domingo, 28 de diciembre de 2008

LA MASACRE PALESTINA, UNA MÁS


ANTONIO LARA RAMOS

Le queda mucho trabajo por hacer al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Estamos seguros que en el banquillo no están todos los que son. Quedan muchos criminales de guerra todavía por comparecer ante el Alto Tribunal.
La masacre de Gaza es la manifestación más ruin del animal que llevamos dentro. Dolor, y más dolor, esparcido sin recato y sin rubor, como hace el narcotráfico mexicano.
Y no quiero pensar que toda esta masacre sea la consecuencia del interés espurio por hacer méritos ante las futuras elecciones que se celebrarán en Israel. Como si se quisiera demostrar firmeza contra el enemigo para ganar un puñado de votos entre los sectores más extremistas de la sociedad israelí.
Si en el lado palestino existe la depravación en algunos de sus líderes instalados en el negocio del conflicto permanente, en el lado israelí no le van a la zaga los dirigentes que han hecho de la muerte su razón práctica para mantenerse en el poder. Se ve que esto del negocio de la guerra está repartido por doquier.
Estamos esperando un pronunciamiento de EEUU, pero no del peor presidente de su Historia (el inefable señor Bush, ‘el zapateado’) sino del electo, señor Obama, en el que se han depositado muchas esperanzas. A ver si dice algo.

sábado, 27 de diciembre de 2008

EL TERCER PODER: ¿PODER OMNÍMODO?


ANTONIO LARA RAMOS

Es el único de los poderes del Estado que los ciudadanos de una democracia no podemos elegir. No podemos ejercer ese derecho fundamental y básico de cualquier democracia que es el derecho a voto. Y, sin embargo, en el ejercicio de sus funciones cuanto influyen en nuestras vidas.
No sé si la sanción al juez Tirado es justa o no, pero lo que no me cabe duda es que no ha hecho justicia al tremendo dolor que se ha derivado del no cumplimento de una sentencia.
Un maestro se ocupa de todos sus alumnos, no cabe duda, pero si hay alguno que necesita una atención especial debe brindársela, porque si no lo hiciera es posible que se deriven consecuencias negativas para su futuro escolar. Es cuestión de profesionalidad no de tener más o menos medios y recursos.
Escuché una vez decir a un juez que él sí tenía realmente poder, no nosotros los inspectores de educación. Si un niño no va a la escuela porque el padre no lo manda, a pesar de nuestros desvelos no pasará nada, pero que si lo hacía él ─el todopoderoso juez─ entonces nadie le rechistaría.
En la Justicia deberían estar los ‘hombres buenos’ de nuestra sociedad, no los que aspiran a ocupar una plaza de funcionario. Es lo menos que podemos pedirle a los jueces: que actúen como ‘hombres buenos’ para bien de la sociedad. Que las arbitrariedades, las negligencias, las interpretaciones del Derecho... no vayan en contra de la gente, de esa legión de ciudadanos que aún creen en la Justicia.
Por favor, no malgasten el patrimonio que supone la Justicia para una sociedad. Su poder es su responsabilidad y tienen que ejercerla. Y si no, habría que plantearse la elección de quien luego va a impartir Justicia. Pues esto último es algo muy serio.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

PRESENTACIÓN DE 'LA RENTA DEL DOLOR'

Ya se ha presentado La renta del dolor.


El día 16 de diciembre en la Fundación Euroárabe (Granada) se presentó La renta del dolor. En la presentación contamos con dos invitados de lujo: el poeta Luis García Montero (mi 'casi hermano') y Antonio Claret García. Nos acompañó el director de RD Editores, Ignacio García.
El acto discurrió de manera muy entrañable, donde la figura de Matilde Cantos (nuestra Matilde Santos) centró la atención de las intervenciones.
Entre los asistentes se pudo advertir la complicidad en la recuperación de la memoria histórica de Matilde.


jueves, 11 de diciembre de 2008

'LA RENTA DEL DOLOR', RESEÑADA EN EL BLOG DE JULIO CÉSAR JIMÉNEZ


El poeta Julio César Jiménez menciona en su blog (noticias de amigos), entre las novedades literarias, la novela La renta del dolor.
Incluye una reseña de la misma.

Éste es el enlace con esa página:

http://juliocesar.blogia.com/

jueves, 4 de diciembre de 2008

LA FUERZA DE LO ANECDÓTICO

ANTONIO LARA RAMOS

La superficialidad en el análisis es una cuestión demasiado habitual en los tiempos que corren a la hora de examinar los fenómenos de la realidad circundante. Nos llama la atención más lo anecdótico que el examen riguroso de los hechos y lo peor es que estamos acostumbrando a los que nos rodean a que sigan esta práctica poco aconsejable. Se diría que estamos más atentos al dedo que nos señala la Luna que al propio astro. Y esto obviamente tiene una nefasta consecuencia: la fina lluvia de estupideces, hedonismo golfo y aspiraciones hueras que está empapando sin darnos cuenta las neuronas de nuestros jóvenes, debilitándolas al extremo de hacerles perder incluso el espíritu de rebeldía que caracteriza la etapa de la adolescencia propia del desarrollo humano.
Por estos derroteros se me antoja que se están moviendo muchos análisis que tienen que ver con la crisis económica que padecemos, los avatares políticos o los males del sistema educativo. Hasta el punto de sumirnos en el antojo pasajero y en la pataleta por el capricho insatisfecho.

martes, 25 de noviembre de 2008

¡YO NO HE SIDO!

