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lunes, 4 de agosto de 2025

VINCENT TRUMP, ALIAS ‘ALLIGATOR’*

En el capítulo anterior Donald Vincent Trump había conseguido la presidencia de su país, Estados Unidos. Desde esta atalaya combatiría a los invasores alienígenas de países en extinción, culpables de tantos males: seres extraños y hambrientos, propensos a delinquir, ladrones de lo nuestro, asaltantes de mascotas, comedores de gatos y perros. Su único propósito: adueñarse de EE UU. Vincent Trump lo supo desde aquella noche que se adentró en Central Park llamado por una luz intensa. Desde entonces los perseguía sin desmayo. Era el único héroe que podría salvar a su amado país.

EE UU iba a la ruina, tenía que tomar medidas drásticas para acabar con ellos, debía recobrar nuevamente la gran América: “Make America Great Again”. Esa que añoraba: de personas honestas y piadosas, libre de tiroteos, con menores felices protegidos de abusos sexuales, sin especulación financiera ni urbanística, donde los ricos podían hacerse más ricos y los pobres comer de la abundante comida sobrante que recalada en los cubos de basura. Un país sin guerras ni excombatientes abandonados a su suerte, sufridores de problemas mentales.

Con la sutileza que le caracterizaba puso en marcha un plan para eliminar tantos invasores: detenciones arbitrarias, deportaciones masivas a cárceles de países colaboradores, redadas en centros de trabajo, dispersión de familias, niños separados de sus padres, persecuciones de estudiantes en campus universitarios, imposición de medidas coercitivas a universidades ‘antisemitas’, clausura de subvenciones para programas de investigación. La resistencia iba venciéndola piadosamente: eliminación de ayudas sociales internas y programas humanitarios, recortes en atención sanitaria, despido de funcionarios, envío de la Guardia Nacional para frenar los disturbios.

En su cruzada estaba dispuesto a descubrir el complot de estos alienígenas. Aún tenía que vencer la resistencia de los que no le creían y defenderse de los muchos infundios lanzados hacia su honesta, ejemplar y ética persona. Uno de ellos: el urdido por maléficos enemigos, también invasores, acusándole de que su nombre apareciera en los archivos del perverso pederasta Jeffrey Epstein. Una cacería de brujas, decía, una persecución en toda regla. Y luego estaba el expresidente Barack Obama, pérfido invasor que se merecía ir a la cárcel. Recordaba sus acusaciones de 2016, asegurando que Rusia manipuló a la opinión pública a su favor en la victoria de las elecciones presidenciales. “Un intento de golpe de Estado perpetrado por el traidor Obama el Africano —proclamaba Vincent—, utilizando a otra alienígena: Hillary Clinton”.

¿Cómo combatir a tantos invasores? —meditaba, al tiempo que se contestaba—: “Hay que adoptar una medida excepcional, nada de disparar con un arma y que sus cuerpos se volatilicen, hay que encerrarlos en establecimientos especiales de por vida para que su sufrimiento sirva de escarmiento a otros”.

Medianoche, su mente, un volcán pensante. Melania aguardando a que apagara la luz y se durmiera. Él, viendo dibujos animados en su móvil. Casi madrugada, cuando apareció ‘El Lagarto Juancho’. Se le iluminó el tupé naranja envuelto en la redecilla. Dio un respingo, abrazó a su mujer, aprentándola como si quisiera estrujarla, y le espetó: “Un antídoto natural, para que vean que no uso armas ni bombas, ¡caimanes, querida, caimanes!”. Y aflojó sus brazos para resuello de ella. “¡Un mérito más para conseguir el premio Nobel de la Paz, Melania!”.

Caimanes, vigilantes gratuitos y rentables reproduciéndose como los hipopótamos de Pablo Escobar, bien alimentados, se podrían construir muchas fábricas de zapatos y bolsos con su piel”. Y se sintió como un genio de la paz y la economía. Pero no olvidaba las espinas clavadas por el ingrato Putin —“con tanta paciencia que he tenido con él en Ucrania, es capaz de bombardear las tierras raras”—, ni del somormujo Netanyahu asesinando niños en Gaza: “Estos cabrones me chafan el Nobel y la Riviera de Oriente”.

Melania en duermevela, y él: “El centro de detención de invasores Alligator Alcatraz en Florida, ¿qué te parece?, ¿te imaginas a Obama intentando escapar nadando, y a Michelle desde la otra orilla vociferando: ‘Cariño, hacia la derecha; no, hacia la izquierda’? Les daremos un curso de cómo huir de un cocodrilo —voz gangosa, ojos atónitos de Melania, y Vincent moviendo sus grasas bajo el pijama de raso dorado—: ¡No corran en línea recta, háganlo así, en zigzag!”.

Alligator Alcatraz tendría cabida para miles de invasores, pero también para unos cuantos a quienes había echado el ojo. Como esa relatora de la ONU, Francesca Albanese, “que va diciendo que en EE UU usamos técnicas de intimidación mafiosas y que en Palestina permitimos un apartheid. Menuda tipeja que apoya el terrorismo, una antisemitista descarada”. O al ingrato Rupert Murdoch, “que ha publicado en su The Wall Street Journal aquella carta de felicitación que le escribí a Jeffrey por su 50 cumpleaños, acusándome de haber tenido sexo con menores de edad”. Y luego estaba “ese comunista de Zohran Mamdani —ganador en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York— que como se le ocurra desafiar al Servicio de Inmigración tendremos que arrestarlo”.

Tras un breve silencio, continuó: “Melania, sospecho que Elon Musk es otro de ellos, he pensado deportarlo si sigue pasándose de la raya, o encerrarlo también. Es un tipo amenazador, después de haberle abierto las puertas de nuestra casa. Hasta ha amenazado con fundar el ‘Partido de Estados Unidos’, menudo desagradecido. Alligator Alcatraz va a ser un espectáculo, todos revueltos, estos estirados con hispanos, chicanos y demás estirpe”.

Melania, a quien un dolor de cabeza horrible la invadía, suspiró. (A lo mejor continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 03/07/2025.

martes, 22 de julio de 2025

PIDO LA PALABRA*


La salud mental es una cosa muy seria. En los adolescentes proliferan conductas suicidas y autolesivas, en los adultos otro tanto. Si miramos hacia nuestra sociedad, a sus altavoces mediáticos, nos alarmaremos del nivel de crispación a que la somete la política, menospreciando el estado de una ciudadanía sumida en las ingratitudes de la carestía de la vida, la violencia imbricada en sociedades cada vez más esquizofrénicas, las guerras repartidas por medio mundo o esa sensación continua de insatisfacción y soledad que nos embarga.

Pasado casi medio siglo de la llegada de la democracia, tenemos la percepción de no haberla cuidado suficientemente. No basta con tener una Constitución, una declaración de derechos y libertades, e instituciones concebidas para un modelo de Estado con separación de poderes, hay cosas que no funcionan en la vida democrática. Hemos herido la democracia demasiadas veces, y la corrupción ha provocado un efecto desmoralizador.

Pido la palabra, como hizo Carmen Martín Gaite en aquel libro —‘Pido la palabra’—donde reunía veinticinco conferencias versadas sobre temas diversos, y la pido como si fuera el último patrimonio que me quedara en la defensa de mi dignidad como ciudadano, mientras la mezo en los versos de Blas de Otero: “Si abrí los ojos para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra”.

