miércoles, 26 de abril de 2023

PEDERASTIA Y MANADAS JUVENILES, UN PROBLEMA SOCIAL*

 


En los años sesenta y setenta del pasado siglo el ocultismo, la represión y el tabú de las cosas del sexo nos sumía a los jóvenes, con la testosterona revolucionada y la avidez por descifrar tantos misterios, en no pocas fantasías. El aprendizaje de la sexualidad provenía de conversaciones ignorantes y comentarios tabernarios, y un remedo del ‘aprendizaje por descubrimiento’ autodidacta, parecido a la metodología de Bruner, pero sin su lógica constructivista, y acaso compartiendo postulados próximos a aprender a impulsos de intereses y necesidades personales.

Con la democracia, los contenidos sobre educación afectivo-sexual empezaron a asomarse en los currículos escolares. No obstante, a lo largo de ella siempre hemos sospechado que se trabajaban en los centros educativos sin mucho éxito. ¿Los motivos?, necesidad de mayor implicación social. Lo cierto es que las generaciones jóvenes han seguido moviéndose por la senda de la ignorancia y el ‘aprendizaje por descubrimiento’, con el agravante de que eran tiempos donde la información, anárquica y tendenciosa, irrumpía en el caos característico de las sociedades posmodernas.

El significado de las relaciones de pareja y la sexualidad quedaba desvirtuado con la difusión de estereotipos sexuales perniciosos, en muchos casos por la facilidad para acceder a contenidos pornográficos y mensajes cargados de ausencia de respeto hacia la mujer fundamentalmente. Los jóvenes se convertían en víctimas de un modelo social que, antes de educar, deseduca y orienta hacia modos de entender la sexualidad como una práctica de dominio y abuso del otro. 

Los niños y jóvenes son el objetivo de no pocos intereses publicitarios y de satisfacción de perversiones adultas, tanto individuales como en redes sociales. Demasiados horrores conocidos, o que podemos imaginar, en una época en la que la infancia está tan ‘protegida’ por la legislación, pero al tiempo tan vulnerable para ser víctima de la pederastia. Escándalos que vemos con asiduidad en el seno familiar, en tramas criminales en redes sociales o en el seno de la Iglesia.

No pocas voces denunciaron abusos sexuales en congregaciones religiosas, colegios o parroquias; eran las víctimas, hoy adultos, tras décadas de silencio, entretanto la Iglesia cometía el grave error de minimizar las denuncias, cuando no encubrir los hechos. Pero tantas evidencias pesan demasiado, y ahora sabemos de la investigación de El Defensor del Pueblo al respecto.

Estos días se ha recordado el caso que vivimos los jóvenes de la época del oscurantismo y la desinformación sexual, que ahora, tras nuevos testimonios, ha vuelto a ser noticia: el del jesuita José Luis Martín Vigil, denunciado desde 1958 por abusar sexualmente de adolescentes que acudían deslumbrados por el éxito de sus novelas a su piso del barrio madrileño de Salamanca. Novelas escritas para adolescentes en las que para atraerlos solía poner dirección y teléfono al final de cada obra, y contestar las numerosas cartas remitidas desde toda España. Aún recuerdo aquella mística que se creó su alrededor, un auténtico ‘influencer’ para los jóvenes.

Sin embargo, los adolescentes también se convierten en actores de prácticas sexuales abominables perpetradas en ‘manada’. Últimamente hemos tenido conocimiento de violaciones grupales a niñas menores de edad. En Logroño siete chicos, entre 13 y 17 años, violaron a dos niñas de 13 y 14. En los lavabos de un centro comercial de Badalona una niña de 11 años fue violada por seis menores; y parece no ser la única, otras dos menores, 14 y 17 años, fueron víctimas. En Preter (Alicante) tres menores obligaron a otra menor, 15 años, a trasladarse a un espacio oculto para violarla.

