miércoles, 19 de noviembre de 2025

CINCUENTA AÑOS DE DEMOCRACIA Y LIBERTAD*

 


Añorar el pasado —“cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado fue mejor”, que escribiera Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre— forma parte de las trampas que nos tiende el cerebro. ¡Qué sería de nosotros si arrastráramos tantas penurias de vida pasada sin recurrir al bálsamo del olvido! Seguro, un volcán en erupción haciendo imposible la vida.

Cincuenta años de la muerte del dictador y, antes que su olvido, asalta nuestro tiempo un crecer desorbitado de quienes lo añoran. Más hombres que mujeres, más jóvenes que maduros. Imaginamos que las mujeres no querrán verse sometidas a sus maridos para abrir una cuenta bancaria, ni que les rapen la cabeza, ni ser educadas como meras serviles.

Cincuenta años, mientras emergen ‘añoradores’ de aquel régimen dictatorial, que tantas vidas segó entretanto secuestraba la democracia y la libertad, que salen a plazas y universidades, como ‘vitoquilenses’, enarbolando consignas de corte fascista, excusados bajo la palabra ‘libertad’. O se junta ‘cara al sol’ la doble 'N' —Núcleo Nacional: falangistas, franquistas, nazis y fascistas— en Madrid desde el Paseo del Prado hasta el Congreso para pedir la expulsión de migrantes y cristianización de Europa. O un alcalde de Vox en Puente de Génave (Jaén), editor de un calendario con fotografía de Franco y bandera del aguilucho, llamándolo tradición —dice—. Ya puestos, podría haber colocado a su lado la hoz y el martillo que su admirado caudillo prohibió. Somos libres, ¿o no?

El tema es bastante serio. El franquismo sociológico y sin complejos está aquí y, lo peor, arraigando entre los jóvenes, bajo la vitola de una libertad regada de odio al diferente, al inmigrante, al pensamiento contrario, a cualquier otra orientación sexual no hetero. Las redes sociales, anegadas de mensajes, comentarios e insidias, conteniendo y promoviendo odio. Tener enemigos es el mejor alimento para sostener identidades propias: las del nacionalismo fascista. Un estímulo para enardecer a los propios, al ‘nosotros’, frente a los ‘otros’.

No somos los únicos en el mundo, aunque en nuestro caso tenemos bastante delito: anteayer padecimos una dictadura y hoy pretendemos renovarla. El mundo juega con fuego, se le olvida que el nazismo trajo una guerra mundial y, entretanto, se dan votos y parabienes a enemigos de la democracia: autócratas, descerebrados, paranoicos y dictadores —algunos sanguinarios—, gobernando y empeñados en aniquilarla para perpetuarse en el poder.

Los jóvenes de hoy no tienen los abuelos que nosotros tuvimos, para que les cuenten las miserias de la dictadura franquista, el hambre —utilizada como arma de control y represión, como desvela el profesor Miguel Ángel del Arco en su libro La hambruna española— o las dificultades de una vida de penurias que, sin embargo, no fue el producto de una guerra civil sino de estrategias bien diseñadas por el dictador y sus adláteres, exculpándose de toda responsabilidad y echando el pecado al aislamiento internacional. Mientras ellos gozaban, el pueblo pasaba mil privaciones: económicas, gastronómicas, vejaciones a su dignidad humana...

Hoy los jóvenes no tienen esos abuelos, transmisores de experiencias vitales, tienen relatos plagados de tergiversaciones de la historia vomitados en redes sociales. Nuestros alumnos casi no conocen la Historia de España de los últimos decenios: desde la guerra civil, la dictadura que se hizo eterna, ni nuestro desembarco en la democracia.

Preocupa ver que ellos, en puertas de votar, radicalicen sus iniciáticas posiciones políticas hacia posturas reaccionarias. El 21,3% de la población española —barómetro del CIS, octubre/2025— cree que los años de dictadura fueron ‘buenos’ o ‘muy buenos’. Jóvenes entre 18 a 29 años —varones más que chicas—, sin haber vivido el ‘edén de la dictadura franquista’, inclinan su apoyo a la ultraderecha ‘voxiana’. La ola retrógrada que asola el mundo nos impele a valorar inequívocamente los cincuenta años de democracia y libertad vividos en España, a pesar de los quebrantos habidos.

