martes, 22 de julio de 2025

PIDO LA PALABRA*


La salud mental es una cosa muy seria. En los adolescentes proliferan conductas suicidas y autolesivas, en los adultos otro tanto. Si miramos hacia nuestra sociedad, a sus altavoces mediáticos, nos alarmaremos del nivel de crispación a que la somete la política, menospreciando el estado de una ciudadanía sumida en las ingratitudes de la carestía de la vida, la violencia imbricada en sociedades cada vez más esquizofrénicas, las guerras repartidas por medio mundo o esa sensación continua de insatisfacción y soledad que nos embarga.

Pasado casi medio siglo de la llegada de la democracia, tenemos la percepción de no haberla cuidado suficientemente. No basta con tener una Constitución, una declaración de derechos y libertades, e instituciones concebidas para un modelo de Estado con separación de poderes, hay cosas que no funcionan en la vida democrática. Hemos herido la democracia demasiadas veces, y la corrupción ha provocado un efecto desmoralizador.

Pido la palabra, como hizo Carmen Martín Gaite en aquel libro —‘Pido la palabra’—donde reunía veinticinco conferencias versadas sobre temas diversos, y la pido como si fuera el último patrimonio que me quedara en la defensa de mi dignidad como ciudadano, mientras la mezo en los versos de Blas de Otero: “Si abrí los ojos para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra”.

Pido la palabra porque la democracia está en peligro frente a una ola de líderes ultras de corte fascista que quieren acabar con ella, y porque no quiero sentirme un mindundi manipulado por una pléyade de políticos que creen sentar cátedra con discursos estúpidos y sentencias dialécticas idiotas, y también para que no me cierren la boca, o peor, mi intelecto, con eslóganes banales que rayan la manipulación. Quiero la palabra para rebatir argumentos fútiles de arrogantes politicastros, oradores sin formación ni cultura, solo dispuestos a trasladar odio y bronca.

No hay derecho, ni motivos, para tener a la gente atada al solivianto. Tenemos derecho a ser felices, no a la felicidad prometida desde la política, sino la emanada de la cordialidad, el respeto o la convivencia pacífica, lejos de la puñalada traicionera, dañina y perniciosa al vecino o al prójimo diferente, con otro color de piel, que ha venido a darle una oportunidad a su subsistencia. Tantas décadas soportando que la política encanalle a la sociedad. “Ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero”, afirmaba Eduardo Galeano. A los mezquinos que emponzoñan la vida pública les diría que sean honestos, aprendan de la historia y no crispen la convivencia generando tanto descontento ciudadano.

Mirando a la historia, o a la hemeroteca, recordemos que durante la democracia la corrupción no ha dejado de perseguirnos. Ese mal que nunca intentamos combatir, o quizás no nos interesó. A Felipe González le llovieron los casos: Filesa, Roldán, GAL, Mariano Rubio, Juan Guerra, etc. Negó su implicación y nunca dimitió, fue a despedir a su ministro Barrionuevo y al secretario de Estado de Interior, Rafael Vera, a la cárcel de Guadalajara. Aznar nos metió en una guerra ilegal, indultó a 1.441 presos con pecados de prevaricación y corrupción, promulgó una ley del suelo para abrir la espita de la especulación, y muchos de sus ministros terminaron imputados o en la cárcel, como el superministro Rodrigo Rato. José María se puso de perfil, y en la boda de su hija hicieron el paseíllo todos ellos.

El Partido Popular con Mariano Rajoy fue condenado como partícipe a título lucrativo por beneficiarse del dinero de la corrupción de la trama Gürtel, entretanto circulaban sobres con dinero y martilleaban discos duros en su sede, o robaban pruebas en casa de Bárcenas. “Luis, sé fuerte”, “hacemos lo que podemos, !ánimo¡”. ¡Cuánto dio de sí aquella contabilidad B y cuántas obras financió! Aún recordamos los miles de millones destinados a bancos para salvarlos de la crisis financiera propiciada por ellos mismos, todavía no recuperados. O la corrupción repartida por el país: Cataluña con su 3%, Andalucía con los EREs, Valencia y Madrid con la Gürtel, etc.