Pido la palabra porque la democracia está en peligro frente a una ola de líderes ultras de corte fascista que quieren acabar con ella, y porque no quiero sentirme un mindundi manipulado por una pléyade de políticos que creen sentar cátedra con discursos estúpidos y sentencias dialécticas idiotas, y también para que no me cierren la boca, o peor, mi intelecto, con eslóganes banales que rayan la manipulación. Quiero la palabra para rebatir argumentos fútiles de arrogantes politicastros, oradores sin formación ni cultura, solo dispuestos a trasladar odio y bronca.

No hay derecho, ni motivos, para tener a la gente atada al solivianto. Tenemos derecho a ser felices, no a la felicidad prometida desde la política, sino la emanada de la cordialidad, el respeto o la convivencia pacífica, lejos de la puñalada traicionera, dañina y perniciosa al vecino o al prójimo diferente, con otro color de piel, que ha venido a darle una oportunidad a su subsistencia. Tantas décadas soportando que la política encanalle a la sociedad. “Ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero”, afirmaba Eduardo Galeano. A los mezquinos que emponzoñan la vida pública les diría que sean honestos, aprendan de la historia y no crispen la convivencia generando tanto descontento ciudadano.

Mirando a la historia, o a la hemeroteca, recordemos que durante la democracia la corrupción no ha dejado de perseguirnos. Ese mal que nunca intentamos combatir, o quizás no nos interesó. A Felipe González le llovieron los casos: Filesa, Roldán, GAL, Mariano Rubio, Juan Guerra, etc. Negó su implicación y nunca dimitió, fue a despedir a su ministro Barrionuevo y al secretario de Estado de Interior, Rafael Vera, a la cárcel de Guadalajara. Aznar nos metió en una guerra ilegal, indultó a 1.441 presos con pecados de prevaricación y corrupción, promulgó una ley del suelo para abrir la espita de la especulación, y muchos de sus ministros terminaron imputados o en la cárcel, como el superministro Rodrigo Rato. José María se puso de perfil, y en la boda de su hija hicieron el paseíllo todos ellos.

El Partido Popular con Mariano Rajoy fue condenado como partícipe a título lucrativo por beneficiarse del dinero de la corrupción de la trama Gürtel, entretanto circulaban sobres con dinero y martilleaban discos duros en su sede, o robaban pruebas en casa de Bárcenas. “Luis, sé fuerte”, “hacemos lo que podemos, !ánimo¡”. ¡Cuánto dio de sí aquella contabilidad B y cuántas obras financió! Aún recordamos los miles de millones destinados a bancos para salvarlos de la crisis financiera propiciada por ellos mismos, todavía no recuperados. O la corrupción repartida por el país: Cataluña con su 3%, Andalucía con los EREs, Valencia y Madrid con la Gürtel, etc.

Y ahora llega el turno a Pedro Sánchez con el salpullido corrupto de dos secretarios de organización: Ábalos y Cerdán, y un subalterno: Koldo, para rematar el asedio a que está sometido por tierra, mar y aire. Y nuestra democracia padeciendo una corrupción sistémica, la vida pública enlodazada y carente de mecanismos y controles eficientes para atajar cualquier atisbo de depravación.

La democracia en peligro y la política cada día más cutre, maliciosa y ruin. En tiempo de bulos, medias verdades, desinformación, políticas rastreras, solo se alimenta la queja y el descontento ciudadano. Los que antes fueron corruptos vienen de salvadores, queriendo implicarnos en su relato malicioso, tomar partido como si fuéramos estúpidos, pretendiendo convertirnos en vasallos serviles sin pensamiento propio. No debiéramos consentirlo, ni convertirnos en cómplices de estrategias de confrontación, de contiendas interesadas. Al contrario, debiéramos exigirles que adecenten la democracia dando ejemplo, que no defiendan a los amigos y allegados corruptos, y arbitren medidas eficaces que acaben con la degradación.

Por esto pido la palabra, sin partidismo alguno, para denunciar a la clase política de mi país —sin eludir la responsabilidad que tenemos como ciudadanos por no haber luchado contra la corrupción y haber sembrado odio, tensiones, angustia, zozobra, inquietud, desconfianza democrática…, y permitir que la vida pública se haya sumido en las cloacas putrefactas de la ignominia y la degeneración.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2025.

**Edwaert Collier, Naturaleza muerta con instrumentos de escritura, s. XVII.

martes, 8 de julio de 2025

EDUCAR PARA LA IGUALDAD EN LA ESCUELA*

 


Aquel 20 de mayo de 2014 Araceli Morales había terminado sus clases. Como siempre, despedía a sus alumnos con una sonrisa, el mejor recuerdo que podrían llevarse. A buen seguro, al día siguiente vendrían con más ilusión, pensaba. Era martes, la semana no había hecho más que empezar y se debatía con su ánimo, atravesado por la desazón y el miedo, ese que te impide denunciar. Sus alumnos, aliados del buen hacer de su ‘seño’, no advertían aquella angustia que la carcomía. A esta maestra, una vida entregada a la educación, estos pequeñajos le habían enseñado el valor de una sonrisa.

Llegó a casa en torno a las 14.30 horas. A medida que se aproximaba a aquel potro de tortura, en que se había convertido su hogar, languidecía el tesoro de sonrisas infantiles acumuladas y una invisible pesadilla ralentizaba sus pasos. Un siniestro presagio la atenazada. El silencio se había convertido en una mordaza que impedía compartir los malos augurios. Nada más entrar, la barbarie humana le cayó encima. La cobardía amasada por su marido en el mango de un martillo se precipitaba sobre ella, desatando la ira del miserable a base de martillazos. Araceli era víctima de una brutal agresión. Moría el 7 de junio en el Hospital de Traumatología de Granada. Araceli era maestra en el colegio Reina Fabiola de Motril.

Llevo muchos años teniendo la sensación de que es más difícil socializar en el seno de la sociedad que en la escuela. Fuera de esta, las modernas sociedades navegan por los designios que marca un orden productivo e impersonalizado, que facilita el encaje de roles bien establecidos en un magma de intereses espurios, proclives a consolidar relaciones de desigualdad y de poder. La escuela, por su lado, es una isla anclada en un mar proceloso con la misión de fomentar la igualdad, el sentimiento comunitario y la socialización, gestionando un discurso al margen de lo socialmente establecido, insuficiente e inoperante frente a perniciosas influencias que niños y jóvenes reciben de entornos familiares dañinos o ambientes sociales con comportamientos poco edificantes.

En la escuela de hoy es fácil observar entre el alumnado comportamientos y actitudes degradantes hacia los compañeros y compañeras, en ocasiones con tintes violentos, así como opiniones sexistas vertidas tanto por unos como por otras. La violencia de género es una lucha tan inconmensurable que le queda demasiado grande a la escuela, aunque no la rehuye. Pero solo con el trabajo de ella no es suficiente para educar a las jóvenes generaciones en igualdad. Sus esfuerzos por interiorizar y combatir la violencia de género, o apostar por una necesaria educación afectivo-sexual, es parte de la idiosincrasia que envuelve a la institución; fuera de ella, ambas propuestas educativas conectan menos con la realidad social que observamos: lenguaje despectivo y sexista, modelos publicitarios que banalizan a la mujer y la muestran como objeto sexual, hipersexualización de niñas y jóvenes, redes sociales inundadas de mensajes e imágenes de estereotipos que deseducan y orientan hacia determinados sesgos de trato desigual entres sexos, o ese escarnio de supuesta ‘educación afectivo-sexual’ a través de visualizaciones pornográficas a edades cada vez más tempranas.

