lunes, 22 de julio de 2024

¡GRANADA, MÍRATE UN POQUITO!*

 


Contábale don Quijote a Sancho las admirables visiones que había tenido en la profunda cueva de Montesinos, a lo que Sancho, alarmado e incrédulo, dijo: “¡Oh, santo Dios!, ¿es posible que tal hay en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor..., que vuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!”. A lo que Quijano respondió: “Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera… y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado” (El Quijote, segunda parte, capítulo XXIII). Y así es como le hizo saber que confiara en el tiempo, que este suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.

Granada siempre espera encontrar, con el tiempo, lo que siempre ansía: el paso definitivo hacia un futuro mejor. La gran dificultad es que siempre ha esperado que sean los de fuera los que vengan a encaminarla al ansiado progreso. La mentalidad es una cosa harto difícil de cambiar de la noche a la mañana, la sopa boba tiene mucho gancho y, si se fomenta para que la gente no dé ruido, mucho más, si cabe. Es posible que los demás no nos valoren, si antes no lo hacemos nosotros primero.

El verano, tiempo propenso a aletargarnos y dispuesto a aparcar proyectos e ideas que antes han soliviantado todo el año, tiene el don de paralizarnos haciéndonos pensar, como cantaba nuestra Gelu: “¡Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso! No quisiera que este verano ocurriera esto, no están los tiempos para posponerlo todo. Granada no puede relajarse.

El periódico Ideal lleva tiempo apostando por que Granada se desprenda del lamento y del ‘quejío’ y que pase a la acción. El conformismo granadino es duro de pelar, secularmente ha mermado aspiraciones y apuestas, a veces despreciando lo valioso para calificarlo de obsoleto, aspirando a una modernidad mal entendida. Recuerdo decir en otro artículo (“Llorando por Granada”, Ideal, 27/06/2019): “Granada resulta una ciudad dura para vivirla y para sentirla, y la han hecho más dura, si cabe, los que han mostrado su incompetencia para defenderla, cuando les tocó, allí donde había que defenderla: Madrid o Sevilla”. Hay un sesgo en la mentalidad granadina que la proyecta hacia la resignación. Las acciones políticas coordinadas no existen, cualquier proyecto, o se agota en sí mismo o las disputas políticas lo asfixian en la cuna.

Ahora andamos todos revueltos con la inteligencia artificial, y no nos faltan motivos: la Universidad de Granada tiene un potente equipo en este campo con los Herrera, Enrique y Paco, cuyo trabajo difunden por medio mundo, igual que hicieron en una mesa redonda en el Ateneo de Granada: “La Ley Europea de Inteligencia Artificial: fortalezas y debilidades”, celebrada el 29 de febrero en la Sala de Vistas de la Facultad de Derecho. Toda una premonición: las vistas de la IA en Granada deben mirar muy lejos.

Si el conocimiento es la gran apuesta de Granada habremos de aunar esfuerzos en ese sentido, no ponernos zancadillas ni palos en la rueda. Esto que ha sido la tónica en nuestro devenir histórico, no puede volver a repetirse. Quizás haya llegado el momento para postularse: “Hasta en el infierno, si fuera menester, habría que defender a Granada”.

La candidatura de Granada a ‘Capitalidad Cultural Europea 2031’ es uno de esos proyectos que tiene que servir a las instituciones, a la clase política y a la sociedad civil para cambiar inercias históricas y apostar por un cambio de mentalidad en el ser granadino. Los proyectos no hacen milagros, nuestro esfuerzo por congregarnos en su apoyo, seguro que sí.

Sin embargo, embriagados por este futuro que estamos dibujando con la IA y el conocimiento, no podemos olvidar que las carencias de esta tierra en otros ámbitos también son a considerar: infraestructuras, tejido industrial, defensa del medio ambiente, articulación y equilibrio territorial... Sin estas cosas es difícil consolidar el día a día de los ciudadanos y sus posibilidades de vida. La defensa de la Vega, por ejemplo, la historia de esta cenicienta del patrimonio natural e histórico está plagada de cicatrices, como espacio natural y agrícola, y también como víctima de la ampliación de la trama urbana de Granada marcada por cinturones viarios no siempre respetados.

La mentalidad ‘desarrollista’ que nos asaltó en los años sesenta y setenta trajo la destrucción de espacios urbanos que ahora se añoran: el bulevar de la avenida de las estaciones, desmantelado en el arranque de los setenta para construir en su lugar un entramado viario de ridículo diseño y colmatado de asfalto; los tranvías, considerados entonces un medio de transporte urbano obsoleto, desaparecieron. El que subía a Sierra Nevada aguantó como pudo, hasta que lo despeñaron. Y unos lustros después, el desmantelamiento natural del río Genil a su paso por la ciudad. Mirar al pasado en Granada reporta una triste visión de destrucción, el futuro se componía de hormigón y asfalto.

No quisiera que aquel ‘desarrollismo’ de antaño, convertido en ‘futurismo’ de ahora, nos enturbiara nuestra mirada, que ha de empezar por mirarnos y valorarnos a nosotros primero.

*Artículo publicado en Ideal, 21/07/2024.

** Juan Vida, collage sobre una Alhambra alcanzada por el futurismo.

viernes, 5 de julio de 2024

EUROPA Y EL AUGE DE LA ULTRADERECHA*

 


La ola fascista que se propagó por Europa en el periodo de entreguerras del siglo XX marcó una ruptura con el devenir histórico del régimen liberal en las democracias occidentales. Los resultados de las elecciones europeas del pasado 9 de junio propiciaron el auge de la ultraderecha, algo que deberíamos tomar muy en serio, más de cómo lo hicieron entonces los países europeos. La versión 2.0 del fascismo está aquí. Francia, que ha marcado históricamente el pulso de la evolución política en Europa (Revolución Francesa y revoluciones liberales del XIX), alarmada, convocó elecciones legislativas, que han corroborado el triunfo del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen.

