lunes, 11 de diciembre de 2023

TODOS LOS PUEBLOS NECESITAN EL MANÁ**

 


Caen bombas que destruyen la vida, pero no cae el maná que mitigó el hambre de un pueblo errante durante cuarenta años. En nuestros días los pueblos están hambrientos de paz, no de bombas. Ucrania, Gaza, las tierras del Sahel…, atestadas de enajenados de la razón, convertidas en pasto de la avaricia y de intereses que solo traen destrucción y muerte.

Se marchó el siglo XX, pero no los malvados ni los genocidas. Los creíamos una especie en extinción, pero han resurgido en los albores del siglo XXI, emulando a los que les antecedieron sembrando hambrunas, muertes y desgracias. Hemos consentido su regreso, a pesar de ser sociedades supuestamente civilizadas y cultas, para castigo y desprecio de la vida de tantos desheredados, sobre los que bajo pretexto de daños colaterales satisfacen su perversión e insaciable sed de venganza. Los narcisistas y psicópatas de los que habla Steve Taylor, en su ensayo DesConectados, los trastornados al frente de países, sin ninguna empatía y compasión hacia el sufrimiento humano.

Todos los inocentes desean el maná de la paz y la justicia, no quieren balas que sieguen sus vidas. No quieren ser juncos a merced de vientos apocalípticos que los dobleguen y aniquilen, hasta dejarlos como despojos abandonados, para pasto de la podredumbre y el olvido, en calles horadadas por las bombas o atrapados en ruinas de edificios derruidos.

No solo los judíos tienen su libro del ‘Éxodo’. Otros pueblos han deambulado por el mundo, expulsados por el hambre, la persecución o la mano ejecutora de la barbarie, sufriendo la ignominia del odio, la avaricia o la represalia, necesitados del maná que los alimente de esperanza por una vida en paz. No existe el ‘pueblo elegido’, todos los pueblos de la tierra son pueblos elegidos. Todos los habitantes del planeta han venido a este mundo para ser respetados, dignificados y amados.

Cuando Adam (8 años) o Basil (15 años) fueron asesinados por soldados israelíes en las calles de Yenín (Cisjordania), lejos de Gaza, se hizo el silencio. ¿Acaso eran peligrosos terroristas de Hamás o simplemente daños colaterales? ¿Los soldados asesinos israelíes comparecerán ante la Justicia? Todos hemos visto las imágenes, nadie podrá engañarnos. “Pasó un jeep, otro y un tercero paró, bajó un soldado y disparó”, aseguraba el hermano de Adam.

La venganza de Netanyahu, ¿hasta cuándo? Son miles de muertos, niños o adolescentes, a los que se les truncó el futuro. Son cientos de escuelas y hospitales destruidos, bajo la entelequia de ser el refugio de terroristas de Hamás.

Dos meses desde el ataque terrorista en Israel, dos meses que no han llevado a la destrucción de Hamás, sino a la masacre de la población civil. Las bombas caen sin clemencia en Gaza bajo la falsa consigna del ‘derecho a defenderse’. Hemos sido testigos, no nos valen los relatos de una posverdad adulterada. Dos meses de la ignominiosa posición de Occidente, supuestamente defensor de los derechos humanos, perseguidor de crímenes de guerra. Dos meses convirtiendo a Gaza, no en una cárcel al aire libre, ya lo era, sino, como dice Amnistía Internacional, en un gran cementerio, donde cada día se siembran cientos de semillas de odio.

Daniel Barenboim sentenció: “Si negamos la humanidad de los demás estaremos perdidos”. Huelga ya que tengamos que utilizar la premisa del ataque terrorista de Hamás antes de criticar a Israel, so pena de ser tachados de defensores del terrorismo. Tras sesenta días de masacre de población inocente no cabe otra crítica, hemos visto lo suficiente para comprender que a Israel, a Netanyahu, la vida de los gazatíes le importa poco, que la guerra la utiliza como distracción para ocultar las causas por corrupción que le reclama la Justicia.

Esta guerra unilateral no tiene más salida que el abandono de la ocupación, del uso de la fuerza y el cumplimiento de la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU de 1947, que instaba a la creación de dos Estados: israelí y palestino. Han transcurrido setenta y seis años sin haberse cumplido. No habrá paz si no hay una Palestina libre. Rashid Khalidi (El País, 20/10/2023), historiador norteamericano de origen palestino, decía: “Destruir a Hamás como institución política, como idea, es imposible”. Debilitarla con un Estado palestino, reconocido por Israel, sería la solución.

En esta guerra unilateral el prestigio y la honorabilidad de las democracias occidentales se ha devaluado. EE UU, Gran Bretaña, Francia, Italia o Alemania se han puesto a la altura de los países autócratas, al estilo de Rusia o China, incapaces de condenar el genocidio y la limpieza étnica que está llevando a cabo Israel con la excusa (porque ya hay que considerar excusa esta intervención) de repeler aquellos atentados terroristas del pasado 7 de octubre. Ya vimos para qué sirvió la represión del 11-S en Irak, y en lo que derivó: más terrorismo.

Otro historiador, Avi Shlaim (El País, 21/10/2023), de nacionalidad israelí y británica, expresaba: “Las potencias occidentales serán cómplices del ataque de Israel a Gaza”, y calificaba la acción militar israelí de “terrorismo patrocinado por el Estado”. Asimismo, Salman Rushdie declaraba que nuestro mundo está bajo las amenazas del fascismo religioso y el deterioro interno de la democracia, y se horrorizaba de los atentados de Hamás, al igual que de la reacción bárbara de Netanyahu.

Los judíos regresaron a la Tierra Prometida tras 40 años de esclavitud en Egipto, el maná los alimentó. Todos los pueblos de la tierra necesitan el maná de la esperanza.

 *Artículo publicado en Ideal, 26/11/2023

** Recolectando maná en el desierto, Nicolas Poussin (1637-1639).

martes, 5 de diciembre de 2023

LA SOCIEDAD QUE (DES)EDUCA. PARÁBOLAS PARA LOS TIEMPOS QUE CORREN

 


La actual sociedad cambiante no siempre mira la repercusión que sus actos proyectan sobre la educación. El traslado a la escuela de inauditos procesos de banalización social es constante. La sociedad que (des)educa vincula la realidad social y la realidad educativa como dos ejes ineludibles en la educación de las jóvenes generaciones. En sus páginas abunda el análisis sobre la abrupta realidad que, irremisiblemente, alcanza a la labor desarrollada en la escuela, casi siempre tan desasistida y abandonada por quienes también deberían involucrase en la misión social que se le tiene encomendada.

Este libro invita a la reflexión colectiva. En él se describen los procesos de cambio social que están afectando sobremanera a nuestros jóvenes, casi siempre con mayor influencia que la ejercida por la escuela o la familia. La distancia advertida entre el sentido proactivo de ambas y el desinterés de muchos agentes sociales educativos está provocando una profunda quiebra en la educación de las generaciones jóvenes.

La educación siempre es la esperanza, pero su labor es fácilmente destruida fuera de sus aulas. Son muchos los enemigos externos y pocas las posibilidades dadas para acompañarla en la transformación educativa, ética y moral de la sociedad. Es fácil que su prestigio se diluya en un mundo líquido, en el que encuentra un sinfín de obstáculos.

 Para más información sobre La sociedad que (des)educa:

https://www.arcomuralla.com/detalle_libro.php?id=485