lunes, 9 de octubre de 2017

LA CATALUÑA DE LAS PERSONAS*


Me pregunto si la crisis nacionalista de Cataluña no será otro paso más en la descomposición de una democracia española, removida por la crisis económica, tan necesitada de una reforma constitucional. Una década después vemos que la crisis no fue sólo económica, sino también política, social, de moralidad pública y, si me apuran, sistémica. Igual que en Europa: con el avance de un sentimiento nacionalista, capitaneado por la ultraderecha, y la devaluación de las instituciones.
Cataluña es el territorio más próspero, desarrollado, de enorme impronta cultural y cohesionado socialmente (a pesar de la heterogeneidad y procedencia de su población) de España. Y, sin embargo, en este tiempo convulso, una parte de sus élites políticas han escogido el camino de una deriva atemporal, sin calibrar las nefastas consecuencias que puedan ocasionarse para Cataluña.
Mi concepción del mundo se aleja tanto de las fronteras, de las naciones, del ‘nosotros’, de las patrias, que veo ridículo tanto afán nacionalista. Una concepción que está sostenida en el ser humano: los que sufren en España, en Cataluña, en América o en los rincones abandonados de África; o los que son golpeados por el terrorismo en Europa, en África o en Oriente.
Lo ocurrido estos días en Cataluña nos ha servido para conocer mejor a Cataluña, al menos a mí. Valorada por su riqueza natural y patrimonial, por su proyección cultural, por su relevante presencia en el mundo desarrollado, la sorpresa ha sido, si cabe mayor, al apreciar como se ha desbordado tanto odio en el seno de esa sociedad culta y moderna. Un odio exacerbado hacia el que piensa diferente o al que tiene carné de español. Todos tenemos en mente el conflicto vasco y las proclamas contra España, pues ahora parece que Cataluña ha recogido el testigo.
El conflicto catalán sabemos de qué va, o a lo mejor no, pero es mucho más que una declaración unilateral de independencia. No me voy a detener en la ilegalidad de las actuaciones del Govert y del Parlament, ni en los instrumentos que tiene el Estado de derecho para hacer frente a semejante reto. Ni voy a hablar si existen el derecho de los pueblos o razones históricas para demandar la independencia. Más allá de ello, lo que me preocupa sobremanera es la fractura social que el 'procés' ha provocado en la sociedad catalana y la falta de respeto hacia las personas, a las que considero que están por encima de todas las patrias.
Cataluña es un territorio de libertades, lejos de estar sometido a un poder autoritario, y sin embargo la fractura social ha irrumpido con una fuerza inusitada. Ha bastado con hurgar en el independentismo para despertar comportamientos violentos e intimidatorios. La estigmatización del otro, el acoso, el uso obsceno de palabras, como ‘fascista’, por pensar de manera diferente, está eclipsando a aquella sociedad basada en el respeto. La bestia y lo irracional ha salido a la luz en una sociedad culta, moderna y educada. Algo que parecía solamente privativo de los conflictos raciales o religiosos que conocemos de zonas de Asia o África.
Vivimos un momento crítico de nuestra historia presente. Los historiadores la escribiremos pasadas unas décadas, pero ahora nos toca escribirla con los acontecimientos en marcha. El riesgo: escribir desde la pasión y la visión sesgada y partidista. Como la historia no se puede redactar desde las trincheras es por lo que, siguiendo las enseñanzas de los grandes historiadores, como Lucien Febvre, debemos poner el foco en el hombre, en la persona, en la ciudadanía. Las razones y los porqués del conflicto catalán habremos de estudiarlos con más perspectiva temporal, el gran aliado del historiador.
En este conflicto me resisto a hacer concesiones a quienes lo han generado, prefiero empatizar con las personas, con los ciudadanos. Una gran parte de los catalanes son, como en otras disputas del planeta, los grandes olvidados. Lo han sido por el Gobierno de España, con su dejación de años y la torpeza del uno de octubre, y por el Govert y la mayoría parlamentaria que lo respalda, empecinados en una independencia que no respeta a esa masa de población también catalana que no la desea.
El 'procés' está atravesado por un componente radicalizado que se ha ido imponiendo en la toma de decisiones. Las asociaciones ANC y Òmnium Cultural, líderes en las protestas de la calle, han actuado plegadas a la hoja de ruta marcada por el Govert. Se han envuelto en una bandera pacifista que no es tal, porque están manipulando los deseos de muchos crédulos del relato independentista y estigmatizando a los que no lo comparten. Hablan de democracia y no respetan la ley.
ETA también quería la independencia y se revistió de violencia. El Govert quiere la independencia y se reviste de actitudes sibilinas y de un falso pacifismo, aunque a la vez va en contra de millones de personas. Ha estado alimentando la fractura social, utilizando la ANC y Omnium para ganar la calle y como estilete para enmudecer a los que no estaban de acuerdo.
En los años noventa llenamos las escuelas de valores universales que abrían la mente de los alumnos hacia una dimensión planetaria, lejos de reduccionismo nacionalista que tanto sufrimiento trajo a Europa. Las mentalidades excluyentes y las patrias quedaban como un vestigio retrógrado del pasado. Hoy esto mismo lo tenemos en Cataluña y apunta por toda Europa con la ultraderecha.
Hace tres años manifesté estar de acuerdo con un referéndum en Cataluña en términos parecidos al que se había llevado a cabo en Escocia. Había que dar voz y voto a la población. Sigo pensando lo mismo. Pero a sabiendas que ningún supuesto derecho de autodeterminación está por encima del derecho de las personas: primero a su vida y segundo a que nadie le destroce su modo de existencia.
*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 08/9/2017

sábado, 30 de septiembre de 2017

CATALUÑA O LA SEDUCCIÓN POR LO PROHIBIDO

Ocupo casi todo mi tiempo libre en dar el último repaso a mi novela, en la que el conflicto vasco es parte esencial de la historia. A cada página que leo me pregunto por las similitudes y diferencias de lo que pasó en Euskadi y lo que está ocurriendo en Cataluña. Cuando al fin parecía que habíamos resuelto el conflicto vasco, nos ha estallado el que viene llenando gran parte de la vida política española en los últimos años, pero también los sentimientos, que como en el caso vasco, siempre son contradictorios y lacerantes. Y es que es imposible ponerse de perfil ante lo que está ocurriendo.
Llevamos varias semanas en las que no se habla de otra cosa que no sea del 'procés', del referéndum o de la independencia de Cataluña. A un día de la celebración del referéndum, mi conclusión es que no se han oído otros discursos que no estén plagados de manipulación y engaño. Y que cientos de miles, millones de personas, se han movido y se mueven con la ingenuidad del que está convencido de que sus derechos han sido conculcados y de que todo lo que acontece les está llevando a ser protagonistas de una misión histórica.
Hace tres años, cuando se postulaba la consulta del 9-N, con un referéndum a la vista  como reivindicación firme, dije que era partidario de éste se celebrara, que con ello se podría satisfacer el deseo de una parte importante del pueblo catalán y que en caso contrario impedírselo sería contraproducente. Estaba convencido, como lo sigo estando, que aquella petición de referéndum que se hacía desde un sector de la clase dirigente catalana (burguesía, fundamentalmente) estaba sustanciada en maniobras e intereses espurios, asfixiada como estaba por las acusaciones de corrupción, y que para otros dirigentes les movía su ideal independentista. Y lo decía quien, como yo, no cree en los nacionalismos, las patrias y las naciones.
Pensaba entonces, como pienso ahora, que con la insatisfacción de esa reivindicación, fundamentada en “el derecho a votar”, resultaría muy fácil manipular a la opinión pública catalana. Que si no se buscaba una fórmula pactada se podrían alentar ciertos sentimientos larvados, que aumentarían el anhelo por expresarse en una urna. Si se hubiera negociado el referéndum podría haberse pactado como una mera consulta, sin carácter vinculante. Con ello se hubieran satisfecho muchas aspiraciones nacionalistas, pero la falta de diálogo y el empecinamiento del Gobierno de la nación por ignorar lo que allí sucedía, como si el problema no existiera, no ha hecho más que retroalimentar sentimientos de rabia ante la censura.
Pasado el tiempo, después de haber asistido a unas semanas de auténtico bochorno por parte de las autoridades catalanas y las del Estado, jugando al ratón y al gato, con persecuciones pueriles de papeletas, censos, páginas web, no se ha conseguido más que potenciar ese deseo irrefrenable que suscita todo lo que nos es prohibido. El  referéndum de Cataluña se ha elevado a la categoría de tabú.
Es posible que todo este asunto de la independencia quede en un conato de echar un pulso al Estado, pero las cosas no serán lo mismo después de lo que ha ocurrido. Nos equivocaremos si no sacamos una conclusión colectiva: las controversias y los problemas sólo se resuelven desde el diálogo y la política. Cualquier otra estrategia utilizada puede resultar tremendamente peligrosa, sea por parte de quien sea. El recuerdo del conflicto vasco que nos sirva de lección.

