viernes, 24 de octubre de 2025

HISPANIDAD O ¿PEDIR PERDÓN POR LA CONQUISTA?*

 


Cada año por estas fechas se inicia una estúpida polémica en torno a la conquista y presencia española en América, como si tuviéramos la potestad de cambiar la historia, el pasado, ese que para bien o para mal nos juzga sin compasión. Como nuestra conciencia lo hace con nuestras vidas, llenas, en proporciones diferentes, de conductas deleznables y buenas acciones, de omisiones de compromiso y de respeto a nuestros semejantes.

Remediar lo que aconteció en los tres siglos de presencia española en el ‘nuevo continente’ a nuestro gusto es un sueño infantiloide de escaso fuste. Los que llegaron hasta él para dominarlo lo hicieron con la misma rudeza que hasta entonces utilizaron todos los imperios, los pueblos enemigos o las religiones. Los aborígenes que lo poblaban desde decenas de miles de años —algunos de culturas avanzadas— se vieron sojuzgados por una fuerza bruta superior. Querer remediarlo ahora es una entelequia, un absurdo que nos lleva a cometer estupideces como derribar estatuas de Colón o lanzar pintura roja sobre un cuadro de Colón en el Museo Naval de Madrid.

La historia está plagada de atrocidades cometidas por nosotros —los seres humanos— en todas las épocas y enarbolando nuestra inagotable, corrosiva y destructiva presencia en este planeta que vamos destruyendo poco a poco. A ningún pueblo se le olvidan los agravios recibidos, ni cicatrizan totalmente las heridas que se le abrieron en algún momento de su historia, sin que necesariamente deban conducirle a la venganza, si con el recuerdo del dolor padecido basta.

La Hispanidad es un constructo histórico que surge con fuerza tras la crisis del 98 y la pérdida de las últimas colonias americanas, que no nos lleva a muchos sitios, salvo al sentimiento de pertenencia a unos referentes históricos comunes con los pueblos de la América hispanohablante. Y esto es bueno. No obstante, la Hispanidad está atravesada por muchas sensibilidades que, siendo respetables, no deberían promover debates de confrontación orientados a la imposición de pensamientos e interpretación de los hechos contaminados por sesgos ideológicos, ajenos al análisis histórico, hasta llevar a los contendientes a la irracionalidad y la perversión.

Claro que España estuvo algo más de tres siglos en una tierra colonizada e incorporada a la corona de Castilla. Claro que le llevó adelantos, lengua, cultura y organización, como también recibió de aquellos pueblos otros adelantos, lenguas, culturas, enseñanzas y ciudades para su acervo histórico, porque no se encontró a ‘salvajes’ sino civilizaciones avanzadas. Y claro que cometió no pocos execrables actos de violencia, vejaciones, muertes e imposiciones contraculturales, como los ingleses en las tierras que ocuparon exterminando a pueblos libres, dueños de montañas, ríos, lagos y grandes llanuras desde decenas de miles de años, pero con la diferencia de que el sometimiento hispano de aquellos pueblos estuvo presidido por un proceso de sinergias que tampoco podemos desdeñar.

Hace un año se suscitó una controversia diplomática entre México y España, avivada en un debate sobre la historia de la conquista, que frustró la presencia de Felipe VI en la toma de posesión de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, al no ser invitado. A semejante descortesía respondió el Gobierno de Pedro Sánchez con su no presencia. Una controversia diplomática que se remontaba a 2019 cuando el presidente López Obrador remitió una carta a Felipe VI solicitando que pidiera perdón por los excesos cometidos por los españoles durante la conquista. Carta no contestada por el monarca. Aquella postura del Gobierno mexicano pareció incongruente, salvo que quisiera echarle la culpa de la marginación, estado de miseria y atraso de sus poblaciones indígenas, o de la atroz violencia ejercida por los cárteles de la droga —extremo susceptible de tachar al Gobierno mexicano de ‘Estado fallido’—. Calamidades y ultrajes que debieran haber resuelto las autoridades mexicanas, tocadas por la absoluta responsabilidad tras más de dos siglos de independencia. En tal caso, debieran haber sido a ellos los peticionarios de perdón.