Algo no debemos estar haciendo bien o, acaso, la candidez de pensar que la escuela lo puede resolver todo sin el respaldo de la sociedad, nos haga pecar de ingenuidad o de hipócrito expurgo para tranquilizar nuestras conciencias.

Los entornos familiares machistas persisten en el siglo XXI, no se acabarán con la extinción de quienes ostentan la mentalidad y prácticas machistas, son demasiadas semillas plantadas en niños, adolescentes y otros adultos. Una parte de la sociedad no combate el machismo, lo protege, incluso lo alienta. Jóvenes educados en la escuela salen con un repertorio de consignas, ideas y convencimientos para asumir actitudes de respeto e igualdad, pero cuando vuelven a sus entornos próximos o remotos −hogar familiar, barrio, grupos de iguales, redes sociales...− empiezan a olvidarse de ello porque la potente ‘cultura’ dominante de su hábitat les ‘obliga’, no quieren sentirse bichos raros. Demasiadas estímulos externos, fáciles de asimilar, contrarios al discurso escolar. Adiós a lo escuchado en la escuela, el machismo está fuertemente imbricado en el ADN de la sociedad.

Desde aquel trágico asesinato de Araceli Morales sus compañeros, alumnado y comunidad educativa del CEIP Reina Fabiola la recuerdan cada año rindiéndole un cariñoso homenaje. El colegio convoca anualmente el ‘Concurso provincial literario y de dibujo Araceli Morales’ con el lema: “Por la igualdad y contra la violencia de género”. Hoy, con el esfuerzo y empeño de sus compañeros, sigue vivo y con gran eco en los centros educativos de la provincia de Granada. El pasado 8 de marzo de 2024, Día Internacional de la Mujer, recibió el Premio Meridiana por promover los valores de la igualdad y la prevención de la violencia de género, otorgado por el Instituto Andaluz de la Mujer.

El fracaso educativo también está fuera de la escuela, en la sociedad en general y en las familias en particular. La igualdad no se consigue con cuatro eslóganes o discursos bien intencionados, hace falta mucho más y mayor implicación de tantos agentes sociales del conjunto de la sociedad. También de los que están detrás de la publicidad, de las redes sociales, ‘influencers’ o ‘tiktokers’... Que nadie escape a este compromiso.

Aunque quedaba mucho camino por recorrer, todos juntos empezaron a luchar por la igualdad de género” (Julia Santiago, 2º Primaria, CEIP San Sebastián, Padul, ‘Una mujer diferente’, primer premio, Concurso Araceli Morales, 2025).

*Artículo publicado en Ideal, 07/07/2025

sábado, 21 de junio de 2025

DONALD VINCENT TRUMP*

 


Noche cerrada en lluvia. El afamado promotor inmobiliario Donald Vincent Trump abandonaba el despacho, se había finiquitado el diseño de lo que sería la Trump Tower de la Quinta Avenida. Se construiría en el solar del viejo edificio Bonwit Teller. La demolición arramblaría con varias esculturas de piedra caliza estilo Art déco y la verja de la entrada, pero le prometió al arquitecto Der Scutt que se salvarían donándolas al Metropolitan. Promesa nunca cumplida. Finalizaban los setenta y Vincent Trump ansiaba comerse el mundo.

Ivana ultimaba los detalles de la cena. Aquel proyecto había que celebrarlo. La agotadora jornada alentó a Vincent a dar un paseo, debía despejar la mente. Bordeando Columbus Circle, en la esquina de Central Park West le llamó la atención una luz que se entreveía por la espesa arboleda. Movido por su innata curiosidad de oportunista, se adentró en el parque. Por las hojas de los árboles resbalaban suavemente gotas de lluvia. La luz se hacía más refulgente a medida que avanzaba. Intuyó una enorme figura redonda, una nave brillante que emitía una luz blanca cegadora. Un hombre de aspecto fatigado le salió al paso. “Un pordiosero, menudo malandrín, que no espere nada de mí”, pensó. El circunspecto individuo no podía articular palabra, solo levantó la mano como si saludara. Desconfiado, Vincent dio un respingo, aquella mano le resultó extraña: el dedo meñique lo tenía rígido. No soportaba ver las taras de nadie.

Aturdido, contó a Ivana lo sucedido. Quien no tardó en aconsejarle que se olvidara de aquella historia. Vincent Trump guardó durante décadas el secreto, no fueran a tomarlo por loco. Pero el olvido es tozudo y solo borra lo que le interesa, por lo que nunca abandonó la idea de que aquel individuo formaba parte de una misión de invasores galácticos que habían adoptado la imagen de personas de pocos recursos. La obsesión por su presencia en nuestro planeta iba en aumento, la misma que le hacía acumular millones de dólares y diversión.

Pasado el tiempo conoció a Melania y, sin saber cómo, la historia de aquella noche en Central Park se avivó. “¿Será porque ella es inmigrante?”, pensó. Cada vez que se topaba con desconocidos se fijaba en las manos y el dedo meñique. La paranoia la trasladó a Melania, quien también se fijaba en las manos de la gente. Se convencieron de que en muchos rincones del mundo los invasores de una galaxia remota, seres de un planeta agonizante, estaban aquí con el propósito de conquistarnos y destruir, sobre todo, su hermoso país —Estados Unidos—, un vergel de riqueza y una arcadia de paz y felicidad.

Sus negocios iban viento en popa, ganaba prestigio como empresario, pero la teoría de los peligrosos alienígenas, enmascarados con aspecto humano menesteroso, no corría la misma suerte. Pocos le creían. Incluso había quien lo miraba de reojo, entretanto él se mantenía como héroe solitario, salvador de la Tierra, en sus inamovibles convicciones. Su gran misión: perseguir a estos enemigos allí donde estuvieran. Nada de confiarse frente a su aparente normalidad que no llamaba la atención. Bien se lo advertía a Melania: “No podemos fiarnos de nadie, quien menos creamos puede ser uno de ellos”. El país, en peligro ante tan horripilantes seres, debía saber cuáles eran los detalles para descubrirlos, aparte de la rigidez del dedo menor, la ausencia de latidos cardíacos y de expresión de las emociones. Lo peor, su manera de morir: su cuerpo se vaporizaba al instante en una luz roja y sin sangrar.

Vincent Trump, inasequible al desaliento, porfiaba ante un mundo descreído por convencer de la pesadilla que había comenzado, su lucha en solitario no era suficiente. Los tiempos iban cambiando, galopaba el siglo XXI, y llegaban nuevos adelantos tecnológicos para manipular la realidad y propagar bulos y mentiras. Progresivamente su discurso de los invasores ganaba adeptos, tal creencia se convertía en una religión. Movimientos como Make America Great Again —MAGA— y su lema: “Haz a los Estados Unidos grande otra vez”, constituían plataformas perfectas para difundir el temor a la invasión de extraños seres que delinquían y nos robaban.