jueves, 21 de septiembre de 2017

SER NACIONALISTA, PARA QUÉ

¿Queréis que os diga lo que pienso de este asunto de Cataluña? Que no me fio de ninguno, ni de los de dentro de Cataluña ni de los de fuera, ni de los independentistas ni de los unionistas, ni de la burguesía catalana corrupta, que se alía con ‘ezquerras’ y anticapitalistas (¿para construir un nuevo Estado capitalista?, ¡menuda amalgama de ideas!), ni de los unionistas-españolistas-nacionalistas que en pro de la defensa del Estado de derecho (que como demócrata defiendo) están tapando cloacas y miserias de una política injusta.
Mi visión del mundo se aleja tanto de las fronteras, de las naciones, del ‘nosotros’, que veo ridículo tanto afán nacionalista que se está padeciendo. Mi visión del mundo son las personas, las que sufren en España, en Cataluña, en América o en los rincones abandonados de África, al os que golpea el terrorismo en Europa o en Oriente.
¿Nacionalista catalán, para qué?, ¿para que las libertades y los derechos se sigan pisoteando a los mismos sectores de la población en la futura nación catalana, los mismos a los que ahora se les pisotea perteneciendo a España por los que gobiernan en Cataluña?, ¿para que la riqueza siga en manos de los mismos y que impongan su modelo de hacer las cosas que tanto les interesa?, ¿para ocultar la corrupción que hay a espuertas?
¿Nacionalista español, para qué?, ¿para que sigamos siendo el país que ha desnaturalizado una democracia que se empezó a construir con tanta ilusión?, ¿para que existan tantos problemas sociales, educativos, laborales y no encontremos solución porque no nos interesa o porque somos unos inútiles para gobernar?, ¿para que las condiciones de vida de millones de españoles estén siempre en la precariedad?, ¿para ocultar la corrupción que hay a montones?
Lo que siento es que hayan caído en la trampa miles de inocentes y crédulos ciudadanos, que se crean que el mundo va a ser mejor con la independencia o perteneciendo a España. Será lo mismo que ahora. Para luchar de verdad por las libertades, los derechos de los ciudadanos y por una ética pública me da igual donde esté, si en una nación reducida a cientos de kilómetros cuadrados o en otra que ocupe un territorio de millones de kilómetros cuadrados. Lo importante es el ser humano, y a éste ni lo van redimir quienes están gobernando en Cataluña o España, ni le van a mejorar la vida. Pasará lo de siempre: se mirarán intereses partidistas, no personas. Me sabe mal que por ambas partes se esté engañando a cientos de miles de ingenuos, envolviéndolos en palabras, dichas por los dos lados, como ‘libertad’, ‘democracia’, ‘legalidad’, ‘Estado de derecho’, ‘derecho a decidir’ y cosas así. Desnaturalizando las palabras y lo que representan.
Siento que tenemos ante nosotros un montaje que está alcanzando cotas muy peligrosas, porque lo irracional y lo visceral se pueden imponer en cualquier momento, con la misma peligrosidad con la que hacen sus políticas los que gobiernan en España o en Cataluña. Si realmente se quiere trabajar por el bienestar de una población no es necesario hacerlo envuelto en un bandera, se hace envuelto en la ética, el compromiso, la honestidad y en el trabajo que de verdad piense en la gente y en sus problemas. Hay vida más allá del nacionalismo, de cualquier nacionalismo.

viernes, 15 de septiembre de 2017

EL VALOR DE LA PALABRA DADA

Escuchar, hablar, pensar. Actos de comunicación con los demás y con uno mismo que se apoyan en la palabra. Actos que no soportan la deslealtad con las palabras. A ellas, que representan la esencia destilada de nosotros mismos, que se erigen en la carta de presentación más valiosa de lo que somos, si las traicionamos, nos estamos traicionando a nosotros mismos.
En mi niñez, recuerdo haber visto cómo se sellaban los tratos entre gente corriente: un apretón de manos y se certificaba un acuerdo. Aquel gesto sentaba las bases de una obligación ineludible, ¡y ay de quien no lo cumpliera! La palabra dada era una cuestión de honor, no respetarla era perder la credibilidad y algo más. Después podía venir que aquello se escribiera en un documento.
Entre los chiquillos, cuando se pretendía apelar a la verdad o arrancar el compromiso de cumplir la palabra dada, se solía reclamar la confirmación utilizando la expresión: “¿palabra de honor?”. Si la decías, desnudabas tu alma y debías seguir la senda de la verdad, salvo que fueras un pillo y no tuvieras ni honor ni palabra. La expresión nos empujaba a ser sinceros o cumplir lo prometido. Es cierto que se conjugaba en ello la influencia religiosa y el grado de coacción que se ejercía sobre nuestra conciencia con el pecado.
En política, la palabra dada se ha devaluado mucho. Las palabras suenan vacías, la deslealtad hacia ellas es tan indecente como insolente. Creer en política resulta cada vez más difícil. En un tiempo en que todo son promesas y las palabras solo sirven para rellenar discursos, que suenan a impostura y lejanía del corazón, poco valor atribuimos a lo que nos resulta grandilocuente, repetitivo y manido. Sin embargo, a pesar de que el umbral del escepticismo en las sociedades modernas se haya elevado, todavía es fácil embaucar a la gente con cualquier trivialidad. No lo olvidemos.
Debe ser el otoño por venir, dispuesto a anticipar y avivar sentimientos, lo que me ha hecho recordar aquellas reseñas prometidas de alguna de mis novelas y que nunca llegaron. Quizás descansen como borrador en las tripas de algún ordenador o en el olvido de quienes me las prometieron, al final lo único recibido fue la decepción tanto por su ausencia como por las personas que me ilusionaron.
En una ocasión, un afamado escritor, que suele mostrar inquietudes sobre temas educativos, prometió que me escribiría su impresión sobre La educación que pudo ser (ensayo que le regalé). Hasta el momento, pasados ya varios años, aparte del gran fiasco que supuso el cierre de la editorial que lo publicó, no he recibido el comentario que esperé durante un tiempo.  Se ve que en el mundo de la cultura también existe deslealtad con la palabra dada.
En ocasiones esta palabra dada se oculta bajo formas diplomáticas o simpáticas, entonces adquiere exquisitez y apariencia, aunque luego obtengamos el mismo resultado. Quizá sea porque aún me quedan jirones intelectuales de una concepción roussoniana de la vida y rescoldos de aquel sentimiento de culpa que cultivaron en nosotros los curas de entonces, avivando eso del cargo de conciencia, es por lo que a mí me cuesta mucho no cumplir con la palabra que doy.
Me resulta todo tan incomprensible, tan groseramente ejecutado, que inexorablemente he enfilado el abismo del descreimiento. El escalofrío que provoca el primer aire fresco de septiembre es así: apela a la nostalgia. Pronto llegará el otoño y con sus grises nos envolveremos, quizás esto nos ayude a ser leales con nosotros mismos.
Dejadme al menos que reivindique la palabra dada con estos versos de Mario Benedetti: “No me gaste las palabras, no cambie el significado… No me ensucie las palabras, no les quite su sabor”.

