sábado, 6 de septiembre de 2025

LOS LÍMITES MORALES DE NUESTROS POLÍTICOS*

 


El horizonte de este final de estío se ha teñido de un resplandor rojizo coronado por una nebulosa blanquecina, como si el cielo quisiera vestirse de gala para una puesta de sol carnavalesca. Pero no, más bien es un trozo del infierno aposentado en los verdes montañas del noroeste de España, lanzando al tiempo llamaradas hacia otros puntos de la península, como si quisiera cubrir la piel de toro de un resplandor sanguinolento.

Suena el crepitar de hojas verdes consumidas por la avidez de un fuego incesante, mientras el chisporroteo de las brasas se confunde con la desesperación de quienes se afanan por apagarlo y los gemidos de tantas personas, llorando como niños, al ver que una parte de su vida desaparece en un instante. Los sonidos angustiados penetran en los oídos de los españoles, encogiendo su corazón. Son días de dolor compartido, de muestras de solidaridad, de deseos de ir hasta en ayuda de las tierras que sucumben abrasadas por uno de los elementos de la naturaleza, el que sale de las entrañas de la Tierra, de la ira de los dioses del Olimpo, el que cambió la vida de aquellos hombres de las cavernas al dominarlo para calentarse, asar la carne cazada o protegerse de las fieras. El mismo elemento que mantenía un punto de luz en la costa para orientar a los barcos que arribaban o se ofrecía como tributo para los dioses.

Esta fuerza de la naturaleza está desatada día y noche, aferrada a la voracidad, lanzando sonidos de furia que dibujan el horror, mientras que entre el chisporroteo y los clamores de la tragedia incontrolable resuenan otros gritos: voces, exabruptos y graznidos exhalados por gargantas infestas, deshonestas, marcadas por la espuria más desvergonzada. Son los chillidos de los políticos entrometidos entre el dolor y la catástrofe, propagados como regueros de impudicia que acumulara solo odio y ambición, sin respeto a los sentimientos ajenos, desconsiderados ante el sufrimiento.

Las Cámaras parlamentarias —Congreso y Senado— cerraron sus puertas en julio. Y si hubiera algo por lo que agradecer este cierre no es porque sus señorías disfruten del ‘merecido’ descanso, sino porque la ciudadanía descanse de ellas, saturada como está del bochornoso espectáculo ofrecido día tras día, mes tras mes, año tras año, grosería tras grosería, ofensas tras ridículas conductas. Su capacidad para el debate es nula, su tendencia a comportarse como energúmenos sin educación, total: insultos, zafiedad, burdos sarcasmos, argumentos carentes de intelecto y dominados por la demagogia.

Mejor hubiera sido que este verano, extremadamente caluroso, dejara paso a un otoño amable y soñador, de atardeceres ceniza y árboles que se desnudan para teñir los caminos y las riberas de los ríos de una sinfonía de colores ocres y rojizos. Pero el verano se va a despedir con extensos frentes de llamaradas y columnas de humo que arrasan la vida a su paso, dejando un erial de pavesas ennegrecidas, cadáveres de animales, postes calcinados de lo que un día fueron hermosos árboles y, lo más dramático, personas fallecidas que defendían sus viviendas y el entorno natural que amaban. Sin embargo, en medio se ha desatado otra hecatombe en forma de trifulca política que no olvidaremos en mucho tiempo, como no olvidamos la que continúa tras el siniestro de la dana en Valencia. La inmoralidad con que se están conduciendo los políticos, escupiendo mentiras, inquina y fuego por sus lenguas, mientras la catástrofe se extiende por cientos de miles de hectáreas, confundiendo a la ciudadanía, echando las culpas de su incompetencia al corral ajeno, acudiendo a falsedades, engaños, con relatos dirigidos a una ciudadanía lerda, sin pensar en el dolor, la tragedia y el patrimonio natural que se está destruyendo, es una indignidad. Miran solo el rédito político. No importa la colaboración, paliar la tragedia, entonar un ‘mea culpa’ y hacer propósito para que algo así no vuelva a repetirse.