Ninguno de esos jóvenes que vitorean consignas fascistas padecieron cuarenta años de dictadura tras una guerra civil que destruyó el país. Nosotros, sí. Peinando canas al viento, aquella conquista de la democracia no se puede ir al garete porque la ultraderecha quiera volver a una dictadura de facto. Muchos tenemos el recuerdo de aquel régimen inquisitorial, los jóvenes embaucados por consignas ‘fascistoides’ mejor que aprendan de la historia reciente de su país para descubrir la realidad que muchos vivimos.

La figura de Franco está ganando popularidad entre ellos. La ultraderecha lo aúpa, y el deseo juvenil, necesitado de héroes, se deja atrapar por esta ‘épica’ del pasado. Los mitos: construcción de pantanos, creación de la seguridad social o la prosperidad económica tras la posguerra, circulan por redes sociales. Acaso detrás esté la falta de expectativas de un futuro que no llega y desmoraliza, o alguien que les contamina que con Franco se vivía mejor y no pagábamos impuestos esto parece triunfar o la leyenda de una vida barata frente a lo cara e inaccesible de hoy, menoscabadora de tanto. Propaganda que cala fácilmente en quienes sin criterio se quedan con el mensaje fácil.

La frustración por la precariedad laboral, las dificultades de acceso a la vivienda o que los partidos políticos tradicionales no sirven y son parte del problema, facilitan, en personas sin herramientas críticas avezadas, su identificación con discursos 'antisistema' o 'rupturistas' de la ultraderecha. Y en España, Vox, sin esfuerzo, conquistando las mentes de los jóvenes.

Cincuenta años de democracia y libertad, que muchos quisieran verlas sucumbir; mas otros, con mayor visión histórica, no deberíamos olvidar ni minusvalorar.

*Artículo publicado en Ideal, 18/11/2025.

sábado, 8 de noviembre de 2025

EL ATENEO DE GRANADA CUMPLE CIEN AÑOS*

 


Los ateneos tienen su origen en la España de principios del siglo XIX, abierta al saber y la cultura, a las corrientes liberales, en un país que le costaba dejar atrás la rémora del Antiguo Régimen. Granada no fue ajena a aquella corriente ateneísta.

En los años ochenta, preparando la tesina en la Universidad de Granada —Granada durante el reinado de Alfonso XII—, bajo la dirección de mi añorada maestra Cristina Viñes, las investigaciones arrojaron la intermitente existencia de ateneos durante la centuria decimonónica, sin advertir una conexión entre ellos, pero sí el interés por fundarlos. Las denominaciones variaban: Ateneo Científico-Literario de Granada, Ateneo de Granada, Ateneo de la Juventud, Ateneo Científico-Literario del Colegio San Bartolomé y Santiago... Tenemos noticias del llamado Ateneo Artístico y Literario (1859), creación de otros en 1879 o 1883. Vidas efímeras. Como dato, la crónica de la coronación del poeta José Zorrilla —acto majestuoso (1889), del Liceo de Granada— no mencionaba ateneo granadino entre las instituciones culturales sumadas.

La denominación de Ateneo Científico, Literario y Artístico es privativa del nacido en 1925, un 6 de marzo, en el salón de la Sociedad Económica de Amigos del País, donde se celebra la junta general —presidida por el catedrático Gabriel Bonilla y secretario, José Álvarez de Cienfuegos—, eligiendo la primera Junta de Gobierno y al primer presidente: José Pareja Garrido, catedrático de Medicina y exrector de la Universidad de Granada.

Semanas antes se congregaron numerosas personas de ámbitos profesionales variados —médicos, científicos, profesores, artistas, literatos, empresarios…—, mostrando su apoyo a “constituir en Granada un Ateneo Científico, Literario y Artístico..., alta empresa cultural” (El Defensor de Granada, 18/02/1925). Su director, Constantino Ruiz Carnero (vicesecretario, Ateneo), en el artículo “Ciudades y ciudadanos”, lo justificaba: “Cuando se habla de implantar en una ciudad un sistema, una política de transformación, no se trata simplemente de mejorar sus medios urbanos… materiales, sino de renovar su vida espiritual..., el ciudadano..., un producto del medio cultural”. Granada vivía un crecimiento demográfico, transformación urbana —apertura de la Gran Vía— y económica —cultivo de remolacha e industria azucarera—, construcción de redes de tranvías..., que transformaron aquella ciudad decimonónica sumida en el estancamiento y zarandeada por crisis de subsistencias, terremotos o epidemias de cólera.