Las ambiciones de Donald Vincent Trump le llevaron a pactar con quien fuera para conseguir ser presidente de EE UU, solo de esa manera podría combatir a los usurpadores y culminar su venganza. Y bien que lo consiguió. En su primer mandato, muchos de los que tenía cerca le traicionaron, afirmó que se trataba de invasores infiltrados. Como ese vicepresidente desleal que no secundó la teoría del robo de las elecciones. O el sonoro fracaso del muro para cerrar totalmente la frontera con el indigno país de México, permisivo con la entrada de tantos enemigos.

Llegaría su segundo mandato y los combatiría sin compasión. Y así fue cómo les declaró la guerra y puso en marcha un plan para eliminarlos: deportaciones masivas, redadas en centros de trabajo, detenciones para llevarlos a cárceles de países colaboradores, dispersión de familias, niños separados de sus padres… Persecuciones en campus universitarios —que tildaba de concentración de invasores, ladrones del conocimiento y el saber, venidos de países remotos de Asia, África o América del Sur—, imposición de leyes a universidades para no matricular a asaltantes extranjeros, retirada de fondos del Estado.

Hasta que estallaron las protestas y manifestaciones ante semejante locura. Ciudades, como Los Ángeles, se levantaron para poner freno a inopinado dislate, y Vincent Trump mandó a la Guardia Nacional y todo se convirtió en un caos. (Continuará)

*Artículo publicado en Ideal, 20/06/2025.

** Ilustración: El meñique_Hugo Horita_Clarín


viernes, 13 de junio de 2025

TANTAS HISTORIAS PERDIDAS*

 


Cuando los “ladrillos del pasado”, como llamaba Benedetti a los recuerdos, se bañan en melancolía, lo normal es que los episodios del pasado revitalicen la añoranza de un tiempo perdido. El pasado, cada vez más lejano y desdibujado por la tiranía del olvido selectivo, trata de ordenar viejas amistades y vivencias probablemente siguiendo un orden aleatorio e incontrolable, sumidas en el limbo ajeno a la conciencia.

Así fue cómo se avivaron los recuerdos para ensamblar el retrato de una niñez que se despertó como una estampa machadiana de un patio de Granada o un huerto donde madura un limonero, o de jardines floridos, tréboles emergiendo entre el césped o agua brotando en fuentes en los jardines del Triunfo. Y luego una juventud ignota de décadas en tierra desconocida, y muchas historias personales y familiares perdidas en “algunos casos que recordar no quiero”.

Una fotografía en blanco y negro desencadenó esta marejada de sentimientos y melancolía de episodios olvidados. Cincuenta años ocultados bajo la penumbra brumosa del tiempo, eclipsando tantos resplandores compartidos en la infancia y adolescencia. El tiempo es capaz de mantener un cordón umbilical plagado de recordatorios que a poco que se agiten nos retrotraen al niño que fuimos, el que marca el adulto que somos, a “la verdadera patria del hombre, la infancia” que decía el poeta Rainer Maria Rilke.

La escolaridad marca una etapa fundamental en nuestras vidas. Concluye casi siempre inesperadamente, seguida del distanciamiento de quienes un día compartieron proyectos comunes, mientras se abren nuevos horizontes vitales. La distancia es el olvido, decía un bolero. Vidas que siguieron caminos diversos para acaso no cruzarse jamás, salvo si el azar del destino consigue unirlas, no se sabe con qué pretensión, pero sí haciendo de mediador. Como un apagón que extendiera la oscuridad, así quedaron decenas de vidas hace cincuenta años cuando aquellos adolescentes de COU del 74 abandonaron el colegio Salesianos del Triunfo. Como es posible que les ocurra a los escolares de ahora en este final de curso: cerrarán una etapa, se trasladarán de colegio o accederán a la Universidad.

Medio siglo que daría para muchas historias perdidas, tantas como la vida es capaz de componer. Una fotografía en blanco y negro de jóvenes con pelo largo, pantalones acampanados y camisas floreadas volvió a unirlos hace pocos días, con pelo ralo, canoso, achaques y cuerpo desgarbado, para alentar conjeturas y certezas sobre cómo habría sido la vida de cada uno. Algunos estudiaron medicina, otros han sido arquitectos, profesores, empresarios, militares… Pero una vida da para mucho más: quedaron por descubrir los amores vividos, el nacimiento de hijos, nietos, alegrías, penas, el dolor por la muerte de algunos, un sinfín de avatares vitales que nunca hubiéramos conocido.

El final de aquel verano del 74 separó vidas, y aquel septiembre no sería el del reencuentro. La vida continuó sin que supiéramos cómo aquellos compañeros, algunos amigos, acogieron los cambios que la historia de España deparó: la muerte del dictador, los primeros pasos en libertad, solo quedaba memoria de incipientes y adolescentes inquietudes políticas, y de la infancia, de profesores enigmáticos, de trabajos compartidos, de nuestra excepcionalidad para no examinarnos de Selectividad… y acaso los primeros amores adolescentes. Y de los versos de Machado: “Estos días azules / y este sol de la infancia / son el vago recuerdo de una vida temprana”.

España zozobraba, el dictador pretendía la continuidad de su régimen, pero Carrero Blanco saltaba por los aires y cincuenta años después nos enterábamos que algunos de nosotros vivieron la experiencia muy de cerca, mientras pasaban unos días en Madrid. Y así tantas historias que acaso nunca conoceremos. Paralizadas quedaron nuestras disputas entre ser de Beatles o Rolligs, mientras los ecos de Roberta Flack y su Killing me softly alentaban las ultimas emociones compartidas, como la música que marcaría después nuestras vidas o los libros leídos, o los viajes realizados.

No ha habido tiempo para más, quizás nunca lo tengamos, tampoco conoceremos cómo evolucionamos de aquella masculinidad impostora en la que se nos educó. Todos chicos, todos varones, todos machos. Solo tuvimos una raya en el agua cuando en aquel COU del 74 vinieron cinco chicas de la Sagrada Familia para estudiar Latín, más por necesidad que por aperturismo a la escuela mixta. Fuimos victimas de la separación por sexo de la escuela franquista, preservadora del miedo a mezclarnos, no se soliviantara una ‘indecencia’ que la naturaleza ya había despertado. Educados en la áspera masculinidad, la democracia luego nos civilizó.

No fuimos niños ni jóvenes machacados por las tecnologías que ahora urden el quebranto de mentes tiernas e influenciables de hijos y nietos. Nosotros escudriñábamos en revistas de incipiente pornografía para saber a las claras cómo era aquello del sexo, no como ahora, abierto en mil pantallas, soltando bofetadas de imágenes que distorsionan la percepción de la sexualidad.

Tantas historias perdidas, capaces de componer cincuenta años de la historia de España vividos en democracia. El agradable reencuentro añoró aquellos años. No se nos ocurrió preguntar ni por militancia política ni ideología, malos tiempos corren para ello. Interesaba recuperar recuerdos personales olvidados, volver a las ilusiones que nos unían, las que hacían de nosotros niños y adolescentes felices, aquel tesoro que añoramos de adultos. La infancia con la que Federico tanto se identificaba: “Estos mis años todavía me parecen niños. Las emociones de la infancia están en mí. Yo no he salido de ellas”.

A mis amigos y compañeros de aquel COU del 74 de Salesianos.

