lunes, 8 de marzo de 2021

EL RÉGIMEN DEL 78*

 


La democracia es un sistema político avocado a demostrar continuamente su honestidad, y la nuestra, que llegó de esa manera, con la losa de cuarenta años de dictadura, mucho más. Hubimos de componerla a toda prisa, porque si no corríamos, el riesgo era quedarnos sin ella. No fueron pocas las fuerzas del anterior régimen que, asustadas ante las reformas, hicieron lo imposible para evitar que se deshiciera el legado del Caudillo. Los que ansiábamos libertad y democracia supimos bien del juego de malabares que hubo de hacerse ante el riesgo de involución.

Quizás la obra constitucional no saliera perfecta a juicio de alguien, pero se edificó con los mimbres con que contábamos. No obstante, aquella democracia ‘imperfecta’ dio cabida a leninistas, trotskistas, eurocomunistas, socialistas, centristas, conservadores, regionalistas y reliquias del franquismo. Y eso tuvo su mérito. Aun así, los peligros no cesaron para ella, enormes poderes fácticos, nostálgicos del franquismo, no dudaron en emplear la fuerza para destruir lo nuevo: asesinatos de Atocha, violencia callejera o la mayor asonada militar desde julio del 36. Para luego venir más cosas: inestabilidad social, crisis económicas, terrorismo de ETA, corrupción, crisis institucionales, un rey emérito que nos ha salido rana y nuestra pandemia de covid. Y otro peligro más: el actual constructo ideológico denominado Régimen del 78, modo peyorativo de calificar nuestra democracia.

Tras el fallido golpe de Estado del 23F de 1981, sobre las ascuas del horror vivido, el comité Ejecutivo del Partido Comunista se reunió para examinar la situación. En el comunicado emitido valoraba “de manera unánime la digna conducta del Rey Juan Carlos I, en defensa de la Constitución y la democracia”. Reconocía que nuestra democracia era todavía frágil e inestable, “expuesta a peligrosas agresiones”, y apostaba por establecer entre las fuerzas políticas “una cooperación efectiva para abordar las medidas indispensables” que evitaran “un nuevo golpe de Estado”. Esa noche del 23F se consiguió que “el pueblo español tomara conciencia del valor” de las libertades democráticas. El partido comunista no hablaba de acabar con el régimen recién estrenado en el 78, sino de fortalecerlo.

Destruir el Régimen del 78 es el anhelo de independentistas, ultraderechistas, nostálgicos del franquismo y, curiosamente, de la élite dirigente de Podemos. Y, entre ellos, un partido que ha gobernado en ese régimen: CiU o Junts, como se hace llamar ahora. Convergencia de Cataluña y su gestión pública está regada por la corrupción, el intervencionismo institucional y la manipulación de la educación, habiendo contribuido a desprestigiar durante décadas esa democracia que ahora critica.

Llevo gran parte de mi vida activa de demócrata criticando la democracia en la que vivo (ahí están mis artículos periodísticos), siempre he pensado que la democracia es un proceso de mejora continuo. He criticado a los partidos políticos, su manipulación de las instituciones, la falta de democracia interna, la endogamia, la priorización partidista frente al bien general; y he reprochado el daño infligido a la democracia con el desigual reparto de la riqueza o el uso de la educación como arma arrojadiza.

El discurso contra el Régimen del 78, hecho en nombre de la democracia, zarandea el actual panorama social y político. Se le recrimina poseer unos valores antidemocráticos favorecedores de corrupción, desigualdad, injusticia o conculcación de derechos y libertades. Los sectores sociales y políticos que pretenden acabar con él tienen sus estrategias. Una de ellas: generar un clima de confusión con conflictos callejeros violentos, calificados eufemísticamente de desafío generacional ‘jóvenes antifascistas’–, bien organizados y amparados políticamente en formato de comités defensores de la república o de la libertad de expresión. No son movimientos espontáneos. Otra: el cuestionamiento del Estado de las autonomías, bien por la extrema derecha que solicita su erradicación, bien por el independentismo y la élite dirigente de Podemos, defensores de la tesis de la autodeterminación. Y una más: el ataque dirigido contra la Monarquía por el motivo que sea: no haber sido elegida en las urnas, ser un parásito social, ir contra Cataluña o la corrupción del rey emérito.

Para redondear el argumentario, se califica de fascismo a todo lo que huela a Régimen del 78. Cualquiera de nosotros que disienta de sus tesis, Estado o ciudadano de izquierdas o de derechas, es un fascista. La tormenta perfecta que, sin embargo, oculta, entre otras cosas, la corrupción institucional que ha ensuciado a Cataluña durante la democracia.

Mi vocación republicana e internacionalista no me ciega el análisis de una realidad que considero equivocada. Podemos sustituir la monarquía por la república, podemos exiliar al rey y sustituirlo por un presidente, pero eso no será suficiente, ni llegará arcadia alguna, que adecente la democracia si los que la han deshonrado durante años siguen al frente de la política y las instituciones: corruptos que la mancillaron, políticos que se aprovecharon de ella, intolerantes que lesionaron derechos y libertades, manipuladores de instituciones.

Este momento no es comparable al que precedió a la II República, cuando la ruptura con una dictadura y la monarquía que la consintió fue una liberación. Hoy España es un país democrático, donde los derechos y las libertades se respetan, amparados por una Constitución que, aunque mejorable, nos ha permitido vivir sin la presión subyugante de una dictadura. El orden constitucional nos ha traído el periodo democrático y de estabilidad más largo de los dos últimos siglos. La convivencia democrática y la prosperidad del país no tienen parangón con ningún otro tiempo histórico.

Algunos deberían saber el trabajo que nos costó construir la democracia en el 78, aunque fuera con sus ‘imperfecciones’.

 *Artículo publicado en Ideal, 07/03/2021.

* Viñeta de Forges.