Los ateneos tienen su origen en la España de principios del siglo XIX, abierta al saber y la cultura, a las corrientes liberales, en un país que le costaba dejar atrás la rémora del Antiguo Régimen. Granada no fue ajena a aquella corriente ateneísta.
En los años ochenta, preparando la tesina en la Universidad de Granada —Granada durante el reinado de Alfonso XII—, bajo la dirección de mi añorada maestra Cristina Viñes, las investigaciones arrojaron la intermitente existencia de ateneos durante la centuria decimonónica, sin advertir una conexión entre ellos, pero sí el interés por fundarlos. Las denominaciones variaban: Ateneo Científico-Literario de Granada, Ateneo de Granada, Ateneo de la Juventud, Ateneo Científico-Literario del Colegio San Bartolomé y Santiago... Tenemos noticias del llamado Ateneo Artístico y Literario (1859), creación de otros en 1879 o 1883. Vidas efímeras. Como dato, la crónica de la coronación del poeta José Zorrilla —acto majestuoso (1889), del Liceo de Granada— no mencionaba ateneo granadino entre las instituciones culturales sumadas.
La denominación de Ateneo Científico, Literario y Artístico es privativa del nacido en 1925, un 6 de marzo, en el salón de la Sociedad Económica de Amigos del País, donde se celebra la junta general —presidida por el catedrático Gabriel Bonilla y secretario, José Álvarez de Cienfuegos—, eligiendo la primera Junta de Gobierno y al primer presidente: José Pareja Garrido, catedrático de Medicina y exrector de la Universidad de Granada.
Semanas antes se congregaron numerosas personas de ámbitos profesionales variados —médicos, científicos, profesores, artistas, literatos, empresarios…—, mostrando su apoyo a “constituir en Granada un Ateneo Científico, Literario y Artístico..., alta empresa cultural” (El Defensor de Granada, 18/02/1925). Su director, Constantino Ruiz Carnero (vicesecretario, Ateneo), en el artículo “Ciudades y ciudadanos”, lo justificaba: “Cuando se habla de implantar en una ciudad un sistema, una política de transformación, no se trata simplemente de mejorar sus medios urbanos… materiales, sino de renovar su vida espiritual..., el ciudadano..., un producto del medio cultural”. Granada vivía un crecimiento demográfico, transformación urbana —apertura de la Gran Vía— y económica —cultivo de remolacha e industria azucarera—, construcción de redes de tranvías..., que transformaron aquella ciudad decimonónica sumida en el estancamiento y zarandeada por crisis de subsistencias, terremotos o epidemias de cólera.
Aquel Ateneo de 1925 congregó importantes figuras de la Edad de Plata de la cultura granadina —García Lorca, Manuel de Falla, Rodríguez Acosta, Hermenegildo Lanz, Gabriel Morcillo…— y personalidades como Fernando de los Ríos, Juan José Santa-Cruz, Palanco Romero, Gallego Burín, Torres Balbás o Gonzalo Gallas.
Nacía el Ateneo en plena dictadura de Primo de Rivera. A los cuatro años —20/abril/1929— era clausurado por el gobernador civil, Manuel González Longoria. La clausura duró dos meses, pero soliviantó los ánimos de algunos miembros, generando incomodidad por pertenecer a una institución bajo sospecha del poder político. Fernando de los Ríos y Gabriel Bonilla, por ejemplo, fueron depuestos de sus cargos y separados de sus cátedras universitarias. Reanudada la labor ateneísta, no lo haría con igual entusiasmo.
La actividad del Ateneo se extendió hasta 1932/33, que sepamos. Muchos de sus miembros, reclamados desde Madrid durante la II República, ocuparon cargos de enorme responsabilidad: Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, Instrucción Pública o Estado; Agustín Viñuales, ministro de Hacienda; Fernando Sáinz Ruiz, diputado a Cortes e Inspector General de Educación; Gabriel Bonilla, consejero de Estado. Tampoco contamos con su archivo para proporcionarnos más datos sobre su trayectoria, solo informaciones hemerográficas y documentos aislados, lo que nos hace sospechar que bien pudo ser destruido.
Con el golpe de Estado y el triunfo sublevado en Granada, a nadie se le ocurrió mantener una institución de este tenor. Las posibilidades de reactivarlo en plena guerra civil o posterior dictadura fueron una entelequia. Las vidas futuras de sus miembros corrieron destinos diversos: unos, permanecieron en Granada en tareas profesionales o vinculados a las nuevas autoridades —Antonio Gallego Burín fue alcalde, 1938/1951, salvo 1941—; otros, exiliados: Fernando de los Ríos, Manuel de Falla, Gabriel Bonilla o Fernando Sáinz Ruiz; algunos, represaliados o fusilados: José Palanco Romero, Juan José de Santa Cruz, Ruiz Carnero...
La refundación del Ateneo en 2009, otro 6 de marzo, puso la mirada en este de 1925, del que se considera heredero. El espíritu del actual está conectado con aquél y no con los decimonónicos. Principios y postulados de ambos se conectan: cultura —“el ciudadano… un producto del medio cultural”—; ciencia, artes, libertad de expresión, democracia —“organizarse a la manera de una democracia”—; vocación por generar espacios de debate, reflexión e ideas —“una ciudad que posea un nivel de cultura superior… capacitada para engendrar ciudadanos”—; espíritu crítico y librepensador —“ciudad nueva… ciudadanos sensibles... a todas las manifestaciones de la cultura”—. Palabras entrecomillas del artículo citado de Ruiz Carnero, donde concluía: “la ciudad que renueva y purifica sus valores espirituales y afina su sensibilidad ante los modernos problemas de la cultura…, ponerla en contacto con la corriente del pensamiento universal”.
Cien años, sí. Aunque a veces la historia juegue con nosotros y convierta el tiempo en anécdota. Honrar a nuestros abuelos, que nunca conocimos, sentirse parte de su legado, es una virtud que enorgullece. Recordar su memoria nos humaniza y nos aproxima. Hay acciones que parecen no comprenderse, pero que ni siquiera el tiempo sumido en la latencia las puede minusvalorar.
El Ateneo de Granada, refundado en 2009, se siente heredero de aquel de 1925. No existe la sensación de desconexión temporal, ni la distancia es el olvido.
*Artículo publicado en Ideal, 07/11/2025.
** Logo del Ateneo de Granada, 1925.