El agravio contra aquellos pueblos que España encontró a su llegada al continente fue perpetrado no solo por los españoles de la conquista, también por sus descendientes —los criollos de la independencia— que llevan ejerciendo el poder desde principios del siglo XIX. Ellos han constituido las élites de poder antes y ahora, gobernando a la población amerindia y a la proveniente de españoles y europeos emigrados durante dos siglos.

La historia no miente, salvo que queramos escribirla a nuestro antojo, falseándola, poniendo en solfa el pasado desde nuestro prisma de cultos, solidarios y respetuosos con los derechos humanos. Y tratemos, igualmente, de medir a nuestros antepasados por el filtro de una ‘verdad’ que a duras penas somos capaces de poner sobre hechos de nuestro tiempo que topan a diario con nuestros ojos en fotografías de prensa o pantallas de televisión, o llegan a nuestros oídos en las voces de la radio.

A nosotros nos cabe la responsabilidad de combatir el genocidio perpetrado en Gaza, protestar contra la ignominiosa invasión de Ucrania y elevar la voz contra otras muchas injusticias de nuestro tiempo que asolan este planeta donde respiramos.

Todos los imperios que han existido han cometido excesos en sus colonias, todos se han apropiado de recursos económicos y culturales para beneficio propio, contraprestando casi siempre muy poco, y han sojuzgado a sus habitantes, modificado sus vidas, costumbres y creencias, aplicando racismo y discriminación. En la dimensión que queramos establecer en todo ello la regla será donde nos situaremos a la hora de valorar el alcance del constructo Hispanidad.

*Artículo publicado en Ideal, 23/10/2025.

** Primer homenaje a Cristóbal Colón (1892), de José Garnelo

sábado, 11 de octubre de 2025

VINCENT TRUMP Y LA SOLUCIÓN DEFINITIVA*

 


En el capítulo anterior, Donald Vincent Trump puso en marcha su gran obra para la posteridad: Alcatraz Alligator. Las redadas de invasores no cesaban. Aún así EE UU iba a la ruina. Llevaba tiempo pidiendo al ‘traidor’ Jerome Powell que la Reserva Federal bajara los tipos de interés; al muro con México había que buscarle una solución, saltaban demasiados invasores, había que pintarlo de negro para que el calor quemara sus manos; ante tanta violencia, mandó la Guardia Nacional a Washington y pizzas para los agentes… Entonces se coronó la gorra roja de campaña y su lema: “Trump was right about everything” —llevaba razón en todo—, lanzando un mensaje: “Necesito ayuda, más ayuda, un verdadero experto”. Elon Musk le había traicionado. Se quejaba del país y del puñetero mundo que le habían dejado los ineptos demócratas, y clamaba: “Odio a mis adversarios”, como exclamó en el funeral del ‘santo’ Charlie Kirk, joven promesa del movimiento MAGA.

Las noches le devolvían al ineludible insomnio que mitigaba a fuerza de vídeos de TikTok, ese invento que había que ‘robar’ a los chinos. “Esta maravilla tiene que ser nuestra —había insinuado a Bill Gates y Zukemberg—, pensad cómo hacerlo, será vuestro gesto patriótico”. Luego se relajaba viendo a los Pitufos y a su admirado Gargamel preparando fantásticas pócimas para conquistar el reino de estos entrometidos y chillones seres amarillos. Esa noche, cuando le alcanzó el sueño adosado al cuerpo de Melania, no tardó en verse asaltado por una pesadilla. Su esposa se soliviantó al sentir que el cuerpo que la sepultaba se movía como un cachalote. El sudor pegajoso y caliente que desprendía había mojado su camisón. Al empujón que le propinó, Vincent hizo temblar la cama con su respingo angustiado: “Melania, he soñado que quedábamos atrapados en las escaleras mecánicas de la ONU, ¡y había que subirlas a pie!”.