En aquellos tumultuosos años treinta, el escritor austriaco Stefan Zweig, como cientos de miles de europeos, sintió que el mundo y la civilización se desmoronaban ante el fascismo. En su obra Diarios, Zweig nos muestra la angustia vivida ante el oscuro panorama y el miedo provocado por el avance del nazismo en la Alemania hitleriana. Pesimista, pensaba que nada se podía hacer para impedir que este monstruo se apoderara de Europa. Afortunadamente no fue así, aunque para vencerlo se pagara el alto precio de millones de muertes. Esta claudicación llevó al escritor, imbuido por la idea: “La vida ya no merece la pena”, tras un periplo por Gran Bretaña, Nueva York y Brasil, al suicidio por envenenamiento en 1942, junto a su esposa Lotte Altmann.

Aquella Europa, invadida por el pensamiento fascista, buscaba el resurgir de una nueva civilización siguiendo la teoría biológica y determinista de la Historia que Oswald Spengler desarrolló en La decadencia de Occidente. El fascismo se propagó de manera insultante bajo la idea de que las democracias burguesas y parlamentarias eran regímenes corrompidos por su propia dinámica política. Se aspiraba a un nuevo tiempo, al renacer de valores olvidados. El triunfo de Mussolini en Italia y el nazismo en Alemania fueron los referentes para que esta ideología germinara en muchos países europeos. Como hoy, con Meloni, Italia fue la primera en instaurar un régimen fascista en 1922. En Alemania, la República de Weimar no pudo contener la expansión en 1920 del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, ni los resultados en las elecciones de 1930, apoyado en la violencia callejera de los camisas pardas del Sturmabteilung (SA) y los camisas negras de los Escuadrones de Protección (SS). En las de 1932, Hitler se aupó al poder.

Los partidos nacionalsocialistas, con unas u otras denominaciones, fueron emergiendo de este a oeste del territorio europeo. En España tuvimos nuestra propia experiencia: las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, fundadas por Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, la Falange Española de José Antonio y el régimen dictatorial de Franco tras la Guerra Civil.

Cien años después vuelven a soplar vientos de incertidumbre, que presagian con arrasar el mundo que conocemos. La imprevisibilidad de la Historia, como la del ser humano, su protagonista, no descarta nunca las añoradas miradas al pasado, como si pretendiera recuperar otros sueños nunca disipados. El panorama se asemeja a aquella Europa en descomposición. Las democracias han perdido credibilidad, los problemas las acucian (crisis económica, inestabilidad política, inmigración…), y todo utilizado por los detractores del proyecto europeo. La ultraderecha es el caballo de Troya de Putin para minar la Europa democrática.

Las elecciones al Parlamento Europeo derechizaron la UE y algo más peligroso: la consolidación de la extrema derecha (25% de escaños) con 178 eurodiputadosconcentrados en dos grandes grupos: Identidad y Democracia, liderado por Le Pen, donde se integran el neerlandés Geert Wilders, la alemana Alice Weidel o el italiano Salvini; y Conservadores y Reformistas Europeos, liderado por Meloni, con el polaco Duda, el sueco Akesson, la finlandesa Riikka Purra, el checo Fiala, los españoles de Vox, la Alianza Flamenca belga o el francés Zemmour. En solitario, el húngaro Viktor Orbán. El proyecto europeo no va con ellos. Putin los adora, Trump es su referente.

Puede que las democracias occidentales estén en crisis, han cometido tantos errores que el descreimiento de la ciudadanía es un hecho. Los habitantes del mundo occidental viven una crisis de pensamiento: andan confundidos con el Estado del bienestar, el panorama de vida propuesto es decepcionante, se acumulan las falsas expectativas, la insatisfacción es permanente, las condiciones de vida se deterioran, las crisis económicas, auspiciadas por el capitalismo salvaje, generan malestar y descontento (‘todo el mundo anda cabreado’). Caldo de cultivo para que populistas, racistas, homófobos o xenófobos encuentren el discurso fácil. Demasiados descontentos, desencantados, detractores del sistema… Las ideologías se han devaluado, la izquierda y la derecha, permeabilizadas con ideas antes antagonistas, parecen ser lo mismo. Ante ello afloran los discursos de un ‘nuevo amanecer’, la vuelta a tiempos ‘gloriosos’, posturas de odio y xenofobia: negros, magrebíes, árabes, sudacas que nos invaden. Salvo que vengan forrados de dinero. A estos, alfombra roja.

Cada vez más países están gobernados por fuerzas ultraconservadoras y euroescépticas, o gobiernan en coalición: Italia, Países Bajos, Hungría, Finlandia… La ultraderecha es igual en todas partes: desprecia al ser humano, como hace el capitalismo más cruel utilizándolo como mercancía, sin compasión. Como hace la ultraderecha israelí, ensañándose con la población gazatí, o la europea, justificando el aumento de la delincuencia por la inmigración.

Entretanto, la inestabilidad política y ‘geoestratégica’ se agita bajo la amenaza de guerra mundial. A Putin no le importaría; a Netanyahu, tampoco; a China, puede que le guste. ¿EE UU?, Biden en la inopia y Trump con sed de venganza. Europa, en la encrucijada: de haber guerra, será en su territorio.

Artículo publicado en Ideal, 04/07/2024.

** Umberto Boccioni, Tumulto en la galería, 1910