La política, utilizada como arma arrojadiza y no como medio para solucionar los problemas, vaga infiltrada en la vida cotidiana sin reparar en el daño ocasionado a la salud emocional de los españoles. Sujeta solo al ruido, la confusión y tergiversación de la realidad, sin importar el daño ocasionado, convertida en un factor de consumo cotidiano, sea consciente o auspiciado por la influencia del entorno, que no deja indiferente ni siquiera a quienes pretendan eludirla. Son tantos los medios utilizados por plataformas políticas y sus adláteres que es imposible que sus mensajes no tengan repercusión en este tiempo de circulación vertiginosa de la información y la desinformación. La realidad que nos invade es una política convertida en ruido, con mensajes fragmentados, inconexos, destructivos, sesgados y dirigidos al consumo ciudadano, basados en soflamas y peroratas propagandistas, desprovistos de argumentos y valoraciones. A lo cual contribuyen algunos medios de comunicación en más ocasiones de las deseadas.

De esto también tenemos mucha culpa la ciudadanía que lo consentimos, que entramos en su estrategia compuesta de mensajes superfluos y poco fundamentados que apelan a los impulsos, urdidos por asesores que maquinan en las sombras siniestras de la política, sabedores de lo manipulables que somos y lo fácil que resulta posicionarnos del lado que les interesa.

La ola de incendios no ha sido una cuestión menor, las responsabilidades de las administraciones para combatirlos, cada una con su cuota correspondiente, se pretenden eludir tirándose los trastos a la cabeza, sin asumir culpas, removiendo solo la confusión como rédito político. La inmoralidad y la desvergüenza han quedando patentes.

 *Artículo publicado en Ideal, 05/09/2025.

**Ilustración en Ideal

jueves, 21 de agosto de 2025

LA HISTORIA NO MIENTE*

 


Asistimos a un cambio de orden mundial de recorrido impredecible. El que trajo fascismos y totalitarismos en los años treinta del pasado siglo terminó en una enorme guerra. Hoy contemplamos la reconversión de los valores de la razón que propició la Ilustración, asentados tras la Segunda Guerra Mundial, a pesar de tantas convulsiones y catástrofes humanas acontecidas en los últimos dos siglos: ignominiosa esclavitud, colonialismos e imperialismos, guerras mundiales y otras muchas definitorias del discurrir de la Historia.

No seré yo, como historiador, quien construya el análisis de nuestra época, se encargarán quienes acceden a universidades para formarse como futuros historiadores, o alumnos de la escuela o, acaso, historiadores no nacidos. Los que vivimos el mundo de hoy somos espectadores y protagonistas de la Historia, como definía hace un siglo Lucien Fevbre al hombre. Nosotros, experimentadores de los hechos, quizás nos dejemos llevar por el corazón.

La verdad en la Historia no existe, pero se aproxima cuando recurre a fuentes contrastadas y visiones interdisciplinares. En la investigación histórica no caben la opinión ni conjeturas o suposiciones, estas y el intrusismo la han dañado. En el tráfago de la búsqueda de la verdad histórica estamos mediatizados por la subjetividad, como expresaba Paul Ricoeur en su Historia y verdad: “Existe una subjetividad buena y una mala, y esperamos distinción de la buena y la mala subjetividad por el ejercicio mismo del oficio de historiador”.

En nuestro tiempo las relaciones internacionales han cambiado de paradigma o están en crisis: Derecho y tribunales internacionales saltando por los aires, igual que el ordenamiento humanitario —Declaración de Derechos Humanos—, organizaciones supranacionales en crisis —ONU, Unión Europea, etc.— o la economía globalizada colapsada frente a la sacudida de los aranceles impuestos por Estados Unidos. Mientras, el mundo rigiéndose por la ley del más fuerte, sin normas de Derecho, ni equilibrios multilaterales, solo imponiéndose con descaro violencia, guerra y explotación.

Antes también ocurría, pero percibimos nuevas crónicas basadas en variables ideológicas segregacionistas y autoritarias conectadas a ambiciones personales e intereses geoestratégicos, políticos y económicos. Solo la Historia arrojará luz pasado el tiempo. Ahora, en el fragor de tantas batallas, cuando se entrecruzan discursos, soflamas o quimeras en este tiempo de bulos, desinformación, mentiras elevadas a categoría de ‘verdades’, de negacionismo climático, racismo o xenofobia, se imponen narrativas que tergiversan la realidad para acabar con el Estado del bienestar, la multiculturalidad o los derechos humanos, ajenas a cualquier análisis histórico sustentado en la razón.