lunes, 4 de septiembre de 2017

NO ES SOLO LA IRA DE ALÁ*


Matar en nombre de Alá, de Dios o de Yahvé, o del dios que ustedes prefieran, ha provocado en la Historia tanto dolor como sosiego para las almas. La Historia es un crisol de matanzas, holocaustos, exterminios, ejecuciones, sacrificios, torturas, sinrazones… en nombre de un ser divino. El terrorismo yihadista, el más activo y extenso en el planeta, tiene a Alá como excusa para descargar su ira.
Dolor y muerte, el binomio más extendido por todo el mundo. Lo acontecido en Cataluña ha sido parte de nuestro dolor, aunque para algunos el dolor propio les parezca más dolor que el de los demás. La muerte sin respeto a la vida humana, la pulsión destructora, el ‘thanatos’ de Freud. En la lógica perversa del terrorismo cabe tanto la destrucción del terrorista como de todo lo que tenga a su alcance.
Las sociedades modernas son ya de por sí complejas. La sociedad más uniformada, tanto en lo cultural como en lo ideológico, no escapa a la complejidad. Edgar Morin aludía a la complejidad de los fenómenos, de modo que para comprender el mundo y encontrarle una explicación habría que ir más allá del reducionismo que planteaba la ciencia newtoniana. En la complejidad, la uniformidad no existe.
Buscar las razones de lo ocurrido en Cataluña, pasados los primeros momentos de arrebato, es parte de la terapia de una sociedad sana. Cargar las tintas contra el Islam o la inmigración es una interpretación más visceral que inteligente. Un hecho de connotaciones globales como el ocurrido no se puede explicar solo a través del odio. El odio no existe si no hay otros condicionantes que lo estimulen. Decir que el atentado fue perpetrado simplemente por el odio a una civilización o una identidad cultural o religiosa es caer en la simplicidad.
Para un historiador la explicación de un hecho debe estar sujeta a un análisis más riguroso. Fernand Braudel sostenía que la economía y la geografía eran parte de la interpretación de la historia. En Barcelona y Cambrils ocurrieron unos hechos que no escapan a razones geoestratégicas, religiosas y económicas, elementos de la coyuntura actual de Oriente Medio. Solo el dolor y el odio no serían suficientes para explicar qué ha ocurrido en Cataluña, salvo que pretendamos una interpretación tendenciosa e interesada.
A punto de cumplirse tres lustros de la invasión de Irak, la deriva vivida en Oriente Medio ha sido devastadora. Esta zona quedó desestabilizada (gobiernos destruidos, conflictos interétnicos, guerras continuas), se propagó el dolor y se activó una sed de venganza infinita. El avispero de violencia que se generó se ha extendido por todo el planeta. La traslación de esa violencia a nuestro espacio vital ha soliviantado a la sociedad occidental, que hasta ahora vivía el fenómeno como algo lejano, preguntándose que cómo es posible que esto nos ocurra a nosotros. Independientemente de que abominemos de la presencia terrorista en nuestros hogares, el incendio que se prendió en esa parte del planeta lo tenemos aquí en forma de pequeños focos incandescentes. Habremos de defendernos de ello, obviamente, con todas las armas a nuestro alcance, pero no nos rasguemos las vestiduras por lo ocurrido y reflexionemos seriamente.
Los terroristas de Ripoll no habían venido de Oriente, ni fueron adiestrados allí por el Daesh, ni eran terroristas porque lo llevaran en los genes. Eran chicos pertenecientes a una segunda generación de inmigrantes, como los de Francia, y se convirtieron en terroristas como podría haberlo hecho un español simpatizante del ISIS. De hecho, hay europeos en su seno. Raquel Rull, una educadora de Ripoll, conocía bien a muchos de ellos: “Estos niños eran niños como todos. Como mis hijos, eran niños de Ripoll. ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento? ¿Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas?”. Esa misma pregunta nos la podíamos hacer todos como colectividad.
La fragilidad de nuestros jóvenes es algo preocupante. Lo mismo que los subyuga el consumismo, pueden ser pasto de cualquier idea perversa (juegos de rol). El desarme intelectual de sus mentes y las circunstancias personales pueden facilitar su manipulación. Sólo necesitamos escenarios que se presten a ello: marginación, búsqueda de ideales, sentimientos contrapuestos, malestar individual o social, afectos destruidos... Entonces tendremos el caldo apropiado donde depositar el rechazo, el odio, la aversión. No se odia sin más, se odia porque existe la sensación de sentirse agredido, como individuo o como colectivo. Con estos ingredientes es fácil encontrar a la masa que definió Gustave Le Bon, cuanto más, a jóvenes que viven entre los sueños frustrados y la inquietud permanente. Para algo tan siniestro como el Daesh no resulta difícil la captación, solo han de prometer el mesianismo de la redención, el delirio del martirio y la inmortalidad del alma. En ETA se inoculaba la lucha por la redención de un pueblo. Esto hacía a los jóvenes vascos sentirse salvadores de una patria oprimida y entrar en una lógica perversa.
Costó acorralar a ETA, pero se consiguió. Estaba focalizada y tenía un espacio definido. Acorralar al yihadismo va a ser más difícil. Está por todas partes, incluidas las redes sociales, que no tienen espacio ni fronteras, al tiempo que cuenta con demasiadas facilidades para subsistir: financiación y coberturas vergonzantes y espurias.
La inteligencia que debemos poner en este asunto ha de ser distinta a la que ponen los que adiestran a los futuros terroristas. Inteligencia policial, inteligencia educativa, inteligencia social. Porque no se explica la facilidad con que el neosalafismo, a tantos miles de kilómetros, se  cuela en el adiestramiento de chicos que parecían normalizados e integrados.
Si nos ciegan los resplandores de la intransigencia o la xenofobia no seremos capaces de ver la luz ni analizar los fenómenos con la suficiente mesura. Daremos palos a diestro y siniestro, y nos equipararemos a la misma cortedad de entendimiento de los que promueven la sinrazón terrorista.
 *Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 3/9/2017

