jueves, 31 de julio de 2014

A VECES, SÓLO QUISIERA CALLAR

En las últimas semanas he buscado ese ejercicio de soledad que es escribir. Me he fatigado mucho hasta encontrarlo. Ahora me falta callar. Cuando uno quiere escribir, es mejor callar, rodearse de soledad y no tener prisa.

A veces sólo quisiera callar, y callar mucho. Pero resulta imposible: me solivianta la política cochambrosa que nos rodea, tanto ruido absurdo que se genera en esta sociedad de voces y autismo, me desconcierta ese derrumbe de tantas cosas que nos parecían eternas. Y me duele esa educación que cada día me desilusiona más, no por los que la construyen a diario, el profesorado, sino por la inutilidad de una política que la está destruyendo día a día, que no quiere (o es incapaz) saber dónde se encuentra la verdadera esencia de la educación, para mimarla, porque no le es rentable políticamente.

Quisiera callar para escribir, y quisiera escribir para gritar, para decir en mis historias que este mundo no ha mejorado, que no es mejor mundo que hace veinte o treinta años, que los conflictos no acaban, y siguen los mismos o se inventan otros, que son el negocio ideal para algunos, en lo político y en lo económico. Para decir que Israel bombardea con la impunidad del que se sabe protegido y fuerte, o que Ucrania revive viejos fantasmas de una guerra que acabó hace casi setenta años, pero que continuó en los Balcanes y en otros puntos del planeta. Para expresar que desde la política no se piensa en las personas y que, cuando los políticos dicen que piensan en los ciudadanos, es sencillamente mentira.

Quisiera callar, para gritar que los discursos políticos dicen siempre lo mismo, igual que decían hace años, y lo mismo que dice el adversario político. Ya nadie se distingue cuando habla, cuál es su pensamiento, su ideología, qué quiere para esta sociedad, salvo decir o hacer lo contrario de lo que dicen cuando gobiernan o están en la oposición. Me desconsuelan lo desahucios, me duele ver a sufridas ancianas tener que abandonar su casa de toda la vida porque avalaron la ilusión de uno de sus hijos, cuando creíamos que todo era eterno, incluido el trabajo, que de dignificar al hombre ha pasado a esclavizarlo, como en la revolución industrial del siglo diecinueve, convertido como está en arma de sometimiento de unas personas sobre otras. Y ahora, ese hijo que hace tiempo se quedó parado, ha perdido su casa, como la pierde su anciana madre, mientras el Estado hace recaer toda la culpa en ellos, y no en las empresas que cerraron o los despidieron, ni en los bancos que le ‘facilitaron’ las cosas para comprar la vivienda.

Llevo unos días en los que he encontrado la soledad para escribir. Sólo me falta callar.

* Imagen de Juan Vida: Moda de verano

lunes, 21 de julio de 2014

1970: RECUERDOS DE AQUELLA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN EN GRANADA

Existen unos años en nuestra vida en los que se forja gran parte de nuestra conciencia como individuos. Es el tiempo que suele corresponder con la adolescencia. Durante esta etapa evolutiva nos llegan infinidad de estímulos: los que despertaron la curiosidad infantil y los que irrumpen con estrépito para forjar nuestra personalidad. Es un tiempo en que nos abrimos al mundo a ‘cerebro descubierto’, todo nos interesa y cada cosa es cuestionada.

En el verano de 1970, yo estaba, como los anteriores veranos, disfrutando de la naturaleza en un cortijo, donde mi padre cuidaba las cabras y mi madre preparaba el queso, entre otras muchas tareas, en aquella España de sumisión y aparcería. Estas tareas y las del campo proporcionaban el sustento de una prolija familia, como se acostumbraba a tener en aquella época. La vida era dura y estaba sostenida en grandes y descomunales esfuerzos.

Mis veranos eran felices. Después de un intenso curso escolar en Granada, un verano asilvestrado me venía muy bien para quemar energías y valorar la dureza del trabajo y el esfuerzo que se había de emplear para sobrevivir. Así me resultaba más motivador amarrarme bien a la silla del pupitre para estudiar y evitar que mi futuro fuera igual que la vida plagada de ímprobo trabajo y enormes sacrificios que llevaban mis padres.

