lunes, 4 de agosto de 2014

LAS RELECTURAS SON PARA EL VERANO

Leer algo de lo publicado recientemente, aparecido en listas de libros bien ‘pensadas’, es una de las cosas en que se empecinan los suplementos culturales de los grandes periódicos. Nos imaginamos que siempre habrá en ello ese poquito de interés del crítico que las confecciona, de las editoriales o del director del periódico, para que sean mencionados determinados libros. Por mi parte, prefiero, antes de leer tales recomendaciones de rankings de prensa, que no desdeñó, las sugerencias de un amigo, como inestimable aval.

Este verano he dejado a un lado las novedades (concepto que interpreto para mí, como toda aquella obra que no he leído anteriormente) y he optado por la relectura de obras que leí hace ya décadas. Si me preguntáis la razón, no sabría qué deciros, pero es así. Y os puedo asegurar, lo que supongo todo el mundo sabe, que las relecturas llenan de gozo, igualmente, tantas horas del verano como las novedades.

Incluso te permiten entrar en conversación contigo mismo, con aquel ‘yo’ que leyó la misma obra hace diez, veinte o treinta años. Es como si te vieras a ti mismo de nuevo, no bajo el difuso espejo del recuerdo, sino de una manera viva y precisa en las frases vueltas a leer. Las palabras de una obra leída antes y ahora son las mismas, pero lo que dicen puede ser diferente. Releer es leer al tiempo un libro con los ojos de antes y los de ahora, en un fascinante ejercicio de introspección. Merece la pena. Lees con dos miradas, y descubres los matices de antes y los de ahora, los que antes no significaron nada y los que ahora cobran toda su dimensión.

Para estas relecturas he elegido dos grandes autores que nos han dejado en los últimos meses: García Márquez y Ana María Matute, y a otro que sigue entre nosotros: el gran Juan Marsé.

Cuando leí Cien años de soledad debía rondar los veintitantos años. Entonces me pareció un libro difícil de digerir, no terminaba de captar todo el simbolismo que se desprende de ese enfoque que mezcla realidad y ficción. Hoy, ha supuesto un placer saboreado con la madurez de los años.

La guerra civil fue una de los periodos históricos en los que más me interesé en mi época de estudiante de Historia Contemporánea. Hubo varias novelas que me sirvieron para alcanzar una visión distinta, acaso más profunda, de la guerra y la posterior posguerra española, fuera de la bibliografía histórica sobre el tema. Una de ellas fue Primera memoria, de Ana María Matute. Ahora me parece una joya literaria muy bien pulida, cargada de esa sensibilidad que habla de hasta qué punto se desvanecen los sentimientos hasta embrutecerse.

El amante bilingüe, de Marsé, apoyado en ese desdoblamiento de personalidad que se va haciendo patente, contiene el choque entre cultura y lengua, que desde hace años, o quizá desde siempre, según se mire, se vive en Cataluña. La novela me está trasladando, por analogía, al proceso independentista que se está promoviendo desde la burguesía catalana, y me está haciendo meditar sobre cuánto hay de sentimiento y cuánto de escenificación de intereses creados en este asunto. Lo de Pujol les ayudará muy poco, pues habla a las claras de dónde queda en muchos inspiradores del movimiento el verdadero sentimiento nacional.

El verano también es tiempo para las relecturas literarias, os lo puedo asegurar.

2 comentarios:

JOSÉ LUIS MORANTE dijo...

Una de las enseñanzas del tiempo es que no hay consejos generales en torno a la lectura, ya que cada libro elige a su lector en el momento adecuado. Es verdad, aciertas plenamente: el verano es sosiego, lectura a tiempo lento, disfrute. Buen provecho con la elección, querido amigo.

Antonio Lara Ramos dijo...

Cada uno elige cómo ocupar su tiempo libre. Pero si la gente que lee poco, o no lee nada, cogiera un libro y lo leyera con la pausa del disfrute, con esa lectura a tiempo lento, apreciaría cómo le transmite el sosiego y el descanso que tan afanosamente se busca en el verano.