*Artículo publicado en Ideal, 12/06/2025.

lunes, 26 de mayo de 2025

LOS FELICES AÑOS VEINTE*

 


Iniciábamos la tercera década del siglo XXI los años veinte tras una crisis económica y una pandemia como nunca habíamos tenido. Éramos sometidos a confinamiento y medidas de prevención que ponían en jaque la normalidad de nuestras vidas. Nos sentimos vulnerables, murieron miles de personas y, a golpe de mensajes optimistas, no solo cantábamos ‘Resistiré’, también lanzábamos consignas vitalistas: ‘todo cambiará’, ‘saldremos mejor de esto’. La economía hundida, las pérdidas contadas en cifras escandalosas. Superados los momentos críticos nos arrojábamos a conquistar calles y espacios públicos con deseos desbordantes de libertad, recuperación de la normalidad secuestrada, dispuestos a que nadie viniera a amargar nuestra existencia.

Mediada la década, estamos en condiciones de hacer balance y rebajar tanto optimismo, mientras recordamos aquellos otros años veinte del siglo pasado. Nuestros abuelos venían de una época oscura, pandemia de ‘gripe española’ incluida, y la Primera Guerra Mundial la ‘guerra total’ como denominaba Eric J. Hobsbawm, con irresistibles deseos de euforia, de asir la vida con energía y vivirla frenéticamente, eran lo que la Historia denomina, con ocioso eufemismo, ‘los felices años veinte”. Las imágenes de entonces muestran escenas festivas a ritmo de Charleston, tipos impecablemente ‘esmoquinados’, mujeres con vestidos adornados de pedrería colgante, jolgorio ahogando penas, mucha música, jazz, desfiles teñidos de negro de Coco Chanel... Disfrutar la vida a toda costa, olvidando penurias pasadas. La república de Weimar enarboló la esperanza de una Alemania democrática y menos belicista, entretanto la prosperidad económica no ocultaba los peligros por venir: fascismo, crac del 29 o una nueva guerra mundial.

La novela El gran Gatsby’ (Scott Fitzgerald, 1925) retrata aquella vacuidad del poder del dinero y la miseria. El joven Nick Carraway narra una historia de derroche, donde se conjugan los turbios intereses y la feracidad por conquistar la vida de Jay Gatsby, personaje de fortuna advenediza y misteriosa vida, a través de la visión decrépita de una sociedad que acabaría colapsada.

Aquellos ‘felices años veinte’ fueron testigos de la irrupción del ampuloso y sincrético fenómeno artístico y cultural Art déco. No era un estilo definido y sí una amalgama de estilos para comprender lo que representaba, tras la ‘guerra total’, la explosión de sentimientos dispuestos a ocultar el horror vivido. Un terremoto de vida y conquista de ilusiones rotas y perdidas. Amalgama de estilos que pretendían no desperdiciar un gramo de vida mancillada por la muerte y el sufrimiento experimentado. Nada se podía desechar, todo era válido, una nueva evocación creativa impregnando variadas creaciones artísticas, artes decorativas u otras formas de expresarse, así vino la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París, 1925. La modernidad impuesta, la conquista de lo innovador y del renacer para un tiempo nuevo. Sin embargo, aquel tiempo que parecía huir de la barbarie y la destrucción atesoraba ideas y maldades incubadas, consecuencia de conflictos que habían sembrado demasiado resentimiento y odio.

Art déco, el estilo de la edad de las máquinas, de nuevas tecnologías e inventos surgidos dentro de la destrucción bélica, puestos al servicio de la maquinaria de guerra. Aparecieron otras tipografías negrita, sans-serif...— y diseños: facetado, líneas rectas, quebradas, grecas…; nuevos materiales aluminio, acero inoxidable, laca, madera embutida...; la construcción de grandes edificios: Chrysler o Empire State en Nueva York, la capital del neófito orden mundial. Estilo opulento y exagerado, representaba la reacción a la austeridad forzada de la guerra, un irrefrenable deseo de escapismo observado en la pintura de Tamara de Lempicka, eminente representante de la estética del glamour, sofisticación, elegancia y modernidad de aquellos ‘felices años veinte’.

Cuando nosotros pretendimos generar una explosión de vida tras la pandemia de 2020 nos lanzamos a restaurantes, terrazas y discotecas, pero se nos olvidaron valores como solidaridad, respeto o empatía, sumidos en sueños imperialistas de Putin, el negacionismo de Trump o la creciente xenofobia. El mundo de nuestros años veinte lo convertimos lo estamos convirtiendo en un erial insolidario, violento, sujeto a la codicia, transgresor de derechos humanos, de una conflictividad grosera…, mientras el monstruo de la antipolítica recorre el mundo y corroe nuestras mentes, y las democracias entran en crisis y ascienden las autocracias, dibujando un futuro tremendamente incierto.

Los países ya no cooperan para la paz o contra el cambio climático, lo hacen para la guerra y la destrucción, intercambiando drones y bombas. Convivimos con mandatarios sanguinarios y déspotas. El historiador Heinrich A. Winkler (El largo camino hacia Occidente) dice que vivimos la ruptura histórica más profunda desde la caída del muro de Berlín. El orden mundial basado en el derecho internacional peligra, la ley del más fuerte se impone. Adiós a la comunidad de valores para la convivencia. Adiós a la Carta de París de 1990 de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), garante del derecho a la soberanía nacional o la integridad territorial. Se imponen visiones autoritarias e imperialistas: Putin se anexa Crimea (2014) y despliega una guerra en Ucrania; Trump pretende Canadá y Groenlandia, y permite arrasar Gaza para su anhelada ‘Riviera de Oriente’.

Las democracias occidentales flaquean, intentan unirse pero hay fuerzas externas e enemigos internos que lo impiden. La transformación del orden mundial, los desafíos geoestratégicos conducen en una solo dirección: seguridad y defensa, preparación para la guerra. El presupuesto europeo que, según Ursula von der Leyen, construía miles de kilómetros de carreteras en Europa habrá de destinarse a infraestructuras que soporten el paso de tanques y otros vehículos militares.

Es el signo de los tiempos. Nuestros felices años veinte.

*Artículo publicado en Ideal, 25/05/2025.

** Ilustración: Tamara de Lempicka, Tamara en un Bugatti verde, 1929.

sábado, 10 de mayo de 2025

EL DÍA DE EUROPA Y EL SUEÑO DE LA CAPITALIDAD*

 


Europa está viviendo probablemente la crisis más importante desde que un 9 de mayo de 1950 la ‘Declaración Schuman’ Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores de Francia pusiera las bases de la Unión Europea (UE). No han sido los únicos momentos delicados en estos 75 años. Las crisis económicas habidas, las tensiones globales durante la Guerra Fría, la guerra de los Balcanes, la caída del muro de Berlín, crisis migratorias, Brexit o la pandemia del coronavirus son muestras de adversas coyunturas en un camino de espinas y rosas.

Aquella Europa, nacida de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, está siendo acechada por no pocos peligros que ponen a prueba su solidez. El nuevo fascismo gobernando en países como Italia, Hungría..., o muy cerca de hacerlo, la guerra de Ucrania, el distanciamiento del trumpista EE UU, la ambición imperialista de Rusia y su obsesión por acabar con la UE, pretenden minar los grandes principios sostenidos en la Declaración de Schuman: paz, solidaridad y cooperación entre sus pueblos.

