domingo, 19 de junio de 2011

¿CUÁL ES LA VERDADERA PREOCUPACIÓN DE LA CLASE POLÍTICA EUROPEA?

En cierta ocasión un dirigente político me dijo: “Antonio, ahora nos toca a nosotros”, refiriéndose a la ocupación de los altos cargos públicos. Me quedé con la duda del verdadero alcance de aquellas palabras. Nunca se lo pregunté, aunque lo intuyo.
Estos días los representantes económicos de la Unión Europea están como locos buscando una salida al problema de Grecia. Se habla de muchos millones de euros para salvar una posible bancarrota griega.
Es una prueba palpable de la sumisión del poder político al ‘invisible’ poder económico. Quizá siempre fue así, cuando no se confundió.
Entretanto, entregado en esta ardua tarea, el poder político se despreocupa de los ciudadanos. Hace oídos sordos a los clamores que están acallando los discursos hueros que tanto se prodigan.
Todo lo que está ocurriendo en estos años de crisis ha dejado a la clase política a altura del siglo XIX. El poder político no ejerce el poder político, como nunca había pasado.
El poder político tiene miedo a los mercados. Está convencido de que estos lo pueden derribar. Sin embargo, no tiene conciencia de que el poder de la ciudadanía pueda apartarlos del poder.
Durante años la política se ha dirigido no a hacer ciudadanos críticos, pensantes por sí mismos, sino a convertirlos en un rebaño fácilmente manipulable, les ha educado para ser consumidores de eslóganes e ideas absurdas: ‘deja que yo haga el trabajo por ti, no tienes por qué preocuparte’, ‘ya me ocupo yo, tú sólo disfruta’, ‘la vida es para vivirla, nosotros te la facilitamos’.
Pero ahora esa ciudadanía se ha sublevado, piensa por ella misma. Lo único que me preocupa es que sólo lo haga porque le aprieta la soga de la crisis, únicamente porque la situación actual le ha restado o ha puesto en peligro parte de su bienestar. No quiero pensar que obedece tan sólo a la queja estridente del niño malcriado al que le han quitado de la estantería uno de sus decenas de juguetes.
En las pasadas elecciones celebradas en España se escuchaba decir que frente a los postulados de los indignados la verdadera democracia consistía en que había que ir a votar. Y yo me pregunto: ¿votar a quién?, ¿a los que con sus actuaciones en política llevan el desaliento cada día a la sociedad española?, ¿a las mismas personas que transmiten ese desamparo a los ciudadanos?
El poder político tiembla ante los mercados, ¿tiembla lo mismo ante una ciudadanía crítica, o está esperando que pase el chaparrón?
¿Cuál es la verdadera preocupación de la clase política ahora que las cosas no van tan bien?

