lunes, 26 de mayo de 2025

LOS FELICES AÑOS VEINTE*

 


Iniciábamos la tercera década del siglo XXI los años veinte tras una crisis económica y una pandemia como nunca habíamos tenido. Éramos sometidos a confinamiento y medidas de prevención que ponían en jaque la normalidad de nuestras vidas. Nos sentimos vulnerables, murieron miles de personas y, a golpe de mensajes optimistas, no solo cantábamos ‘Resistiré’, también lanzábamos consignas vitalistas: ‘todo cambiará’, ‘saldremos mejor de esto’. La economía hundida, las pérdidas contadas en cifras escandalosas. Superados los momentos críticos nos arrojábamos a conquistar calles y espacios públicos con deseos desbordantes de libertad, recuperación de la normalidad secuestrada, dispuestos a que nadie viniera a amargar nuestra existencia.

Mediada la década, estamos en condiciones de hacer balance y rebajar tanto optimismo, mientras recordamos aquellos otros años veinte del siglo pasado. Nuestros abuelos venían de una época oscura, pandemia de ‘gripe española’ incluida, y la Primera Guerra Mundial la ‘guerra total’ como denominaba Eric J. Hobsbawm, con irresistibles deseos de euforia, de asir la vida con energía y vivirla frenéticamente, eran lo que la Historia denomina, con ocioso eufemismo, ‘los felices años veinte”. Las imágenes de entonces muestran escenas festivas a ritmo de Charleston, tipos impecablemente ‘esmoquinados’, mujeres con vestidos adornados de pedrería colgante, jolgorio ahogando penas, mucha música, jazz, desfiles teñidos de negro de Coco Chanel... Disfrutar la vida a toda costa, olvidando penurias pasadas. La república de Weimar enarboló la esperanza de una Alemania democrática y menos belicista, entretanto la prosperidad económica no ocultaba los peligros por venir: fascismo, crac del 29 o una nueva guerra mundial.

La novela El gran Gatsby’ (Scott Fitzgerald, 1925) retrata aquella vacuidad del poder del dinero y la miseria. El joven Nick Carraway narra una historia de derroche, donde se conjugan los turbios intereses y la feracidad por conquistar la vida de Jay Gatsby, personaje de fortuna advenediza y misteriosa vida, a través de la visión decrépita de una sociedad que acabaría colapsada.

Aquellos ‘felices años veinte’ fueron testigos de la irrupción del ampuloso y sincrético fenómeno artístico y cultural Art déco. No era un estilo definido y sí una amalgama de estilos para comprender lo que representaba, tras la ‘guerra total’, la explosión de sentimientos dispuestos a ocultar el horror vivido. Un terremoto de vida y conquista de ilusiones rotas y perdidas. Amalgama de estilos que pretendían no desperdiciar un gramo de vida mancillada por la muerte y el sufrimiento experimentado. Nada se podía desechar, todo era válido, una nueva evocación creativa impregnando variadas creaciones artísticas, artes decorativas u otras formas de expresarse, así vino la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París, 1925. La modernidad impuesta, la conquista de lo innovador y del renacer para un tiempo nuevo. Sin embargo, aquel tiempo que parecía huir de la barbarie y la destrucción atesoraba ideas y maldades incubadas, consecuencia de conflictos que habían sembrado demasiado resentimiento y odio.

Art déco, el estilo de la edad de las máquinas, de nuevas tecnologías e inventos surgidos dentro de la destrucción bélica, puestos al servicio de la maquinaria de guerra. Aparecieron otras tipografías negrita, sans-serif...— y diseños: facetado, líneas rectas, quebradas, grecas…; nuevos materiales aluminio, acero inoxidable, laca, madera embutida...; la construcción de grandes edificios: Chrysler o Empire State en Nueva York, la capital del neófito orden mundial. Estilo opulento y exagerado, representaba la reacción a la austeridad forzada de la guerra, un irrefrenable deseo de escapismo observado en la pintura de Tamara de Lempicka, eminente representante de la estética del glamour, sofisticación, elegancia y modernidad de aquellos ‘felices años veinte’.