sábado, 26 de agosto de 2017

PODEMOS: EL HIJO REBELDE DEL PSOE*

Este verano lo estoy colmando de paseos por el sendero de Pinos Genil a Cenes. No porque tenga mi agenda repleta de planes de senderismo, sino porque mi médico se ha empeñado en mandarme a pasear, que no a paseo. Cuando uno camina en solitario tiene mucho tiempo para pensar. No lo saben ustedes bien, o a lo mejor sí lo saben. Y entre lo que me ha dado por pensar está eso de qué pinta Podemos en el panorama político, tan errático como se le ve, y lo de su vinculación con el PSOE.
Desde que irrumpió Podemos en la política, un sector elitista del PSOE, como justificación a la pérdida de varios millones de votos, construyó un relato insidioso hacia el inesperado enemigo. Por un instante, producto del aturdimiento, dejó a un lado al PP, tradicional objeto de la crítica discursiva. Ese mismo PP al que le unía un antagonismo consentido: el perfecto ‘alter ego’ con el que sostener el cómodo turnismo que parecía consolidado. Desprestigiando a Podemos, creyeron que recuperarían a los votantes emigrados. Pero eso no ocurrió en las siguientes elecciones, ni en las otras… ni en ninguna de las celebradas. Entre tanto, el PP, atestado de corrupción, seguía ganando elecciones.
En esta tesitura, las Primarias de mayo provocaron la irrupción de un discurso alternativo, alejado del pragmatismo de adaptación al sistema y revelador de una realidad: Podemos estaba ahí y era susceptible de alianza. Flagrante choque contra casi todos los barones territoriales, posicionados en el lado pragmático. Sin embargo, no hace tanto se firmó un pacto de Gobierno con Podemos en Castilla la Mancha. ¡Quién lo diría!, el ínclito García-Page poniendo la primera piedra para traicionar el discurso de la élite del golpe de mano del Comité Federal de primero de octubre, aunque proclamando que el modelo manchego no es exportable. Cosas de la política. Cuando hay intereses de poder, no hay enemigo malo.
Es la misma élite que mostró su incapacidad para detener la hemorragia de votos hacia Podemos, que no para seguir aupados en responsabilidades orgánicas y/o públicas. Por culpa de ellos el PSOE cayó estrepitosamente. Se hicieron los despistados y buscaron culpables fuera, construyendo una imagen alejada de un partido de izquierdas, la que tanto detestaban los que después darían la espalda al PSOE.
Estos dirigentes ‘crearon’, con su torpeza, el ‘monstruo’ de Podemos ‘versión española’, ese que luego denostarían a través de cortinas de humo bolivarianas para salvar su posición. Por un momento al PSOE le pasó lo mismo que al padre que le sale un hijo rebelde, o a la familia ultrareligiosa que tiene un niño ateo o a la de derechas un vástago comunista. Al PSOE le salieron rebeldes podemitas.
Podemos ‘versión española’ es la consecuencia de tantos errores gestados en los años finales del gobierno de Zapatero y de su deficiente gestión de la crisis económica, pero también de la falta de reacción posterior. Cundió el desaliento general, la desesperación y el asombro, y surgió una de población frustrada frente a las arremetidas de la crisis (desempleo, desahucios, recortes en servicios sociales, sanitarios y educativos, pérdida de poder adquisitivo…). Fue cuando se desveló que la política estaba alejada de la gente, que la ‘España rica’ era una entelequia, que vivíamos en una opulencia ficticia, que la corrupción vagaba por todos los rincones, que la moral y la ética públicas hacía tiempo que habían desaparecido, y que unos cuantos fabricaron una democracia a su medida para mantenerse en el poder. En definitiva, la ciudadanía ‘adormecida’ abrió los ojos a una realidad ‘desconocida’ y se indignó.
En estas circunstancias se fraguó el lanzamiento de Podemos, aprovechando tanto malestar, y atrajo votantes, sobre todo socialistas, con un discurso nuevo y esperanzador. De esa huida fueron responsables líderes nacionales, regionales y provinciales. Sin su inoperancia, el círculo de Pablo Iglesias no hubiera tenido el crecimiento que alcanzó en las elecciones generales de 2015 y el PSOE no se hubiera descalabrado de ese modo. Cataclismo que no se arreglaba llamando Pablo Manuel a Pablo Iglesias, ni utilizando descalificaciones bolivarianas, ni bravatas mitineras.
La recuperación y el cambio en el PSOE no la van a llevar a cabo los mismos que lo gobernaron y hundieron en los últimos ocho años. Esos que se creen élite con derecho a ocupar perennemente cargos en empresas públicas, agencias públicas y otros emporios, lo que tanto irrita a la ciudadanía. Esos que sienten pavor de volver a su actividad profesional y a la militancia de base sin cargos, ‘desnaturalizadores’ del PSOE. La imagen pública del PSOE se restablecerá con personas que no lo lastren con su pasado. Eso que dicen: “aquí no sobra nadie”, es una falacia ideada para mantenerse; es un artificio verbal para no pagar precio alguno por sus torpezas. En el PSOE, para ellos, sobran todos los que tienen criterio y creen que pueden hacerle sombra. No se trata de podemizar el PSOE, se trata de volver a su esencia, pero de verdad, sin aprovechados que apelen a las prebendas, para que inspire la confianza suficiente para que vuelvan los millones de votantes perdidos.
Tras el cese como presidente del Consejo Escolar de Andalucía pronuncié unas palabras públicas de despedida, con esta reflexión: “lo necesario que era en política volver a contactar con la realidad y reciclarse socialmente”. Entonces un importante cargo orgánico provincial me dijo: “Antonio, ahora a reciclarse”. Nueve años ya. Yo he ejercido mi profesión, orgulloso; él ha pasado de cargo en cargo. ¿Acaso derecho vitalicio?
Mi distanciamiento del PSOE, que no del pensamiento socialista, me permite ser un observador imparcial. Cuando terminé mi etapa política (a lo que algunos me empujaron diplomáticamente), me fui a mi casa, a mi trabajo y a mis escritos, no a otro partido, ni ideología que no fuera la socialista.
 *Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 25/8/2017

domingo, 20 de agosto de 2017

LAS CABRAS

Uno no sabe bien porqué se vincula más a unos animales que a otros. Tuvimos tres perros durante veinte años y eran como de la familia. Pero hay un animal que siendo niño formó parte de mi universo infantil: la cabra. Alguna vez mi madre me ha recordado que fui criado con leche de cabra. Ahora una de mis predilecciones es el queso de cabra. Lo compro siempre que puedo y me gusta tanto fresco como en aceite.    
En aquellos años de mi niñez solía pasar los veranos en el cortijo donde vivían mis padres. Terminaba el curso escolar en Granada y al día siguiente ya estaba en el coche de línea con dirección a Prados Bajos. Es un cortijo que está junto al río Valdearazo, el río Tercero como se le llamaba por allí, en las estribaciones de la Sierra Sur en Jaén, en dirección al Parrizoso y el embalse de Quiebrajano. Allí me familiaricé con las piaras de cabras y los chotos. Y más de una vez tuve que subir a la cima de un monte para volver a las cabras que se habían metido en los olivares.
Las cabras son otros de los seres vivos habituales que me encuentro en mi recorrido vespertino por el sendero de Pinos Genil a Cenes. Casi siempre me topo con un rebaño de cabras. El mismo siempre. Me quedo extasiado un rato mirándolas. Aunque parco en palabras, cuando tengo oportunidad le pregunto al pastor, o cabrero, por ellas. Me cuenta que las saca cada día sobre las seis de la tarde y las tiene pastando hasta la nueve, cuando las encierra en una cabreriza que hay junto al sendero.
Hay cabras de pelaje variopinto. Suelen ser negras, de raza moruna, pero las hay moteadas en varios colores. A veces las veo pastar, otras veces pasan a mi lado sorteando mi cuerpo. Me fijo en ellas, en sus cabezas pequeñas y redondeadas, muchas son mochas, sin cuernos. Las ubres, que ya a esa hora están henchidas de leche, se les ven colgantes y prietas. Algunas están preñadas. Pronto parirán, me dice el pastor. Yo he visto parir a muchas cabras. Para los ojos de un niño, aquello era una experiencia única, así que cuando volvía a la ciudad al inicio del curso escolar sabía más de cabras que ninguno de mis amigos.
El otro día el pastor llevaba dos chotos recién nacidos. Era más tarde de lo habitual. Debió retrasar la vuelta a la cabreriza hasta que las dos cabras parieran. ¡Qué hubiera dado yo por volver a ver ese momento después de más de cuarenta años!
Las experiencias infantiles son un tesoro. Recuerdo en el cortijo cuando nacían los chotos. Durante unos días las madres eran apartadas del rebaño para que amamantan a los pequeños. Pasado ese tiempo volvían con las demás cabras. Eran los chotos, que empezaban a masticar los primeros brotes de hierba, los que se quedaban en las cabrerizas y esperaban hasta el amanecer del día siguiente a que regresaran las madres para amamantarse. Jugaba con ellos. En mi imaginario creía tener mi propia piara de cabras. Cuando ya alcanzaban cierta envergadura, ellos también se integraban en el rebaño.
Desde hace años las cabras representan una pujante industria de transformación artesanal en cuanto a la producción de carne y de leche y sus derivados. Suelen estar en régimen de estabulación. A mí me gusta verlas sueltas por el campo. Ya se ven pocos rebaños de cabras por los montes. Siempre representaron un recurso natural para la limpieza de los montes. Es una de las razones adversas de la que acordarnos cuando se produce un incendio forestal.
Cada tarde voy alerta, esperando encontrarme con las cabras. Es una de las cosas que más me satisface en estos paseos. Las observo un rato. Me gusta verlas ramonear y me hace gracia cómo se repliegan, con esa impronta asustadiza, ante las arremetidas de los dos perros pastores que manejan con maestría al rebaño.