Fuentes del Ministerio del Interior señalan que los delitos sexuales en manada se han incrementado un 54% entre 2016 y 2021; el INE cifra en 439 menores los condenados en 2021. Se estima que una de cada cuatro agresiones sexuales la comete un menor de edad. Como sociedad, son datos para hacérnoslo ver. ¿Dónde empieza nuestra responsabilidad social en estas violaciones protagonizadas por grupos menores de edad?

La educación afectivo-sexual es una asignatura pendiente de nuestro sistema educativo, pero lo es asimismo del conjunto de la sociedad. Las reformas educativas han estado informadas por principios referidos al fomento de esta educación afectivo-sexual, adaptada, obviamente, al nivel madurativo del alumnado. El currículo lo recoge en distintas materias; por ejemplo: Biología o Educación en Valores Cívicos y Éticos. No obstante, pensamos que no es suficiente si la sociedad donde se inserta la escuela no colabora en ello.

El fácil acceso a contenidos pornográficos por internet o los mensajes perniciosos que encierran determinadas letras de ritmos musicales modernos sobre las relaciones amorosas, donde se advierte una impronta de dominio del varón sobre una hembra sumisa y complaciente, son botones de muestra. Claro ejemplo de un poderoso mensaje trasladado a jóvenes y niños para conceptuar una visión de las relaciones afectivo-sexuales entre personas. Mensajes, subliminales o no, que alcanzan a la totalidad de la población, no lo olvidemos.

El informe de Save the Children, (Des)información sexual: pornografía y adolescencia (2020), arrojaba el dato de que para más de la mitad de los adolescentes (54,1%) la pornografía es una fuente de aprendizaje para su propia práctica sexual.

¿Son los jóvenes culpables de su mala educación sexual, de ver vídeos pornográficos, de estar influenciados por una sociedad canalla de intereses inconfesables que solo quiere convertirlos en modélicos consumidores?

Hay una corresponsabilidad social en tantos desmanes que traumatizan vidas o convierten a los adolescentes en pequeños monstruos, cuando aún les resulta difícil interpretar los estímulos que les llegan con criterio y con perspectiva crítica.

*Artículo publicado en Ideal, 25/04/2023

lunes, 17 de abril de 2023

ESTE MUNDO YA NO ES AQUEL MUNDO*


Los cambios de época se intuyen. Es difícil que no nos demos cuenta que las cosas no volverán a ser lo mismo. La inteligencia artificial (IA) es algo que ya nos asusta, y no ha hecho más que empezar. Dicen que es capaz de predecir y avanzar el futuro, además de aprender de modo automático y ‘profundo’. Con lo que nos cuesta a los humanos aprender, aunque sea solo para convivir como seres civilizados.

La inteligencia artificial es algo relacionado con crear computadoras capaces de razonar, aprender y actuar como si de un humano se tratara. Todo un avance capaz de crear una falsa detención del mismísimo Trump, cuando todavía no estaba imputado. Parece ser que en ella se juntan disciplinas como informática, estadística, ingeniería, lingüística, neurociencia y hasta filosofía y psicología. Lo que no sé es si estarán incluidas la lógica, la estética, la oratoria y la ética. Es como si lo que nos ha costado a los humanos aprender en más de cinco mil años, desde la aparición de la escritura, se lo merendara en cuestión de unos minutos o segundos una computadora.

Qué complicado es todo esto, y más si miramos al mundo y vemos tanto zoquete, asilvestrado y perverso gobernando en países que utilizan la ‘inteligencia’ para hacer de la humanidad el objeto de sus perversiones. Y lo que quedará por venir. Donald Trump amenaza con volver a la Casa Blanca y juntarse con esa cuadrilla de kamikaces que anda suelta por esos mundos de Dios.