No sé si ustedes han tenido la oportunidad de ejercer la docencia o estar a cargo de un grupo de niños. En tal caso, habrán observado que cuando ocurre alguna travesura o se ha perdido algo, a una pregunta nuestra, la respuesta es mayoritaria: ¡yo no he sido! Pues bien, esto que es un comportamiento propio de la edad infantil, observamos que se prodiga también en la edad adulta. Mas en descargo de los infantes cabe decir que el sistema de valores, la capacidad de juicio, la moralidad y la responsabilidad ante los hechos está en proceso de formación.
Esta forma infantil de eludir la responsabilidad empieza a preocupar cuando perdura en la etapa adulta. Entonces, si no se asumen desde lo personal las consecuencias que se derivan de una equivocada actuación, incluso en las situaciones más cotidianas, ya sí es verdad que hay que encender todas las alarmas. Como si fuera un designio de los tiempos que vivimos, quizá hayamos relajado en demasía la capacidad para asumir nuestra culpa. En tal tesitura, cuánta parte de este modo de actuar le corresponde a la naturaleza humana y cuánta a la condición humana. Entrando en ejemplos vivos, hasta dónde somos capaces de transigir a la mentira tanto pública como privada, o a alabar o amonestar al pillo y al que escatima su obligación fiscal, o hasta dónde temporizar con el sinvergüenza… En hechos como estos, y obviamente en otros que aquí no reflejamos, es donde se mide la auténtica catadura moral de una sociedad.
No viene mal recordar lo que dice el imperativo moral categórico de Kant respecto a nuestro comportamiento social. En la vida social tendemos a la moral autónoma como superación de la fase heterónoma. Pues bien, en aras de dicha autonomía la moral debe ser independiente incluso si aspiramos a los intereses más nobles, pues si cumplo con mi deber no es para evitar un perjuicio o un castigo, o para alcanzar un beneficio, ni siquiera para ser más feliz, si cumplo con mi obligación es porque he de cumplir con mi deber.
La relajación en la asunción de responsabilidades sociales también cabe trasladarla al ámbito de lo profesional. Aún cuando las hay, tenemos la impresión de que cada vez son menos las personas que asumen la responsabilidad que se deriva de una mala actuación profesional. Olvidémonos del castigo o la imposición, lamentablemente pocos son los gestos hoy percibimos que nos delatan que alguien reconoce haberse equivocado. Y con esto no buscamos quijotes que vivan con el sentimiento de culpa. Ni que el señor K en ‘El proceso’ de Kafka muera sin saber de qué se le acusa.
El caso Mari Luz nos conmocionó a todos hace ya tiempo. Y la cadena de errores judiciales que dejaron en libertad al presunto homicida, también. Y sin embargo nadie ha sido capaz de entonar el ‘mea culpa’. Ahora sorprende a la opinión pública de este país que ante las sanciones habidas, jueces y secretarios judiciales hayan levantado voces y acciones de protesta descargando toda la responsabilidad en una supuesta falta de medios y recursos en los juzgados. Me parece un argumento pobrísimo entre quienes se manejan con soltura en el ámbito ‘argumentario’. ¿Dónde queda la voluntad de hacer bien nuestro trabajo, dónde cabe la organización y la priorización de los asuntos?
Lamento mucho que en nuestro país estemos cayendo en esta cómoda postura de descargar la culpa sobre el prójimo o sobre las instituciones, y que eludamos la cuota de corresponsabilidad que nos incumbe en nuestra parcela profesional. Quizá ello tenga bastante que ver con la educación social recibida y con la escala de valores que sostiene nuestra convivencia. Sin duda, será muy necesario seguir insistiendo en la escuela sobre los valores personales y compartidos, pero no en mayor medida de cómo también hay que cultivarlos en la sociedad donde nos desenvolvemos.
Los médicos echan la culpa de una negligencia a los pacientes, al protocolo, a la Administración sanitaria... Los profesores sobre los malos resultados escolares cargan su crítica hacia los padres, los niños, a la falta de recursos, a la Administración educativa, a la televisión… Los padres buscan culpables en los profesores, en el director del colegio, en los amigos de sus hijos, en la Administración educativa… El empresario ante un mal balance de su empresa echa la culpa a la pereza de sus empleados, a la Administración que no le responde como él quiere, al precio del combustible, a la burocracia administrativa… Los políticos como no pueden echarle la culpa a los ciudadanos, so pena de perder algunos votos, fijan su mirada en el adversario político que es el culpable de todos los males. Los sindicatos proyectan toda la responsabilidad de los accidentes laborales hacia los empresarios y la Administración, y menos al descuido de los trabajadores. Los peatones echan la culpa a los conductores aunque crucen fuera de un paso de cebra, y los conductores se la echan al peatón. Los jueces dicen que faltan medios y recursos en los juzgados y culpan a la Administración de los errores que se derivan de su ejercicio judicial. Y los secretarios judiciales también se pronuncian en términos similares.
¿Es que en este puñetero país nadie es capaz de asumir responsabilidad alguna por el mal funcionamiento de nuestra parcela profesional? En algo nos tenemos que equivocar también nosotros cuando algo que está bajo nuestra supervisión no obtiene el resultado apetecido. El “¡yo no he sido!” tiene que empezar a prodigarse menos.
Aún sin descartar la necesidad de mejorar medios, recursos, inversiones, modernización administrativa…en fin, todo lo que queramos decir, no es menos cierto que con más o menos recursos el compromiso profesional no es eludible bajo ningún concepto. Podemos hacer muchas veces más de lo que hacemos. Y cuando no cumplimos con nuestro deber, cuando no hemos agotado toda nuestra capacidad profesional en la tarea encomendada, y cuando de ello se derivan consecuencias negativas, no entonar el ‘mea culpa’ es una irresponsabilidad y una desconsideración con los que nos rodean, al tiempo que una inmoralidad insoportable. Bien que me gustaría saber cuándo va a funcionar en tierra el código deontológico del capitán del barco que naufraga.
Sin ánimo de arrancar del campo de la Filosofía toda suerte de argumentos sobre la ética y la moral humanas, tan sólo quiero recurrir a una de las hiladas sentencias de Les Luthiers: “Errar es humano... pero echarle la culpa a otro es más humano todavía”. Quizá este articulista esté equivocado y no conozca bien la naturaleza humana. Perdón, entonces.

(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 24 de octubre de 2008)

DÍA UNIVERSAL DE LOS DERECHOS DEL NIÑO Y DE LA NIÑA

Han pasado ya varios días, pero en este foro de debate no queremos dejar pasar la oportunidad de recordar que el día 20 de noviembre se conmemoró el Día Universal de los Derechos del Niño y de la Niña. Sirvan las siguientes palabras como reflexión, en el décimo noveno aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, ante el panorama actual en torno a la infancia en el mundo:

"La infancia está dejando de ser la etapa de la inocencia del ser humano para convertirse en una etapa de adultez prematura a consecuencia muchas veces del aprendizaje acelerado y precoz de pautas de conducta sociales marcadas por actitudes poco aconsejables (niños soldado, trabajo infantil, explotación sexual, objetivo consumista...). Esto nos está llevando a los adultos a que nos estemos convirtiendo en copartícipes de un atentado a la infancia, y a que la inocencia que la caracteriza sea violentada permanentemente. Estamos creando un mundo que no hace más que engordar la bestia que dormita en nuestra naturaleza primaria; en definitiva, un mundo donde estamos privando de oportunidades a millones de niños.

En el siglo XX nos hemos afanado en redactar magníficas declaraciones de intenciones acerca de los derechos del niño (Declaración de Ginebra de 1924, Declaración del 20 de noviembre de 1959 y Convención de 20 de noviembre de 1989), pero del mismo modo hemos abierto mil caminos para conculcarlos. ¿Dónde queda el reconocimiento del derecho del niño a la educación en muchos rincones del mundo (artículo 28)? ¿Dónde se reconoce el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social (art. 32)? ¿Dónde queda el compromiso de los Estados Partes, firmantes de la Declaración, a proteger al niño contra todas las formas de explotación y abusos sexuales (art. 34)? ¿Dónde está el límite que frene esta continua e impúdica conculcación de derechos?

Quizás tardemos en alcanzar ese objetivo, pero la denuncia de tales situaciones es un primer paso. Y que los gobiernos tomen cartas en el asunto y destierren, al menos, tanto contenido violento de las televisiones, es otro paso. Entre tanto también nos quedan otras armas para mitigar esa inocencia violentada: primero, la educación como derecho fundamental de la persona imprescriptible, irrenunciable e inalienable; y después, la esperanza, siempre la esperanza".

miércoles, 12 de noviembre de 2008

LA RENTA DEL DOLOR


Esta novela tiene ya su versión actualizada y definitiva: la que se publicó en 2013 en Editoríal Alhulia.
Las palabras que siguen fueron escritas cuando se editó en 2008:

Esta novela representa la culminación de una idea que me rondó en la mente durante casi dos décadas. Desde que el personaje femenino que la protagoniza paseaba frecuentemente su cuerpo envejecido con ‘andares de pato’, como solía decir, y una sonrisa regalada en su rostro limpio a sus vecinos por el entramado de calles de la Granada vieja. Llegó a su tierra cargada de años, vivencias y recuerdos que tuve la suerte de compartir con ella de primera mano.
No podía dejar que su recuerdo volara por los aires de la nevada sierra y, amparado en la ficción, Matilde Santos viene a rememorar aquel tiempo. El tiempo donde las ilusiones truncadas a fuerza de represión empezaron a atravesar las conciencias de unas gentes que ya no se resignaban.
Matilde regresa tras un largo exilio para recobrar las sensaciones que dejó cuarenta años antes, pero no sólo se posiciona en la nostalgia, se incorpora a la lucha que mueve al compromiso con la democracia. El presente interesa mucho a la protagonista como también el futuro democrático que en su tiempo se cercenó.
Pero la vuelta del exilio es también la vuelta al amor. Al amor que se truncó por la guerra, que marcó profundamente su vida de exiliada y que, aunque ya fuera como mero testimonio de otro tiempo, trata de que no se olvide.
Deseo que la lectura de La renta del dolor os transmita tantas o más sensaciones que las que he vivenciado en los casi seis años de su gestación.

La novela tiene su propio blog: http://larentadeldolor.blogspot.com/

Noticias sobre la novela:
Referencias sobre la novela:

sábado, 1 de noviembre de 2008

MEMORIA HISTÓRICA, SIN RENCOR*

El peso de la dictadura franquista y sus consecuencias en la historia colectiva y personal de este país no es fácil atenuarlo. Tan sólo hace tres décadas vivíamos bajo la espada del dictador, y pretender que en tres décadas de democracia se olviden cuarenta años de injusticia es imposible. Diferente es que para bien de todos, como se hizo en la Transición, forjáramos un ejercicio de concordia, de desprendimiento y de buena voluntad para construir y fortalecer la ansiada democracia que hoy disfrutamos. Pero olvidar lo ocurrido en la Guerra Civil y la Dictadura no es fácil, ni quizás aconsejable, salvo que suframos uno de los trastornos de la memoria, no sea que se repita. La memoria, como facultad humana, nunca olvida. Ahora bien, desde nuestra racionalidad, desde la condición de ser social que somos, podemos dominar nuestros sentimientos, perdonar como acto social, configurar un discurso pertinente, asumir unas reglas sociales de convivencia, pero lo que no cabe duda es que el recuerdo no se borra por decreto personal, subsiste como una consecuencia propia de la naturaleza humana.