Aquel Ateneo de 1925 congregó importantes figuras de la Edad de Plata de la cultura granadina —García Lorca, Manuel de Falla, Rodríguez Acosta, Hermenegildo Lanz, Gabriel Morcillo…— y personalidades como Fernando de los Ríos, Juan José Santa-Cruz, Palanco Romero, Gallego Burín, Torres Balbás o Gonzalo Gallas.

Nacía el Ateneo en plena dictadura de Primo de Rivera. A los cuatro años —20/abril/1929— era clausurado por el gobernador civil, Manuel González Longoria. La clausura duró dos meses, pero soliviantó los ánimos de algunos miembros, generando incomodidad por pertenecer a una institución bajo sospecha del poder político. Fernando de los Ríos y Gabriel Bonilla, por ejemplo, fueron depuestos de sus cargos y separados de sus cátedras universitarias. Reanudada la labor ateneísta, no lo haría con igual entusiasmo.

La actividad del Ateneo se extendió hasta 1932/33, que sepamos. Muchos de sus miembros, reclamados desde Madrid durante la II República, ocuparon cargos de enorme responsabilidad: Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, Instrucción Pública o Estado; Agustín Viñuales, ministro de Hacienda; Fernando Sáinz Ruiz, diputado a Cortes e Inspector General de Educación; Gabriel Bonilla, consejero de Estado. Tampoco contamos con su archivo para proporcionarnos más datos sobre su trayectoria, solo informaciones hemerográficas y documentos aislados, lo que nos hace sospechar que bien pudo ser destruido.

Con el golpe de Estado y el triunfo sublevado en Granada, a nadie se le ocurrió mantener una institución de este tenor. Las posibilidades de reactivarlo en plena guerra civil o posterior dictadura fueron una entelequia. Las vidas futuras de sus miembros corrieron destinos diversos: unos, permanecieron en Granada en tareas profesionales o vinculados a las nuevas autoridades —Antonio Gallego Burín fue alcalde, 1938/1951, salvo 1941—; otros, exiliados: Fernando de los Ríos, Manuel de Falla, Gabriel Bonilla o Fernando Sáinz Ruiz; algunos, represaliados o fusilados: José Palanco Romero, Juan José de Santa Cruz, Ruiz Carnero...

La refundación del Ateneo en 2009, otro 6 de marzo, puso la mirada en este de 1925, del que se considera heredero. El espíritu del actual está conectado con aquél y no con los decimonónicos. Principios y postulados de ambos se conectan: cultura —“el ciudadano… un producto del medio cultural”—; ciencia, artes, libertad de expresión, democracia “organizarse a la manera de una democracia”—; vocación por generar espacios de debate, reflexión e ideas “una ciudad que posea un nivel de cultura superior… capacitada para engendrar ciudadanos”—; espíritu crítico y librepensador “ciudad nueva… ciudadanos sensibles... a todas las manifestaciones de la cultura”. Palabras entrecomillas del artículo citado de Ruiz Carnero, donde concluía: “la ciudad que renueva y purifica sus valores espirituales y afina su sensibilidad ante los modernos problemas de la cultura…, ponerla en contacto con la corriente del pensamiento universal”.

Cien años, sí. Aunque a veces la historia juegue con nosotros y convierta el tiempo en anécdota. Honrar a nuestros abuelos, que nunca conocimos, sentirse parte de su legado, es una virtud que enorgullece. Recordar su memoria nos humaniza y nos aproxima. Hay acciones que parecen no comprenderse, pero que ni siquiera el tiempo sumido en la latencia las puede minusvalorar.

El Ateneo de Granada, refundado en 2009, se siente heredero de aquel de 1925. No existe la sensación de desconexión temporal, ni la distancia es el olvido.

*Artículo publicado en Ideal, 07/11/2025.

** Logo del Ateneo de Granada, 1925.

viernes, 24 de octubre de 2025

HISPANIDAD O ¿PEDIR PERDÓN POR LA CONQUISTA?*

 


Cada año por estas fechas se inicia una estúpida polémica en torno a la conquista y presencia española en América, como si tuviéramos la potestad de cambiar la historia, el pasado, ese que para bien o para mal nos juzga sin compasión. Como nuestra conciencia lo hace con nuestras vidas, llenas, en proporciones diferentes, de conductas deleznables y buenas acciones, de omisiones de compromiso y de respeto a nuestros semejantes.

