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lunes, 4 de agosto de 2025

VINCENT TRUMP, ALIAS ‘ALLIGATOR’*

En el capítulo anterior Donald Vincent Trump había conseguido la presidencia de su país, Estados Unidos. Desde esta atalaya combatiría a los invasores alienígenas de países en extinción, culpables de tantos males: seres extraños y hambrientos, propensos a delinquir, ladrones de lo nuestro, asaltantes de mascotas, comedores de gatos y perros. Su único propósito: adueñarse de EE UU. Vincent Trump lo supo desde aquella noche que se adentró en Central Park llamado por una luz intensa. Desde entonces los perseguía sin desmayo. Era el único héroe que podría salvar a su amado país.

EE UU iba a la ruina, tenía que tomar medidas drásticas para acabar con ellos, debía recobrar nuevamente la gran América: “Make America Great Again”. Esa que añoraba: de personas honestas y piadosas, libre de tiroteos, con menores felices protegidos de abusos sexuales, sin especulación financiera ni urbanística, donde los ricos podían hacerse más ricos y los pobres comer de la abundante comida sobrante que recalada en los cubos de basura. Un país sin guerras ni excombatientes abandonados a su suerte, sufridores de problemas mentales.

Con la sutileza que le caracterizaba puso en marcha un plan para eliminar tantos invasores: detenciones arbitrarias, deportaciones masivas a cárceles de países colaboradores, redadas en centros de trabajo, dispersión de familias, niños separados de sus padres, persecuciones de estudiantes en campus universitarios, imposición de medidas coercitivas a universidades ‘antisemitas’, clausura de subvenciones para programas de investigación. La resistencia iba venciéndola piadosamente: eliminación de ayudas sociales internas y programas humanitarios, recortes en atención sanitaria, despido de funcionarios, envío de la Guardia Nacional para frenar los disturbios.

En su cruzada estaba dispuesto a descubrir el complot de estos alienígenas. Aún tenía que vencer la resistencia de los que no le creían y defenderse de los muchos infundios lanzados hacia su honesta, ejemplar y ética persona. Uno de ellos: el urdido por maléficos enemigos, también invasores, acusándole de que su nombre apareciera en los archivos del perverso pederasta Jeffrey Epstein. Una cacería de brujas, decía, una persecución en toda regla. Y luego estaba el expresidente Barack Obama, pérfido invasor que se merecía ir a la cárcel. Recordaba sus acusaciones de 2016, asegurando que Rusia manipuló a la opinión pública a su favor en la victoria de las elecciones presidenciales. “Un intento de golpe de Estado perpetrado por el traidor Obama el Africano —proclamaba Vincent—, utilizando a otra alienígena: Hillary Clinton”.

¿Cómo combatir a tantos invasores? —meditaba, al tiempo que se contestaba—: “Hay que adoptar una medida excepcional, nada de disparar con un arma y que sus cuerpos se volatilicen, hay que encerrarlos en establecimientos especiales de por vida para que su sufrimiento sirva de escarmiento a otros”.

Medianoche, su mente, un volcán pensante. Melania aguardando a que apagara la luz y se durmiera. Él, viendo dibujos animados en su móvil. Casi madrugada, cuando apareció ‘El Lagarto Juancho’. Se le iluminó el tupé naranja envuelto en la redecilla. Dio un respingo, abrazó a su mujer, aprentándola como si quisiera estrujarla, y le espetó: “Un antídoto natural, para que vean que no uso armas ni bombas, ¡caimanes, querida, caimanes!”. Y aflojó sus brazos para resuello de ella. “¡Un mérito más para conseguir el premio Nobel de la Paz, Melania!”.

Caimanes, vigilantes gratuitos y rentables reproduciéndose como los hipopótamos de Pablo Escobar, bien alimentados, se podrían construir muchas fábricas de zapatos y bolsos con su piel”. Y se sintió como un genio de la paz y la economía. Pero no olvidaba las espinas clavadas por el ingrato Putin —“con tanta paciencia que he tenido con él en Ucrania, es capaz de bombardear las tierras raras”—, ni del somormujo Netanyahu asesinando niños en Gaza: “Estos cabrones me chafan el Nobel y la Riviera de Oriente”.

Melania en duermevela, y él: “El centro de detención de invasores Alligator Alcatraz en Florida, ¿qué te parece?, ¿te imaginas a Obama intentando escapar nadando, y a Michelle desde la otra orilla vociferando: ‘Cariño, hacia la derecha; no, hacia la izquierda’? Les daremos un curso de cómo huir de un cocodrilo —voz gangosa, ojos atónitos de Melania, y Vincent moviendo sus grasas bajo el pijama de raso dorado—: ¡No corran en línea recta, háganlo así, en zigzag!”.

Alligator Alcatraz tendría cabida para miles de invasores, pero también para unos cuantos a quienes había echado el ojo. Como esa relatora de la ONU, Francesca Albanese, “que va diciendo que en EE UU usamos técnicas de intimidación mafiosas y que en Palestina permitimos un apartheid. Menuda tipeja que apoya el terrorismo, una antisemitista descarada”. O al ingrato Rupert Murdoch, “que ha publicado en su The Wall Street Journal aquella carta de felicitación que le escribí a Jeffrey por su 50 cumpleaños, acusándome de haber tenido sexo con menores de edad”. Y luego estaba “ese comunista de Zohran Mamdani —ganador en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York— que como se le ocurra desafiar al Servicio de Inmigración tendremos que arrestarlo”.

Tras un breve silencio, continuó: “Melania, sospecho que Elon Musk es otro de ellos, he pensado deportarlo si sigue pasándose de la raya, o encerrarlo también. Es un tipo amenazador, después de haberle abierto las puertas de nuestra casa. Hasta ha amenazado con fundar el ‘Partido de Estados Unidos’, menudo desagradecido. Alligator Alcatraz va a ser un espectáculo, todos revueltos, estos estirados con hispanos, chicanos y demás estirpe”.

Melania, a quien un dolor de cabeza horrible la invadía, suspiró. (A lo mejor continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 03/07/2025.