Cuando nosotros pretendimos generar una explosión de vida tras la pandemia de 2020 nos lanzamos a restaurantes, terrazas y discotecas, pero se nos olvidaron valores como solidaridad, respeto o empatía, sumidos en sueños imperialistas de Putin, el negacionismo de Trump o la creciente xenofobia. El mundo de nuestros años veinte lo convertimos lo estamos convirtiendo en un erial insolidario, violento, sujeto a la codicia, transgresor de derechos humanos, de una conflictividad grosera…, mientras el monstruo de la antipolítica recorre el mundo y corroe nuestras mentes, y las democracias entran en crisis y ascienden las autocracias, dibujando un futuro tremendamente incierto.

Los países ya no cooperan para la paz o contra el cambio climático, lo hacen para la guerra y la destrucción, intercambiando drones y bombas. Convivimos con mandatarios sanguinarios y déspotas. El historiador Heinrich A. Winkler (El largo camino hacia Occidente) dice que vivimos la ruptura histórica más profunda desde la caída del muro de Berlín. El orden mundial basado en el derecho internacional peligra, la ley del más fuerte se impone. Adiós a la comunidad de valores para la convivencia. Adiós a la Carta de París de 1990 de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), garante del derecho a la soberanía nacional o la integridad territorial. Se imponen visiones autoritarias e imperialistas: Putin se anexa Crimea (2014) y despliega una guerra en Ucrania; Trump pretende Canadá y Groenlandia, y permite arrasar Gaza para su anhelada ‘Riviera de Oriente’.

Las democracias occidentales flaquean, intentan unirse pero hay fuerzas externas e enemigos internos que lo impiden. La transformación del orden mundial, los desafíos geoestratégicos conducen en una solo dirección: seguridad y defensa, preparación para la guerra. El presupuesto europeo que, según Ursula von der Leyen, construía miles de kilómetros de carreteras en Europa habrá de destinarse a infraestructuras que soporten el paso de tanques y otros vehículos militares.

Es el signo de los tiempos. Nuestros felices años veinte.

*Artículo publicado en Ideal, 25/05/2025.

** Ilustración: Tamara de Lempicka, Tamara en un Bugatti verde, 1929.

sábado, 10 de mayo de 2025

EL DÍA DE EUROPA Y EL SUEÑO DE LA CAPITALIDAD*

 


Europa está viviendo probablemente la crisis más importante desde que un 9 de mayo de 1950 la ‘Declaración Schuman’ Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores de Francia pusiera las bases de la Unión Europea (UE). No han sido los únicos momentos delicados en estos 75 años. Las crisis económicas habidas, las tensiones globales durante la Guerra Fría, la guerra de los Balcanes, la caída del muro de Berlín, crisis migratorias, Brexit o la pandemia del coronavirus son muestras de adversas coyunturas en un camino de espinas y rosas.

Aquella Europa, nacida de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, está siendo acechada por no pocos peligros que ponen a prueba su solidez. El nuevo fascismo gobernando en países como Italia, Hungría..., o muy cerca de hacerlo, la guerra de Ucrania, el distanciamiento del trumpista EE UU, la ambición imperialista de Rusia y su obsesión por acabar con la UE, pretenden minar los grandes principios sostenidos en la Declaración de Schuman: paz, solidaridad y cooperación entre sus pueblos.

En el contexto histórico de los años 50, las consecuencias de la guerra y las muchas incógnitas por despejar: recuperación económica Plan Marshall, tensiones geopolíticas entre bloques antagónicos Occidental y Soviético—, restablecimiento de sociedades democráticas, aquella propuesta significó un halo de esperanza. Hablar de solidaridad y cooperación era ya un éxito. Postularse por la unión de las naciones europeas, exigiendo “la eliminación de la secular oposición entre Francia y Alemania”, que tantas tensiones y guerras había ocasionado, suponía todo un logro.

