martes, 27 de noviembre de 2012

DÍA DEL MAESTRO

Aún recuerdo a mi maestro don Francisco. Le profesaba el mismo respeto y consideración que todavía pervive en mi recuerdo, aunque no he sabido nada de su vida –ni siquiera si acaso vive–. Hay vivencias que antes de olvidarse son las que nos han convertido en lo que somos, y de aquel hombre alto, grave, serio y bondadoso han perdurado, aparte de su buen hacer, su paciencia infinita, su empeño porque aprendiéramos, su interés porque nos convirtiéramos en personas integras y respetuosas.

Aunque los calendarios escolares ya lo han relegado a otras fechas más ‘racionales’, porque se impone la reducción de días festivos desperdigados a tenor de ese criterio economicista que racionaliza los calendarios, lo cierto es que hoy 27 de noviembre era el día en que celebrábamos cada año en la escuela el Día del Maestro. Lo mismo nos daba que se tratara de una festividad religiosa en honor de San José de Calasanz, lo importante es que era un día especial donde se decía al resto de la sociedad que se festejaba la noble profesión de maestro. Ahora ya no se celebra, al menos en esta fecha, ya es como si ello llevara parejo ese distanciamiento que se observa entre la sociedad y el maestro, entre la respetada figura del maestro y el trato menos atento, más desconsiderado y menos valorado que ahora se aprecia. Es evidente que se ha desvirtuado gran parte del respeto que la sociedad tiene hacia las personas que cultivan profesiones de entrega a los demás. Los maestros son más que alguien que trabaja en una escuela, que ocasionalmente atiende a nuestros hijos, que trata de enseñarles, los maestros son arquitectos de un saber y de un pensamiento, cultivadores de valores que todos deseamos para nuestros hijos, colaboradores imprescindibles en la educación de estos. No obstante, esto es lo que habitualmente no se valora. Siento pena del trato poco considerado que a veces le profesan padres y alumnos, estos reproduciendo a las pautas que observan en los primeros, a muchos maestros. Un trato que ha aumentado de modo alarmante entre las generaciones de padres que están entre la veintena y treintena de años, cuando deberían ser los que hubieran recogido los mejores valores de nuestro sistema educativo de los años ochenta y noventa. La experiencia no nos dice otra cosa.

Lamentablemente la sociedad actual exhibe con toda impunidad modelos de comportamiento donde se devalúa el gusto por el saber, el gusto por el conocimiento, el gusto por la solidaridad, el gusto por el respeto, el gusto por valorar a los que se entregan a los demás… Concluyo con unas palabras que escribía en La educación que pudo ser: “Hoy los maestros se quejan de que su profesión no tiene la consideración social que por su aportación a la sociedad debería tener. Ni sienten el respeto de la sociedad. Llevan bastante razón en esto, aunque sea un mal compartido por otras muchas profesiones… De cualquier modo, la falta de consideración y de respeto ha llegado a unas cotas que creo que deberían hacernos reflexionar a todos”.

martes, 20 de noviembre de 2012

UN AÑO PARA OLVIDAR

La ventaja que tenemos los que miramos con ojos de historiadores los acontecimientos que ocurren cada a nuestro alrededor es que no precipitamos las conclusiones hasta tanto no las sustenta el paso del tiempo. Nunca creemos del todo las palabras y las promesas de un político hasta que sus acciones las confirman o las desmienten. Hace un año el Partido Popular ganó unas elecciones generales con mayoría absoluta después de pasarse los tres anteriores alimentando la falsa imagen de que si accedía al poder acabaría con la crisis en poco tiempo. La ingenuidad o, quizá mejor, la desesperación de los españoles ante los efectos de una crisis que causaba ya estragos le creyó, y por eso le dio su confianza. Fue un 20 de noviembre, una fecha enquistada en la historia de España. Y es que tal día como este de 1936 moría en prisión José Antonio Primo de Rivera; y otro 20 de noviembre, pero de 1975, hacía lo mismo, es este caso en la cama de un hospital, quien había estado al frente de un régimen dictatorial producto de una guerra civil, Francisco Franco.

Ha pasado un año de la victoria electoral, y no sólo se demuestra que Mariano Rajoy y su partido engañaron al pueblo español con el único objeto de alcanzar el poder, sino que hoy España es un país donde se ha agudizado más la crisis y sus efectos sobre la población son más devastadores. Gobernar con un ‘sentido reformisma’, ha dicho la secretaria general del PP María Dolores de Cospedal para etiquetar este primer año del gobierno de Rajoy, al referirse a las medidas adoptadas en este año para salir de la crisis. No obstante, a la vista de cómo han discurrido los hechos más bien creemos que ese denominado ‘sentido reformista’ no ha tenido otra vocación que gobernar con el único objetivo de reparar los daños del naufragio financiero provocado en España por el sistema financiero alemán y español. Y la percepción es que cuando se restañen la heridas de la banca entonces vendrá el momento de la gente, pero para entonces sólo quedarán las migajas y habremos perdido muchos de los derechos que se habían conquistado en décadas. Entre tanto, la cultura, la educación, la sanidad o la atención social de la ciudadanía seguirán viéndose mermadas porque, como dice Cospedal, son necesarias unas reformas que, para nosotros, no tienen otro objeto que detraer recursos de la ciudadanía para que los que han provocado la crisis económica no sientan sus efectos. Increíble el grado de insolencia y desfachatez de semejante ‘sentido reformista’.