Hiroshima y Nagasaki forman parte de la barbarie humana que atraviesa la Historia. Se ha cumplido el octogésimo aniversario del lanzamiento de aquellas dos bombas atómicas que fulminaron la vida de más de doscientos mil inocentes: ‘Little Boy’ —6/agosto/1945 desde el bombardero Enola Gay, 16 kilotones de potencia— y ‘Fat Man’ —desde el Bockscar, tres días después, 21 kilotones—. El promotor: el deshonrado presidente Harry Truman de EE UU, quien quiso justificar su infamia: “La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses”, en una supuesta invasión terrestre. Y añado: acaso fue para realizar la prueba definitiva, sin ensayos, con ‘cobayas’ humanas. Eisenhower, siguiente inquilino de la Casa Blanca, años después diría: “Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible”. Más tarde, historiadores como Mark Selden —La bomba atómica: voces de Hiroshima y Nagasaki—, señalaría que las bombas no fueron determinantes para la rendición, Japón había sufrido bombardeos, destrucción de ciudades y la pérdida de casi medio millón de vidas, solo demoraba esa claudicación —buscando la intermediación de la Unión Soviética— para obtener, no una rendición incondicional, sino algunas concesiones, como protección al emperador.

Después la guerra de Vietnam estuvo sometida a una sesgada propaganda para suavizar la masacre y el uso de bombas químicas empleadas indiscriminadamente contra población indefensa. Al presidente Nixon, un tipo sin escrúpulos, de nada le sirvió la propaganda frente al posterior dictamen de la Historia. Esto le ocurrirá a Netanyahu, será recordado como criminal de guerra, de nada le valdrán las acusaciones de antisemitismo a quienes critican el genocidio que perpetra en Gaza. Tampoco salvó la Historia a Hitler del holocausto del pueblo judío, y explicará lo que ocurre en Ucrania o Gaza, pero también en el Sahel o la deriva dictatorial en Latinoamérica —acaso extendida a EE UU—, frente a los relatos construidos por tiranos para justificar sus acciones.

La Historia no miente si se escribe con perspectiva, investigación y análisis histórico global, como apuntaba Febvre en Combates por la Historia, por historiadores honestos, sujetos a una deontología profesional que les haga basarse en las fuentes historiográficas. Mienten, en todo caso, los aficionados, los sediciosos que buscan tergiversar el discurso histórico para confundir al lector y construir relatos tendenciosos, parciales y orientados a la especulación y la confusión del hecho histórico.

Algún día los libros de Historia hablarán de genocidio en Gaza como hablan del holocausto judío perpetrado por los nazis. Y algún día compararán a Netanyahu con Hitler, o a Putin con el serbio Slobodan Milosevic. De nada valdrán las palabras de Netanyahu comparando el grito de ‘Palestina libre’ con el ‘Heil Hitler’, ni justificando la ocupación como liberación o los asesinatos a manos de soldados israelíes de diplomáticos, periodistas, voluntarios de ONGs, de niños en hospitales o en las colas del hambre, de indefensos ciudadanos sin rumbo, cargados de escasos enseres y montando burros o carros, como ‘accidentes de guerra’.

*Artículo publicado en Ideal, 20/08/2025.

** Psblo Pivsddo, Guernica, 1937


lunes, 4 de agosto de 2025

VINCENT TRUMP, ALIAS ‘ALLIGATOR’*

En el capítulo anterior Donald Vincent Trump había conseguido la presidencia de su país, Estados Unidos. Desde esta atalaya combatiría a los invasores alienígenas de países en extinción, culpables de tantos males: seres extraños y hambrientos, propensos a delinquir, ladrones de lo nuestro, asaltantes de mascotas, comedores de gatos y perros. Su único propósito: adueñarse de EE UU. Vincent Trump lo supo desde aquella noche que se adentró en Central Park llamado por una luz intensa. Desde entonces los perseguía sin desmayo. Era el único héroe que podría salvar a su amado país.

