sábado, 8 de junio de 2013

DESNATURALIZAR LA DEMOCRACIA

No sé cuándo nuestra democracia empezará a parecerse a la democracia que deseamos muchos. La golfería que cada día vamos descubriendo en la política y otras esferas de poder nos refleja la talla moral de quienes acceden a la cosa pública. Control ideológico, enriquecimiento personal, nepotismo descarado, acumulación de poder, prioridad a intereses personales o de clan. Estas son algunas de las principales aspiraciones que uno entiende buscan en su acceso al poder muchos de los que se mueven en la política, y con un único objetivo: servirse de la democracia. Cuando desembarcan los partidos en los gobiernos acaparan puestos, no sólo en la Administración (algo concebible) sino en empresas públicas y otros emporios a su alcance. En casi todos los casos se utilizan para colocar, a veces de manera obscena, a los amigos (por ejemplo, Miguel Blesa en Caja Madrid, aunque sea un caso entre un millón). Qué lejos queda esto de ese discurso que habla de entrega, servicio público, honestidad o compromiso con la ciudadanía.

Se alcanza el poder por la vía democrática, pero luego se actúa desde el poder con poco espíritu democrático. Se pone todo el empeño por extender redes de control sobre todos los resortes del Estado, hasta el punto a veces de desnaturalizar la democracia. Este afán de control del poder ejecutivo sobre cualquier resorte del Estado también alcanza al poder judicial. Hemos vivido guerras entre partidos por el nombramiento de magistrados para las altas instancias del poder judicial. Se ha llegado a bloquear el funcionamiento de un alto tribunal por la voracidad política en las renovaciones de órganos y magistrados. Como hace dos o tres años en que el desacuerdo entre PP y PSOE no permitió la renovación del Tribunal Constitucional.

La designación de miembros de altos tribunales por el gobierno de turno, o del poder legislativo (dominado por el primero en caso de mayoría absoluta), es una perversión del Estado de derecho, por muchos visos de legalidad constitucional que exista en este procedimiento. A lo largo de la democracia el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial han virado ideológicamente según el talante ideológico del gobierno de turno. Si gobernaban los socialistas se buscaban magistrados progresistas, si lo hacían los populares cambiaban el perfil de los magistrados a conservadores.

Suponemos que cada juez tiene su propia ideología (como ciudadano que es), pero lo que no me cuadra (cándido de mí) es que en su actividad profesional (como servidor público) le guíe esta ideología en detrimento de la ley. Es como una ofensa hacia los ciudadanos y, por extensión, hacia la democracia. Esto es lo que habría que entender, habida cuenta del ferviente interés por parte del Gobierno para nombrar determinadas personas (seleccionadas, primero, por afinidad ideológica y después, suponemos, que por competencia profesional) como magistrados del Tribunal Constitucional. Dada la enconada disputa que se produce en estos casos, definiendo antes el criterio ideológico que cualquier otro (veamos, si no, como los medios de comunicación que para referirse a ellos mencionan siempre eso de progresistas y conservadores), entendemos que en su elección prima una intención aviesa para que en futuras decisiones favorezcan (legitimen) las iniciativas legislativas, en los grandes temas de su política, del partido en el poder.

El poder reside en el pueblo (al menos es lo que dice la Constitución) y sus representantes lo ejercen por delegación suya. ¿Entonces, por qué no podrían ser elegidos los miembros de los máximos órganos de la Justicia (tercer poder del Estado) por los ciudadanos? La Justicia debería ser un poder realmente independiente de los otros poderes del Estado, y que sus miembros no fueran elegidos por los partidos políticos ni por gobierno alguno. Es una aberración democrática que, no por estar extendida en países democráticos, deja de ser una incongruencia.

Eso del control político de un gobierno sobre el Tribunal Constitucional le hace a uno pensar que la democracia nos está siendo secuestrada.

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