Memoria histórica significa recordar lo bueno y malo que le ha acontecido a un pueblo. Lo bueno para disfrutarlo, lo malo para que no vuelva a repetirse. Pero, sobre todo, para que lo sucedido sirva de experiencia y ayude a aprender. Todos los pueblos construyen el presente y futuro con su memoria histórica. Sin ella un pueblo pierde señas de identidad y se arriesga a errar en el rumbo a seguir.

Memoria histórica es rendir tributo a los caídos, recordar los hitos de nuestra historia, conmemorar la promulgación de una constitución; es decir, todo aquello que ha podido hacer bien al devenir histórico de un pueblo. Sensu contrario, por qué no va a ser memoria histórica el recuerdo de los que han sufrido injustamente por la sinrazón o la prepotencia de quienes quisieron ver sólo su lado de la vida, de los que concibieron el mundo con una mirada parcial, de los que impusieron a todos, y por la fuerza bruta, las normas que sólo a ellos interesaban.

Sin embargo, memoria histórica no puede ser equivalente a revancha, a venganza, a desquite o a represalia. No, la memoria histórica no puede ser sinónimo de rencor. La Ley de la Memoria Histórica que ha aprobado el Parlamento de España huye de cualquier enfrentamiento pasado o presente, y busca con un espíritu de concordia resarcir el daño causado durante la Guerra Civil y la Dictadura a muchos españoles que fueron represaliados injustamente, que fueron víctimas de un poder que nunca quiso conciliar con ellos, y que usó la fuerza y la represión para alcanzar sus fines. Resarcir como se hiciera con el daño causado a Alfred Dreyfus en la Francia de inicios del siglo XX, o con las vejaciones de los judíos en la Alemania nazi, o como se trabaja por reparar el dolor de la Bosnia masacrada, o como imaginamos se hará por la crueldad infligida al pueblo iraquí. Resarcir como queremos que ocurra con las victimas del terrorismo o como demandan las víctimas de las crueles dictaduras sudamericanas, donde todavía se resiste la imputación de los dictadores.

Personalmente, quizás por mi vocación como historiador, no soy partidario de remover la Historia, ni juzgar por el presente lo acontecido en el pasado por muy abominable que nos parezca. Quedaría, en su caso, el análisis histórico mediatizado y sesgado, sin valor científico. Pero los hechos que son motivo de la Ley de la Memoria Histórica son los de este tiempo, los de personas que conviven entre nosotros, los de nuestros vecinos, que con sólo mirarles a la cara advertimos la huella triste de su pasado, del dolor que en un tiempo no muy lejano les causaron los modos autoritarios y excluyentes de unos pocos.

En una sociedad democrática y madura como la nuestra, nadie puede estar dentro de las reglas del juego con el sentimiento de que hacia él este sistema, al que tanto ha contribuido, no ha tenido un gesto de comprensión, una simple palmada de ánimo en la espalda. Lo mismo que hubo un tiempo en que por el bien de todos convino callar y ayudar a la implantación de la democracia, también hay otro tiempo en que se puede hablar de lo que tan prudentemente se ha tenido guardado en los rincones del alma. Pongámonos por un momento en la piel de alguien que sufriera exilio, persecución, prisión o trabajos forzosos por el simple hecho de no estar de acuerdo con las ideas del vecino, del alcalde o del gobierno de turno. ¿No nos parece esto algo monstruoso a los ojos de los que ahora vivimos en una sociedad democrática, libre y respetuosa con cada uno de nosotros? ¿No nos abominan las circunstancias que viven muchos ciudadanos en países donde no existe libertad, existe un régimen dictatorial o, aún siendo democracias, se violan los derechos humanos? Ahora lo único que se pretende es que esas personas vilipendiadas puedan ver resarcidas sus culpas con el mero reconocimiento general de nuestra sociedad democrática. Se trata sólo de dar un poco de consuelo a quienes se les cercenó parte de su vida, o simplemente se les asesinó.

Esta Ley de la Memoria Histórica no va contra nadie, tan sólo contra un régimen político que causó dolor. Con esta ley no se va alterar la convivencia nacional, quizás sólo va a soliviantar a los nostálgicos de aquel régimen. Por el contrario, la convivencia nacional se rompe con políticas interesadas que confunden a la gente, con insidias y tergiversaciones de la realidad, con malas artes que enredan a las personas y manipulan voluntades. Con esta ley se articula un ejercicio de perdón colectivo, de generosidad con los demás, con los que han sufrido injusticias. Reconocer que alguna vez nos hemos equivocado, dignifica a la persona.

La ley da cabida a todos los que fueron injustamente tratados, con independencia de su origen ideológico o religioso. Ahí están los religiosos perseguidos, los represaliados y los que lucharon a favor de la democracia –maquis, carabineros o miembros de la Unión Militar Democrática–. Una ley, en definitiva, que restituye el honor de todos los que fueron sometidos a condenas políticas por un ordenamiento jurídico sesgado y excluyente, interesado sólo en servir los designios de un régimen autoritario, compuesto por normas dictadas con un interés represor y contrarias a los derechos humanos. ¿Les vamos a negar estas migajas?

Estamos convencidos de que esta Ley de la Memoria Histórica vendrá a coadyuvar al cierre definitivo de la herida que se abrió aquella fatídica madrugada de julio del treinta y seis. Cuando en una sociedad todos nos sentimos reconocidos en nuestra dignidad, la senda para la convivencia democrática está marcada.

* Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 6 de noviembre de 2007:
http://www.ideal.es/granada/20071106/opinion/memoria-historica-rencor-20071106.html
Imagen: Robert Capa (bombardeo Barcelona, 1939)