lunes, 7 de agosto de 2017

EL OTRO SON ESTIVAL EN TORNO A GARCÍA LORCA*

¿Recuerdan aquello de la serpiente de verano?, ¿lo de las noticias que durante el estío suscitan un debate sobre hechos con poco fundamento?, pues bien, en Granada se diría que ya tenemos nuestra serpiente de verano si no fuera porque el tema alcanza tintes precisamente no baladíes. El caso es que el debate suscitado ha venido en forma de edificio para la controversia y con Federico García Lorca metido por medio.
La polémica se ha montado en torno al edificio del hotel Montecarlo de la acera del Darro, que tiene todas las bendiciones de Urbanismo para ser demolido. A este edificio algunos le atribuyen el honor de tratarse de una de las residencias de Federico en Granada, mientras que otros lo dudan. Ahora un informe de técnicos de la Delegación de Cultura sostiene la versión de que en él no residió el poeta, sino dos casas más abajo. Y ante el revuelo armado, se plantea la búsqueda de otra alternativa, a modo de solución salomónica: que en su demolición se mantenga la fachada.
Mi intención no es entrar en este debate. Que se pronuncien los que se hayan aproximado documentalmente a este tema. Sabios y doctos no faltarán para definirse si fue residencia o no del poeta o, a lo mejor, si lo fue de sus primos, a los que iba a visitar.
A mí lo que me sorprende y preocupa es que Granada, la ciudad de Federico García Lorca, la que pregona al poeta como emblema, se encuentre a estas alturas de siglo, después de tantos estudios y aproximaciones hacia su figura y su obra, dirimiendo si el hotel Montecarlo es o no uno de los lugares lorquianos de la ciudad.
Esta ciudad, como han pregonado sus autoridades pasadas y presentes, o intelectuales de antes y de ahora, debería rendir homenaje permanente a esta figura literaria universal. Estamos en su ciudad, en la que se ha construido un centro cultural para el estudio e investigación de su obra, la que concede un premio internacional de poesía con su nombre. Pero también la ciudad que se rasga las vestiduras ante cualquier ataque hacia su poeta preferido (agravios y ofensas no han faltado, provenientes tanto de sectores retrógrados como menos retrógrados). La misma que asimismo, desgraciadamente, es capaz de utilizar polémicas en torno a su persona como arma política, a veces sin mucha conciencia de lo que se dice y de lo que se hace. Esa ciudad que le rindió homenaje en el 98 por el centenario de su nacimiento, para proyección de su figura en el mundo entero.
Y queriendo tantas cosas para Federico, sin embargo todavía otras inexplicablemente han quedado en manos de la desidia. Es así como no se han determinado con certeza y rigor histórico todos los lugares lorquianos que encierra la trama urbanística de la ciudad. En una dejación imperdonable que deshonra tanto deseo, a veces fatuo, por ensalzar su figura. Que deja a los granadinos y a los visitantes sin la posibilidad de aproximarse a otra perspectiva en el conocimiento del poeta: la de su cotidianidad, la que por otra parte lo puede conectar aún más a cada uno de nosotros.
¿Qué han hecho las distintas corporaciones municipales que en la democracia han sido en este sentido? ¿Qué no han hecho las concejalías de Cultura para que a través de estudios serios hubieran resuelto la identificación de los lugares lorquianos hace décadas o lustros? ¿Acaso no han tenido tiempo para fijar con rigor esos lugares y marcar sus fachadas con una humilde placa, así como catalogarlos como bienes de interés cultural, protegiéndolos para siempre? Pues parece que no, habida cuenta que estamos inmersos en esta polémica del hotel Montecarlo.
Dublín tiene bien definidos los lugares de James Joyce y su Ulises. En Salzburgo todo gira en torno a Mozart. Ejemplos de ciudades europeas no faltan. Y en Granada, sin embargo, se da la noticia de que se va a derribar un edificio y nos surgen a todos miles de dudas, porque su Ayuntamiento (éste o los pasados) no tienen claro si tenemos o no ante nosotros un lugar lorquiano con la rotundidad que el tema merece.
Este verano será recordado no solo por los sones de ¡Oh Cuba! Federico García Lorca. Son flamenco en el teatro del Generalife, lo será igualmente por la polémica sobre dónde se ubicaba la residencia lorquiana en la acera del Darro. Como si no tuviéramos bastante ya con el retraso en la llegada del legado del poeta al Centro Federico García Lorca (que tanto costó su finalización arquitectónica) o la sombra de sospecha que se cierne sobre los millones de euros de gastos que aún no han sido justificados.
*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 6/8/2017

lunes, 24 de julio de 2017

LAS LLAVES

El verano se me está haciendo llevadero. Soportando bien las calores, tengo suficiente. Sigo con mis caminatas. Soy disciplinado y hago caso siempre a mi médico. Y ahora no sé por qué me he puesto a releer Crónica de una muerte anunciada.
En el sendero que me sirve de banco de pruebas terapéutico, cada día me deapra una sorpresa. Durante dos o tres semanas me han estado intrigando unas llaves. La primera vez que las vi estaban colgadas en la espita de uno de los muchos árboles que flanquean el sendero. Casi no se veían. Alguien debió verlas en el suelo y las colgó, en el apéndice de una pequeña rama partida, a la altura de la cabeza de una persona de estatura mediana. Supongo que pensó que su propietario así podría verlas si pasaba de nuevo por allí. Llevar a objetos perdidos algo perdido en un sendero en el campo no es una solución inteligente. Es más lógico pensar que quien pierda algo en un camino volverá a recorrerlo. Quizá quien las perdió fuera un caminante fugaz que no volverá a pasar por el sendero en semanas o meses; tal vez, nunca. Pero eso no lo sabemos, así que lo más sensato es hacer lo que el caminante anónimo: ponerla a la vista.
Me pareció que yo también debía colaborar en facilitarle la localización a su propietario o propietaria. Por el aspecto del llavero me inclinaría más porque fuese una propietaria. Así que aparté una ramita que intercedía en una buena visualización y dejé las llaves libres de obstáculos para su mejor vista a unos metros de distancia. Si yo hubiera perdido mis llaves, que no las perderé nunca porque no las llevo cuando hago este paseo, me hubiera gustado que alguien hiciera lo mismo.
A partir de ese momento, las llaves se convirtieron en un ejercicio de solidaridad senderista entre los caminantes. Aunque también los haya  guarros y guarras, de esos que tiran los desperdicios y envases de una merienda de comida basura en los aledaños del camino. Pero dejemos esto tan irritante. Cada día que volvía a pasar veía que algo había cambiado alrededor de las llaves. Aparecían cintas de colores para que llamaran la atención en un golpe de vista de los transeúntes. La verdad es que el llavero era un poco soso y cutre, su color negro parduzco no destacaba precisamente en el tronco del árbol. Así es como un día vi atado un trozo de plástico blanco y una cinta roja otro día más adelante.
Aquello provocó que durante un tiempo se soliviantaran mis inquietudes y temores. ¡Menudo sofocón para quien las hubiera perdido! ¡Qué trastorno no encontrarlas de inmediato! ¡Menuda intranquilidad si alguien las encontraba y sabía donde vivía! Entraría como Pedro por su casa.
Pasaron varios días, y las llaves desaparecieron. Pensé: por fin las ha encontrado su dueño. El asunto no pasó a mayores. Casi me olvidé de ellas. Pero días después aparecieron en otro árbol, a unos cuarenta metros. Me solivianté, al tiempo que cundió mi decepcionó: el dueño no las había encontrado. Entonces qué pudo ocurrir: otro buen caminante pensaría en ponerlas allí, donde él creía que estarían más visibles. No me pareció buena idea. Sin embargo, un buen día ya no estaban. Miré entre la hierba, a ver si se habían caído o alguien malintencionado las había arrojado por la zona. Como no di con ellas, lo mejor que pude pensar para mi tranquilidad es que su dueño las habría encontrado. Él o ella podía respirar a gusto, y yo también.
Seguiré leyendo Crónica de una muerte anunciada y, apenas la termine, releeré El llano en llamas. El verano parece que se presta más a las relecturas.