Y ahora llega el turno a Pedro Sánchez con el salpullido corrupto de dos secretarios de organización: Ábalos y Cerdán, y un subalterno: Koldo, para rematar el asedio a que está sometido por tierra, mar y aire. Y nuestra democracia padeciendo una corrupción sistémica, la vida pública enlodazada y carente de mecanismos y controles eficientes para atajar cualquier atisbo de depravación.

La democracia en peligro y la política cada día más cutre, maliciosa y ruin. En tiempo de bulos, medias verdades, desinformación, políticas rastreras, solo se alimenta la queja y el descontento ciudadano. Los que antes fueron corruptos vienen de salvadores, queriendo implicarnos en su relato malicioso, tomar partido como si fuéramos estúpidos, pretendiendo convertirnos en vasallos serviles sin pensamiento propio. No debiéramos consentirlo, ni convertirnos en cómplices de estrategias de confrontación, de contiendas interesadas. Al contrario, debiéramos exigirles que adecenten la democracia dando ejemplo, que no defiendan a los amigos y allegados corruptos, y arbitren medidas eficaces que acaben con la degradación.

Por esto pido la palabra, sin partidismo alguno, para denunciar a la clase política de mi país —sin eludir la responsabilidad que tenemos como ciudadanos por no haber luchado contra la corrupción y haber sembrado odio, tensiones, angustia, zozobra, inquietud, desconfianza democrática…, y permitir que la vida pública se haya sumido en las cloacas putrefactas de la ignominia y la degeneración.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2025.

**Edwaert Collier, Naturaleza muerta con instrumentos de escritura, s. XVII.

martes, 8 de julio de 2025

EDUCAR PARA LA IGUALDAD EN LA ESCUELA*

 


Aquel 20 de mayo de 2014 Araceli Morales había terminado sus clases. Como siempre, despedía a sus alumnos con una sonrisa, el mejor recuerdo que podrían llevarse. A buen seguro, al día siguiente vendrían con más ilusión, pensaba. Era martes, la semana no había hecho más que empezar y se debatía con su ánimo, atravesado por la desazón y el miedo, ese que te impide denunciar. Sus alumnos, aliados del buen hacer de su ‘seño’, no advertían aquella angustia que la carcomía. A esta maestra, una vida entregada a la educación, estos pequeñajos le habían enseñado el valor de una sonrisa.

Llegó a casa en torno a las 14.30 horas. A medida que se aproximaba a aquel potro de tortura, en que se había convertido su hogar, languidecía el tesoro de sonrisas infantiles acumuladas y una invisible pesadilla ralentizaba sus pasos. Un siniestro presagio la atenazada. El silencio se había convertido en una mordaza que impedía compartir los malos augurios. Nada más entrar, la barbarie humana le cayó encima. La cobardía amasada por su marido en el mango de un martillo se precipitaba sobre ella, desatando la ira del miserable a base de martillazos. Araceli era víctima de una brutal agresión. Moría el 7 de junio en el Hospital de Traumatología de Granada. Araceli era maestra en el colegio Reina Fabiola de Motril.

Llevo muchos años teniendo la sensación de que es más difícil socializar en el seno de la sociedad que en la escuela. Fuera de esta, las modernas sociedades navegan por los designios que marca un orden productivo e impersonalizado, que facilita el encaje de roles bien establecidos en un magma de intereses espurios, proclives a consolidar relaciones de desigualdad y de poder. La escuela, por su lado, es una isla anclada en un mar proceloso con la misión de fomentar la igualdad, el sentimiento comunitario y la socialización, gestionando un discurso al margen de lo socialmente establecido, insuficiente e inoperante frente a perniciosas influencias que niños y jóvenes reciben de entornos familiares dañinos o ambientes sociales con comportamientos poco edificantes.

