miércoles, 27 de junio de 2012

NO SABER IDIOMAS

Me siento mal cada vez que se habla del déficit de conocimiento de idiomas que tenemos los españoles. No sé si obedecerá a una especie de deseo incumplido o a un complejo emanado de la ignorancia, como otras muchas frustraciones que ensombrecen nuestra frágil felicidad, pero lo cierto es que no puedo resistir la irrupción de un enojo casi infantil. Y el de ahora se debe a que el otro día conocíamos que según los resultados del Estudio Europeo de Competencia Lingüística elaborado por la UE, de los 14 países evaluados, España ocupa el puesto nueve en el primer idioma (inglés), es decir, que sólo un 28% de los estudiantes de 16 años tienen un nivel de inglés competente. En una entrada de hace semanas titulada ‘Saber idiomas’ hablábamos de la torpeza de las medidas que el ministro José Ignacio Wert había adoptado en cuanto al recorte del presupuesto de las becas de estancia en el extranjero para el aprendizaje de idiomas. Está claro que con medidas como esta no vamos a mejorar los porcentajes.

El déficit en el aprendizaje de idiomas que tenemos en España es el fracaso más clamoroso de nuestro sistema educativo en los últimos veinte años. Y no porque lo diga este u otro estudio, pues muchas veces se trata de estudios que no nos dan un reflejo exacto de la verdadera dimensión de un ámbito educativo, sino porque cada día lo comprobamos en nuestros centros educativos en estas edades y en todas las edades de las etapas del sistema. ¿Es culpa del modelo de enseñanza imperante?, probablemente. Pero también de decisiones políticas que no acompañan. De igual modo, hace unas semanas el ministro Wert anunciaba una reforma educativa. ¡Miedo me da!, porque generalmente quienes anuncian grandes medidas para salvar la educación es que no se han enterado bien de lo que pasa en la escuela, y menos de lo que necesita la escuela.

jueves, 21 de junio de 2012

IDEALES

En vísperas del verano, en Granada hay un acontecimiento social que se está convirtiendo ya en una tradición. Se trata de los ‘Ideales’, unos premios que entrega el periódico Ideal a personas y entidades que hayan destacado por impulsar o dignificar a esta tierra. En el acto de entrega de los premios se congrega una nutrida representación de la sociedad granadina de ámbitos de lo social, lo político, lo cultural o lo institucional.

Llevaba tres o cuatro años sin asistir a este evento social, alejado como he estado por voluntad propia de algunas concentraciones sociales que empezaban a parecerme una farsita en clave de comedia humana, cuando no un baile de máscaras. Pasado este tiempo he observado que esta representación de la sociedad granadina sigue siendo prácticamente la misma. Encuentras que ha evolucionado poco, en personas e ideas, como la Granada que no termina de respirar por sí misma. Y sobre esto me pregunto en ocasiones, y también ahora, iluminado todavía por el fulgor de un acto enmarcado en la rutilancia, para encontrar sólo viejas razones. Y entonces es cuando me tropiezo con que evoluciona poco porque se trata de una sociedad que está instalada en el conformismo, porque su tejido social no despierta o no lo dejan despertarse, porque es una sociedad que cae con facilidad en la melancolía y el pesimismo, porque tiene una clase empresarial más pendiente del maná que llegará, porque tiene una clase política de escaso fuste, incapaz de ponerse de acuerdo en problemas cruciales para esta tierra, y porque trabaja menos en lo que necesita esta ciudad y más en intereses políticos y personales.

Hablaba con amigos periodistas de cambios que necesitan los partidos políticos para que realmente sean instrumentos de mejora de la sociedad, y no instrumentos de mejora propia utilizando a la sociedad; y hablaba de lo que necesita el partido socialista de esta provincia. Entonces advertía una sonrisa compasiva cuando les hablaba de proyectos de cambio político, como si esa sonrisa floreciera de los años que han vivido desde la tribuna donde todo lo observan, y porque han visto pasar desfiles, carnavales y féretros, y también ideas que no cuajan o se lleva el viento. Y acaso también porque han visto, una y otra vez, una realidad que se vuelve tozuda, como amasada por manos cómplices para que todo siga igual, o porque es difícil cambiar todo esto. Y me abracé a ellos al despedirme, ya era tarde y tenía que volver a casa en un autobús urbano que no quería perder por si llegaba la hora del corte del servicio. Y en el abrazo comprendí que les inunda el escepticismo.

