viernes, 9 de octubre de 2015

ANTONIO LARA RAMOS: Un soñador que imagina historias que plasmar en papel*

A veces las palabras son más sabrosas que el bocado de pan que se lleva a la boca. El escritor imagina, indaga, escucha... historias a las que dota de entidad a través de unas simples letras que unidas constituyen un sustento imprescindible para el que espera con esmero su fruto: el lector se alimenta de ese manjar que otro cocina. Ambos, autor y lector, quedan conectados por una línea invisible que alimenta sus espíritus. Antonio Lara Ramos necesita las palabras; se siente atrapado en los dulces brazos de la Literatura acariciado por los suaves bucles de las palabras transcritas que dan salida al cauce desbordante de su imaginación. Él disfruta escribiendo; nosotros, sus lectores, leyendo. Una simbiosis perfecta.

Encantada de charlar con usted. ¿Qué tal, Antonio?
Encantado de poder hablar con vosotros y agradecido por la oportunidad que me brindáis de asomarme a Guadix y su comarca a través de vuestra revista. Para mí es una satisfacción volver siempre a Guadix, tierra a la que considero mía, la he mirado tanto y he profundizado tanto en mis escritos, que inevitablemente está ligada a mí sin remedio.

Imagínese que está usted en una entrevista de trabajo y le preguntan ¿cómo se ve usted a sí mismo? Su respuesta sería…
Es difícil definirse a uno mismo sin caer en la autocomplacencia. Pero como suelo ser crítico conmigo mismo, puedo decir que no me voy a prodigar en vanos halagos. Me considero un trabajador nato, siempre he estado ocupado con algo, en lo profesional o con proyectos personales. Me sublevo ante la injusticia, la falsedad y la impostura, y me gusta reflexionar sobre los acontecimientos que nos rodean. Soy soñador y, tal vez por eso, imagino tantas historias que luego busco plasmar en papel.

¿Qué significa para usted escribir?
Para mí significa una manera de vivir, una forma de expresar lo que pienso sobre la vida, un modo de aprender a interpretar el mundo y un medio para comunicarme con los demás. Siempre tiene uno la necesidad de compartir con otros las inquietudes, las emociones, los anhelos…, y en la escritura es donde encuentro la mejor forma de hacerlo.

¿Qué busca Antonio Lara en la escritura?
Busco el aliento que justifique muchas cosas de mi vida, reencontrarme conmigo mismo y tratar de buscar explicaciones a cosas que quizás no sabría hacerlo de otra manera. Cuando escribo me envuelvo en mundos imaginados que no distan mucho de la propia realidad que me rodea. La escritura me ayuda a interpretar la vida para hacerla más entendible a mí mismo y acaso también para los demás.

¿Qué encuentra cuando escribe?
Lo que a veces no soy capaz de descubrir cuando camino por la calle, cuando hablo con la gente, cuando veo o escucho las noticias del mundo en los medios de comunicación. Encuentro esa mirada que cala más a fondo en nosotros mismos, y que desentraña la miseria y la grandeza del ser humano. Aprecio a veces cómo las cosas no son lo que parecen y la complejidad que esconden, eso que está más allá de la propia apariencia. Y encuentro, desde luego, una satisfacción personal que compensa muchos malos ratos.

¿Lo mejor de sí mismo se despliega cuando escribe?
No sé si lo mejor de mí mismo, pero lo cierto es que me entrego a la escritura con todas mis facultades alerta, poniendo toda la sabiduría de que soy capaz. No entiendo de otro modo el ejercicio de la escritura, es como si me viera igual que el niño que da sus primeros pasos en el aprendizaje de la escritura y lo ves cómo pone toda su atención en ir dibujando las grafías y cómo su cabeza se mueve al compás de la impericia de su mano.

¿Escribir siempre implica aprender?
Continuamente. El ejercicio de escribir comporta un aprendizaje continuo, a cada paso descubres la fascinación de lo nuevo, de lo que hasta ese momento era como algo ajeno a ti o que ni siquiera habías experimentado, pero también las otras miradas que se te habían pasado desapercibidas cuando escribiste algo que considerabas ya definitivo.

Su segunda novela ya publicada, La noche que no tenía final. Antonio, ¿la noche no tiene final?
Las historias nunca acaban, trascienden más allá de la última palabra del libro. En mi caso, la noche representa esa dimensión de nuestro ciclo vital donde se concentra lo misterioso, la otra visión que tenemos de las cosas, los otros ángulos de la realidad que la luz del día no nos permite ver. Hay misterio, hay catarsis, hay una especie de reparación de lo que en el día nos agobia, como una noche de San Juan en la que se produce un tránsito que purifica lo malo. Esta noche que aquí presento se hace tan larga, tan llena de vida, que es difícil encontrarle el final.