jueves, 2 de junio de 2011

DESPUÉS DE LAS ELECCIONES, QUÉ*

Detrás de la convulsión que supone un proceso electoral siempre viene la hora de la reflexión y el análisis de los resultados. Lo que no estamos tan seguros es que esa reflexión contenga los elementos autocríticos suficientes para cambiar muchas cosas en el seno de un partido político. Y menos que se dimita. Y si acaso se ha alcanzado un buen resultado electoral, es que ya la nebulosa de la euforia no deja ver la realidad.
Las elecciones suelen enmascarar realidades más profundas que subyacen en nuestra democracia. Aun siendo el acto más importante que existe en una democracia, las recientes elecciones municipales y autonómicas han venido a eclipsar un debate que se había suscitado con el Movimiento 15-M y que esperemos tenga continuidad en otra dimensión más allá de las acampadas a que ha dado lugar.
Pasadas las elecciones todo parece girar en cómo configurar el gobierno de las instituciones. Y es lógico, al fin y al cabo las instituciones necesitan ser gobernadas. Pero no nos quedemos en la superficie de los hechos. El problema que existe en nuestra democracia es más profundo y no se solventa con el cambio de un partido por otro al frente de las instituciones. El desaliento que cunde en la ciudadanía desde hace mucho tiempo es un problema al que los partidos no están dando respuesta. Quizá porque se haya convertido al noble arte de la política en el infame arte de la supervivencia.
Uno tras otro los barómetros del CIS nos desvelan que entre los principales problemas de los españoles se encuentran la clase política y los partidos políticos. ¿Qué hay detrás de este rechazo de la ciudadanía hacia la clase política? Este divorcio entre políticos y ciudadanos de a pie es un síntoma de que nuestra democracia tiene una afección. Y no se entiende la democracia sin una relación fluida entre la ciudadanía y quienes la representan en las instituciones.
El impactante Movimiento 15-M puede terminar siendo una anécdota o una verdadera convulsión en la conciencia de la sociedad. El tiempo lo dirá. Pero lo que sí es cierto es que su éxito fugaz, o no, viene determinado porque ha concitado el sentir mayoritario de la sociedad española. No hay más que sondear la opinión de gente que no ha estado en las acampadas pero que está a favor de las ideas expresadas en las plazas de media España. Ahora bien, no estoy tan seguro de que los políticos hayan escuchado ese rumor de malestar.
Ahora que los partidos están obsesionados por encontrar razones a sus éxitos o fracasos harían bien en dejar un hueco en sus discusiones a todo lo que se ha dicho. A escuchar sin prejuicios lo que dice la gente. Porque si no es así puede que la brecha que les separa de la ciudadanía se convierta en algo infranqueable. En política no todo es el juego obsesivo por mantener el gobierno o derribar al gobierno, por mantener el poder o alcanzar el poder, saber lo que piensa la calle también es primordial. Lo contrario es hacer política de espaldas a la ciudadanía.
No se trata de estar del lado de un partido u otro, se trata de estar al lado de los ciudadanos. Esa es la cuestión. De ciudadanos que pierden su vivienda porque no pueden pagar la hipoteca y luego siguen endeudados con el banco. De ciudadanos que se sienten indefensos ante las agresiones de un mercado tremendamente insaciable y que no encuentran el apoyo o la defensa en las instituciones políticas o judiciales. Ese desamparo es el que está afectando a la ciudadanía.
Los grandes partidos han defraudado desde hace mucho tiempo a los ciudadanos, y parecen no haberse dado cuenta o, tal vez, no hayan querido darse cuenta, absortos como están en su mundo de intereses de poder y prebendas. La democracia en España tiene que evolucionar para que la ciudadanía se sienta partícipe de ella. Ahí está el debate en torno a las listas abiertas, a poner límites a los mandatos o a ser más intransigentes con la corrupción.
Vivimos un tiempo difícil en el que hemos perdido muchas referencias intelectuales, culturales y de pensamiento. Es como si la intelectualidad estuviera callada o mediatizada como muchos sectores de la sociedad. En los últimos tiempos hemos asistido a la aparición del libro del nonagenario (curioso) Stéphane Hessel Indignaos y, en nuestro país, de la obra colectiva Reacciona, donde se dan razones por las que debemos actuar frente a la crisis económica, política y social. Este esfuerzo por clarificar qué está ocurriéndonos no sé qué repercusión tendrá, pero sea bienvenido porque lo cierto es que nos faltan referentes de pensamiento individual o colectivo que nos iluminen en las incertidumbres sociales y políticas que vive nuestro mundo y en el fracaso de la política.
Tampoco la cultura está jugando el papel que se espera de ella. Desde hace tiempo ha dejado de ser ese motor que ha impulsado los cambios en las sociedades a lo largo de la historia. Hoy la cultura está sumida en lo que Lipovetsky y Serroy han denominado ‘cultura-mundo’, y que la sitúa bajo la tiranía del mercado hipercapitalista y globalizado, donde pierde su independencia y cualquier espíritu de cambio.
Se necesitan políticas que hablen claro a los ciudadanos, para que no se sientan engañados y que no tengan esa sensación de que los gobiernos, aparte de ser esclavos de los mercados, los han dejado tirados por estos al desamparo más absoluto.
Quizá las elecciones no sean sólo la solución a nuestros problemas, acaso no se resuelva todo con un cambio de gobierno, a lo mejor es necesario un cambio de políticas y, si me apuran, de políticos que las ejecutan, para que la ciudadanía se vuelva a subir al carro de la ilusión de la democracia.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 1/06/2011.