jueves, 15 de junio de 2017

YO NO PUDE VOTAR AQUEL 15-J DEL 77

Hace unos años, desde un periódico, me preguntaron por mi experiencia en aquellas primeras elecciones de la democracia en España. Aquel día se ejercía un derecho que el régimen franquista había hurtado al pueblo español durante cuarenta años. Mi respuesta: que aquel 15 de junio de 1977 yo no pude votar, a pesar de arder en deseos de hacerlo. Se trataba de una cuestión de mayoría de edad, me faltaba casi un año para cumplir los veintiún años.
Después de una dictadura, cuando en el país vivíamos una esperanza de cambio, de estrenar la ansiada democracia, verte privado de poder votar fue realmente frustrante. A muchos jóvenes de mi generación nos pasó lo mismo. La dictadura, con su cómputo de mayoría de edad, casi dos años de la muerte del dictador, todavía nos jugaba esta mala pasada. Su larga sombra aún nos seguía machacando, como en otras muchas esferas de la vida pública y privada en España.
Aquel día, miércoles, lo viví entre la expectación y la frustración. Sabía que existía esa limitación de la mayoría de edad, bastantes trámites administrativos nos lo recordaban a diario. La incertidumbre, el deseo, la ilusión de vivir en día especial, me hicieron no obstante albergar la esperanza de que aquello no fuese así. Gran parte de la mañana, hablando con mi amigo Juan Rubio, abundamos en la conversación de que a lo mejor podía estar en el listado del censo y tener alguna posibilidad. Hacíamos nuestras cábalas. Para despejar dudas, nos acercamos a un colegio electoral situado en la cuesta del Chapiz. Allí nos dijeron que los menores de veintiún años no estaban incluidos en el censo. Se desvanecía definitivamente aquella ilusión basada en el anhelo.
Cuando escribí La renta del dolor, cuya historia abarca los últimos años del franquismo, barajé la posibilidad de que la novela finalizara en noviembre de 1975, con la muerte del dictador. Meditando sobre ello, me pareció insuficiente. El régimen sobrepasó a esta muerte (todavía nos preguntamos si actualmente quedarán rescoldos en la vida pública de aquel régimen). El trabajo de reconstrucción democrática que quedaba por hacer era extenso y profundo. Así que la historia de Matilde Santos debía llevarla hasta las primeras elecciones generales, cuando ella, tras treinta años de exilio y diez viviendo bajo el régimen, por fin podía votar. Ese era el momento en que con la participación del pueblo español se configuraba el arranque del nuevo tiempo democrático que habría de venir.
Para cuando se publicó un real decreto, previo a la Constitución de 78, que pasaba la mayoría de edad de los veintiún a los dieciocho años, yo ya era mayor de edad por partida doble: tenía más de veintiuno y más de los recién estrenados dieciocho. Lo siguiente que se votaba, el refrendo de la Constitución. Fue el momento en que por primera vez depositaba una papeleta en las urnas. Me alegré que decenas de miles de españoles de mi generación tuvieran esa oportunidad de votar y que no pasaran por la misma frustración que sentí aquel 15 de junio.
Afortunamente, la democracia nos brindaría en los cuarenta años que han transcurrido desde entonces muchas más posibilidades para votar. Otra cosa distinta es que aquella ilusión que teníamos con nuestro primer voto nos haya servido para hacer de nuestra democracia un sistema más justo e igualitario, a la vista de lo que hemos vivido en la vida pública en los últimos diez años.