jueves, 15 de junio de 2017

YO NO PUDE VOTAR AQUEL 15-J DEL 77

Hace unos años, desde un periódico, me preguntaron por mi experiencia en aquellas primeras elecciones de la democracia en España. Aquel día se ejercía un derecho que el régimen franquista había hurtado al pueblo español durante cuarenta años. Mi respuesta: que aquel 15 de junio de 1977 yo no pude votar, a pesar de arder en deseos de hacerlo. Se trataba de una cuestión de mayoría de edad, me faltaba casi un año para cumplir los veintiún años.
Después de una dictadura, cuando en el país vivíamos una esperanza de cambio, de estrenar la ansiada democracia, verte privado de poder votar fue realmente frustrante. A muchos jóvenes de mi generación nos pasó lo mismo. La dictadura, con su cómputo de mayoría de edad, casi dos años de la muerte del dictador, todavía nos jugaba esta mala pasada. Su larga sombra aún nos seguía machacando, como en otras muchas esferas de la vida pública y privada en España.
Aquel día, miércoles, lo viví entre la expectación y la frustración. Sabía que existía esa limitación de la mayoría de edad, bastantes trámites administrativos nos lo recordaban a diario. La incertidumbre, el deseo, la ilusión de vivir en día especial, me hicieron no obstante albergar la esperanza de que aquello no fuese así. Gran parte de la mañana, hablando con mi amigo Juan Rubio, abundamos en la conversación de que a lo mejor podía estar en el listado del censo y tener alguna posibilidad. Hacíamos nuestras cábalas. Para despejar dudas, nos acercamos a un colegio electoral situado en la cuesta del Chapiz. Allí nos dijeron que los menores de veintiún años no estaban incluidos en el censo. Se desvanecía definitivamente aquella ilusión basada en el anhelo.
Cuando escribí La renta del dolor, cuya historia abarca los últimos años del franquismo, barajé la posibilidad de que la novela finalizara en noviembre de 1975, con la muerte del dictador. Meditando sobre ello, me pareció insuficiente. El régimen sobrepasó a esta muerte (todavía nos preguntamos si actualmente quedarán rescoldos en la vida pública de aquel régimen). El trabajo de reconstrucción democrática que quedaba por hacer era extenso y profundo. Así que la historia de Matilde Santos debía llevarla hasta las primeras elecciones generales, cuando ella, tras treinta años de exilio y diez viviendo bajo el régimen, por fin podía votar. Ese era el momento en que con la participación del pueblo español se configuraba el arranque del nuevo tiempo democrático que habría de venir.
Para cuando se publicó un real decreto, previo a la Constitución de 78, que pasaba la mayoría de edad de los veintiún a los dieciocho años, yo ya era mayor de edad por partida doble: tenía más de veintiuno y más de los recién estrenados dieciocho. Lo siguiente que se votaba, el refrendo de la Constitución. Fue el momento en que por primera vez depositaba una papeleta en las urnas. Me alegré que decenas de miles de españoles de mi generación tuvieran esa oportunidad de votar y que no pasaran por la misma frustración que sentí aquel 15 de junio.
Afortunamente, la democracia nos brindaría en los cuarenta años que han transcurrido desde entonces muchas más posibilidades para votar. Otra cosa distinta es que aquella ilusión que teníamos con nuestro primer voto nos haya servido para hacer de nuestra democracia un sistema más justo e igualitario, a la vista de lo que hemos vivido en la vida pública en los últimos diez años.

sábado, 27 de mayo de 2017

EL SENDERO

Desde que el médico me animó es un decir a que cada día anduviera cuatro kilómetros o durante una hora, el sendero junto al río Genil se ha convertido cada tarde en mi gran aliado. Se trata de una ruta verde que discurre entre Granada, Cenes de la Vega y Pinos Genil. La frondosidad de la vegetación que lo flanquea lo hace un sitio ideal para pasear.

Cada tarde, cuando el calor del día se mitiga por la tibieza del sol que se pone, el sendero se convierte en un reguero de gente. El río, próximo, y la abundancia de vegetación hacen que la caminata adquiera una perfecta comunión entre salud y naturaleza. A ratos, el rumor del agua del río golpeando las rocas se mezcla con el trino de los pájaros que anidan en la espesura de los árboles.

En mi caminar, me cruzo con gente de todas las edades. La impresión que me da es que todos los que andamos por allí hemos sido obligados por el sabio consejo médico. Pero seguramente no será así. Pasean mayores y menores, señoras metidas en carnes, señores con barrigas prominentes, jóvenes embutidos en trajes de licra, parejas acompañadas de sus perros. Los hay que caminan o que van corriendo. Hay quienes te dan las buenas tardes o quienes pasan a tu lado signados por el esfuerzo. Esa costumbre de darse las buenas tardes o los buenos días cuando los caminantes se cruzan en los caminos me recuerda a mi niñez. Era habitual. Probablemente por cortesía, pero también porque era la manera de saber que se iba en son de paz. Recuerdo escuchar a mi padre en esa circunstancia decir aquello de “Dios guarde a usted”. Ahora eso no es frecuente, pero no están de más las formas amistosas cuando dos caminantes se cruzan.

En el sendero no solo hay viandantes, lo compartimos con ciclistas. Es lo que no me gusta, porque si te sorprenden por la espalda, casi siempre a una velocidad inapropiada el susto no hay quien te lo quite. A veces no reparan en nosotros, los caminantes. El otro día, me abordó uno por la espalda gritando ¡voy! A una decena de metros se paró en un ensanche, pensé se irá por otro camino. A poco de dejarlo atrás, escuché otra vez el sonido estentóreo: ¡voy! Me llevé un buen repullo. Ni siquiera tuve tiempo de decirle: ¡hombre, con más cuidado! El paso de algunos ciclistas es lo que menos me gusta.

Camino entre Pinos y Cenes, así completo mis cuatro kilómetros. Este paseo es ciertamente reparador, no solo para la salud, supongo, también para el espíritu. Cualquier premura del ajetreo diario, en esa hora que suele durar el paseo, pasa a un segundo plano.