Las ciudades riman como lo hacen sus personas, y a veces ese esplendor de sus piedras, que tanto se admiran desde fuera, es como si transmitiera a sus habitantes una actitud contemplativa que los modela. Me fui pensado en muchas cosas, pero no se me pasó por alto que la organización de los premios ha mejorado con el tiempo, no por los premiados, que cada año sin duda se lo merecen, sino por el buen hacer de los responsables del periódico Ideal.

domingo, 17 de junio de 2012

LES MATAMOS LOS SUEÑOS

Una larga noche da para un sueño, dos sueños, e incluso varios sueños en uno solo. Pero también da para inquietarse con una o más pesadillas, que a veces vuelven después de abrir los ojos sobresaltados. La psicología freudiana aportó un tratado sobre los sueños que nos abrió a la dimensión del inconsciente, ese que ni siquiera descansa cuando dormimos. En mi época de estudiante la lectura de La interpretación de los sueños de Freud fue como descubrir ese lado misterioso de nosotros mismos. En el sueño nuestra vida alcanza una dimensión distinta, y a través del sueño recreamos lo que conscientemente somos incapaces de afrontar.

Es posible que estemos pasando la peor crisis de los últimos cien años, incluido el crac del 29, sin mencionar las guerras mundiales o locales, que son la crisis de todas las crisis. Aunque para el capitalismo la guerra haya sido (¿acaso aún lo es?) una de las vías de escape cuando se mete en un callejón sin salida. Las altas cifras del paro juvenil, además de una tragedia social para un país, son una indecencia y una inmoralidad. Y en España lo está siendo. Que tengamos un paro juvenil superior al cincuenta por ciento en los menores de 25 años es un crimen, si me lo permiten, de ‘lesa generación’. Y esto ocurre cuando hablamos tanto del conocimiento como el principal capital de la sociedad del conocimiento, base de la economía del futuro. En España este capital parece que estamos dispuestos a dilapidarlo, a malgastarlo, porque muchos de nuestros jóvenes que son formados por el sistema educativo están emigrando, con su conocimiento incluido.

En los últimos días han llegado a mis oídos muchos casos de jóvenes que han decidido irse a países extranjeros. Los que más conozco se han ido, o están muy cerca de hacerlo, a Londres, casi siempre a trabajos de baja cualificación. Una chica maestra que se va a la hostelería, otra chica profesora de inglés como auxiliar de conservación a un colegio londinense, un ingeniero de caminos de repartidor, un chico licenciado en Biología contratado para recoger los vasos diseminados en los rincones de una discoteca, y unos hermanos que van a buscarse la vida y ver si allí cuaja la semilla de sus sueños laborales. Londres siempre fue en los sesenta y los setenta un lugar de refugio para muchos españoles: exiliados políticos, chicas que querían un aborto que aquí se les negaba, buscadores de una libertad que aquí no encontraban, o jóvenes que pretendían descubrir un mundo de colores en un España en blanco y negro. Sueños de otro tiempo. A Londres iban españoles generalmente formados, con estudios, en mayor medida que los que iban a Francia, Suiza, Holanda o Alemania. Ahora de nuevo parece que Londres juega ese papel de destino de españoles con buena formación, pero esta vez quedan atrás las ansias de libertad, el refugio político o el mundo donde abundaba la emancipación, los jóvenes que ahora se marchan lo hacen a la búsqueda del trabajo que aquí se les niega.

La generación de los setenta éramos la del desaliento o la desesperanza. La de ahora, ¿cómo habría que calificarla?, ¿acaso la de los sueños rotos? Se trata de jóvenes que lo han tenido todo de niños, y ahora que se enfrentan al mundo como adultos parece que no hay lugar para ellos.

miércoles, 13 de junio de 2012

ESPERANZA PARA LA EDUCACIÓN

En mi viaje de vuelta a Granada del pasado fin de semana se ofrecía en el autobús la revista El País Semanal. En un excelente reportaje de Borja Vilaseca, supongo que aprovechando que estamos finalizando el curso escolar, varios adolescentes ponían nota a la educación que reciben en la escuela. Las opiniones de los jóvenes, sin ánimo intuyo de que sean representativas de la generalidad de los alumnos de Secundaria, no dejan por esto de ser menos interesantes. La opinión más generalizada es que el sistema educativo no da respuesta a las inquietudes emocionales y de aprendizaje de nuestros alumnos. Si preguntáramos a los estudiantes que tenemos a la mano probablemente responderían de similar manera.