Hace un año el pueblo español se dejó engañar por quienes han demostrado que su única política ha consistido en convertirse en ejecutores de las políticas impuestas desde Alemania y la Troika por encima de la ciudadanía española sobre la que se ha cargado todo el peso de la crisis.

martes, 13 de noviembre de 2012

LEER, SIEMPRE LEER

Mis viajes en autobús casi siempre son gratificantes. Es seguro que me envuelvo en la lectura y nunca me resultan pesados. El de esta mañana ha sido especial. Del asiento de atrás me ha llegado la vibración de una voz infantil que repasaba junto a su madre la lectura diaria de una página de la cartilla escolar, que a buen seguro le está sirviendo para dar sus primeros pasos en el aprendizaje de la lectura. “La vaca es vieja”, escuchaba con atención la sonoridad tonante, casi como toques estruendosos de tambor, lanzada por quien todavía con titubeante y vaga imprecisión trata de leer con exigente esfuerzo. Los golpes rotundos y explosivos de voz marcaban sílaba a sílaba las palabras, y entre ellas, como entrelazado, un silencio a modo de antesala para la salida sonora de la siguiente sílaba. Me imaginaba, mil veces vistas, esas palabras escritas con trazo sereno y colorido sobre la hoja blanca de la cartilla. Y en el asiento de delante, yo, envuelto en mi lectura de Los enamoramientos de Javier Marías, el mismo al que su pregonada coherencia le ha llevado a rechazar el Premio Nacional de Narrativa hace unos días, despejaba de cuando en cuando la abstracción que me produce la lectura para escuchar al iniciático lector. ¿Será un buen lector cuando sea adolescente o adulto?, ¿será tan afanado en la lectura como se muestra esta mañana?, ¿cuántos libros le quedaran por leer en su vida?, ¿alcanzará ese nivel óptimo de compresión lectora que tanto maltrata ahora a nuestros alumnos?, pensaba entre pausa y pausa en la lectura.

“Mi papa me lleva de paseo”, resonaba desde el asiento de atrás. Y mientras yo seguía leyendo: “A Luisa le han destrozado la vida que tenía ahora, pero no la futura. Piensa cuánto tiempo le queda para seguir caminando, ella no va quedarse atrapada en este instante, nadie se queda en ninguno y menos aún en los perores, de los que siempre se emerge, excepto los que poseen un cerebro enfermizo y se sienten justificados y aun protegidos en la confortable desdicha”. Es obvio que este chico no se quedará atrapado y a la vuelta de unos meses será capaz de desprenderse de esta lectura vacilante y leer con soltura y agrado. Y seguro que leerá muchos libros que le entusiasmaran. Es lo que pensaba mientras oía su voz tonante.

Esta mañana he escuchado un sonido tan maravilloso, desacostumbrado a oírlo ahora y tan frecuente en otras épocas de mi vida, que ha sido imposible que lo confundieran las voces aceleradas y estridentes del resto de pasajeros, los ruidos mezclados de un autobús abarrotado de gente, ni siquiera la música de los altavoces que salpicaba el aire atrapado en el interior del vehículo de una mañana fría. Ese sonido torpe y sobradamente articulado de una voz infantil me ha sonado a caminos abiertos, a alentadoras esperanzas, a antesala de mil aventuras que le fascinaran, al preludio de un espíritu que se colmará de lecturas inagotables. Algún día este niño descubrirá a través de la lectura muchas historias, y quizá encuentre, como yo hago ahora, el ensimismamiento y la serenidad en la escritura de Los enamoramientos de Javier Marías.

viernes, 2 de noviembre de 2012

¿A QUIÉN LE INTERESA LA EDUCACIÓN?*

En Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck, una familia lucha en plena Gran Depresión por mantenerse unida ante tanta adversidad y la depredación de un sistema económico que había convertido a los seres humanos en bestias obsesionadas por la supervivencia. El clima social propiciaba tanta injusticia social como degradación de la dignidad humana. Los más elementales valores de la sociedad estadounidense estaban debilitados, socavando la ética y la moral de una sociedad en la que se habían instalado unas relaciones sociales marcadas por la injusticia y la desigualdad. El ser humano, vilipendiado, aspiraba tan sólo a recuperar una dignidad que le considerara al menos como ‘gente’.

