de ancianos de la antigua Grecia.

El trabajo escolar requiere mucho sacrificio. Es una evidencia tan obvia como si dijéramos que en el trabajo del campo o en la construcción, por muchas máquinas que tengamos al uso, no se necesita gasto de energías. Decir que se ha perdido la cultura del esfuerzo en la escuela no es del todo cierto. La misma aseveración la podemos trasladar al ámbito social. Entendido el esfuerzo como valor instrumental, que nos sirve para alcanzar otros valores finalistas, cabría decir que hay numerosos situaciones sociales donde la entrega brilla por su ausencia. Las sociedades postmodernas han puesto la semilla, regado con ‘buena’ propaganda y amañado con esmero una forma de vida fácil que tiene como ejemplos a un niñato sin méritos encaramado en una lista electoral o a alguien con escasos estudios que pega un pelotazo especulativo para hacerse de oro. Vivimos en entornos sociales donde prima el hedonismo, la diversión fácil, la consecución de metas a través de golpes de suerte o el deseo jocoso de ganar dinero rápido. El ‘éxito fácil’ como modelo social para educar a los jóvenes.

El fomento de la cultura que predica con el ejemplo o se ennoblece con la verdad es tan inexistente como la realidad que potencia el yo frente al valor de la colectividad. En la España que hemos construido, las actitudes y las conductas ejemplares son poco valoradas. Se normalizan actuaciones políticas y sociales donde prima la descalificación, la ausencia de respeto o la deslealtad, el cinismo y la palabrería soez, cuando no la mentira. Deslealtad con los demás; cinismo en el proceder y decir, actuando con altanería y mintiendo sin rubor; y palabrería plagada de insultos. Maneras deshonestas de conducirse en una época donde cualquier gesto llega a millones de ojos y oídos, entre los cuales se encuentran niños y jóvenes.

¿Por qué no se impulsa la cultura de la responsabilidad, del cumplimiento de las obligaciones laborales, del trabajo bien hecho frente a la chapuza?

Claro que es importante el esfuerzo, pero como valor social inoculado en todas las esferas y capas de la sociedad a través del ejemplo vivido en el entorno próximo y remoto, que huya de mensajes propagandísticos que prometen alcanzar las metas de modo rápido y fácil: eso de aprender o hacer ejercicio sin esfuerzo con que nos bombardea la publicidad. Llevamos muchos años vendiendo el ideal de vida licenciosa y la consecución del éxito de modo instantáneo. Vivimos tiempos de contradicciones, donde lo inmediato prima sobre lo mediato, o el goce se impone al sacrificio, o hacer planes de futuro se devalúa frente a ‘vivir el presente’.

Resulta injusto achacarle a la escuela la autoría de todo lo malo que sucede en la sociedad. Si hay ausencia de motivación en los alumnos, debemos reparar que esa misma actitud la observamos en nuestro entorno; si existe ausencia de modales y respeto, no tenemos más que echar un vistazo a una plaza pública que celebra un botellón o a una playa que acoge una festividad estival. La sociedad tiene su cuota de responsabilidad, no engañemos al ciudadano.

Cuando se perciban actitudes que valoren el trabajo, la consecución de objetivos vecinales o el compromiso con el entorno, entonces estaremos educando a nuestros jóvenes y alumnos en valores que auspicien el gusto por el trabajo bien hecho y la cultura del esfuerzo.

Ponerle etiquetas a la escuela es el camino más fácil para ofrecer una visión sesgada de su realidad. Construir mitos negativos en torno a la escuela es desvirtuar todo lo bueno que representa. Auspiciar tan infructuosos debates, sin mirarnos a nosotros mismos, es tan solo un modo obsceno de distraer y eludir las tareas básicas que se esperan de la escuela.

 * Artículo publicado en Ideal, 03/09/2022