martes, 20 de enero de 2015

COMO LA SOMBRA QUE SE VA

En Como la sombra que se va Antonio Muñoz Molina nos hace más familiar la muerte de Martín Luther King. Los detalles y la minuciosidad del relato allanan ese camino. Lejos queda cualquier otro texto que hable del asesinato y su relación con el contexto histórico, donde el estudio histórico lleve a analizar las causas más que el acto, las consecuencias más que lo que pasa por la mente de Martín Luther King, tocado por el roce suave del cuello de su camisa, mientras apura la última calada de un cigarrillo momentos antes de caer abatido por una bala que Muñoz Molina verá como una flor deforme en el museo que se dedica a este personaje en Memphis.

He terminado de leer la novela de Antonio Muñoz Molina envuelto en la nebulosa de lo incierto, en una sensación que me traslada a rincones recónditos del alma que no descansa, y mi impresión es que quizás no él quería escribir una novela sobre el asesinato de Martín Luther King ni sobre su autor James Earl Ray, lo que Muñoz Molina ha querido escribir son trazos de un episodio de su vida, recordado con dolor, y que conecta con su viaje a Lisboa en busca de las imágenes que le faltaban a la novela El invierno en Lisboa, y que tal vez fue la excusa para escapar de todo lo que le abrumaba de Granada.

En Como la sombra que se va Antonio Muñoz Molina expía una culpa que le ha perseguido durante años. Acaso abrumado por el rubor de escribir una autobiografía, toma como pretexto la presencia de James Earl Ray en Lisboa para sincerarse consigo mismo. ¿Y por qué James Earl Ray? Lisboa también ha sido visitada por otros ilustres, quizás con una actividad más conectada con la ciudad, pero se detiene en este individuo porque acaso represente el ejemplo de la huida anónima, inadvertida, la que todos buscamos en alguna fase de nuestra vida.

A medida que avanzamos en la novela (al menos es lo que a mí me ha ocurrido), cada vez interesa menos la estancia de James Earl Ray en Lisboa ni los minuciosos pasos en su huida, o sus correrías por la América profunda o ese eterno viaje por carreteras kilométricas en su Mustang blanco del 66, tampoco las cárceles en que estuvo preso, incluso el momento del asesinato de Martín Luther King, aunque esté justificado en el relato final de la obra. El paralelismo entre Ray y Muñoz Molina no es que viajaran a Lisboa y coincidieran en esa ciudad atemporalmente, lo que les une es la necesidad de huir, aunque sea por razones muy distintas, arrastrando una culpa de suerte dispar. La misma necesidad de huir que todos llevamos dentro, incluso la que nos hace ser nómadas sin movernos de nuestro sitio.

En esta novela Antonio Muñoz Molina arde en deseo de ajustar cuentas consigo mismo, quizás ahogado en un remordimiento que le ha corroído desde hace veintiocho años. Y para ello buscará refugiarse en una novela, en esa novela que no cesa de escribir, en la novela que le hará sentirse protagonista de una historia que acaso sea la suya aunque quiera escribir la de otro.

Es así como en cada página que te adentras en la lectura de Como la sombra que se va te interesan menos las correrías de Earl Ray y más el camino escogido por Antonio Muñoz Molina. Cada vez importa menos el ‘robabancos’ de figura triste, que sólo consigue hacer estallar su apagada vida con la triste heroicidad de haber asesinado a un negro, y menos al admirado y beligerante activista de los derechos civiles de los negros, ese negro que ya parece fatigado en sobrellevar la carga de profeta que tanto le pesa. Al final la sensación es que Muñoz Molina termina siendo el auténtico protagonista de la novela.