lunes, 5 de diciembre de 2022

ESPERANDO A QUE TERMINE EL MUNDIAL DE QATAR*

 


Estoy viendo algunos partidos del Mundial de fútbol de Qatar y siento remordimiento. ¿Lo estaré haciendo bien? Un Mundial celebrado en un país que vulnera los derechos humanos y un presidente de la FIFA, Infantito, que dice que deberíamos ser todos cataríes, mirar con magnanimidad el milagro creado con petrodólares y olvidar los centenares de obreros muertos durante la construcción de los estadios, obviando la falta de medidas de seguridad, jornadas laborales maratonianas y condiciones paupérrimas de estancia en este ‘paraíso’. Se ve que solo interesa ganar dinero y entretener a los aficionados.

Blanquear la ausencia de derechos humanos con la indigna riqueza es parte de un mundo que lo relativiza todo y va a lo inmediato. Veo en esta fiesta del fútbol a los jugadores alemanes taparse la boca con una mano al hacerse la foto de equipo. Un mensaje por la falta de libertad de expresión. Los altos estamentos federativos prohíben las críticas, solo quieren piernas que muevan la rueda que fabrica dinero sobre el tapete verde de la mesa de juego, que suba la apuesta y la timba deje suculentos beneficios. Los gestos que defienden los derechos humanos, silenciados; el ruido del dinero, imponiéndose.

Me asalta la confusión, ya no sé lo que es correcto o no, si hago bien las cosas o me salto la moralidad, si procedo pertinentemente o caigo en la incongruencia ética. Veo fútbol mundialista. Siento que deambulo entre la estulticia y la moralina que se ha adueñado tanto de nuestros comportamientos como de las palabras.

Nunca había sentido tanta presión como ahora en el resbaladizo terreno de la moral. Menos mal que los muchos años curan de espantos y espantajos, de lenguajes sexistas, feminismos ultramontanos y de rancios valores de una España tradicionalista añorada por nostálgicos de regímenes autoritarios. Vivimos en un mundo de dilemas, donde los dogmas nos asaltan tras cada pensamiento, puro o impuro, coartando libertades, creándonos mundos imaginarios a la medida de los otros.

Tendré que confesarme por esos pecadillos de ver partidos del Mundial, donde tantas barbaridades se ocultan bajo las túnicas blanqueadas de los magnates del poder y del petróleo. El problema es que no sé con quién confesarme. Ya no está el padre Marcelo, que purgaba mis pecados siendo niño. Era muy mayor y muy benigno a la hora de mandar la penitencia, con un avemaría y un padrenuestro despachaba mis actos impuros y mentirijillas. ¡De cuántos avatares infantiles se enteraría aquel confesor!

No saber a quién recurrir para expiar las culpas es un dilema más en este mundo que tanto confunde. Y el principal para mí: no saber si quedarme en el universo de la confusión o del pesimismo, o en los dos, porque el cosmos de los artificios de la felicidad enlatada que nos proponen, no me seduce. Si llego a ver la final del Mundial, porque la juegue la España del antipático Luis Enrique, tendré que acarrear con una penitencia de órdago, de esas que ya soportan los desheredados del mundo sin haber cometido pecado alguno, solo haber nacido pobres o bajo el yugo de las muchas tiranías que se han instalado tan aprisa a fuerza de limitar libertades.

Con lo bien que nos lo prometíamos cuando hablábamos de un mundo en paz y de los loables objetivos del milenio, antes de que todo se empezara a torcer. Ni objetivos del milenio, ni clima arreglado, ni pobreza erradicada, ni educación al alcance de tantos millones de niños que cada mañana, sin pisar una escuela, salen a fabricar ladrillos o deshilachar las prendas que otros niños se pondrán para ir al colegio. No sé, me da que cuando fijamos los objetivos del milenio empezamos a ‘cagarla’.

Ni siquiera una mísera distopía que echarnos a la boca. Por eso estoy pensando en escribir la mía, como vía de escape, en mi próxima novela, donde los supermillonarios oligarcas plutócratas pasaran a convertirse en pobres cada mañana, para ver si son capaces de conseguir tanta riqueza sin ayuda alguna, ni siquiera de la lotería, como le ocurre a tantos desamparados que pueblan el planeta. Una distopía que cree el mundo que deseo habitar, pero no consigo dar con la historia, porque para que sea como el ‘mundo feliz’ de Aldous Huxley prefiero no escribirla.

Mejor me quedo con alguna historia terrenal del mundo de ahora, donde hay muchas a las que acudir. Solo mirar a nuestro alrededor, ver tanta infelicidad y ya las tenemos. Aunque me seduce volver a remover las miserias por las que pasó España en los años cuarenta del siglo pasado, cuando la dictadura sumió en el olvido, el hambre y la represión a millones de españoles. O quizás me quede con la de un hombre maduro que vive una historia de amor con una mujer joven y que se toma la licencia de ver partidos de un Mundial celebrado en un país donde la mujer está sometida al yugo de la religión, que es la mejor manera de sojuzgarla, ocultando las debilidades y miserias del macho humano. Una historia llena de contradicciones en una sociedad sumida en la moralina. La literatura, capaz de definir la condición humana con su legado de palabras.

Así deambulo en espera de que termine el Mundial, aguardando si se respetan los derechos humanos, y sin que me valgan las palabras de Pablo de Tarso en su epístola a los romanos: “Los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después.”

 * Artículo publicado en Ideal, 04/12/2022

** Ilustración tomada de rtve

 

2 comentarios:

maría josé lacomba espadafor dijo...

Lo peor de todo esto es que si supiéramos de la misa la media ni compraríamos muebles al Conforama por ser de quien es, ni compraríamos algunas marcas porque explotan niños y un gran etcétera, con lo cual, el dilema es... seguir nuestros principios o hacernos los suecos y seguir viviendo en una falsa ignorancia?

Antonio Lara Ramos dijo...

María José, comparto tu reflexión. Saludos