jueves, 30 de octubre de 2008

ESPECULADORES


ANTONIO LARA RAMOS

Es posible que cuando esta crisis económica pase a mejor vida, la especulación y sus artífices vuelvan a asomar la cabeza entre los dobleces del papel moneda que duerme ahora en la quietud oscura de las cajas acorazadas de los bancos y en las cajas fuertes de los domicilios de aquellos que aguardan mejores tiempos. El dinero no es que haya desaparecido, es que se ha quedado quieto, ya no circula por las fiduciarias autopistas.
Ante tanta noticia de crisis me asaltó la duda. Lo que me imaginaba: repasé, y más que repasé, la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones que establece la OIT en busca del oficio de especulador (no confundir con empresario, aunque alguno de estos haya paladeado la dulzura de la especulación). El éxito me fue adverso, ninguna referencia. Y sin embargo los especuladores están entre nosotros, de ellos hablamos tanto en épocas de bonanza como en momentos de crisis. Otra cosa diferente es que estén más o menos visibles. Pero no les quepa la menor duda de que están aquí aunque vayan disfrazados de las más variopintas maneras.
Una parte del discurso político los ensalzaba como emprendedores que generaban riqueza para el país hace tan sólo algo más de un lustro. Bien que se camuflaban entre ellos, incluso parte del poder político los enarbolaba como personas de bien, como ejemplos para la comunidad. Ahora están escondidos, no se les ve, no pavonean su fatua figura. Como las ratas en un barco que naufraga son los primeros que escapan cuando la situación se complica y ya no es fácil ejercer su actividad preferida: la especulación con los bienes ajenos. Mas no confundamos esta practica especulativa en la economía con lo que representa para la ciencia o la filosofía. Ambas reservan una parcela para la especulación como ejercicio intelectual y dialéctico del pensamiento.
Lo que ha ocurrido en Estados Unidos con las hipotecas basura (las conocidas ‘subprime’) es paradigmático. Tienen revuelto a medio mundo y han mostrado la cara más sórdida del capitalismo: aquella que deja campar a sus anchas a la especulación sin la menor cortapisa. Quizá el de especulador sea el oficio más viejo del mundo, quitándole ese dudoso honor al que todos supongo tenemos en la mente, porque hasta para dar satisfacción a la libido es preciso un ejercicio de especulación. No descubro nada nuevo al decir que ésta es inherente a la naturaleza humana, que siempre la ha habido; no obstante, una sociedad que la ha permitido hasta cotas insospechadas es para que se avergüence y levante algún que otro monumento a la estulticia. Sobrada experiencia tenemos, a poco que echemos un vistazo a la Historia, de las consecuencias que se derivan de los periodos donde se deja alegremente que las fuerzas seudo-económicas actúen a su aire.
Pero la especulación no es privativa sólo de los tiempos de paz, en la guerra hemos comprobado que ejerce un papel siniestro y ocupando un espacio cada vez de mayor relevancia. Robert Greenwald relata, en el documental ‘Iraq a la venta: Los especuladores de la guerra’, el negocio que ésta supone y cómo facilita la más vil especulación, donde algunos se han hecho ricos o han incrementado su patrimonio a costa de la muerte de inocentes. Y lo que es más lamentable: con total impunidad.
A nadie se le despista que la espectacular subida del precio del petróleo que se padeció entre finales de 2007 y gran parte del presente año no ha sido más que la consecuencia de una fuerte escalada especulativa que llevó a los especuladores a dominar el mercado del crudo. Según la Comisión de Comercio de Materias Primas de Estados Unidos los inversores especulativos han pasado en los últimos ocho años de representar el 30 por ciento (año 2000) de las inversiones en el mercado del petróleo a cotas del 70 por ciento.
Otra terrible consecuencia de las prácticas especuladoras es que habitualmente alteran el orden social. Parapetadas unas veces en la libertad de mercado, otras con el apoyo del poder político, con frecuencia causan graves perjuicios a la sociedad. Ante semejante tropelía habría que pensar si la aludida libertad de mercado sin control alguno está por encima del derecho que tiene que garantizar la vida en sociedad sin exclusiones por falta de recursos y sin menoscabo de la dignidad que corresponde a cada persona miembro de la misma. Cabría entonces preguntarse si el acaparamiento grosero de riqueza, sobre todo el ejercido bajo el paraguas de la especulación, no es un desprecio a la vida humana, a la existencia digna de millones de personas privadas de recursos y a la propia esencia del ser humano.
El cine también tiene buenas muestras de lo que representan las prácticas especuladoras en la sociedad actual. En la cinta ‘Wall Street’ el abuso de la información privilegiada nos descubre el sórdido mundo que rodea al mercado de valores de la Bolsa, hasta el punto que una desmedida ambición personal con ausencia de valores y de ética concluirá llevando a la destrucción al individuo.
En nuestro país hemos vivido la vorágine de especulación más salvaje que quizás haya acontecido en mucho tiempo, centrada sobre todo en el mercado de la construcción inmobiliaria. Parecía que no tenía fin esta locura colectiva, hasta el punto de hacernos creer que todos éramos ricos y con posibles para comprar cuantas viviendas quisiéramos. Vivíamos en una realidad ficticia, dominada por la codicia y la avaricia, hasta el punto que a los que advertían de esta locura se les consideraba vaticinadores de la Nada que asola Fantasía en la ‘Historia interminable’. Los especuladores se confundían con los emprendedores y, entre tanta confusión y ausencia total de previsión, no nos preparábamos para cuando llegara el previsible pinchazo de la archiconocida burbuja inmobiliaria.
Ahora que la indecencia y la especulación han escondido la cabeza bajo el ala, acaso más como reflejo medroso del cobarde que del sonrojo del arrepentido, hay que sentar las bases para que el tejido social y económico destierre en lo posible las prácticas fraudulentas, la pillería, el juego alegre con el patrimonio de todos... que se impregne más de un sentido ético. Ante tamaña desventura que ha ocasionado la crisis, los gobiernos han levantado su voz, su autoridad y los ahorros del contribuyente; pues bien, lo que pedimos es que sigan haciendo alarde de su fuerza cuando la economía recobre la normalidad.
Restablecer el sistema financiero con valores de mayor justicia y más equidad social quizás sea una petición inocente en una economía de mercado, pero la sociedad de nuestro tiempo lo está exigiendo. Porque no les quepa la menor duda que cuando pase el vendaval los especuladores asomarán de nuevo las cabezas con un renovado discurso pero con el mismo objetivo: el dinero fácil.

(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 15 de octubre de 2008)
http://www.ideal.es/granada/20081015/opinion/especuladores-20081015.html

martes, 28 de octubre de 2008

CARTAS DE DOÑA NADIE A DON NADIE


En mi recuerdo, Matilde Cantos Fernández, aquella dama que empuñaba bastón indiano, con andares lentos y pausados y sonrisa abierta, mostraba humor socarrón y contagioso, talante animoso, verbo fácil... y otras virtudes más. La figura de Matilde Cantos se prodigó en la Granada de los años setenta en todo tipo de actos: conferencias, mesas redondas, etc. Su participación ciudadana la volvió a hacer nuevamente popular en su tierra. Había nacido en 1898, como su amigo Federico García Lorca, y después de treinta años de exilio en México retornaba a su gran pasión: Granada. Esta granadina -orgullosa de serlo- aprovechó, allí donde estuvo, cualquier ocasión y lugar para ensalzar y hacer bandera de su ciudad natal. Granada marcó siempre su recuerdo y a ella volvió para vivir la última etapa de su vida.

La vida de Matilde Cantos estuvo marcada por numerosas vicisitudes, convirtiendo su existencia en toda una lección de pundonor, entrega y honestidad, en la que siempre se mostró dispuesta a luchar por sus convicciones y por la libertad, que ella resumió en una palabra: socialismo. Fueron muchas las ocasiones en su vida en que le tocó defender sus ideales: su traslado de Granada a Madrid, la guerra civil, el exilio mejicano, la dictadura franquista y los malos instantes de la Transición en Granada. Activa y emprendedora, participó desde su militancia de base o desde los numerosos cargos que ocupó en todos aquellos momentos en que el espíritu de la libertad parecía ser atacado.

Matilde fue una mujer -la que recordamos- que a pesar de sus muchos años mantenía una vitalidad y fortaleza mental admirable. Su pensamiento no se ancló en el pasado; por el contrario, vivió los problemas de su tiempo: la conquista de las libertades, los jóvenes, los parados y los necesitados. Éstas eran sus grandes preocupaciones, y en el acierto con que se abordaran estos problemas calibraba la importancia y eficacia de la política seguida. A la sociedad actual le increpaba la poca solidaridad de que hacía gala y criticaba esas prácticas consumistas que nos encierran en el egoísmo más mezquino.

No queremos que su recuerdo desaparezca. Su memoria queda, al menos, en estas Cartas de doña Nadie a don Nadie: un recorrido ligero sobre algunos episodios de su vida y que ahora nos sirve como pretexto para rescatar y recordar a la figura de Matilde Cantos, quien a todas luces ocupa ya un lugar preeminente en esa rica y valiosa galería de mujeres de este país.

domingo, 26 de octubre de 2008

MÁS ALLÁ DE LA TRADICIÓN, MÁS CERCA DE LA BARBARIE*


Vivimos una época donde el concepto de tradición ciertamente se ha desvirtuado. Y, sin embargo, la tradición forma parte sustancial de la identidad social, sin necesidad de caer en el mito romántico. Recurrimos al pasado para explicar fenómenos del presente que acentuamos por su trayectoria pasada, como elemento para el análisis nunca como fundamento del mismo. Kant decía que el hombre llegaba a una mayoría de edad cuando se guiaba por la razón crítica, desvinculada de la autoridad derivada del dogmatismo, los prejuicios y de la imposición doctrinaria del pasado. Pero no nos alarmemos, no vamos a ir más allá en el discurso filosófico aunque sí en la filosofía de la vida.

Con demasiada ligereza nos apresuramos a catalogar como tradición un hecho relativamente novedoso. Incluso forzamos la catalogación de un acontecimiento envuelto en el áurea de la tradición utilizando la dimensión publicitaria que hoy nos permiten las tecnologías de la comunicación. Se podría afirmar que buscamos cualquier excusa para instaurar un hecho revestido de la autoridad que le proporciona la sucesión temporal amparada en que es cosa de toda la vida. Como si quisiéramos afianzarlo con la fuerza del derecho consuetudinario.

El reclamo turístico, fuertemente potenciado en nuestra sociedad del ocio y el tiempo libre, impele a buscar ‘tradiciones’ imaginativas, algunas realmente dotadas de un ingenio admirable. Así, existen ‘tradiciones’ ingeniosas derivadas de algún contratiempo inesperado: la tomatina de Buñol parece arrancar de una disputa entre jóvenes en las fiestas utilizando el tomate como arma arrojadiza, algo parecido ocurre con la celebración del fin de año en Bérchules en pleno mes de agosto al hilo del apagón eléctrico de una Nochevieja. Estas iniciativas, y otras que aquí no recogemos, resultan hasta graciosas y son la consecuencia de un ejercicio inteligente y visionario de la vida. Pero lamentablemente éste no es el caso de otras ‘tradiciones’, más ancestrales si cabe, que aún perduran en nuestro país.