Remediar lo que aconteció en los tres siglos de presencia española en el ‘nuevo continente’ a nuestro gusto es un sueño infantiloide de escaso fuste. Los que llegaron hasta él para dominarlo lo hicieron con la misma rudeza que hasta entonces utilizaron todos los imperios, los pueblos enemigos o las religiones. Los aborígenes que lo poblaban desde decenas de miles de años —algunos de culturas avanzadas— se vieron sojuzgados por una fuerza bruta superior. Querer remediarlo ahora es una entelequia, un absurdo que nos lleva a cometer estupideces como derribar estatuas de Colón o lanzar pintura roja sobre un cuadro de Colón en el Museo Naval de Madrid.

La historia está plagada de atrocidades cometidas por nosotros —los seres humanos— en todas las épocas y enarbolando nuestra inagotable, corrosiva y destructiva presencia en este planeta que vamos destruyendo poco a poco. A ningún pueblo se le olvidan los agravios recibidos, ni cicatrizan totalmente las heridas que se le abrieron en algún momento de su historia, sin que necesariamente deban conducirle a la venganza, si con el recuerdo del dolor padecido basta.

La Hispanidad es un constructo histórico que surge con fuerza tras la crisis del 98 y la pérdida de las últimas colonias americanas, que no nos lleva a muchos sitios, salvo al sentimiento de pertenencia a unos referentes históricos comunes con los pueblos de la América hispanohablante. Y esto es bueno. No obstante, la Hispanidad está atravesada por muchas sensibilidades que, siendo respetables, no deberían promover debates de confrontación orientados a la imposición de pensamientos e interpretación de los hechos contaminados por sesgos ideológicos, ajenos al análisis histórico, hasta llevar a los contendientes a la irracionalidad y la perversión.

Claro que España estuvo algo más de tres siglos en una tierra colonizada e incorporada a la corona de Castilla. Claro que le llevó adelantos, lengua, cultura y organización, como también recibió de aquellos pueblos otros adelantos, lenguas, culturas, enseñanzas y ciudades para su acervo histórico, porque no se encontró a ‘salvajes’ sino civilizaciones avanzadas. Y claro que cometió no pocos execrables actos de violencia, vejaciones, muertes e imposiciones contraculturales, como los ingleses en las tierras que ocuparon exterminando a pueblos libres, dueños de montañas, ríos, lagos y grandes llanuras desde decenas de miles de años, pero con la diferencia de que el sometimiento hispano de aquellos pueblos estuvo presidido por un proceso de sinergias que tampoco podemos desdeñar.

Hace un año se suscitó una controversia diplomática entre México y España, avivada en un debate sobre la historia de la conquista, que frustró la presencia de Felipe VI en la toma de posesión de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, al no ser invitado. A semejante descortesía respondió el Gobierno de Pedro Sánchez con su no presencia. Una controversia diplomática que se remontaba a 2019 cuando el presidente López Obrador remitió una carta a Felipe VI solicitando que pidiera perdón por los excesos cometidos por los españoles durante la conquista. Carta no contestada por el monarca. Aquella postura del Gobierno mexicano pareció incongruente, salvo que quisiera echarle la culpa de la marginación, estado de miseria y atraso de sus poblaciones indígenas, o de la atroz violencia ejercida por los cárteles de la droga —extremo susceptible de tachar al Gobierno mexicano de ‘Estado fallido’—. Calamidades y ultrajes que debieran haber resuelto las autoridades mexicanas, tocadas por la absoluta responsabilidad tras más de dos siglos de independencia. En tal caso, debieran haber sido a ellos los peticionarios de perdón.

El agravio contra aquellos pueblos que España encontró a su llegada al continente fue perpetrado no solo por los españoles de la conquista, también por sus descendientes —los criollos de la independencia— que llevan ejerciendo el poder desde principios del siglo XIX. Ellos han constituido las élites de poder antes y ahora, gobernando a la población amerindia y a la proveniente de españoles y europeos emigrados durante dos siglos.

La historia no miente, salvo que queramos escribirla a nuestro antojo, falseándola, poniendo en solfa el pasado desde nuestro prisma de cultos, solidarios y respetuosos con los derechos humanos. Y tratemos, igualmente, de medir a nuestros antepasados por el filtro de una ‘verdad’ que a duras penas somos capaces de poner sobre hechos de nuestro tiempo que topan a diario con nuestros ojos en fotografías de prensa o pantallas de televisión, o llegan a nuestros oídos en las voces de la radio.