En el contexto histórico de los años 50, las consecuencias de la guerra y las muchas incógnitas por despejar: recuperación económica Plan Marshall, tensiones geopolíticas entre bloques antagónicos Occidental y Soviético—, restablecimiento de sociedades democráticas, aquella propuesta significó un halo de esperanza. Hablar de solidaridad y cooperación era ya un éxito. Postularse por la unión de las naciones europeas, exigiendo “la eliminación de la secular oposición entre Francia y Alemania”, que tantas tensiones y guerras había ocasionado, suponía todo un logro.

Decía el texto de la Declaración que “la contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas”. El Gobierno francés proponía una “acción inmediata” con “la producción franco-alemana de carbón y acero… bajo una Alta Autoridad común, en el marco de una organización abierta a la participación de los demás países europeos”. Nacía la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), embrión de la futura Comunidad Económica Europea, auspiciada en el Tratado de Roma de 1957. Esta “solidaridad productiva” la economía, factor determinante impediría que futuras guerras entre Francia y Alemania fueran “no solo impensable, sino materialmente imposible”, sentando las bases, como postulaba Schuman, “para su unificación económica”. La Historia nos muestra, aunque no siempre haya mediado el éxito Sociedad de Naciones, que en esta ocasión el proyecto común fortaleció el espacio europeo, convirtiéndolo en tierra de prosperidad y democracia, aunque el camino no siempre fuese fácil.

La celebración del 75 aniversario del Día de Europa en este 2025 quizás constituya una ocasión especial: Europa está en peligro. Los avatares antes mencionados obligan a dar un giro en muchas posiciones: no solo el rearme por miedo a la amenaza imperialista de Rusia, también ante enemigos internos que buscan su destrucción. Europa no debe olvidar de dónde viene, cuál fue su origen y por qué se dio tanta importancia a la unidad, primeramente como comunidad y, desde el Tratado de Maastrich del 93, como Unión Europea.

Susan Neiman, filósofa judía y estadounidense, manifestaba en una entrevista (EL PAÍS, 27/04/25) a propósito de su libro Izquierda no es woke : “Si Europa se pone en serio y deja de dividirse y se une y se da cuenta de que es la última oportunidad para los valores de la Ilustración, tiene el potencial para ser una verdadera fuerza en favor de la democracia en el mundo”. Universalidad de la Ilustración frente a discursos identitarios tribales. El legado cultural europeo debe prevalecer ante las amenazas, Europa es el gran territorio donde se defiende con el Derecho internacional la multilateralidad de este mundo frente a la creciente autocracia que impone el poder de la fuerza.

Granada, aspirante a Capitalidad Cultural Europea 2031, en este Día de Europa, con el proyecto europeo democrático cuestionado, ¿en qué podría contribuir a su defensa?

En el manifiesto de adhesión a la Capitalidad Cultural echamos en falta un enfoque más europeísta, una alusión más firme a cómo Granada y su legado cultural podrían contribuir a ello en este momento crítico. Antes hemos hablado de que los principios fundamentales de la ‘Declaración Schuman’ paz, solidaridad y cooperaciónestán siendo minados por el nuevo fascismo, ambiciones imperialistas o el revés trumpista de EE UU.

Ángel Ganivet, el miembro de la Generación del 98 que más viajó por Europa vicecónsul en Amberes, cónsul en Helsinki o Riga, autor de ‘Cartas finlandesas’… reflexionaba sobre el sentimiento frustrado de España frente a un mundo exterior que evolucionaba a otro ritmo en ideas, economía y pensamiento. Sírvanos su figura para revertir la reflexión: ¿qué podría ofrecer Granada para reforzar los principios de Schuman, cuestionados hoy por tantos enemigos?

Granada atesora historia y valores para alzar la voz sobe la Europa que queremos, fortalecer el deseo de espacio de libertad, solidaridad y cultura. Los valores culturales que unen a los pueblos de Europa son la seña de identidad que la destacan sobre otros espacios del planeta. Ni siquiera EE UU, conglomerado de orígenes diversos, puede presumir de ello. Como tampoco pueden desligarse del patrimonio cultural heredado millones de estadounidenses emigrados desde Europa.

Llegado este momento, acaso Granada también debería preguntarse qué Europa queremos en el proyecto de Capitalidad. No solo apostar por nuestra transformación, también por lo que podemos ofrecer: legado cultural, simbiosis cultural, valores interculturales que favorezcan los principios que sustentan las instituciones europeas.

Granada se juega la Capitalidad, Europa su futuro.

*Artículo publicado en Ideal, 09/05/2025.


martes, 29 de abril de 2025

DONALD QUIJANO JÚNIOR*

 


En un lugar de Florida de cuyo nombre bien que nos acordaremos, no ha tanto tiempo que jugaba al golf un vivián de los de ‘wedges’ y ‘putter’ enristrados, de empuñadura dorada, bolsa tour staff, Rolls-Royce Silver Cloud del 56, ‘caddie’ dúctil y perro robótico Spot. Golpeaba la bola con desgarbada figura —nadie se atrevía a calificarla de otro modo que no fuera ‘elegante’ hasta hacer un ‘birdie’, pero nunca había conseguido un ‘ace’. Y todo vino a complicarse cuando importunados escozores en las ingles fueron avivados por aquellos pantalones vaqueros lesotenses, regalo de la princesa Melania por su cumpleaños.

Una mañana, cuando las luces de los pantanos aún no habían soliviantado el sueño de los cocodrilos, partió de Mar-a-Lago el tagarote caballero Donald Quijano Júnior —‘pelogualdo’, así conocido hacia la venta Casablanca. Acumulaba noches de insomnio, atribuladas ensoñaciones y afanes por alcanzar un ‘hoyo en uno’ desde el ‘tee’ de salida, visionando sin desmayo, para mejorar su técnica, tutoriales de Youtube, pero su cuerpo deforme no ayudaba. Ante la falta de sueño, invadieron su atormentado intelecto monstruos, enemigos y ladrones de ilusiones. Ni siquiera su exclusivo ‘resort’ fue capaz de apaciguar la fiebre que lo trastocaba en soberbio, vengativo y capitoste.

El viaje, antes que avión, en el Rolls-Royce Silver Cloud del 56. Provisto de sus mejores palos de golf, atravesó largas autopistas entre amenazas de gentes morenas, sucias y malolientes, y vítores de chicos musculosos, blanquitos y rubios enarbolando banderines con siluetas de ‘greens’. Arribado a ‘Venta Casablanca’, ‘agasájole’ el ventero Vance, satisfaciendo su deseo ególatra invistiéndolo caballero, acaso de alguna orden de caballería posadera de narcisistas: “Vuesa merced, centinela y guía del universo, iluminador de tinieblas y azote de malvados y criminales”. Y Quijano Júnior atisbó socarrona sonrisa.

El servil Vance predicaba las bondades del nuevo huésped, ataviado con finos y costosos trajes, larga corbata carmesí, que disimulaban su estrafalaria figura de adiposa blandura, ahora ángel salvador de su negocio que, a buen seguro, dejaría sus arcas repletas de sustanciosas monedas. “Bendita sea la guía luminosa de su riqueza para el buen gobierno de nuestras vidas”, sentenciaba eufórico el hospedero, antes que la decepción lo alcanzase.

Así fue que la obsesión del engreído Quijano por aquel ‘ace’ acuciaba sus privilegiadas neuronas. Devoto del totalitarismo antes que demócrata, ideó para el alivio de sus males que mandatarios de todos los confines del mundo vinieran a lamer sus ingles escocidas. Ni siquiera calmada tanta desgracia por el bálsamo de Fierabrás.