Entre tradición y barbarie existe una delgada línea que se sobrepasa con facilidad: argumentado con la primera se justifica la segunda. Me explico: muchas de las tradiciones que se extienden por la geografía española arrancan de hechos luctuosos, batallas acaecidas, victorias sobre enemigos o rituales macabros. El paso del tiempo ha ido propiciando una labor de enjuague eliminando aquellas prácticas que la mentalidad de cada época iba considerando poco apropiadas, sin menoscabo de que la tradición perdurara. Mas en otros casos, pocos afortunadamente, no ha ocurrido así, perviviendo en el tiempo, y se han mantenido prácticas crueles, ignominiosas, vejatorias o injuriosas hacia hombres y animales. Centrémonos en estos últimos.

Hace unos días hemos asistido al espectáculo del llamado Toro de la Vega en Tordesillas, noble localidad castellana afamada por su notable pasado histórico, pero que tristemente está siendo más conocida por una práctica brutal y sanguinaria perpetrada sobre un animal de la manera más cruel que se pueda imaginar: su lanceamiento por una horda de individuos dominados por la saña. Aunque no es el único festejo donde el animal sirve de excusa para el divertimento humano: cabe recordar la pava de Cazalilla, el toro embolado o aquellas carreras en que se arranca la cabeza de un gallo colgado de una cuerda.

Con estas letras no clamamos sólo por la defensa de los animales, lo hacemos también por la preservación de la racionalidad humana. Lo que se festeja en Tordesillas forma parte de un espectáculo donde una jauría humana –zambullida en el goce y en el placer proveniente del dolor ajeno– persigue, arrincona y lancea hasta la muerte a un toro, en un ritual que se prolonga por más de un cuarto de hora sin ningún fin conocido que no sea la mera diversión. La justificación en una tradición de siglos no es admisible, pues en tal caso seguiríamos en las cavernas. No olvidemos que el hombre ha evolucionado es todo ese tiempo en su pensamiento, en los valores sociales predominantes, en las costumbres… superando estadios de barbarie.

Pues bien, muchas de estas manifestaciones de crueldad tratan de explicarse haciendo un uso indebido del término tradición. A él se recurre para justificarlas y a él se acude para convertirlas en reclamo turístico, a decir por la gran multitud que asiste a tales espectáculos. En la tradición fundamentan los grupos sociales la autoridad de sus comportamientos, y las instituciones también: la Iglesia, por ejemplo, paradigma de las tradiciones apela a ella para hacer prevalecer su autoridad y sus prácticas como camino para la perpetuación. Pero la tradición no es razón y la explicación de los fenómenos no se puede basar en la tradición. Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de los pueblos alejaba lo que significaban las ‘tinieblas del Medioevo’ de lo que significará la razón desde la Ilustración, auspiciando una conciencia histórica que rompe con la tradición como base para la explicación del mundo.

Muchas de estas prácticas sociales recurren al animal. Quizá como demostración del dominio del hombre sobre la naturaleza, como parte de un ritual religioso, como medio de expiación colectiva de penas o como producto de la más absoluta superstición. Y es curioso porque bastantes de estas prácticas –calificadas como supersticiosas– fueron perseguidas en el pasado, sobre todo en el siglo dieciocho cuando la Ilustración y la Razón ganaron espacio en el pensamiento, como lo han dejado ver los estudios de Herr, Sarrailh o Domínguez Ortiz, entre otros. Mas llama poderosamente la atención que en nuestro tiempo, con una mentalidad entre la modernidad y la postmodernidad, hayan alcanzado esa notoriedad e, incluso, sean promocionadas por las autoridades. ¿No es esto un retroceso en la evolución del pensamiento humano? Estoy convencido que muchos de los que se divierten con el toro lanceado verían horrorizados rituales sanguinolentos de pueblos primitivos, calificándolos de salvajes.

Las tradiciones son sólo eso: tradiciones. Y cuando vulneran la conciencia moral de una sociedad tienen que adaptarse al esquema axiológico y ético que la sustenta. El maltrato animal no entra ya en los esquemas mentales y morales del hombre del siglo XXI. Ello sin olvidar que estamos hablando de un delito tipificado que recoge nuestro código penal.

Y existe otra consideración acaso más importante: estamos educando a nuestros niños y jóvenes en la barbarie. Les estamos haciendo ver la brutalidad como una práctica normal. Y esto, sí es peligroso. Con seguridad en este asunto estamos más lejos de la tradición y más cerca de la barbarie.

*Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada, 30 de septiembre de 2008.
http://www.ideal.es/granada/20080930/opinion/alla-tradicion-alla-barbarie-20080930.html

II JORNADAS GERALD BRENAN


“Un viaje alpujarreño” es el título de las II Jornadas Gerald Brenan celebradas del 11 al 14 de septiembre de 2008 en la localidad alpujarreña de Pitres. Allí tuvimos la oportunidad de disfrutar del paisaje, de la hospitalidad de sus gentes y del pensamiento y la reflexión en torno a esta figura tan unida a esta tierra.
Con ellas se ha seguido homenajeando al hispanista británico como se hiciera en las primeras jornadas. En su desarrollo, los expertos han disertado sobre su biografía, su obra periodística y epistolar, sus relaciones personales con Gamel Woolsey, Ronald Duncan o Julio Caro Baroja. De igual modo, se ha abordado la visión de La Alpujarra y Brenan a través de Manuel de Falla, García Lorca y Pedro Antonio de Alarcón, todos ellos vinculados igualmente a la comarca alpujarreña.



El programa se ha desarrollado con las siguientes actividades:

- Michael Jacobs: “Gerald Brenan: una visión personal de Andalucía”
- Jerónimo Páez: “Algunas notas acerca de Brenan”
- Antonio Lara Ramos: “La Alpujarra de Pedro Antonio de Alarcón”
- Eduardo Castro: “El último viaje de Gerald Brenan”
- Alan Munton: “La longeva amistad entre Gerald Brenan y Ronald Duncan: de Welcombe a Torquemada”
- Martin Harris: “Caminante al camino. Reflexiones sobre un vagabundo inglés”
- Coloquio entre Miguel Martínez Lage y Andrés Arenas Gómez: “La biografía en Gerald Brenan”
- Rafael del Pino: “Alpujarras en viajes y lecturas (Alarcón, Falla, Lorca y Brenan)”
- Coloquio entre Enrique Girón y Carmen Caro Baroja: “La correspondencia entre el ‘tío Julio’ y Gerald Brenan: Una amistad andaluza”
- Bárbara Ozieblo: “La España de Gamel Woolsey: tierra del corazón”
- Charla coloquio entre los periodistas Andrés Cárdenas, Agustín Martínez, Antonio García y Carlos Pranger
- Harry Eyres: “Gerald Brenan y la poesía”
- Chris Stewart charla con Antonio José López
Las jornadas en la red:

sábado, 25 de octubre de 2008

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN, SU NUEVA BIOGRAFÍA


Pedro Antonio de Alarcón es uno de esos personajes que no deja indiferente a quien se aproxima a su biografía, como tampoco dejó impasibles a sus coetáneos. Levantó admiración y displicencia, atracción y rechazo, amistad y rivalidad.

Estamos ante un personaje del que se ha escrito bastante: para alabarlo o para criticarlo, para referir su vida o para comentar su obra. Casi siempre para decir las mismas cosas de su vida, o insistir en lo ya conocido, o en ciertos tópicos. Los estudios biográficos sobre Alarcón datan de hace mucho tiempo -uno en vida del personaje- y, aun cuando aportan valiosos datos, se muestran insuficientes para comprender en toda su extensión la personalidad y vida de este accitano tan polivalente.

Las biografías existentes y los numerosos estudios de su vida y, sobre todo, de su obra, que suelen preceder a la publicación de sus novelas y cuentos, son buena prueba de la atención que Alarcón ha despertado entre los estudiosos. Acometer la tarea de abordar una nueva biografía de Pedro Antonio de Alarcón, aunque no lo parezca, no es tarea fácil, si lo que se pretende es aportar una visión diferente de este granadino universal. De su figura literaria se ha escrito casi todo, y desde diferentes perspectivas; por el contrario, ha sido menos la tinta empleada para recordarnos su vocación y actividad política.

Ahora nos toca a nosotros adentrarnos en la vida de alguien que aportó tanto en la España del siglo XIX en sus múltiples facetas de periodista adelantado, literato de prestigio y político de enjundia. Aunque, para ser más exactos, siempre fue las tres cosas al mismo tiempo.