A esto es a lo que parece que nos abocan las crisis económicas: a degradar valores y a perder derechos. Cuando las condiciones materiales de vida de la población disminuyen y las necesidades más primarias son desatendidas la sociedad se embrutece y se debilitan las razones de la civilización. Uno de los pilares de la sociedad: la educación, capaz de promover el espíritu individual y común, es la que suele verse menoscabada cuando aparece la confusión de los valores cívicos y las sórdidas miradas sólo buscan la alternativa materialista y economicista, olvidando que en la educación se encierra cualquier proyecto de futuro. Y ahora vemos como la educación en España está sufriendo desde muchos frentes un ataque despiadado, no sólo por aquellos que la gestionan, también por los que la utilizan como ariete de ataque sin mucho fundamento y sí con agreste demagogia.

Uno de los ataques le viene de la política de modo denigrante. La política como valor se relega, y entonces aparece la política timorata; hasta hacernos pensar que la educación no le interesa a la política, o tal vez sí, pero como campo de batalla, arma arrojadiza y excusa para enfrenamientos. Que los partidos políticos, en general, no alcancen un pacto por la educación es algo que está desconcertando a la opinión pública española. La iniciativa del ministro Ángel Gabilondo en 2009 fue torpedeada hasta agotarla. Entonces se apreció como, frente al interés general, primaban intereses partidistas, de grupos de presión patronales, confesionales y sindicales. Las diferencias se mostraron insalvables. Lejos de dotar a la educación de estabilidad, en tres décadas han proliferado continuos vaivenes como prueba irrefutable de la irresponsabilidad que siempre ha presidido la intervención política en la educación española. Todos queriendo confeccionar ‘su’ sistema educativo, próximo a sus presupuestos ideológicos, y no pensando que el único sistema educativo válido para la sociedad española tiene que tener como fundamento la democracia de todos, los valores cívicos y éticos de convivencia, así como la asunción interna de una responsabilidad compartida en la formación de los jóvenes en valores democráticos y en conocimiento. Sin pacto educativo la educación estará, como está, al socaire de los recortes de una crisis económica, de continuos cambios legislativos, de que una parte de los ciudadanos no la perciba como elemento sustancial de su proyecto de vida (recordemos la alta tasa de abandono escolar) o de que proliferen estériles disputas políticas que en nada la benefician. Me preocupa el desánimo que desvelan a diario los rostros de muchos docentes.

La convulsión que ahora vivimos en el mundo de la educación es prueba de ello. La desastrosa política que ha emprendido el ministro José Ignacio Wert ha venido a soliviantar nuevamente el mundo educativo, no para insuflarle las medidas de mejora que necesita, sino para remover principios ideológicos y políticos, incluso metafísicos, que no arreglarán nada. Informes internacionales, como McKinsey (2007) o Talis (2009), hablan de los factores que restan eficacia a los sistemas educativos, pero si observamos las propuestas de cambio planteadas desde el Ministerio de Educación (reválidas sin sentido, reordenación de la ESO, matizaciones curriculares…) ninguna de ellas se dirige a atajar los verdaderos déficits. Todas giran en absurdos planteamientos ideológicos y partidistas (polémica en torno a Educación para la Ciudadanía) que sólo buscan favorecer intereses de grupos de presión. Parece que no nos hemos enterado de lo que realmente necesita la educación en España para que su mejora sea una realidad. Y necesita, entre otras cosas, dirigentes que se preocupen de ella antes que de su cargo político o de la supervivencia en su partido, dirigentes que tengan sensibilidad por lo que representa la educación, que estén dotados de un sentimiento de desprendimiento, de vocación para hacer mejor educación, no mejor escaparate político. Y también, independientemente de su posición ideológica o partido político, dirigentes que miren hacia el interior de la educación y no a los ribetes de la misma sólo para contentar a los pedigüeños ideológicos o a los que ven en ella una oportunidad de negocio; que buceen dentro de ella con alma desprendida y no para ocupar un cargo público o un peldaño más en la escalada partidista. La educación no puede quedar para eso, nunca debe servir de plataforma para nadie, ni como recurso para colocar al político de turno que no tiene encaje en otro sitio.

Mientras la educación forme parte del juego político como mercancía de uso no solventaremos algunos de los problemas estructurales que hay en nuestro sistema educativo. Se aportarán todas las inversiones que se quieran, se harán todas las reformas que se deseen, pero nuestro sistema continuará como un enfermo al que no se le aplica el remedio adecuado. Ha llegado el momento en el que debemos evitar que la educación no sólo no se vea afectada por la crisis económica, sino que salga del juego político y que socialmente asumamos, como ya dije en La educación que pudo ser (2010), que la educación no es patrimonio de un partido político, de una institución o de un sector de la sociedad. Si la entendemos como parte de nuestra responsabilidad para con la sociedad habremos dado un paso muy importante para no utilizarla en nuestras cuitas personales.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 31/10/2012.