Veló palos aquella noche en el Jardín de las Rosas. Sin tregua, escribió con trazos gruesos tantas cartas como mandatarios había. Y según dibujaba palabras, recitaba: “Maldito escozor que me trastorna, no tardéis en venir o seréis castigados sin piedad”. La oscuridad de la noche se teñía de sones estridentes. Tantas fueron las alarmantes voces, que el ventero, abriendo puertas y ventanas, salió presto tan despavorido como inquieto. Y a sus pasos, sirvientes, empresarios y especuladores se arremolinaron en derredor de Donald Quijano Júnior. Vociferaba este sin desmayo, advirtiendo aquestos, ufanamente: Me están besando el culo, a todos los reto a lamerlo, que no digan que es producto de mi encantamiento, si no saldré en su búsqueda sin compasión”. Acrecentaba valentía y poderío por tantas aventuras ideadas en su perturbada mente, como voces anunciadas desde el Altísimo: “Pon el mundo a tus pies, extermina desheredados, migrantes y otras raleas venidas a delinquir, asesinar y robar”.

Mas persistiendo el escozor, y no olvidando el anhelado ‘ace’, hizo saber la mala fe de dos execrables enemigos: los pingüinos de Islas Heard y McDonald que, tras noches de insomnio, emergían en los documentales de la Fox para contagiarle extraños andares, que no cejaba en imitar; y la pérfida Lesoto, exportadora de pantalones Levi’s, que Melania le regaló. Malditos calzones, cortos de tiro, martirio insufrible al golpear la bola en cada ‘putt’.

Estas gentes arremolinadas quedaron absortas ante semejantes confesiones de hombre de tanta prestancia. Mas el ventero Vance aminoró tan crecida admiración, calificándolo de ‘idiota’ como antaño. Recordó historias de hombres valerosos, huéspedes de la venta Casablanca, ninguno tan descabellado como Quijano Júnior, y evocó su pretérita estancia en ella, cuando salió ahuecando el ala, haciéndoles saber que aire tan jactancioso renacía de enajenación rayana en la locura, desvaríos y obsesiones.

Obnubilado, el caballero ‘peligualdo’ se alejaba del Jardín de las Rosas. Las plumas, artífices de tantas palabras, acariciadas con ternura por tan adiposas manos —codiciosas de los grifos dorados del ‘resort’—, quedaron a la luz de la luna sobre el brocal de una fuente. Acompañando sus pasos un quevedesco son: “Madre, yo al oro me humillo, / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don Dinero”.

A la mañana siguiente, ni su viejo amigo pastor presbiteriano ni Melania retornando presta a la hospedería lo convencieron para remediar semejante encantamiento. Empujado a la fuerza al Rolls-Royce Silver Cloud del 56, bloquearon las puertas, donde se revolvía como fiera enjaulada. ¡Menudo rebote cervantino!

Hannah Arendt expresaba Los orígenes del totalitarismo que en la era del imperialismo los hombres de negocios, empresarios de éxito, se convertirían en políticos aclamados como hombres de Estado. Y en la era de la digitalización decimos nosotros—, su valor añadido se incrementa mediante manipulación de medios, bulos y desinformación difundida. Los poderes económicos y políticos fundidos en peligrosos abrazos psicópatas.

*Artículo publicado en Ideal, 28/04/2025.

** Dave Whamond, 2019, Cagle Cartoons, Inc.

lunes, 14 de abril de 2025

EL RELATO NOS HACE SER NOSOTROS*

 


Tengo la sensación de que la constante búsqueda de identidades a que nos somete la sociedad actual nos deja desprovistos de no pocas fortalezas para construir la propia idea de nosotros mismos. Necesitamos el relato que nos ubique en el mundo para sobrevivir, anclar sobre bases creíbles la razón de lo que somos, sentir que merece la pena habitar este planeta que tantos convierten en un estercolero. Somos buscadores impenitentes de razones que sustenten lo que hacemos, el ‘autoconvencimiento’ es nuestra tabla de salvación para navegar por las turbulencias que advertimos, en esa constante necesidad de pergeñar tanto nuestra identidad individual como colectiva.

La afamada poeta y novelista Margaret Atwood, autora, entre otras, de El cuento de la criada o Los testamentos, concibe que las historias son las que nos hacen humanos, evitando perdernos en la confusión del mundo. Estas obras, representaciones distópicas de una rebelión contra los relatos promovidos socialmente, quizás sean la respuesta a los miedos que nos generan presentes turbulentos. 1984 o Rebelión en la granja de George Orwell fueron dos propuestas de relatos creados en un tiempo turbio, amenazador de la libertad, que venía a horrorizarnos del futuro que podría llegar con los fascismos y totalitarismos. El ser humano se alejaba de su subjetividad, su ‘yo’ quedaba alienado por el dominio de poderes inmovilizadores de su voluntad, anuladores de la libertad.

No sabemos vivir sin una historia que nos sirva de apoyatura en el tráfago de la supervivencia en que se convierte nuestra existencia. La construcción de historias es un método de supervivencia, sin el cual no sabríamos explicar lo que somos o lo que creemos ser. Las realidad y su complejidad imposible controlarla por nuestros propios medios, ni siquiera sujetarla hasta el punto de hacerla nuestra es la que nos impone la búsqueda de esos relatos. El director de cine Jean-Luc Godard afirmaba que son las historias las que le dan forma a la vida, a nuestra vida. Las ilusiones, las esperanzas, el anhelo por el tiempo que nos hará felices mientras nos esforzamos, o el amor buscado a veces con desesperación, son parte de ese constructo que nos sostiene, que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de las miserias que nos rodean.

En los jóvenes este cisma parece recrudecerse. El anecdotario es su modo de edificar justificaciones de una vida que parece escapar a su control, sin horizonte, solo inmersa en el consumo del momento, de lo que se les ofrece desde el exterior, sin filtro alguno de la conciencia. La dispersión que nos desequilibra es probablemente el enemigo silencioso que mina nuestro ‘yo’. Pero el relato tiene sus trampas y abismos que no siempre nos hace ser nosotros mismos. Es habitual ver cómo los niños se pierden en la maraña de ofrecimientos que los adultos les tejemos, como arañas que hilan la trampa para su propia subsistencia, sin reparar que no siempre es lo que ellos han elegido.

Hoy día la escuela soporta innumerables tensiones que se vuelcan sobre ella por situaciones familiares desestructuradas, conflictivas, de padres separados o divorciados, que aportan un riesgo de inestabilidad emocional a una legión de niños y jóvenes que muestran conductas disruptivas, cuando no autolesivas. Otros pequeños, sin embargo, se envuelven en una cápsula de aislamiento que les hace desconectar de la realidad más próxima, como mecanismo de huida del entorno agresivo y dañino tan próximo.

Muchas ideas sobre las que giran nuestras obsesiones son las que están en la obra de Lola López Mondéjar, Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad (Anagrama, 2024), psicoanalista que nos presenta al individuo posmoderno que pierde la ‘narratividad’ en una sociedad que le dificulta encontrarse a sí mismo, como también configurar el relato donde reconocerse y que le proporcione, al menos, una mínima dosis de estabilidad.