Referencias en la red:

POBREZA Y REBELIÓN


ANTONIO LARA RAMOS

Las cifras que hablan de la pobreza en el mundo son como para ponernos el vello de punta, o quizá mejor para que se nos corte la digestión. Pero mucho me temo, si me permiten la licencia, que ni el primero se nos encrespará, no sé si porque la costumbre de depilarse está cada vez más extendida; ni es probable que se nos corte la digestión, porque estamos inmersos en la cofradía de la dieta a cuenta de alcanzar la figura ideal. Si bien, lo que no quiero pensar es que ante tanta pobreza no se conmueva ni un gramo de nuestro cuerpo.
Dicen las estadísticas que una quinta parte de la población mundial vive con menos de un dólar al día y que cinco millones de niños y niñas están al borde de la muerte cada año por la dichosa hambre. En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, celebrada en 1996, se hablaba de reducir el hambre a la mitad para el año 2015 (primer objetivo del milenio). A la luz de la situación actual hemos avanzado poco, 2015 está a la vuelta de la esquina y esto no tiene visos de alcanzar semejante reducción. ¡Ojalá estemos equivocados! Ahora se habla del año 2050. Mucho nos tememos que ésta como las anteriores predicciones sólo sirva para tranquilizar malas conciencias. El mapa de la pobreza en el mundo no ha cambiado sustancialmente, salvo espacios económicos emergentes en el continente asiático, desde hace cuarenta años: los que eran pobres siguen siendo pobres y los que eran ricos siguen siendo ricos, incluso ostentosamente.
No pretendemos escribir aquí un alegato llamando a la rebelión de los desheredados, dejémoslo para ellos. Tan sólo queremos mirar hacia dentro, hacia la sociedad de la opulencia en que vivimos, a ver si encontramos atisbo de rebelión de los acomodados frente a esta ignominia contra el hombre. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a rebelarnos ante esta injusticia social? Quizá estemos demasiado lejos en intereses, deseos y ambiciones –que no en distancia kilométrica– para sentir el problema. Si hay millones de personas que viven en la más absoluta pobreza –qué digo, viven mientras leemos este artículo, después de la última línea habrán muerto por inanición o por una enfermedad que aquí se cura con una aspirina– pero no lo recogen los telediarios o las páginas de un periódico, entonces no existen. Ya saben: ojos que no ven…
Encuentro difícil que la rebelión contra la pobreza invada nuestra conciencia colectiva y brote entre nosotros de forma mayoritaria. Estamos atrapados en la sociedad del crecimiento continuo y del consumo desaforado que arrancó en los albores de la revolución industrial. Es probable que nuestro modo de vida nos haya convertido en seres indolentes y dóciles, y ello haya adormecido los valores solidarios que de otro modo movilizarían nuestro natural espíritu de rebelión, el que ha hecho avanzar a la humanidad. Las normas morales, nuestra ética, nos obligan, no dejan descansar nuestra conciencia; entonces, ¿por qué tengo la sensación de que está adormecida?
¿Es el hombre un ser ‘rebelable’ por naturaleza? Con seguridad que sí. Nos rebelamos ante una decisión que consideramos injusta. Schopenhauer consideraba la rebeldía como una virtud original del hombre. En este tenor, entendemos que está llamado a rebelarse haciendo honor a esta cualidad de su condición humana. Por la rebeldía no consintió doblegarse a una vida en las cavernas, a ser un esclavo de otros hombres o a ser un siervo de la gleba, se levantó contra la explotación en la era industrial, como se alza cuando ve peligrar la libertad… La carrera de la humanidad ha estado expuesta a un sinfín de avatares, y la rebelión ante una vida sojuzgada y opresiva ha sido una práctica irrenunciable. Pero lamentablemente el ser humano es también fácilmente manipulable y, llegado el caso, alcanza con absoluta habilidad una fascinante acomodación a los ‘placeres de la vida’, que una vez probados no está dispuesto a renunciar, aunque los que le rodeen no los disfruten.
Quizá no baste con un concierto de música, ni siquiera con dos o tres, o los que se organicen –aun reconocida tan encomiable iniciativa–, donde se hurgue en nuestras conciencias en busca de solidaridad. Como tampoco bastan los programas internacionales que se impulsan desde los organismos internacionales, ni el despliegue solidario de las organizaciones no gubernamentales, ni las recolectas del ‘domund’ y otras muchas iniciativas que seguro habrá. Quizá haya llegado la hora de los ciudadanos, de que alcen su voz colectiva e individual, que hagan uso de la democracia y espoleen a sus gobiernos, y voten a quien presente un mejor y mayor plan de cooperación internacional. Quizá sea el momento para no exigir más por nuestro bienestar y sí por el de otros seres humanos. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar, aunque sea una parte insignificante de nuestro confort, para que nuestros gobiernos puedan hacer una política de cooperación internacional que al menos llegue al ridículo 0,7 %?
Los valores morales son los que respaldan la condición de la dignidad humana, universalmente asumida como principio inherente a nuestra especie. La obligación moral es lo que nos queda a la ciudadanía de a pie. Ni disponemos de los resortes de la economía, ni somos grandes grupos de presión económica, ni Estados poderosos. A la persona le queda su esencia moral de ciudadano, esa que ningún poder puede invadir y menos doblegar, le queda el poder tenaz de la rebeldía que sumado alcanza cotas inconmensurables, pero que aislado es como la gota de agua que se estrella sobre la cresta de una piedra disgregándose en infinitas partículas de agua que desaparecen.
No pretendo generar mala conciencia, a lo mejor estoy escribiendo este artículo por tenerla, pero por nuestro bien, por nuestra felicidad, no podemos olvidar a los que están al otro lado del bienestar. Tenemos la obligación ética y moral de exigir a nuestros gobiernos –hablo como ciudadano europeo– que pongan en marcha todas las políticas internacionales de cooperación para dar la respuesta efectiva a la pobreza extrema, que ahora se antoja irresoluble y que aguijonea nuestras conciencias al saber que también lo hace en el estómago de millones de personas.
Rousseau concebía en la especie humana dos tipos de desigualdad: una, la natural o física, establecida por la naturaleza (edad, salud, altura, carácter…); otra, la desigualdad moral o política, que depende de una suerte de convención, la de que se deriva del consentimiento de los hombres. En esta desigualdad es donde tenemos y debemos intervenir para erradicarla, apelando a la conciencia moral que debe presidir la condición del ser humano.

(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 22 de agosto de 2008)

lunes, 20 de octubre de 2008

ENTREVISTA SOBRE EL LIBRO 'LA FUNCIÓN TUTORIAL'



Entrevista en IDEAL (7-VII-2008)

«Los padres que van a preocuparse por sus hijos al colegio son muy pocos»


Andrés Cárdenas.

Granada

El inspector de Enseñanza Antonio Lara Ramos resalta en un libro la labor del tutor como parte esencial del quehacer profesional del docente

«La sociedad actual es muy cambiante. Todo tiene una fecha de caducidad y los jóvenes se ven sometidos a una serie de influencias externas que les condicionan y que trasladan a la escuela. Por eso hace falta la figura de un tutor, una persona que esté dispuesta a escuchar al joven y tratar de resolverle los problemas personales y emocionales que tenga». Así justifica Antonio Lara Ramos la figura del tutor en los centros de enseñanza. Lara, ex delegado de Educación e inspector, ha escrito un libro que lleva el nombre de ‘La Función tutorial. Un reto en la educación de hoy’, que ha editado el Grupo Editorial Universitario. En este volumen, Lara reflexiona en torno a la función de los tutores, que cree que son parte esenciales del quehacer profesional del docente.
«Son los que hacen de puente entre los padres y los profesores y los que pueden encauzar a algún chico o chica que no van bien en los estudios por cualquier problema.
Muchas veces se hace de psicólogo o de hombre bueno para tratar de comprender a los alumnos con problemas o tiene alteraciones emocionales», dice Lara Ramos.
Para el autor del libro, esta función cada vez alcanza mayor relevancia en la educación. «No olvidemos que el papel del profesorado en este campo es básico y que sus acciones dependen bastante de la tarea educativa. Hay algunos profesores que dicen que ellos no son psicólogos y que esa no es su labor, pero yo les digo que sí, que sí es su labor porque nuestra misión es preparar personas para el día de mañana».
Para Lara Ramos, abordar la educación en esta época supone hacerlo desde múltiples aspectos de la persona, sin olvidar que en esa tarea son muchos los agentes educativos –familia, profesorado, medios de comunicación...–implicas en su propia cuota de responsabilidad.
«La familia es esencial. Pero hay padres que casi nunca van a los centros a preocuparse por cómo van sus hijos o si necesitan otro tipo de ayuda. Y es curioso, los padres que van más a los centros son los que tienen hijos sin problemas. Y sin embargo, los padres de los que requieren mayor atención, no van».