EE UU iba a la ruina, tenía que tomar medidas drásticas para acabar con ellos, debía recobrar nuevamente la gran América: “Make America Great Again”. Esa que añoraba: de personas honestas y piadosas, libre de tiroteos, con menores felices protegidos de abusos sexuales, sin especulación financiera ni urbanística, donde los ricos podían hacerse más ricos y los pobres comer de la abundante comida sobrante que recalada en los cubos de basura. Un país sin guerras ni excombatientes abandonados a su suerte, sufridores de problemas mentales.

Con la sutileza que le caracterizaba puso en marcha un plan para eliminar tantos invasores: detenciones arbitrarias, deportaciones masivas a cárceles de países colaboradores, redadas en centros de trabajo, dispersión de familias, niños separados de sus padres, persecuciones de estudiantes en campus universitarios, imposición de medidas coercitivas a universidades ‘antisemitas’, clausura de subvenciones para programas de investigación. La resistencia iba venciéndola piadosamente: eliminación de ayudas sociales internas y programas humanitarios, recortes en atención sanitaria, despido de funcionarios, envío de la Guardia Nacional para frenar los disturbios.

En su cruzada estaba dispuesto a descubrir el complot de estos alienígenas. Aún tenía que vencer la resistencia de los que no le creían y defenderse de los muchos infundios lanzados hacia su honesta, ejemplar y ética persona. Uno de ellos: el urdido por maléficos enemigos, también invasores, acusándole de que su nombre apareciera en los archivos del perverso pederasta Jeffrey Epstein. Una cacería de brujas, decía, una persecución en toda regla. Y luego estaba el expresidente Barack Obama, pérfido invasor que se merecía ir a la cárcel. Recordaba sus acusaciones de 2016, asegurando que Rusia manipuló a la opinión pública a su favor en la victoria de las elecciones presidenciales. “Un intento de golpe de Estado perpetrado por el traidor Obama el Africano —proclamaba Vincent—, utilizando a otra alienígena: Hillary Clinton”.

¿Cómo combatir a tantos invasores? —meditaba, al tiempo que se contestaba—: “Hay que adoptar una medida excepcional, nada de disparar con un arma y que sus cuerpos se volatilicen, hay que encerrarlos en establecimientos especiales de por vida para que su sufrimiento sirva de escarmiento a otros”.

Medianoche, su mente, un volcán pensante. Melania aguardando a que apagara la luz y se durmiera. Él, viendo dibujos animados en su móvil. Casi madrugada, cuando apareció ‘El Lagarto Juancho’. Se le iluminó el tupé naranja envuelto en la redecilla. Dio un respingo, abrazó a su mujer, aprentándola como si quisiera estrujarla, y le espetó: “Un antídoto natural, para que vean que no uso armas ni bombas, ¡caimanes, querida, caimanes!”. Y aflojó sus brazos para resuello de ella. “¡Un mérito más para conseguir el premio Nobel de la Paz, Melania!”.

Caimanes, vigilantes gratuitos y rentables reproduciéndose como los hipopótamos de Pablo Escobar, bien alimentados, se podrían construir muchas fábricas de zapatos y bolsos con su piel”. Y se sintió como un genio de la paz y la economía. Pero no olvidaba las espinas clavadas por el ingrato Putin —“con tanta paciencia que he tenido con él en Ucrania, es capaz de bombardear las tierras raras”—, ni del somormujo Netanyahu asesinando niños en Gaza: “Estos cabrones me chafan el Nobel y la Riviera de Oriente”.

Melania en duermevela, y él: “El centro de detención de invasores Alligator Alcatraz en Florida, ¿qué te parece?, ¿te imaginas a Obama intentando escapar nadando, y a Michelle desde la otra orilla vociferando: ‘Cariño, hacia la derecha; no, hacia la izquierda’? Les daremos un curso de cómo huir de un cocodrilo —voz gangosa, ojos atónitos de Melania, y Vincent moviendo sus grasas bajo el pijama de raso dorado—: ¡No corran en línea recta, háganlo así, en zigzag!”.