Casi nunca voy solo, siempre hay alguien cerca. Pero cuando no hay nadie me acompañan mis pensamientos, que ahora dan vueltas a la corrección de la novela que ya tengo escrita, pero que necesita esa penúltima corrección. El sendero es un buen lugar para pensar. En lo otro, espero que la próxima visita al médico me depare unos resultados en consonancia con la disciplina que me he impuesto. 

martes, 7 de marzo de 2017

PATRIAS Y VASCOS

En nuestro país todos tenemos prejuicios sobre los demás. Los catalanes son.., los gallegos son…, los vascos son…, los andaluces son... Hay miles de chistes que circulan por las redes sociales o se cuentan en radio y televisión. Cada vez menos, es cierto. Recuerdo declaraciones de políticos (Durán i Lleida, Ana Mato o Albert Rivera) que hablaron alguna vez, para defender sus argumentos, denigrando a los adultos andaluces o a los niños andaluces. Lo mismo que en algún momento se ha hecho con gallegos, catalanes o extremeños. Hubo un tiempo en que se proclamaba gratuitamente que todos los vascos eran terroristas. A los equipos vascos de fútbol (sobre todo la Real Sociedad), cuando jugaban en campos fuera del País Vasco, se les gritaba eso de terroristas o etarras.
En los años del terrorismo no solo se asesinó y se destruyeron vidas y familias, también se moldearon mentalidades y se activaron prejuicios, pensamientos negativos y hasta xenófobos, en este caso, hacia lo español. No eran negros, musulmanes o judíos a los que se echaba la culpa, era a España y a los españoles, represores de su pueblo, a los que se odiaba e imputaba la culpa de todos sus males. Esa realidad se vive todavía enquistada en un sector amplio de la sociedad vasca. Las opiniones están condicionadas, y el subconsciente traiciona con relativa frecuencia cuando se quiere decir algo de España o de los españoles. El argumentario de ETA y de un gran sector de la izquierda abertzale marco durante tanto tiempo tendencia y opinión.
La torpeza de una televisión pública vasca, ETB, emitiendo el programa Euskalduna naiz, eta zu (Soy vasco, y tú…), donde se insultaba a los españoles, llamándolos catetos, atrasados, fachas o chonis, no ha sido el mejor ejemplo ni lo más acertado. Lo que se ha emitido en esta televisión no es un pasatiempo, tampoco un programa de humor (aunque se disfrace de ello), es algo más profundo, desafortunadamente, sustanciado en las mentes de decenas de miles de vascos, adultos y niños, que desprecian a los que son de fuera de sus fronteras.
En Andalucía, en Madrid o en Cataluña viven miles de vascos. Aquí en Granada los conocemos, algunos son docentes, otros empresarios, otros médicos o enfermeros. Trabajan cerca de nosotros, nos respetamos y nos queremos. ¿Por qué no puede ser que eso mismo ocurra entre los habitantes de Euskadi y los miles de españoles que residen en el País Vasco? Respeto mutuo es lo que necesitamos. Desde la política probablemente es desde donde se haya hecho más daño al respeto entre los pueblos de España. Su cuota de responsabilidad tiene.
Si hay sectores de la sociedad española y vasca que están trabajando en pro de la convivencia entre los pueblos, si hay valiosas voluntades para que el respeto siempre impere, tras las décadas negras del terrorismo, la emisión de este programa ha venido a poner muchos palos en las ruedas.
Contra tantos prejuicios, etiquetas y odios es contra lo que tenemos que combatir, pero no respondiendo igual, con la descalificación y el insulto, sino con la razón y el respeto. Es lo que nos toca hacer, a los que se nos llama españoles catetos y atrasados. Acabemos con esas patrias, vasca o española, que terminan excluyendo.
Hoy, 7 de marzo, se cumple el noveno aniversario del asesinato de Isaías Carrasco a manos de ETA en la localidad de Mondragón/Arrasate, sirva este artículo como recuerdo y homenaje a su figura.

lunes, 20 de febrero de 2017

GRANADA YA HABLA EN LA CALLE*

Granada ha sido siempre una ciudad callada, ensimismada por el rumor de las aguas que bajan de los neveros de Sierra Nevada. Solo sus poetas han levantado la voz y, a veces, se las han silenciado. La misma ciudad de mentalidad introspectiva, capaz de mirar solo hacia dentro, atenazada por la quietud, reflejo de una idiosincrasia construida durante siglos por su élite política y social. Esa realidad histórica que ha conformado una manera de ser que a veces ha rayado en la sumisión.
Es en el retraso de sus grandes proyectos de ciudad y provincia donde podemos apreciar  cómo se conjuga esa dicotomía entre ser y actuar. Granada nos tiene acostumbrados a la protesta de periódico, de café o de tertulia, pocas veces se ha echado la calle en masa para mostrar una queja. Años y decenios de marginación, y ni una voz más alta que otra. Demasiado silencio, demasiado conformismo.
En Espera un milagro, documental de Gemma Ventura, se narra el trabajo de la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur, una de las zonas más áridas y pobres de la India. El esfuerzo y la tenacidad de sus gentes hicieron posible la transformación de aquel lugar en un espacio repleto de vida. Los milagros solo llegan con el esfuerzo y la conjunción de fuerzas. Quizá esta haya sido la lección que Granada ha aprendido en los últimos meses.
Las movilizaciones a favor de los dos hospitales completos han marcado un hito social en Granada y probablemente hayan despertado la conciencia social que permanecía aletargada. Esa  conciencia que une y congrega, que apiña a miles de ciudadanos para clamar al unisono un mismo pensamiento. Este ha sido el gran logro de las tres manifestaciones en favor de la sanidad convocadas por el médico Jesús Candel. Su impacto en las redes sociales (una enfervorizada multitud de seguidores está detrás de esta causa) y el poder de convocatoria han propiciado la presencia de decenas de miles de ciudadanos en las calles de Granada. La consecución de lo reclamado ha demostrado el poder que tiene la ciudadanía para sacar adelante un proyecto.
El pasado 12 de febrero, Granada, en una de las reivindicaciones históricas de esta provincia: las infraestructuras ferroviarias, volvió a congregar a miles de granadinos (en la anterior manifestación del 17-S, previa a las de la sanidad, la afluencia fue bastante menor). Es posible que estos hitos sociales hayan despertado de verdad esa conciencia social de los granadinos. Causas por las que luchar no faltan.
La talla de la política granadina es la es. Me detendré en dos momentos. Hace cuatro años (5-3-2013) se anunció a bombo y platillo por los máximos dirigentes provinciales del PP y del PSOE, Sebastián Pérez y Teresa Jiménez (ambos todavía en el mismo cargo) la firma del llamado Pacto por Granada. Entonces abundaron los buenos deseos, como siempre ocurre en estos casos. Las fuerzas políticas y los agentes sociales y económicos debían aunar esfuerzos para defender los intereses de la provincia. Los temas del pacto eran: la Alhambra, el PTS, la cultura, el turismo, el puerto de Motril, el aeropuerto, el AVE, el metro, la A7, el Centro Lorca, las canalizaciones de Rules, el corredor ferroviario y la segunda circunvalación.
Rueda de prensa en el hotel Carmen. Se decía que se trataba de un pacto para generar confianza y atraer inversiones, y que respondía “a las exigencias de la ciudadanía”. Por tanto, la ciudadanía ya no tenía mucho que decir, se iban a ocupar de sus necesidades, algunas arrastradas desde lustros o decenios. Teresa Jiménez: “Tenemos nuestras diferencias, que son legítimas, pero tiene que haber intersecciones que tenemos que aprovechar”. El presidente del PP, con más incontinencia verbal: el pacto por Granada “no se va a quedar en agua de borrajas”, “queremos empezar la conversación con luz y taquígrafos”, porque “ha llegado el instante de hacer borrón y cuenta nueva” en ayuda de la creación de empleo y riqueza en la provincia.
Segundo momento: elecciones generales de junio de 2016, los cabezas de lista de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos “sellaron” para Granada el llamado Pacto de Santa Paula. Cuatro puntos clave de máxima actualidad: el AVE, la cultura, el empleo y las posibilidades de acuerdos. Revisión trimestral de temas. Firmado en hoja de papel.
A día de hoy, Granada se ha echado a la calle por el AVE y el aislamiento ferroviario. Pero en la cultura, Granada desciende al vigésimo lugar como capital cultural en España; el empleo, mejor no hablar (mal endémico); la presa de Rules, sin canalizaciones, ¿desde cuándo?; en el aeropuerto se hace lo que se puede; la Alhambra, que no la estropeen con proyectos estrambóticos; el PTS, un caos de tráfico; el metro, por fin tiene fecha de arranque (quince años de ejecución); el puerto de Motril, más propaganda que crecimiento; el Centro Lorca, se va a hacer eterno; del corredor ferroviario y la segunda circunvalación mejor no hablar. Y los acuerdos entre grupos políticos que miraran exclusivamente el interés de Granada, ya los vemos, brillan por su ausencia en todos los ámbitos sociales y económicos, en los que Granada necesita verdadero impulso.
¿Qué hacer con Granada? ¿Por cuántas causas más debería echarse la ciudadanía a la calle? ¿Las dejamos en manos de los políticos?
Será mejor que depositemos asuntos tan graves en las cuerdas vocales de los granadinos. Ya hemos conseguido los dos hospitales. Si insistimos, conseguiremos unas infraestructuras ferroviarias dignas, bien equipadas y con las garantías urbanísticas que se merece Granada. Visto lo visto, estoy convencido de que las causas deben ser defendidas por los ciudadanos en la calle, mientras que los políticos lo hagan ante los gobiernos y en los parlamentos. Eso sí, sin esconderse detrás de sus siglas de partido.
Granada ya habla en la calle, esperemos que no calle jamás. Motivos tiene.
 *Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 19/02/2017