«Necesitaba decirlo»
El profesor Lara dice en su libro que el tutor, visto desde una óptica moderna, es muy importante que conozca a sus alumnos en lo personal, como punto de partida para orientales y ayudarles mejora en su desarrollo personal y social. Pasa, de este modo, a convertirse en una persona en la que los alumnos confían plenamente y a la que sienten muy próxima.
Para Lara Ramos, la figura del tutor ha existido siempre, aunque no con las connotaciones de hoy.
En las comunidades primitivas siempre hubo quien se ocupara de guiar los pasos de los más jóvenes, alguien en la tribu que les enseñara el saber acumulado, las prácticas y las costumbres de los antepasados.
En las polis griegas, la educación de los hijos estaba al cuidado de la madre, hasta que tenían siete años y pasaba a la tutela de un preceptor. Grandes figuras del pensamiento han ocupado el cargo de ‘preceptor del príncipe’, encargado de la tutela y la formación de quien después ocuparía un lugar en la historia. Así, Aristóteles se ocuparía de ser el tutor de Alejandro Magno cuando éste tenía 13 años de edad.
En general, esta figura del preceptor, según Antonio Lara, es la que más ha trascendido como prototipo de la persona encargada de guiara los pasos y ocuparse de la formación del príncipe. La podemos encontrar en todas las épocas y en todos los lugares.
El autor del libro señala que esa figura de preceptor ha evolucionado con el tiempo y después de ser un poco olvidada, desde hace unos veinte años se ha hecho imprescindible en todos los centros de enseñanza. Antonio Lara asegura que ha escrito ese libro «porque necesitaba decir lo que he dicho. Son muchos años los que llevo en la enseñanza y casi me veía obligado a transmitir mis impresiones sobre los tutores».
Lara está convencido de que la educación es el compromiso de mucha gente y si no hay una corresponsabilidad, «esto nunca va a funcionar».

«Los alumnos no son máquinas»
Antonio Lara Ramos lo tiene claro. Cuando se trabaja con niños o jóvenes, se está trabajando con un material muy sensible. «Los alumnos no son máquinas, son personas y aún cuando hay que exigirles su cuota de responsabilidad, hay que tener en cuenta que son seres en proceso de formación», dice Lara al referirse al papel de los padres y profesores en la educación de los alumnos. Por eso considera imprescindible la función tutorial en los centros.

lunes, 13 de octubre de 2008

UNA REFLEXIÓN EN TORNO A LA FUNCIÓN TUTORIAL


La función tutorial cada día alcanza mayor relevancia en la educación. No olvidemos que el papel del profesorado en este campo es básico y que de sus acciones depende bastante el éxito de la tarea educativa.
La sociedad actual, envuelta en una acelerada –cuando no, desenfrenada– vorágine de cambios, obliga al individuo a fortalecer un cúmulo de habilidades y competencias como mecanismo para mejorar su estado emocional e integrarse socialmente. Abordar la educación en esta época supone hacerlo desde múltiples aspectos de la persona, sin olvidar que en esa tarea son muchos los agentes educativos –familia, profesorado, medios de comunicación…– los que inciden con su propia cuota de responsabilidad.
Para el profesorado, este libro puede suponer una reflexión intelectual sobre temas que le conciernen no sólo desde la perspectiva de su cometido como tutor sino desde su práctica docente. El trabajo en equipo, el grupo-clase, la atención individual al alumno o el contacto con las familias son ejes clave en el trabajo diario con el alumnado.

Reseñas sobre el libro:
www.ugr.es/~recfpro/rev122REC.pdf
Localización editorial:

domingo, 12 de octubre de 2008

EL MODELO CAPITALISTA DE LIBRE MERCADO, OTRA VEZ EN CRISIS

El capitalismo suele morir de éxito. Cuando todo va de maravilla, es decir, al cabo de unos años en que los empresarios tienen sus empresas a pleno rendimiento, los bancos presentan unas cuentas de resultados de escándalo y los gobiernos sacan pecho por la buena política económica que están llevando, todo parece torcerse. La economía naufraga y la histeria colectiva se adueña de los mercados: los reales (la cesta de la compra) y los ficticios (los bursátiles, donde tanto se especula). Entonces, el nerviosismo cunde y los ojos se vuelven hacia el Gobierno para ver qué solución le da al asunto. Papá Estado, otra vez. Justo ese ente tan olvidado y poco solicitado (¡que deje hacer a la libre concurrencia!, ¡que no intervenga!) cuando todo marcha bien y los ríos de ganancias entran en las cajas de los emporios empresariales.

Estamos inmersos en una crisis económica de ámbito internacional, no lo olvidemos. De nuevo, el modelo capitalista de libre mercado vuelve a estar en crisis. La teoría de los ‘ciclos económicos’ de J. A. Schumpeter ha vuelto a confirmarse en la economía capitalista. La crisis quizá es más compleja que otras anteriores (1973 ó 1993), pues en ella confluyen varios sectores seriamente afectados: el financiero dañado por la crisis hipotecaria norteamericana, el sector inmobiliario saturado de viviendas y el energético con la vertiginosa subida de los precios del petróleo (mucha demanda y poca oferta). La crisis como no podía ser de otro modo se manifiesta en un incremento de la carestía de vida (subida de precios) y el aumento del desempleo. Pagan siempre los mismos.

No es la primera vez que esto ocurre, el sistema de economía de mercado tiene una extensa experiencia en ello, y con los antecedentes habidos a buen seguro se saldrá adelante, si bien en el camino habrá damnificados. Ante ello, el Gobierno socialista ha expresado con rotundidad que no habrá recortes en las políticas sociales. Acertada decisión. Si hay crisis y debemos ‘apretarnos el cinturón’, que empiecen haciéndolo quienes en estos años han engordado tanto sus bolsillos, que imaginamos podrán hacer frente sin muchas estrecheces a una época de ‘vacas flacas’. Seguro que podrán hacerlo, la ética empresarial se lo demanda.

Ahora algunos se escandalizan porque existe un altísimo stock de viviendas en España que no se vende, y es cierto, pues el mercado está saturado, los créditos hipotecarios se han encarecido y ya no es rentable especular con la vivienda, entre otras razones. ¿Qué esperaban, que la gente siguiera comprando casas como si fueron rosquillas?, una vivienda es un proyecto de vida para muchas personas y su adquisición les condiciona prácticamente para el resto de sus días. Y esta situación no es más que la consecuencia de una construcción descontrolada (algo que auspició la errónea Ley del Suelo) y de unos precios de la vivienda desorbitados. De aquellos polvos, estos lodos. El mercado inmobiliario, ese capitalismo del ladrillo, no podía crecer sine die, algún día tendría que ajustarse a la realidad de la demanda.

Ahora todos miran al Gobierno. Efectivamente, ahí está y debe poner en marcha las políticas que ayuden: primero, a paliar la situación y que los más desfavorecidos sean en todo caso los últimos en padecerla; y, segundo, a reconducir la situación para que la confianza en la economía vuelva a ser una realidad. Y en esta empresa del Gobierno, los ciudadanos tendremos que asumir alguna responsabilidad y hacer un esfuerzo colectivo, empezando por los que en la bonanza de los tiempos han acumulado tanta riqueza.

Ese principio liberal de que el Estado no debe intervenir en el mercado y que debe respetar la libre competencia que han rescatado con tanta arrogancia las corrientes neoliberales, marcando distancia respecto a los postulados keynesianos que tan buenos resultados dieron a las economías occidentales para salir de las crisis que se han sucedido desde los años treinta del siglo XX, es obvio que no funciona. El Estado en la actual economía de mercado ha de tener mayor presencia y jugar un papel clave como garante de la estabilidad del sistema y como salvaguarda de los valores de equidad y justicia social.

En la perspectiva del mercado, la persona no puede pasar a un segundo plano sin más. Es preciso superar las palabras que Max Weber decía en su Economía y Sociedad: “la comunidad del mercado es la relación práctica de vida más impersonal en la que los hombres pueden entrar”, donde sólo se repara en la cosa y no en la persona. A este tenor se hace imprescindible una ética de mercado que incorpore otras visiones morales que se tienen del ser humano. Los valores de solidaridad, confraternidad o equidad están ausentes, y no podemos admitir que la voracidad del mercado los aniquile; si no seguiremos padeciendo la injusticia social que revolotea sobre el planeta.