A la mañana siguiente, en el Despacho Oval, ordenó llamar a Marco Rubio. “Presidente, el secretario de Estado de Exteriores está en Israel con Netanyahu, acordando los últimos detalles de la expulsión de los andrajosos gazatíes de la Franja —le comunicó su jefe de gabinete—, las empresas se quejan del retraso en las obras del resort en la Riviera de Oriente”. El enfado de Vincent no se hizo esperar: “Este Rubio a veces me mosquea, no sé si me habré equivocado al nombrarlo, puede ser otro invasor, tiene sangre cubana”. Y cambió de destinatario: “Entonces dile a Vance que venga, pero que no se entretenga con sus caprichitos, lo quiero aquí a la voz de ya, ¡Ah!, si tienes que traerlo a rastras, lo haces, tengo un asunto de Estado que no precisa demora”.

Apareció Vance, todo sofocado: “Presidente, aquí me tienes”. Vincent le desveló una feliz idea: “James, los problemas nos asedian y hay que poner remedio a ello. Necesitamos a alguien de valía. Quiero que me busques a Gargamel y lo traigas a mi presencia”. “¿Gargamel?, presidente”. “Sí, sí —alargando sus labios hasta dibujar un orificio redondo—, y sin rechistar”. “Pero presidente… ¿quién es...”. Y Vincent le espetó: “Ni peros ni manzanas. Pega un salto y a cumplir mi orden”.

Al salir del Despacho Oval, Vance llamó a Marco Rubio para confesarle semejante encargo.

Jaimito, ¿qué me dices?, ¿Gargamel? —sorprendido, contestó Rubio.

¡Como me oyes, Marquito! Tú que eres cubano, con ese son de santería que gastáis en la isla, podrías darme una solución.

Yo soy tan estadounidense como tú, so cabrito. A ver si contaminas al jefe con sospechas y me enchirona en Alcatraz Alligator —respondió Rubio.

No te pongas así, es broma. Estoy acuciado con esta ocurrencia de ‘pelopanocha’.

Verás tú, esto del Gargamel acabará como la fiesta del Guatao. ¡La jugada está apretá! —sentendió Rubio.

Y pasaron tres, cuatro y más días, y Vance no daba señales de vida. Vincent Trump andaba buscando invasores: al español Sánchez que no pagaba el 5% a la OTAN y soliviantaba a Europa para reconocer a Palestina como Estado, a los señoritos europeos tan contestatarios y defensores de los derechos humanos y del cambio climático, que habían vivido como reyes desde la Segunda Guerra Mundial a costa de EE UU. Le rondaba pedirles que devolvieran el dinero del Plan Marshall, ¡y con intereses! Si no lo sabía todavía la remilgada Von der Leyen, se lo diría.

¡Y en su país!, las desagradecidas universidades defendiendo invasores y palestinos. Esas que tanto se reían cuando propuso combatir el Covid con lejía o ahora por decir que el paracetamol provoca el autismo. “Necesito a Gargamel como el comer. Sus pócimas son milagrosas”, ronroneaba a Melania, subidos al helicóptero presidencial, mientras ella miraba por la ventanilla.

Entretanto, Vance y Rubio, abrumados, no daban crédito a la petición del presidente. ¿Se le habrá ido el juicio?, se preguntaban en su fuero interno. Ni siquiera se atrevían a confesárselo mutuamente. Sofocados, no sabían a dónde acudir, ni a sus asesores más cercanos: !Menudo dislate si trascendía a la prensa tal petición del presidente!, los ingresaría en Alcatraz o los mandaría con Bukele.

Vincent Trump bramaba cada mañana desde el teléfono en la oreja de Vance: “¿Has encontrado ya a Gargamel?” El silencio y la voz entrecortada del vicepresidente enervaba al impaciente jefe. “¿Tan difícil es llegar a la ermita en medio del bosque de los estúpidos pitufos?”. Y Vance no tardaba en llamar a Rubio: “Te digo que tú puedes encontrar mejor que nadie la solución”. (Continuará)

 *Artículo publicado en Ideal, 10/10/2025.

**Ilustración de Ideal