¿Por qué este título?
Porque la noche es la compañera de mis personajes a lo largo de la novela. Una auténtica odisea nocturna, sumida en la oscuridad que, sin embargo, tanto les ilumina y que se disipará con las primeras luces del día, como si se esfumara el encanto de la historia. La palabra noche entendía que debía aparecer en el título sin más remedio, pero había que añadirle algo más, algo que definiera la dimensión de esa noche, y como si la historia que se narra en la novela tuviera continuidad más allá de la luz que inevitablemente se adueñaría de la noche, era obvio que tal noche no podría tener final. Lo ocurrido durante ella se prolongaría inevitablemente como parte sustancial de la vida de los personajes.

¿Cuál es el trasfondo de actualidad en que se desenvuelve la trama?
La novela es una historia que ocurre en nuestros días, con alusiones a temas que están a la orden de lo que vemos a diario. Pero también es una historia donde se encierran los valores universales que son la esencia del ser humano. Yo entiendo la novela, entre otras cosas, como una especie de balada nocturna en la que se manifiesta un alegato contra la trata de blancas, esa cruda realidad que nos rodea y que no tiene la visibilidad que su gravedad contiene. La trata de blancas no es un asunto de países lejanos, ni de países poco desarrollados, está en nuestro primer mundo, cerca de nosotros, e ineludiblemente aguijonea nuestras conciencias. Los medios de comunicación nos proporcionan de cuando en cuando noticias de chicas que han sido captadas en distintos país por las mafias y que ejercen la prostitución en régimen de esclavitud encubierta, en establecimientos o clubes que están en nuestras ciudades o pueblos, o en la carretera por la que transitamos. Es lo que le ocurre a Doina, nuestra protagonista, una chica rumana que es engañada por compatriotas para venir a España a un trabajo legal de asistenta de hogar y que cuando llega se encuentra con un infierno.

Se adentra usted en una temática de muy cruda realidad, ¿qué tipo de personajes pueblan “La noche…”?
En esta novela se concentran muchas realidades que están muy cerca de nosotros en la vida diaria. Unas, en nuestras calles; otras, en nuestro mundo. En la novela aparecen distintos personajes que son como el espejo donde nos vemos reflejados. En esta noche se concentra todo un universo humano de tipos distintos, el encuentro de individuos dispares que comparten el destino en una aventura entre la pesadilla y lo onírico para hacer aflorar lo mejor del ser humano. Al protagonista, Álvaro Arroyo, le acompañan Jerónimo, un vagabundo sabio y desencantado de la vida, sin más horizonte que la supervivencia; Andrés, alcohólico, en el que se ha cebado la desgracia, y al que le duelen más las penalidades del alma que la precariedad que lo envuelve; y, sobre todo, Doina, el alter ego de quien había representado el único y gran amor en la vida de Álvaro Arroyo.

¿Por qué esta novela? ¿Cuál fue la chispa que dio lugar a la idea inicial?
Las novelas responden a la necesidad de contar una historia que bien ha sido meditada durante años, o bien surge como consecuencia de un hecho o una acción que te ha llamado la atención. La renta del dolor, mi anterior novela, surgió de la primera forma, La noche que no tenía final surge de la segunda. Hace más de cinco años ocurrió un hecho cercano a mí, le ocurrió concretamente a mi hijo, fue una de esas situaciones infrecuentes. En un viaje en tren en el que debía coger dos trenes, se encontró con que una vez sentado en el segundo tren el billete que tenía no era válido, pues la fecha correspondía al día anterior, y hubo de bajarse del tren a medianoche en una ciudad desconocida. El panorama que se le abrió a las doce y pico de la noche fue de incertidumbre total. Y así fue cómo esta situación me sirvió de excusa para desplegar la aventura nocturna de Álvaro Arroyo en La noche, al que no sólo se le abre la incertidumbre de llegar de noche a una ciudad desconocida, sino también un abismo existencial.

Es usted un apasionado de la literatura, ¿se siente usted influenciado por algún autor o autores?
La lectura alimenta sin duda a un escritor. Leer la buena literaria y a los grandes te permite aprender mucho, pero leer los malos textos, también. De todos se aprende. Unos, porque te abren horizontes fantásticos; los otros, porque te enseñan caminos que no debes seguir. Yo me he alimentado mucho de William Faulkner y esa forma magistral de unir los sueños y la realidad, o de Juan Marsé, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Juan Carlos Onetti…, todos me han enseñado mucho.