En plena naturaleza y disfrutando de aquellos veranos corriendo por los montes, comiendo las frutas y verduras de las hortalizas, cazando ranas y culebras, y bañándome en el río, forjaba una parte de mi conciencia: la del valor del trabajo.

Por esta razón, la de estar alejado de la civilización durante dos meses en el año, la huelga de la construcción de las jornadas del 20 y 21 de julio de 1970 fue para mí tan sólo la noticia sobre el lío que había en Granada o la de un camión cargado de bovedillas que sirvieron para defenderse a los huelguistas del empuje policial. Fue aquella huelga, en la que murieron tres obreros, Antonio, Manuel y Cristóbal, a causa de las balas de la policía.

Hasta el cortijo llegaron escasos ecos. Sin internet, ni teléfono, ni luz eléctrica, ni periódicos, pero sí un viejo aparato de radio, alimentado con una enorme pila de petaca, que alegraba las duras y laboriosas jornadas de mi madre con las canciones de los discos dedicados o las interminables radionovelas, pocas noticias llegaron. Pero nunca olvidaré el relato de un tío mío cuando llegó contando cómo habían sobrevolado los guijarros de las bovedillas sobre las cabezas de los grises.

Es así cómo esta huelga no la presencié en vivo. Ahora bien, de haber acontecido en otras fechas del año, hubiera sido testigo privilegiado como lo fueron todos los vecinos que vivíamos en el barrio san Lázaro. Sólo tuve la oportunidad de ver los agujeros de los impactos de las balas de la policía que había en las fachadas de los edificios. Allí estuvieron largo tiempo, como testigos de la violencia con que se ejerció la represión policial. Aquellos agujeros fueron una de las primeras cosas que me enseñaron mis amigos a la vuelta de vacaciones y, sobre todo, guardo un vivo recuerdo de los que había en la pared del estanco de la avenida Calvo Sotelo (hoy avda. de la Constitución).

Aquella huelga significó otro hito para forjar, esta vez, la conciencia social de un adolescente y para comprender el valor de la lucha obrera como mecanismo de reivindicación de derechos.

Al escribir La renta del dolor, este episodio tan representativo del movimiento obrero de Granada, como paradigma de la lucha por las mejoras laborales y, también, como emblema de la resistencia contra el régimen franquista, me pareció esencial incluirlo en la novela, como muestra de aquella realidad social y política que caracterizó ese periodo del tardofranquismo. Se inicia así:

“Pero seguramente el momento más intensamente vivido fue el de aquellos días de la huelga en el sector de la construcción.
—¿Los recuerdas, Matilde? —la interrogó Alicia—. Las famosas jornadas de julio que inauguraron esta década con el trágico balance de tres obreros muertos por disparos de la policía.” (pág. 395)

Sirvan estas palabras, y las que siguen relatando este hecho en la novela, como modesto homenaje a aquellas tres víctimas del franquismo.

miércoles, 2 de julio de 2014

UN PARTIDO NUEVO PARA UN TIEMPO NUEVO: LA HORA DE LA MILITANCIA*

Una de las evidencias que nos ha dejado esta crisis es la de percibir con más nitidez, si cabe, que el modelo de funcionamiento de los partidos políticos está anticuado y trasnochado. Los hemos visto incapaces de afrontar la convulsión provocada desde los poderes económicos, salvo para secundar las políticas que estos han marcado, olvidándose de los ciudadanos.

Los conservadores de este país han aprovechado la crisis para refundar a la baja tanto el Estado de bienestar como el Estado democrático. Mientras la sociedad civil se lanzaba a la calle para impedirlo, en la izquierda tradicional han primado más los posicionamientos tecnocráticos que la impronta ideológica, como si hubiera sucumbido al utilitarismo mercantilista olvidándose de la ideología.