lunes, 13 de febrero de 2017

¿HA CAMBIADO ALGO EN LA POLÍTICA ESPAÑOLA?*

En ‘Esa puta tan distinguida’, la novela de Juan Marsé, el escritor recibe en 1982 el encargo de redactar un guión de película sobre el crimen de una prostituta, a manos del operador Fermín Sicart, ocurrido en un cine de barrio en 1949. Lo que menos le interesará del crimen son los detalles morbosos, buscará más bien el porqué ocurrió y cómo se fraguaba la vida de aquella gente en la España triste y remendada de ese tiempo. Cuando aquí hablemos dentro de treinta años de los tiempos que ahora vivimos seguro que aparecerá el ruido y las vulgaridades que cada día nos asaltan, pero espero que también nos llegue la reflexión, tamizada por la perspectiva de tiempo, acerca de los porqués que expliquen las convulsiones y veleidades de la política que nos afecta hoy día.
La crisis económica removió los pilares de nuestra democracia y zarandeó muchas de las verdades y certezas que pensábamos nos durarían toda la vida. Entonces vimos cuántas debilidades se habían construido como si fueran fortalezas, enmascaradas con burbujas inmobiliarias, créditos financieros, ostentación, despilfarro, relatos que lanzaban mensajes de ser el mejor país del planeta, etc., y así otros cantos de sirena que no hacían más que ocultar la  vulnerabilidad del sistema, aparte de adormecer conciencias y obviar cualquier ética pública. De modo que, cuando explotó, todo se vino abajo en este país construido sobre una burbuja piramidal, y fue entonces cuando floreció la podredumbre que se nos había ocultado.
La política falló a la ciudadanía, le dio la espalda a la dignidad y se tiñó de repente de oprobio y corrupción. Conclusión: la ciudadanía dejó de creer en ella. Los que habían dado pie a ese hedor adoptaron una impronta carnavalesca para que creyéramos en su inocencia y evitar caer en el precipicio de la ignominia. Pocos fueron los que quedaron señalados o los que se apartaron de la política por decencia, fueron más los que resistieron (solo tenían que aguardar a que escampara el temporal). Y a fe que estos últimos lo hicieron ‘bien’, porque esos mismos que enlodazaron este país son los que hoy siguen gobernando o apoyan a los que gobiernan. La táctica de la política más miserable, que se dota de capacidad de aguante antes que renovarse, les dio resultado.
La creencia de que tras la sacudida de la crisis inauguraríamos una nueva época, un futuro con nuevas ideas, política más honesta y mayor dosis de democracia, se derrumba. Llegaron partidos nuevos, pero se diluyen. La transformación de la política en España, que parecía asomar tímidamente, hoy se desvanece. Y es que vivimos un tiempo donde lo trascendente no cuenta, solo lo superfluo e insustancial. Aunque sospechamos que España no es la excepción, es parte de lo que ocurre en los países que nos rodean.
Podríamos decir, pasados ya unos años del inicio de la crisis, que tras la fase del bochorno la política ha vuelto a los mismos patrones con los que se mancilló la democracia en las dos últimas décadas, a esas mismas burdas maneras de hacer que la ‘cochinearon’. Si tuvimos la ilusión en algún instante de que llegara una política nueva, ahora pensamos que se trató solo de un espejismo pergeñado en el abismo de la desvergüenza que quisimos combatir, cuando gritábamos con Walt Whitman: “¡Arrancad los cerrojos de las puertas!, ¡arrancad las puertas de los goznes!, quien humilla a otro, me humilla a mí”. Afloraron tantos casos de corrupción, se desveló tanta incompetencia en la gestión y brotó tanta vulgaridad política, que pensábamos que era imposible caer más bajo y que de ello no resurgiría algo honorable. Pero pasó.
Hoy vemos que se maniobra para pactar y elegir a dedo jueces del Tribunal Constitucional sin rubor alguno, se colocan altos cargos en las grandes compañías (eléctricas, hidrocarburos, energéticas..., las mismas que machacan a los ciudadanos con tarifas y precios abusivos), sigue habiendo privilegios para bancos frente a los ciudadanos, en la corrupción de Valencia no pasa nada, en el caso Bárcenas no pasa nada, el PP nunca tuvo una doble contabilidad, en las tarjetas black no pasa nada, en las cursos de formación no pasa nada, el empleo es precario y no pasa nada, los servicios públicos (sanidad y educación) se deterioran y se hace negocio con ellos, pero tampoco pasa nada. Los casos de corrupción política a duras penas acaban con una condena judicial, o son suavizados con una reprobación o condenas testimoniales. Esto es lo que pasa ahora, lo mismo que hace cinco o diez años.
¿Alguien creyó alguna vez que las cosas cambiarían en este país? Nada ha cambiado, ni va a cambiar. Hace tiempo escribía que no hay política sin ideales y principios, y lamentablemente estos viven tiempos de suma fragilidad y devaluación. Así es como hemos llegado a que se haya puesto en un brete a la política, aunque más por demérito propio que por mérito de los que pretenden devaluarla. La ultraderecha asoma la nariz por toda Europa, ¿aprenderemos aquí algo cuando todavía estamos a tiempo?
Pasado el tiempo, cuando hablemos de la España de esta década, espero que nos pase como al guionista de la novela de Marsé que, a pesar de ser empujado a escribir un guión burdo y morboso acerca de aquel crimen de la prostituta, se mantuvo firme en la búsqueda de las razones que subyacían en la comisión de aquel asesinato. A nosotros nos tocará juzgar por el tamiz de la historia a todos los trápalas inmisericordes que nos rodean y hacen de la política algo indigno, pero también nos hará abochornarnos por no haber sido capaces de cambiar este país y haberlo fortalecido, haciéndolo más honorable, honesto y ético.
* Artículo publicado en Ideal de Granada, 12/02/2017