Leyendo este artículo me ha hecho reflexionar sobre el panorama educativo con el que convivo a diario y sobre muchas ideas en torno a la educación que me bullen en la cabeza en los últimos tiempos. Pero también me ha hecho recordar que en mi encuentro con Antonio Muñoz Molina en la Feria del Libro, cuando intercambiamos algunas apretadas impresiones sobre la educación al entregarle un ejemplar de La educación que pudo ser, me preguntaba: “¿Y tú crees que hay esperanza?”. Le contesté que sí, que creo que hay esperanza. Y él me respondió con prestancia y casi con entusiasmo colegial: “Yo también”. Y me refirió que unos días antes había estado en Úbeda en la conmemoración del cincuentenario del instituto 'San Juan de la Cruz', donde había estudiado. Y entonces advertí que se entusiasma hablando de educación. Y me alegra porque, además de que cree que hay esperanza para que nuestra educación mejore, sus ojos parapetados tras las gafas emitían una chispa que los hacía rejuvenecer.

domingo, 10 de junio de 2012

FERIA DEL LIBRO DE MADRID

Era una cuenta pendiente que tenía conmigo mismo: visitar la Feria del Libro de Madrid, que tanto deseo había despertado en mí desde años atrás, y que nunca había encontrado la manera de satisfacer. La había visto sólo a través de la televisión, como vemos otras tantas cosas de este mundo que nunca alcanzaremos a acariciar en directo, a pesar de que nos entren a empellones por cualquier pantalla de televisor u ordenador.

En este viaje a Madrid tenía otro objetivo que quiero referir cuanto antes: cumplir con la promesa hecha a Ángela e Inés de llevarlas al zoo. Una visita que ha resultado un acontecimiento memorable. Ver sus caras abordadas por la emoción y la sorpresa, o los recelos de Inés ante los articulados dinosaurios, casi vivos, que se mueven amenazantes, o la expectante cara de Ángela mirando los tiburones del Aquarium, después de que tantas veces me haya pedido que le contara historias de tiburones en el mar, no tiene precio. Y eso sin olvidar el empeño de Inés por llevarse a casa una cría de mandril. Y que, como obviamente no accedimos, tuvo su contrapartida en la resistencia a ser fotografiada en el resto de la visita.

La Feria del Libro de Madrid tiene las mismas dimensiones colosales que la ciudad. Al entrar en ella me sentí impresionado, quizá porque durante un buen rato la comparé con lo coqueta que resulta la de Granada a su lado. Encontré a muchos escritores afanados en la firma de sus libros. Saludé a Almudena Grandes, y detuve la mirada en César Antonio Molina, Lucía Etxebarria, Fernando Delgado. Benjamín Prado o Elvira Lindo; mientras que otros que se dedican a construir interesadas interpretaciones de nuestra reciente historia ni siquiera me suscitaron un mínimo interés. Pero mi presencia en la Feria perseguía otro deseo: que Antonio Muñoz Molina, escritor que despierta mi admiración en casi todo lo que escribe, me escribiera una dedicatoria en mi ejemplar de La noche de los tiempos. El encuentro con el novelista, atravesado por el respeto a la nutrida cola de personas que aguardaban como yo una dedicatoria en alguno de sus libros, lo alargué tanta como la prudencia aconsejaba. A pesar del escaso tiempo disponible, la conversación nos permitió hablar de Granada, de amistades comunes y también de educación, tema que tanto concita su interés en muchos de sus escritos. Entonces le ofrecí un ejemplar de La educación que pudo ser, que amablemente aceptó. Muñoz Molina, en mi opinión, es un prototipo fiel de la austeridad de la tierra jiennense: grave, aplomado, con tono sobrio y capaz de bucear en los entresijos de la vida de la gente hasta desvelar su alma. En el intercambio de palabras lo vi cercano, receptivo, como queriendo captar los matices que se derivan del contacto con tanta gente en tan apretado tiempo.

Luego, por la tarde, vino el anuncio del rescate del sistema financiero español, y sentí tanta rabia como impotencia. Traté de que no se desmoronaran muchas de las sensaciones vividas en la Feria del Libro, pero no pude evitar que me aturdiera una noticia que tiene tan poco de literaria, pero mucho de esas historias que se cuentan en la literatura. Y entonces pensé en el futuro, quizá hipotecado, que le vamos a dejar a nuestros hijos y nuestros nietos. Y pensé en Ángela e Inés. Y también me acordé de la irresponsabilidad de muchos gobernantes y financieros que, cuando engolfados en la opulencia, no repararon que era el momento de poner orden en un país donde estábamos malcriando a sus habitantes.