Un escritor escribe para ser leído, ¿qué ofrece de especial esta novela al lector?
Hace un par de meses, en la presentación de la novela en otra ciudad, un asistente me dijo que había dejado de leer, pues no encontraba obras que le despertaran las emociones. Hará sólo unos días me escribió diciendo: “Has conseguido que un desertor de la lectura te lea”. Quizá sea esto lo que ofrece de especial esta novela, que despierta las emociones del lector, que no le deja indiferente a la incertidumbre que se le abre a nuestros personajes cuando tienen que afrontar situaciones donde han perdido referencias vitales, convicciones, asideros morales, y deben enfrentar los retos sin todo aquello que hasta ahora era su asidero emocional. Pero seguro que también ofrece un rato de lectura agradable y la sugestión de una historia que, aparte de atraparle, le hará meditar sobre muchas cosas de nosotros mismos.

Es difícil que un escritor se decante por alguno de sus hijos literarios, pero ¿cuál sería su personaje especial?
Matilde Santos me llenó mucho como persona en La renta del dolor. Pero en esta novela que nos ocupa, el personaje de Jerónimo Cienfuegos me parece excepcional. Alguien que deja una vida de confort y de posición social de prestigio para irse a vivir a la calle como un vagabundo, y todo por ese amor que se ausenta en su vida, me parece la decisión de una persona fascinante. Jerónimo es un hombre culto, sabio, con ideales, con una visión de la vida que le hace estar fuera de todas esas cuitas que la embrollan, dotado de azares y afanes quijotescos. Hay mucho de Quijano en este Jerónimo, incluso en las maneras en que se expresa.

¿Se siente usted identificado con alguno?
No exactamente, aunque parece que en cada uno de ellos pones un poco de ti mismo. A veces ha ocurrido que lectores que te conocen personalmente tratan de identificarte con alguno de ellos. He tratado de darle a cada personaje la dimensión que él requiere, hacerlo autónomo y singular. Quizás ese aire quijotesco de Jerónimo pueda estar un poco en mí mismo también.

¿Qué hay de ellos en usted o usted en ellos?
Ellos y yo somos como una gran familia que compartimos vicisitudes e infortunios. Y como familiares puede que también compartamos rasgos de la personalidad y el carácter. Siempre hay algo de uno mismo en los personajes, a veces ellos dicen lo que uno no se atreve a decir o dice de otro modo.

¿Se siente satisfecho con la acogida que ha tenido La noche que no tenía final?
La mayor satisfacción es la que recibo de los lectores que ya la han leído y me comentan el buen rato de lectura que han pasado o cómo les ha enganchado la historia, de modo que han estado deseando encontrar el momento del día para seguir leyendo la novela. Ahora estamos en plena difusión de la obra, llevándola a muchos lugares, y allí donde hemos estado siempre nos hemos sentido muy arropados por numerosos asistentes.

Novela, ensayo, investigación… ¿podría definir en pocas palabras el conjunto de su obra?
Mi obra es la conjunción de temáticas muy variadas de alguien imbuido por una gran curiosidad, y que procura hacer uso en cada caso del registro escrito más pertinente. Toda mi obra gira en torno al interés por el hombre, de cualquier tiempo, y por la sociedad que ha construido.

Hombre polifacético que ¿se siente atrapado por la literatura?
Plenamente atrapado por la literatura. Es cierto que me apasiona la investigación histórica, a la que he dedicado mucho tiempo en los archivos de Guadix, como también la reflexión sobre temas de actualidad, sobre todo conectados con mi faceta profesional educativa, pero en esta etapa de mi vida es a la literatura a la dedico más tiempo.

Muchas gracias por concederme unos momentos. Pronto nos veremos en la presentación de su novela en Guadix, mientras tanto, ¿quiere añadir algo más?
Agradecer a Wadias esta oportunidad que me brinda para contar a los lectores algunos de los recovecos que se encuentran en la historia que contiene esta larga noche sinfín y, de camino, que conozcan un poco más al autor. Y asimismo desear una feliz lectura para todos los que se acerquen a La noche que no tenía final, donde espero que descubran ese guiño que le lanzo en la novela a la ciudad de Guadix.

* Entrevista en Wadi-as Información, 3-9/10/2015.

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