A nosotros nos cabe la responsabilidad de combatir el genocidio perpetrado en Gaza, protestar contra la ignominiosa invasión de Ucrania y elevar la voz contra otras muchas injusticias de nuestro tiempo que asolan este planeta donde respiramos.

Todos los imperios que han existido han cometido excesos en sus colonias, todos se han apropiado de recursos económicos y culturales para beneficio propio, contraprestando casi siempre muy poco, y han sojuzgado a sus habitantes, modificado sus vidas, costumbres y creencias, aplicando racismo y discriminación. En la dimensión que queramos establecer en todo ello la regla será donde nos situaremos a la hora de valorar el alcance del constructo Hispanidad.

*Artículo publicado en Ideal, 23/10/2025.

** Primer homenaje a Cristóbal Colón (1892), de José Garnelo

sábado, 11 de octubre de 2025

VINCENT TRUMP Y LA SOLUCIÓN DEFINITIVA*

 


En el capítulo anterior, Donald Vincent Trump puso en marcha su gran obra para la posteridad: Alcatraz Alligator. Las redadas de invasores no cesaban. Aún así EE UU iba a la ruina. Llevaba tiempo pidiendo al ‘traidor’ Jerome Powell que la Reserva Federal bajara los tipos de interés; al muro con México había que buscarle una solución, saltaban demasiados invasores, había que pintarlo de negro para que el calor quemara sus manos; ante tanta violencia, mandó la Guardia Nacional a Washington y pizzas para los agentes… Entonces se coronó la gorra roja de campaña y su lema: “Trump was right about everything” —llevaba razón en todo—, lanzando un mensaje: “Necesito ayuda, más ayuda, un verdadero experto”. Elon Musk le había traicionado. Se quejaba del país y del puñetero mundo que le habían dejado los ineptos demócratas, y clamaba: “Odio a mis adversarios”, como exclamó en el funeral del ‘santo’ Charlie Kirk, joven promesa del movimiento MAGA.

Las noches le devolvían al ineludible insomnio que mitigaba a fuerza de vídeos de TikTok, ese invento que había que ‘robar’ a los chinos. “Esta maravilla tiene que ser nuestra —había insinuado a Bill Gates y Zukemberg—, pensad cómo hacerlo, será vuestro gesto patriótico”. Luego se relajaba viendo a los Pitufos y a su admirado Gargamel preparando fantásticas pócimas para conquistar el reino de estos entrometidos y chillones seres amarillos. Esa noche, cuando le alcanzó el sueño adosado al cuerpo de Melania, no tardó en verse asaltado por una pesadilla. Su esposa se soliviantó al sentir que el cuerpo que la sepultaba se movía como un cachalote. El sudor pegajoso y caliente que desprendía había mojado su camisón. Al empujón que le propinó, Vincent hizo temblar la cama con su respingo angustiado: “Melania, he soñado que quedábamos atrapados en las escaleras mecánicas de la ONU, ¡y había que subirlas a pie!”.

A la mañana siguiente, en el Despacho Oval, ordenó llamar a Marco Rubio. “Presidente, el secretario de Estado de Exteriores está en Israel con Netanyahu, acordando los últimos detalles de la expulsión de los andrajosos gazatíes de la Franja —le comunicó su jefe de gabinete—, las empresas se quejan del retraso en las obras del resort en la Riviera de Oriente”. El enfado de Vincent no se hizo esperar: “Este Rubio a veces me mosquea, no sé si me habré equivocado al nombrarlo, puede ser otro invasor, tiene sangre cubana”. Y cambió de destinatario: “Entonces dile a Vance que venga, pero que no se entretenga con sus caprichitos, lo quiero aquí a la voz de ya, ¡Ah!, si tienes que traerlo a rastras, lo haces, tengo un asunto de Estado que no precisa demora”.

Apareció Vance, todo sofocado: “Presidente, aquí me tienes”. Vincent le desveló una feliz idea: “James, los problemas nos asedian y hay que poner remedio a ello. Necesitamos a alguien de valía. Quiero que me busques a Gargamel y lo traigas a mi presencia”. “¿Gargamel?, presidente”. “Sí, sí —alargando sus labios hasta dibujar un orificio redondo—, y sin rechistar”. “Pero presidente… ¿quién es...”. Y Vincent le espetó: “Ni peros ni manzanas. Pega un salto y a cumplir mi orden”.