Es posible que tras esta crisis cambien muchas cosas. Schumpeter, en su obra Capitalismo, socialismo y democracia, hablaba de la ‘destrucción creadora’ como la característica esencial del capitalismo. Es decir, volver a reinventarse para seguir con el crecimiento económico y la creación de riqueza. Empero, vamos a humanizar esta reinvención. Quizá cambien algunas cosas, entre ellas un mayor control de determinados resortes económicos y la potenciación de sectores más estratégicos y estructurales frente a otros más coyunturales. Ha sido el caso de la construcción, donde hemos visto que la especulación ha campado a sus anchas, y cuando la burbuja inmobiliaria tenía visos de desinflarse, acabando con el filón especulativo, grandes sumas de capital (provenientes del ámbito financiero y de grandes empresas multiconstructoras) que estaban obteniendo jugosos rendimientos han abandonado la construcción y se han recluido en otros sectores más estratégicos (energía, por ejemplo).

Tras esta crisis tenemos que ser conscientes que determinados aspectos de nuestro modo de vivir habrán de cambiar. Lo mismo que en la crisis del petróleo de los años setenta se creó una conciencia de que los recursos energéticos no eran ilimitados, ahora debemos pensar que nuestra dependencia energética tiene que invertir la tendencia (acaso mayor I+D+i en energías renovables), que el desarrollo sostenible es el futuro, que tenemos que hacer un uso razonable de los recursos, y todo ello con el menor menoscabo posible de nuestro bienestar y nuestra calidad de vida. Aunque quizá es hora de que este concepto de bienestar deba ir modificándose. Ha de quedar claro que los recursos son finitos y que los hábitos de despilfarro y el mal uso de los mismos que son moneda corriente en nuestros días tienen que verse modificados. Es el momento para interiorizar los valores éticos emergentes que se alinean con el medio ambiente, la sostenibilidad, el consumo responsable o el respecto a la biodiversidad.

Esperemos que aprendamos la lección. Aunque mucho me temo que cuando la economía reflote esta flaca memoria que nos caracteriza olvide que algunas prácticas económicas depredadoras hay que ir superándolas.

sábado, 11 de octubre de 2008

...Y EL URBANISMO SE HIZO SOSTENIBLE*

Con este tono bíblico es como quisiéramos que comenzara un tiempo nuevo para este urbanismo que tantos quebraderos de cabeza está propinándonos desde hace años, sobre todo a los que tienen que padecerlo de una (destrucción de su entorno) o de otra manera (oneroso desembolso). Han tenido que venir de fuera para sacarnos los colores. Somos un ejemplo deplorable para el resto del mundo. Así es. El relator especial de Naciones Unidas, Miloon Kothari, ha censurado estos días el mercado español de la vivienda, basado en la especulación urbanística desenfrenada, y denunciado que un 25 por ciento de los ciudadanos no pueden acceder a una casa por sus altos precios. No hemos sido lo suficientemente competentes para sacar adelante en este país un urbanismo sustentado en criterios racionales y sostenibles.

Sabido es que el urbanismo actual no contiene entre sus valores el fomento de la igualdad de oportunidades, ni de la justicia social, ni nada que se le parezca. Salvo que estos anhelos sean considerados una entelequia que está de moda, o una ‘ñoñez’ que suena a mística en los tiempos que corren. Más bien, el urbanismo, como se ha concebido en muchísimos lugares, ha propalado conductas egoístas y una ambición desmedida por acaparar dinero, beneficios o bienes, pronto y rápido (no sea que esto se acabe), bajo la tiranía de una máxima incuestionable: cuanto más mejor.

En estos tiempos que corren, nos hemos dejado atrapar por hornadas de sinvergüenzas que han prostituido, y lo siguen haciendo, mientras lo consintamos, el desarrollo urbano de nuestros pueblos y ciudades, ante la impávida y, en muchos casos, interesada mirada de políticos y no políticos (algunos bien subidos en la rueda). Y, lo que es peor, hemos consentido esta locura, plagada de insensatez y mucho listillo de turno. Bastantes de esos pueblos y ciudades han sido desfigurados urbanísticamente, y los que aún resisten (o bien nadie se ha fijado todavía en ellos) serán los siguientes. Tan solo miremos a nuestro alrededor y observaremos que los pueblos de hace veinte años hoy son irreconocibles.

El urbanismo entendido como función social ha quedado relegado por otro donde lo que prima es satisfacer intereses individuales, frente a cualquier interés público, y llenar muchos bolsillos, mientras el futuro se hipoteca impunemente para desgracia de las generaciones que heredarán los espacios que hoy tan alegremente atiborramos de arcilla cocida, arena y cemento. Ya no parece tener crédito el aforismo, según el cual, el urbanismo debe hacerse a la medida del hombre, no el hombre a la medida del urbanismo. “El hombre es la medida de todas las cosas -decía Protágoras-, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”, pero creo que el urbanismo de hoy ha desvirtuado cualquier horizonte filosófico, donde imperara la armonía y la medida en relación a las necesidades del ser humano. Más bien, se ha dispuesto como patrón que regula gran parte de la vida de las personas, sobre todo si éstas están atadas de por vida a una hipoteca.

A lo largo de la historia las ciudades han crecido para satisfacer las necesidades de protección frente a la intemperie de las personas, de modo que el urbanismo venía a cumplir una función social, más o menos planificada, según las épocas. Existían criterios de necesidad, se ocupaban nuevos espacios para atender a una población en crecimiento, o se utilizaba como instrumento para sanear espacios urbanos que habían quedado obsoletos e invadidos por la inmundicia. En nuestros días, cuando el urbanismo debiera ser un factor que facilitara el bienestar y calidad de vida de los ciudadanos, sin embargo, se encuentra atrapado en la globalización y convertido en un bien de consumo. Se tienen varios pisos como el que tiene varios abrigos, y de ello se han aprovechado los más ‘avispadillos’ (llámese entidades empresariales de toda índole) y, de camino, han fastidiado a miles de jóvenes que aspiran a una vivienda, digo bien, nada más que una vivienda.

La vorágine constructiva de viviendas, principal factor del desarrollo urbanístico, no ha crecido exclusivamente como consecuencia de una necesidad -las que hay construidas probablemente abastecerían la demanda durante varios años-, ha crecido por pura especulación y negocio. Cada vez creo menos en el discurso interesado que sostiene la tesis de que existe un déficit de viviendas en España, es decir, la que ha reforzado esta política urbanística descabellada, permitiendo construir en cualquier parte. Ya no hay terreno que se resista, ni los lechos de los ríos son respetados, ni las verdes zonas forestales, ni los espacios naturales, ni las reservas litorales. Todo queda bajo la tiranía del ladrillo. Como tampoco me vale la tesis de que la construcción sea considerada el único motor de la economía española, pues se trata también de otra idea interesada. Alemania o Francia no construyen tanto como nosotros, y siguen siendo economías fuertes. Una economía moderna tiene que tener la suficiente diversificación para que un solo sector no capitalice la marcha general, y España creemos que lo es. Recordemos que se alardea de ser la décima economía del mundo.

El urbanismo ha tenido el dudoso mérito de sacar lo peor de la condición humana: cainismo, egocentrismo, avaricia, codicia, especulación... Y los que nos tenían que defender de tamaña agresión, o bien se han plegado a los cantos de sirena (algunos bien atrapados en espaciosos maletines), o bien se han inhibido y han hecho dejación de sus funciones. El escándalo urbanístico que hoy existe en España, hasta el punto de haber llamado la atención de los organismos supranacionales, salpica por doquier, y tiñe el honor de políticos de toda condición y color político. Sin embargo, quizás todavía no haya salpicado suficientemente a la legión de constructores, o quien los respalda, que sin escrúpulos han especulado, pagado comisiones y otras lindezas.

El modelo urbanístico actual es insostenible. Los municipios en su transformación no pueden seguir rigiéndose por modelos que se nutren de la idea de que cualquier tipo de suelo es susceptible de urbanizarse. Hay que poner razón en este desaguisado. Tan sólo las necesidades de los ciudadanos deben reorientar el modelo urbanístico, que ha de fundamentarse en criterios de desarrollo sostenible, de ‘sostenibilidad’ de los recursos, que satisfaga efectivamente las necesidades reales del presente, pero sin poner en riesgo las posibilidades de las generaciones futuras.

El desarrollo sostenible debe ir más allá de la retórica, e incidir en una expansión urbana más moderada y sujeta a criterios éticos, de racionalidad y planificación. Un crecimiento urbanístico que verdaderamente cumpla el cometido de función pública al servicio del bienestar social y la calidad de vida de la ciudadanía. Desarrollo responsable y sostenible, en definitiva, que propicie un crecimiento ordenado y racional de pueblos y ciudades.

*Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada, 11 de diciembre de 2006.