Alligator Alcatraz tendría cabida para miles de invasores, pero también para unos cuantos a quienes había echado el ojo. Como esa relatora de la ONU, Francesca Albanese, “que va diciendo que en EE UU usamos técnicas de intimidación mafiosas y que en Palestina permitimos un apartheid. Menuda tipeja que apoya el terrorismo, una antisemitista descarada”. O al ingrato Rupert Murdoch, “que ha publicado en su The Wall Street Journal aquella carta de felicitación que le escribí a Jeffrey por su 50 cumpleaños, acusándome de haber tenido sexo con menores de edad”. Y luego estaba “ese comunista de Zohran Mamdani —ganador en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York— que como se le ocurra desafiar al Servicio de Inmigración tendremos que arrestarlo”.

Tras un breve silencio, continuó: “Melania, sospecho que Elon Musk es otro de ellos, he pensado deportarlo si sigue pasándose de la raya, o encerrarlo también. Es un tipo amenazador, después de haberle abierto las puertas de nuestra casa. Hasta ha amenazado con fundar el ‘Partido de Estados Unidos’, menudo desagradecido. Alligator Alcatraz va a ser un espectáculo, todos revueltos, estos estirados con hispanos, chicanos y demás estirpe”.

Melania, a quien un dolor de cabeza horrible la invadía, suspiró. (A lo mejor continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 03/07/2025.

martes, 22 de julio de 2025

PIDO LA PALABRA*


La salud mental es una cosa muy seria. En los adolescentes proliferan conductas suicidas y autolesivas, en los adultos otro tanto. Si miramos hacia nuestra sociedad, a sus altavoces mediáticos, nos alarmaremos del nivel de crispación a que la somete la política, menospreciando el estado de una ciudadanía sumida en las ingratitudes de la carestía de la vida, la violencia imbricada en sociedades cada vez más esquizofrénicas, las guerras repartidas por medio mundo o esa sensación continua de insatisfacción y soledad que nos embarga.

Pasado casi medio siglo de la llegada de la democracia, tenemos la percepción de no haberla cuidado suficientemente. No basta con tener una Constitución, una declaración de derechos y libertades, e instituciones concebidas para un modelo de Estado con separación de poderes, hay cosas que no funcionan en la vida democrática. Hemos herido la democracia demasiadas veces, y la corrupción ha provocado un efecto desmoralizador.

Pido la palabra, como hizo Carmen Martín Gaite en aquel libro —‘Pido la palabra’—donde reunía veinticinco conferencias versadas sobre temas diversos, y la pido como si fuera el último patrimonio que me quedara en la defensa de mi dignidad como ciudadano, mientras la mezo en los versos de Blas de Otero: “Si abrí los ojos para ver el rostro / puro y terrible de mi patria, / si abrí los labios hasta desgarrármelos, / me queda la palabra”.

Pido la palabra porque la democracia está en peligro frente a una ola de líderes ultras de corte fascista que quieren acabar con ella, y porque no quiero sentirme un mindundi manipulado por una pléyade de políticos que creen sentar cátedra con discursos estúpidos y sentencias dialécticas idiotas, y también para que no me cierren la boca, o peor, mi intelecto, con eslóganes banales que rayan la manipulación. Quiero la palabra para rebatir argumentos fútiles de arrogantes politicastros, oradores sin formación ni cultura, solo dispuestos a trasladar odio y bronca.

No hay derecho, ni motivos, para tener a la gente atada al solivianto. Tenemos derecho a ser felices, no a la felicidad prometida desde la política, sino la emanada de la cordialidad, el respeto o la convivencia pacífica, lejos de la puñalada traicionera, dañina y perniciosa al vecino o al prójimo diferente, con otro color de piel, que ha venido a darle una oportunidad a su subsistencia. Tantas décadas soportando que la política encanalle a la sociedad. “Ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero”, afirmaba Eduardo Galeano. A los mezquinos que emponzoñan la vida pública les diría que sean honestos, aprendan de la historia y no crispen la convivencia generando tanto descontento ciudadano.

Mirando a la historia, o a la hemeroteca, recordemos que durante la democracia la corrupción no ha dejado de perseguirnos. Ese mal que nunca intentamos combatir, o quizás no nos interesó. A Felipe González le llovieron los casos: Filesa, Roldán, GAL, Mariano Rubio, Juan Guerra, etc. Negó su implicación y nunca dimitió, fue a despedir a su ministro Barrionuevo y al secretario de Estado de Interior, Rafael Vera, a la cárcel de Guadalajara. Aznar nos metió en una guerra ilegal, indultó a 1.441 presos con pecados de prevaricación y corrupción, promulgó una ley del suelo para abrir la espita de la especulación, y muchos de sus ministros terminaron imputados o en la cárcel, como el superministro Rodrigo Rato. José María se puso de perfil, y en la boda de su hija hicieron el paseíllo todos ellos.