Al salir del Despacho Oval, Vance llamó a Marco Rubio para confesarle semejante encargo.

Jaimito, ¿qué me dices?, ¿Gargamel? —sorprendido, contestó Rubio.

¡Como me oyes, Marquito! Tú que eres cubano, con ese son de santería que gastáis en la isla, podrías darme una solución.

Yo soy tan estadounidense como tú, so cabrito. A ver si contaminas al jefe con sospechas y me enchirona en Alcatraz Alligator —respondió Rubio.

No te pongas así, es broma. Estoy acuciado con esta ocurrencia de ‘pelopanocha’.

Verás tú, esto del Gargamel acabará como la fiesta del Guatao. ¡La jugada está apretá! —sentendió Rubio.

Y pasaron tres, cuatro y más días, y Vance no daba señales de vida. Vincent Trump andaba buscando invasores: al español Sánchez que no pagaba el 5% a la OTAN y soliviantaba a Europa para reconocer a Palestina como Estado, a los señoritos europeos tan contestatarios y defensores de los derechos humanos y del cambio climático, que habían vivido como reyes desde la Segunda Guerra Mundial a costa de EE UU. Le rondaba pedirles que devolvieran el dinero del Plan Marshall, ¡y con intereses! Si no lo sabía todavía la remilgada Von der Leyen, se lo diría.

¡Y en su país!, las desagradecidas universidades defendiendo invasores y palestinos. Esas que tanto se reían cuando propuso combatir el Covid con lejía o ahora por decir que el paracetamol provoca el autismo. “Necesito a Gargamel como el comer. Sus pócimas son milagrosas”, ronroneaba a Melania, subidos al helicóptero presidencial, mientras ella miraba por la ventanilla.

Entretanto, Vance y Rubio, abrumados, no daban crédito a la petición del presidente. ¿Se le habrá ido el juicio?, se preguntaban en su fuero interno. Ni siquiera se atrevían a confesárselo mutuamente. Sofocados, no sabían a dónde acudir, ni a sus asesores más cercanos: !Menudo dislate si trascendía a la prensa tal petición del presidente!, los ingresaría en Alcatraz o los mandaría con Bukele.

Vincent Trump bramaba cada mañana desde el teléfono en la oreja de Vance: “¿Has encontrado ya a Gargamel?” El silencio y la voz entrecortada del vicepresidente enervaba al impaciente jefe. “¿Tan difícil es llegar a la ermita en medio del bosque de los estúpidos pitufos?”. Y Vance no tardaba en llamar a Rubio: “Te digo que tú puedes encontrar mejor que nadie la solución”. (Continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 10/10/2025.

**Ilustración de Ideal


jueves, 25 de septiembre de 2025

QUIÉN CONTROLA EL ÉXITO*

 


Alcanzar el éxito es una de la premisas que condiciona la vida de las personas en nuestro tiempo, erigido en una imposición dogmática ineludible. El concepto de éxito está íntimamente ligado a la fama, una obsesión que envuelve a millones de jóvenes de un modo tan fútil como pernicioso. Los medios utilizados para su consecución, alejados de la racionalidad, el saber o la valía, se canalizan a través de instrumentos o redes sociales con mensajes simplistas, efímeros y vulgares, acudiendo a bulos o tergiversaciones de una realidad desvirtuada o tendenciosa.

Vivimos en la sociedad del malestar, atenazada por incertidumbres y turbulencias, que no hacen más que avivar ese sentimiento de frustración que nos debilita y conduce a problemas emocionales. En educación la proliferación de estrategias de equilibrio emocional responde a la necesidad de llevar a nuestros alumnos a estados mentales que faciliten las condiciones óptimas para sus aprendizajes. El paradigma del éxito social, introducido también en la esfera educativa, llena discursos —leyes incluidas— que conciben este éxito escolar del alumnado en eslogan poco cuestionado por los receptores: alumnado, familias y docentes, en una proposición que simplifica la visión de la educación.

Guardar las apariencias como conquista de lo transitorio e insustancial se convierte en una condición social de muchos jóvenes, y no tan jóvenes. Esta transmutación banal de mostrarse suele ser un ‘valor’ unido al concepto de éxito, pero alejado del ‘modo de ser’ —imbricado en la libertad, independencia o capacidad crítica—, al que se refería Erich Fromm en su clásico ensayo ¿Tener o ser?, frente al ‘modo de estar o tener’, asociado a la propiedad y la codicia.