En el PSOE, la crisis interna no empezó con las elecciones generales de 2011, ni siquiera al estallar la crisis económica. Lo hizo cuando no fue capaz de adaptar su método en la elección de cargos a lo que la democracia en España exigía, o cuando sus dirigentes más retrógrados siguieron pensando que les valía con mantener el control del ‘aparato’ para conservar el cargo. Lo hizo cuando pretendieron seguir con la democracia representativa al margen de la opinión de los militantes, o cuando creyeron en un sistema arcaico de elección de cargos mediante congresos con delegados designados con exquisito cuidado para no soliviantar al aparato. Todo esto, y supongo que muchas cosas más, debieron cambiar, al menos, cuando dábamos el salto al siglo XXI.

Ahí arrancó la crisis de identificación y conexión del PSOE con una sociedad democrática ya consolidada. En ese momento fue cuando se quedó desfasado el modelo de partido, quizá apropiado para la transición democrática pero no para el tiempo venidero. En esa época debió abrirse más a la sociedad y a la participación real de su militancia, anticiparse así a la posterior desafección habida en amplios sectores de la sociedad, identificados hasta entonces con este partido, al entenderlo como gran instrumento de progreso, mejora y transformación social.

La lentitud en los cambios internos, en una sociedad de urgencias democráticas y de participación, ha sido exasperante. Pasaban los años y se manejaban las mismas ideas, las estructuras no se removían, las respuestas a los problemas de la sociedad no se producían, se dejaba eternizar la desesperanza e incrementar el hastío de la ciudadanía hacia lo político. Demasiado inmovilismo. Ese cambio que muchos venimos demandando en el modelo de funcionamiento del PSOE, frenado por una oligarquía más cómoda con las formas del ‘atado y bien atado’, en el ‘ahora no toca’ o en el ‘debemos estar unidos’ pero conmigo al frente, es el que ahora no puede esperar.

Con las primarias para la elección del nuevo secretario general se está dando un paso transcendental para la probable modernización de un partido al que aún le queda un largo camino por recorrer. Pero, ¿en qué consiste el cambio que se espera?

He oído hablar a los tres candidatos (inexplicable la ausencia de mujeres) de nociones de política nacional o internacional, o de cuestiones puntuales, como si ya fueran secretarios generales, pero me hubiera gustado escuchar con más asiduidad y firmeza que el PSOE que viene se va a convertir en una organización donde su militancia tendrá el protagonismo hasta ahora negado. Más allá de asistir a mítines para llenar auditorios y campos de fútbol o hacer de palmeros, tremolar banderas o pegar carteles; lejos de estar sólo para que sus vecinos ‘abofeteen’ su cara cuando sus líderes han realizado nefastas políticas, a veces con derivas de corte neoliberal, o cuando no han sabido mejorar la educación, la sanidad o la atención social, ni frenar la tiranía contra la ciudadanía de bancos (desahucios) o multinacionales (empresas de telefonía), por ejemplo.

A los tres candidatos quisiera escucharles hablar de un nuevo PSOE, como el partido de sus militantes y no de las élites internas que lo han manejado a su antojo y beneficio. De un partido presto a dar respuesta a los problemas de la sociedad, a mejorar la cultura, la educación, la sanidad, la justicia social, todo lo que se ha desmoronado tanto. De un partido que erradicará la corrupción en su seno y que será el más transparente.

Y para ser el partido de sus militantes es necesario convertirlo en una organización moderna, alejada de esa impronta endogámica, dispuesta a abrirse para buscar una mejor identificación ciudadana con ella y con sus militantes. Y, asimismo, que los cargos públicos, después de su mandato, regresen a su puesto de trabajo, se entremezclen con la gente y no se eternicen como casta política, ni se acomoden en consejos de administración de bancos o empresas.

Y todo esto será posible si se configura un partido con la presencia y participación de la militancia en la elección de los principales cargos orgánicos, a través de su voto directo y secreto. En el que la elección del candidato o candidata a la presidencia de un gobierno nacional o autonómico, o una alcaldía, se haga concediéndole la palabra y el voto. Pero también será posible si se limitan los mandatos o si las listas son abiertas para elegir a los militantes que se postulen para concurrir a los distintos parlamentos.

Todo esto es lo que quiero escuchar con rotundidad por boca de los candidatos a la Secretaría General del PSOE. A partir de ahí se podrá hacer política con toda la militancia empujando.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 2/7/2014