Aunque los cambios de época van más allá del furor de la IA, o como ocurriera con la revolución industrial, salvo que estos avances ayuden a hacer el mundo más controlable y a potenciar las posibilidades de dominarlo. La revolución industrial sirvió para que unos cuantos países dominaran aún más el mundo, y la IA probablemente aumentará las cotas de dominación entre los hombres. Pero hay una cosa que no cambia de época: la naturaleza humana capaz de cometer las mayores atrocidades.

Para hablar de los cambios de época acaso haya que recurrir a una explicación más prosaica: la del juego de intereses y ambiciones espurias. El mundo está cambiando, como lo hizo antes y después de la Segunda Guerra Mundial, y como lo ha hecho tantas veces a lo largo de la historia. Desde entonces el nivel de incertidumbre nunca había llegado al punto que hoy conocemos. Las maniobras de la Guerra Fría casi siempre eran movimientos de ajedrez, incluso en esas guerras que iniciaba una superpotencia en algún territorio. Había una especie de ‘dejar hacer’. Hoy la guerra de Ucrania es un conflicto de una superpotencia invasora que está siendo contrarrestado por un bloque capitaneado por la OTAN, con EE UU en la retaguardia. Solo faltan los soldados y traspasar las fronteras rusas. La escalada militar es una amenaza, si metemos a China y sus ambiciones sobre Taiwán.

Hace una década todo hacía pensar que la globalización y el nuevo orden mundial instalado dos décadas antes serían eternos. En términos históricos no cabe duda que el mundo está sujeto a lo efímero.

La vida, que parece seguir con la normalidad de siempre, sin embargo, está siendo alterada de un modo pausado y continuo. Se modifican nuestras rutinas, o nos las modifican; nuestras aspiraciones en la vida se tornan más inestables, sumidas en la incertidumbre. En el caso de los jóvenes, a quienes mandamos el mensaje ‘carpe diem’, es más dramático: ven el futuro con menos esperanza que antes. El mundo se está transformando, y mucho.

No sé cuánto tiempo seremos capaces de aguantar una normalidad que se transforma en otra cosa. El Estado de bienestar se está volviendo irrealizable. La solidaridad entre países de la Unión Europea quizá no se sostenga en uno o dos decenios, la economía no podrá sufragar todas las crecientes necesidades de una población en proceso de envejecimiento. Hoy las pensiones son un gran problema para los gobiernos, su reforma un quebradero de cabeza. Se camina hacia el modelo estadounidense y canadiense, donde las pensiones dependen de planes privados y no de planes estatales. Las limitaciones de los gobiernos son cada vez mayores para gestionar sus países y tomar decisiones que convengan a la estabilidad social.

El mundo se ‘desglobaliza’, los vínculos comerciales se deterioran, los países tienden a un mayor proteccionismo económico, la fluidez intercomercial ha disminuido, la deslocalización empresarial ya no es tan fácil como lo fue en los últimos cuarenta años, ahora se habla de deslocalización amiga en países que sintonizan con la potencia económica, y eso provoca desunión para que el comercio fluya de modo más ‘democrático’. Comprar productos de consumo, textiles, tecnológicos, electrodomésticos… ya no está siendo tan fácil y barato. China estornuda y el mundo se tambalea.

El mundo es menos igualitario, los desequilibrios han aumentado entre el primer mundo y las zonas en proceso de crecimiento. La explotación de zonas pobres del planeta y el deterioro del trasvase comercial restarán hipotéticas ponderaciones, lo que hará imparables los movimientos migratorios. La inestabilidad mundial no va a cesar; la conflictividad, tampoco. Si la riqueza no se incrementa en las grandes regiones de África, Asia o Latinoamérica, no habrá solución para reequilibrar las condiciones de vida en el planeta.

Como si nos iluminara Arnold Toynbee, en su concepción de la historia como un movimiento cíclico, donde las sociedades van combinando, bajo la impronta de la complejidad acumulada, pasos hacia adelante y retrocesos, nuestro mundo ya no es aquel mundo.

* Artículo publicado en Ideal, 16/04/2023