El Partido Popular con Mariano Rajoy fue condenado como partícipe a título lucrativo por beneficiarse del dinero de la corrupción de la trama Gürtel, entretanto circulaban sobres con dinero y martilleaban discos duros en su sede, o robaban pruebas en casa de Bárcenas. “Luis, sé fuerte”, “hacemos lo que podemos, !ánimo¡”. ¡Cuánto dio de sí aquella contabilidad B y cuántas obras financió! Aún recordamos los miles de millones destinados a bancos para salvarlos de la crisis financiera propiciada por ellos mismos, todavía no recuperados. O la corrupción repartida por el país: Cataluña con su 3%, Andalucía con los EREs, Valencia y Madrid con la Gürtel, etc.

Y ahora llega el turno a Pedro Sánchez con el salpullido corrupto de dos secretarios de organización: Ábalos y Cerdán, y un subalterno: Koldo, para rematar el asedio a que está sometido por tierra, mar y aire. Y nuestra democracia padeciendo una corrupción sistémica, la vida pública enlodazada y carente de mecanismos y controles eficientes para atajar cualquier atisbo de depravación.

La democracia en peligro y la política cada día más cutre, maliciosa y ruin. En tiempo de bulos, medias verdades, desinformación, políticas rastreras, solo se alimenta la queja y el descontento ciudadano. Los que antes fueron corruptos vienen de salvadores, queriendo implicarnos en su relato malicioso, tomar partido como si fuéramos estúpidos, pretendiendo convertirnos en vasallos serviles sin pensamiento propio. No debiéramos consentirlo, ni convertirnos en cómplices de estrategias de confrontación, de contiendas interesadas. Al contrario, debiéramos exigirles que adecenten la democracia dando ejemplo, que no defiendan a los amigos y allegados corruptos, y arbitren medidas eficaces que acaben con la degradación.

Por esto pido la palabra, sin partidismo alguno, para denunciar a la clase política de mi país —sin eludir la responsabilidad que tenemos como ciudadanos por no haber luchado contra la corrupción y haber sembrado odio, tensiones, angustia, zozobra, inquietud, desconfianza democrática…, y permitir que la vida pública se haya sumido en las cloacas putrefactas de la ignominia y la degeneración.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2025.

**Edwaert Collier, Naturaleza muerta con instrumentos de escritura, s. XVII.

martes, 8 de julio de 2025

EDUCAR PARA LA IGUALDAD EN LA ESCUELA*

 


Aquel 20 de mayo de 2014 Araceli Morales había terminado sus clases. Como siempre, despedía a sus alumnos con una sonrisa, el mejor recuerdo que podrían llevarse. A buen seguro, al día siguiente vendrían con más ilusión, pensaba. Era martes, la semana no había hecho más que empezar y se debatía con su ánimo, atravesado por la desazón y el miedo, ese que te impide denunciar. Sus alumnos, aliados del buen hacer de su ‘seño’, no advertían aquella angustia que la carcomía. A esta maestra, una vida entregada a la educación, estos pequeñajos le habían enseñado el valor de una sonrisa.

Llegó a casa en torno a las 14.30 horas. A medida que se aproximaba a aquel potro de tortura, en que se había convertido su hogar, languidecía el tesoro de sonrisas infantiles acumuladas y una invisible pesadilla ralentizaba sus pasos. Un siniestro presagio la atenazada. El silencio se había convertido en una mordaza que impedía compartir los malos augurios. Nada más entrar, la barbarie humana le cayó encima. La cobardía amasada por su marido en el mango de un martillo se precipitaba sobre ella, desatando la ira del miserable a base de martillazos. Araceli era víctima de una brutal agresión. Moría el 7 de junio en el Hospital de Traumatología de Granada. Araceli era maestra en el colegio Reina Fabiola de Motril.