En la escuela de hoy es fácil observar entre el alumnado comportamientos y actitudes degradantes hacia los compañeros y compañeras, en ocasiones con tintes violentos, así como opiniones sexistas vertidas tanto por unos como por otras. La violencia de género es una lucha tan inconmensurable que le queda demasiado grande a la escuela, aunque no la rehuye. Pero solo con el trabajo de ella no es suficiente para educar a las jóvenes generaciones en igualdad. Sus esfuerzos por interiorizar y combatir la violencia de género, o apostar por una necesaria educación afectivo-sexual, es parte de la idiosincrasia que envuelve a la institución; fuera de ella, ambas propuestas educativas conectan menos con la realidad social que observamos: lenguaje despectivo y sexista, modelos publicitarios que banalizan a la mujer y la muestran como objeto sexual, hipersexualización de niñas y jóvenes, redes sociales inundadas de mensajes e imágenes de estereotipos que deseducan y orientan hacia determinados sesgos de trato desigual entres sexos, o ese escarnio de supuesta ‘educación afectivo-sexual’ a través de visualizaciones pornográficas a edades cada vez más tempranas.

Algo no debemos estar haciendo bien o, acaso, la candidez de pensar que la escuela lo puede resolver todo sin el respaldo de la sociedad, nos haga pecar de ingenuidad o de hipócrito expurgo para tranquilizar nuestras conciencias.

Los entornos familiares machistas persisten en el siglo XXI, no se acabarán con la extinción de quienes ostentan la mentalidad y prácticas machistas, son demasiadas semillas plantadas en niños, adolescentes y otros adultos. Una parte de la sociedad no combate el machismo, lo protege, incluso lo alienta. Jóvenes educados en la escuela salen con un repertorio de consignas, ideas y convencimientos para asumir actitudes de respeto e igualdad, pero cuando vuelven a sus entornos próximos o remotos −hogar familiar, barrio, grupos de iguales, redes sociales...− empiezan a olvidarse de ello porque la potente ‘cultura’ dominante de su hábitat les ‘obliga’, no quieren sentirse bichos raros. Demasiadas estímulos externos, fáciles de asimilar, contrarios al discurso escolar. Adiós a lo escuchado en la escuela, el machismo está fuertemente imbricado en el ADN de la sociedad.

Desde aquel trágico asesinato de Araceli Morales sus compañeros, alumnado y comunidad educativa del CEIP Reina Fabiola la recuerdan cada año rindiéndole un cariñoso homenaje. El colegio convoca anualmente el ‘Concurso provincial literario y de dibujo Araceli Morales’ con el lema: “Por la igualdad y contra la violencia de género”. Hoy, con el esfuerzo y empeño de sus compañeros, sigue vivo y con gran eco en los centros educativos de la provincia de Granada. El pasado 8 de marzo de 2024, Día Internacional de la Mujer, recibió el Premio Meridiana por promover los valores de la igualdad y la prevención de la violencia de género, otorgado por el Instituto Andaluz de la Mujer.

El fracaso educativo también está fuera de la escuela, en la sociedad en general y en las familias en particular. La igualdad no se consigue con cuatro eslóganes o discursos bien intencionados, hace falta mucho más y mayor implicación de tantos agentes sociales del conjunto de la sociedad. También de los que están detrás de la publicidad, de las redes sociales, ‘influencers’ o ‘tiktokers’... Que nadie escape a este compromiso.

Aunque quedaba mucho camino por recorrer, todos juntos empezaron a luchar por la igualdad de género” (Julia Santiago, 2º Primaria, CEIP San Sebastián, Padul, ‘Una mujer diferente’, primer premio, Concurso Araceli Morales, 2025).

*Artículo publicado en Ideal, 07/07/2025