Ante la opción inabarcable del éxito, quizás deberíamos asumir una realidad distinta, apoyada en pensamientos de contrapeso que mitiguen tantas frustraciones y sentimientos de naufragio que conducen a dramas y problemas emocionales y de salud mental. En la Antigüedad nos dio la repuesta el pensamiento estoico con obras filosóficas, hoy de gran actualidad, como las Meditaciones de Marco Aurelio o el Manuel de vida de Epicteto. Su lectura está sirviendo de reflexión para afrontar tantos desasosiegos que nos acechan en este mundo saturado de memes, ‘me gusta’ o estrambóticas recetas que nos asedian proponiendo ser ‘felices’, con la fama y el dinero como horizonte, hasta hacernos esclavos de deseos o promesas inalcanzables. El estoicismo de Epicteto distinguía entre lo controlable —juicios, deseos e impulsos— y lo que está fuera de nuestro alcance: la riqueza o la fama. La clave de la felicidad y la libertad, vendidas como recetas propagandísticas, ausentes de responsabilidad personal, estimaba Epìcteto que residía en un aprendizaje personal asentado en la virtud y serenidad, dirigiendo pensamientos y actos más allá de lo próximo, sin caer en la confusión y la esclavitud de aspiraciones fuera de nuestro alcance.

Quienes pretenden controlarnos nos prometen la gloria, aun cuando nuestras posibilidades sean limitadas o nos aboquen al fracaso. Una constante, como señala Marina Garcés en El tiempo de la promesa: “Las promesas que no hacemos están en los objetos que consumimos, en la tecnología que utilizamos, en las marcas de ropa y los cosméticos con los que nos ocultamos…, en las terapias y los medicamentos, en los manuales que leemos para educar más bien a los hijos”. Vivimos entre promesas hechas por otros, no por nosotros, a través de una publicidad informada o desinformada, con el sentimiento de frustración garantizado. Nos trazan caminos hacia la notoriedad, el ‘exitismo’, como calificaba Eduardo Galeano a la obsesión de un mundo “preso de un sistema de valores que coloca el éxito por encima de todas las virtudes”. “Perder es el único pecado que en el mundo de hoy no tiene redención”, añadía. No triunfar en la vida es quedar abocado a la temida derrota. Pero, ¿qué es eso de tener éxito?

Nadie garantiza el éxito. Los libros de autoayuda o la cultura Mr.Wonderful —comercializadora de mensajes ‘positivos’, divertidos, guay, teñidos de optimismo de botica— sí que tienen ‘éxito’ comercial en la sociedad de la inconsistencia y el infantilismo. En tiempos de descreimiento, contradictoriamente somos seres fácilmente crédulos. Estas propuestas de triunfo nada tienen que ver con la consistencia de un pensamiento que aspire a concebirlo como algo noble. Ahí está la publicidad que vende ilusiones absurdas e inalcanzables predicciones de futuro, o bulos que nos tragamos sin el más mínimo ejercicio racional. Acaso sea nuestra respuesta imberbe y de supervivencia ante el mundo de confusión e incertidumbre que nos rodea.

Hay artistas que durante su vida no alcanzaron la notoriedad. Van Gogh solo vendió un cuadro, pero tras su muerte le llegaría el reconocimiento que ahora se le profesa. Igual le ocurrió a Franz Kafka, pensó que su obra no interesaría a nadie y, tras su muerte, su amigo Max Brod, desobedeciendo la voluntad del escritor, iría publicando su obra. No obstante, nada impidió que en vida ambos continuaran en su creación artística y literaria.

Controlar el éxito de los demás es otro modo de manipulación, de imposición de gustos, preferencias o dirigismo del dinero para el consumo. Cuando impulsamos a nuestros jóvenes a buscar el éxito no se hace valorando el esfuerzo, la formación ética o la noble predisposición para alcanzar una meta, un conocimiento, el uso adecuado de herramientas que les hagan mejores ciudadanos capacitados para desempeñar un proyecto, casi siempre se hace desde la óptica de convertirlos en cualificados peones del rendimiento productivo, a cuenta de prometerles un futuro de éxito y reconocimiento social.

*Artículo publicado en Ideal, 24/09/2025.

** Ilustración: El Tren: El éxito empresarial en movimiento, Irfan Ajvazi, 2023