Decía el texto de la Declaración que “la contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas”. El Gobierno francés proponía una “acción inmediata” con “la producción franco-alemana de carbón y acero… bajo una Alta Autoridad común, en el marco de una organización abierta a la participación de los demás países europeos”. Nacía la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), embrión de la futura Comunidad Económica Europea, auspiciada en el Tratado de Roma de 1957. Esta “solidaridad productiva” la economía, factor determinante impediría que futuras guerras entre Francia y Alemania fueran “no solo impensable, sino materialmente imposible”, sentando las bases, como postulaba Schuman, “para su unificación económica”. La Historia nos muestra, aunque no siempre haya mediado el éxito Sociedad de Naciones, que en esta ocasión el proyecto común fortaleció el espacio europeo, convirtiéndolo en tierra de prosperidad y democracia, aunque el camino no siempre fuese fácil.

La celebración del 75 aniversario del Día de Europa en este 2025 quizás constituya una ocasión especial: Europa está en peligro. Los avatares antes mencionados obligan a dar un giro en muchas posiciones: no solo el rearme por miedo a la amenaza imperialista de Rusia, también ante enemigos internos que buscan su destrucción. Europa no debe olvidar de dónde viene, cuál fue su origen y por qué se dio tanta importancia a la unidad, primeramente como comunidad y, desde el Tratado de Maastrich del 93, como Unión Europea.

Susan Neiman, filósofa judía y estadounidense, manifestaba en una entrevista (EL PAÍS, 27/04/25) a propósito de su libro Izquierda no es woke : “Si Europa se pone en serio y deja de dividirse y se une y se da cuenta de que es la última oportunidad para los valores de la Ilustración, tiene el potencial para ser una verdadera fuerza en favor de la democracia en el mundo”. Universalidad de la Ilustración frente a discursos identitarios tribales. El legado cultural europeo debe prevalecer ante las amenazas, Europa es el gran territorio donde se defiende con el Derecho internacional la multilateralidad de este mundo frente a la creciente autocracia que impone el poder de la fuerza.

Granada, aspirante a Capitalidad Cultural Europea 2031, en este Día de Europa, con el proyecto europeo democrático cuestionado, ¿en qué podría contribuir a su defensa?

En el manifiesto de adhesión a la Capitalidad Cultural echamos en falta un enfoque más europeísta, una alusión más firme a cómo Granada y su legado cultural podrían contribuir a ello en este momento crítico. Antes hemos hablado de que los principios fundamentales de la ‘Declaración Schuman’ paz, solidaridad y cooperaciónestán siendo minados por el nuevo fascismo, ambiciones imperialistas o el revés trumpista de EE UU.

Ángel Ganivet, el miembro de la Generación del 98 que más viajó por Europa vicecónsul en Amberes, cónsul en Helsinki o Riga, autor de ‘Cartas finlandesas’… reflexionaba sobre el sentimiento frustrado de España frente a un mundo exterior que evolucionaba a otro ritmo en ideas, economía y pensamiento. Sírvanos su figura para revertir la reflexión: ¿qué podría ofrecer Granada para reforzar los principios de Schuman, cuestionados hoy por tantos enemigos?

Granada atesora historia y valores para alzar la voz sobe la Europa que queremos, fortalecer el deseo de espacio de libertad, solidaridad y cultura. Los valores culturales que unen a los pueblos de Europa son la seña de identidad que la destacan sobre otros espacios del planeta. Ni siquiera EE UU, conglomerado de orígenes diversos, puede presumir de ello. Como tampoco pueden desligarse del patrimonio cultural heredado millones de estadounidenses emigrados desde Europa.

Llegado este momento, acaso Granada también debería preguntarse qué Europa queremos en el proyecto de Capitalidad. No solo apostar por nuestra transformación, también por lo que podemos ofrecer: legado cultural, simbiosis cultural, valores interculturales que favorezcan los principios que sustentan las instituciones europeas.

Granada se juega la Capitalidad, Europa su futuro.

*Artículo publicado en Ideal, 09/05/2025.