Llevo muchos años teniendo la sensación de que es más difícil socializar en el seno de la sociedad que en la escuela. Fuera de esta, las modernas sociedades navegan por los designios que marca un orden productivo e impersonalizado, que facilita el encaje de roles bien establecidos en un magma de intereses espurios, proclives a consolidar relaciones de desigualdad y de poder. La escuela, por su lado, es una isla anclada en un mar proceloso con la misión de fomentar la igualdad, el sentimiento comunitario y la socialización, gestionando un discurso al margen de lo socialmente establecido, insuficiente e inoperante frente a perniciosas influencias que niños y jóvenes reciben de entornos familiares dañinos o ambientes sociales con comportamientos poco edificantes.

En la escuela de hoy es fácil observar entre el alumnado comportamientos y actitudes degradantes hacia los compañeros y compañeras, en ocasiones con tintes violentos, así como opiniones sexistas vertidas tanto por unos como por otras. La violencia de género es una lucha tan inconmensurable que le queda demasiado grande a la escuela, aunque no la rehuye. Pero solo con el trabajo de ella no es suficiente para educar a las jóvenes generaciones en igualdad. Sus esfuerzos por interiorizar y combatir la violencia de género, o apostar por una necesaria educación afectivo-sexual, es parte de la idiosincrasia que envuelve a la institución; fuera de ella, ambas propuestas educativas conectan menos con la realidad social que observamos: lenguaje despectivo y sexista, modelos publicitarios que banalizan a la mujer y la muestran como objeto sexual, hipersexualización de niñas y jóvenes, redes sociales inundadas de mensajes e imágenes de estereotipos que deseducan y orientan hacia determinados sesgos de trato desigual entres sexos, o ese escarnio de supuesta ‘educación afectivo-sexual’ a través de visualizaciones pornográficas a edades cada vez más tempranas.

Algo no debemos estar haciendo bien o, acaso, la candidez de pensar que la escuela lo puede resolver todo sin el respaldo de la sociedad, nos haga pecar de ingenuidad o de hipócrito expurgo para tranquilizar nuestras conciencias.

Los entornos familiares machistas persisten en el siglo XXI, no se acabarán con la extinción de quienes ostentan la mentalidad y prácticas machistas, son demasiadas semillas plantadas en niños, adolescentes y otros adultos. Una parte de la sociedad no combate el machismo, lo protege, incluso lo alienta. Jóvenes educados en la escuela salen con un repertorio de consignas, ideas y convencimientos para asumir actitudes de respeto e igualdad, pero cuando vuelven a sus entornos próximos o remotos −hogar familiar, barrio, grupos de iguales, redes sociales...− empiezan a olvidarse de ello porque la potente ‘cultura’ dominante de su hábitat les ‘obliga’, no quieren sentirse bichos raros. Demasiadas estímulos externos, fáciles de asimilar, contrarios al discurso escolar. Adiós a lo escuchado en la escuela, el machismo está fuertemente imbricado en el ADN de la sociedad.

Desde aquel trágico asesinato de Araceli Morales sus compañeros, alumnado y comunidad educativa del CEIP Reina Fabiola la recuerdan cada año rindiéndole un cariñoso homenaje. El colegio convoca anualmente el ‘Concurso provincial literario y de dibujo Araceli Morales’ con el lema: “Por la igualdad y contra la violencia de género”. Hoy, con el esfuerzo y empeño de sus compañeros, sigue vivo y con gran eco en los centros educativos de la provincia de Granada. El pasado 8 de marzo de 2024, Día Internacional de la Mujer, recibió el Premio Meridiana por promover los valores de la igualdad y la prevención de la violencia de género, otorgado por el Instituto Andaluz de la Mujer.

El fracaso educativo también está fuera de la escuela, en la sociedad en general y en las familias en particular. La igualdad no se consigue con cuatro eslóganes o discursos bien intencionados, hace falta mucho más y mayor implicación de tantos agentes sociales del conjunto de la sociedad. También de los que están detrás de la publicidad, de las redes sociales, ‘influencers’ o ‘tiktokers’... Que nadie escape a este compromiso.

Aunque quedaba mucho camino por recorrer, todos juntos empezaron a luchar por la igualdad de género” (Julia Santiago, 2º Primaria, CEIP San Sebastián, Padul, ‘Una mujer diferente’, primer premio, Concurso Araceli Morales, 2025).

*Artículo publicado en Ideal, 07/07/2025