Cuesta definirse en la sociedad posmoderna. Nunca habían proliferado tantas etiquetas generacionales: generación X, millennians, generación Z, Alfa..., como si se establecieran grupos humanos definidos en una evolución galopante que nos obligara a conceptuarlos en una suerte de múltiples características cambiantes. López Mondéjar señala que la rendición sin criterio a la tecnología provoca la fragmentación de nuestra atención, nos hace dispersos y dependientes, nos aleja de nuestro interiorismo como espacio de reflexión y modelación del mundo exterior, y la realidad no siempre benévola. El conformismo es uno de los hándicap que menos ayuda a la construcción del pensamiento propio y de nuestra configuración del ‘yo’.

Los niños y los jóvenes son quizás los principales víctimas de esta voluble manera de entender la vida. En ellos los artefactos tecnológicos, el exceso de actividades a que los sometemos o la ocupación dirigida de su tiempo parecen convertirlos en un objeto de laboratorio para diseñar el niño y el adulto ideal. Creyendo que le hacemos un bien y que están arropados por nuestra atención, entretanto limitamos su capacidad de pensamiento o los medios que les ayuden a encontrar su propia identidad, su mundo interior. Moldeamos lo que queremos que sean no siempre conseguido, pero no les dejamos margen para que por sí mismos lo construyan y sean menos dependientes. Inmersos, como todos, en el exceso de información, estímulos o modelos que les asedian por las redes sociales, se ven sometidos a un proceso de mimetismo que les impersonaliza, fomenta su individualismo y siquiera hasta su egoísmo.

La búsqueda del relato que nos haga ser nosotros es uno de los grandes retos de nuestro tiempo.

*Artículo publicado en Ideal, 13/04/2025.

** Frida Kahlo, La cama volando, 1932.

lunes, 17 de marzo de 2025

¿PACIFISMO O BELICISMO?*

 


Muchos hemos vivido sin la apremiante necesidad de pronunciarnos ante una guerra que llegara hasta nuestra propia casa. El destino nos ha asignado un papel contemplativo, cuando no condescendiente, en un mundo donde la estulticia y la depravación han campado a sus anchas manu militari para satisfacción de intereses mezquinos. Lejos, ocurriendo todo siempre lejos.

Ha transcurrido una quinta parte de este siglo, fluctuando entre el esperanzador bienestar y los sobresaltos de inhumanas e injustas veleidades repartidas por el resto del planeta, mas las manifestaciones del ‘No a la guerra’ de Irak pueden resultar una broma frente a los nubarrones que acechan nuestra tranquilidad. Esperemos que no tengamos que pasar de impotentes testigos, viendo por televisión imágenes sobrecogedoras de destrucción y muerte, a activas víctimas de una barbarie desencadenada por lo que ya es una mafia mundial dueña de gobiernos influyentes. Hemos visto en Ucrania o Gaza a ejércitos causar la muerte de personas inocentes y la destrucción de ciudades. La guerra no ha cambiado su lógica: lo importante no es destruir ejércitos, lo realmente relevante es arrasar a la población civil, sus casas y las infraestructuras suministradoras de energía, comunicaciones o abastecimiento.

En una guerra cada bando tiene sus adeptos. La neutralidad puede estar mal vista y la crítica concebirse como deserción. En la Primera Guerra Mundial la neutralidad de España no fue óbice para que se crearan corrientes de opinión: germanófilos (apoyando al Imperio Alemán) y aliadófilos (a favor de Francia y Reino Unido). En la siguiente gran guerra la postura pacifista más llamativa fue la de Gandhi. Con su ‘no violencia’ se negó a apoyar a Reino Unido contra la Alemania nazi, entre otras razones, por la contradicción de luchar en favor de una libertad que el imperio británico negaba a la India. Gandhi recomendó a la población dejarse conquistar por los alemanes, como a los judíos, que no opusieran resistencia a sus verdugos. Aquella actitud despertó una gran controversia, la más significativa la de Orwell, autor de ‘1984’, también pacifista pero crítico con Gandhi, defensor del uso de la violencia para combatir el nazismo y fascismo europeos.

La paz no deja de ser una batalla cultural. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, entendida como bien universal, la paz se vio sometida a relatos propagandísticos de estadounidenses y soviéticos. Tiempo de Guerra Fría y cada bloque promoviendo guerras y conflictos locales por medio mundo. El Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz —agosto, 1948, Wroclaw (Polonia)— se vio envuelto en discursos egocéntricos. Una prueba de la fragilidad de la paz, incluso siendo teorizada por mentes supuestamente formadas.

Desde entonces no ha cundido en Europa el riesgo de un conflicto bélico a gran escala. Con la invasión de Ucrania por Rusia, hace tres años, las incendiarias proclamas de Trump, hablando de que “la Unión Europea se formó para joder a Estados Unidos”, o la ruptura de la alianza transatlántica mantenida durante ochenta años, han activado tambores de guerra. El gran debate gira en torno a la seguridad. Menguado el gasto militar —no peligraba la paz, ni siquiera en la década de los noventa con el conflicto yugoslavo—, este brusco despertar lo cambia todo. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ha propuesto un plan de rearme europeo por valor de 800.000 millones de euros en cuatro años. Enorme inversión en defensa, contradiciendo las palabras de Luther King: “Una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual”.

El indecente y humillante trato de Trump hacia Zelenski en Washington escenificó el paupérrimo interés que el presidente estadounidense tiene por la paz en Europa. Anulada la ayuda a Ucrania, para él solo existe negocio: la explotación de las tierras raras, a cualquier precio, sin importarle el daño causado por Putin a Ucrania o el debilitamiento de Europa. Sin ánimo de atribuirle a Trump un nivel cultural inexistente, acaso al negociar con Zelenski le hayan soplado el pensamiento de Erasmo de Rotterdam que decía: “La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”.

La carrera por el rearme empieza a interpelarnos a los ciudadanos. La situación no deja de ser convulsa, las tensiones y amenazas afloran. Rusia no cejara en su empeño de seguir adelante si triunfa en Ucrania: repúblicas bálticas o Polonia, mientras Trump se acerca a Putin. La inquietud entre los líderes europeos es patente. Macron lo ha manifestado: “Estamos entrando en una nueva era”.

¿Es posible la tercera guerra mundial?, ¿dónde nos situaríamos nosotros: militando como pacifistas o apostando por el belicismo? Un debate en aumento que hará crecer la incertidumbre que poco a poco invade nuestra esfera personal. Por lo pronto, nos debatimos en si Europa necesita tanto gasto en defensa o deberíamos hacer más esfuerzos en favor de la paz.

Con solo mirar la Historia entenderemos que las amenazas de hoy no son baladíes. La II Guerra Mundial vino precedida de discursos amenazantes y acciones militares puntuales de la Alemania nazi. No las tomaron en serio las potencias occidentales, hasta que un primero de septiembre del 39 Polonia era invadida.

La guerra siempre será una salida cobarde a los problemas de la paz, como sostenía Thomas Mann, pero qué hacer cuando los intereses de gobernantes psicópatas y mafiosos se anteponen y su ansia expansionista busca conquistar territorios y recursos, sin importarles el daño causado a millones de inocentes. ¿También ahora la guerra sería sinónimo de fracaso?

*Artículo publicado en Ideal, 16/03/2025.

** Bansky, Para y revisa, 2007, Belén (Cisjordania)