En ‘Esa
puta tan distinguida’, la novela de Juan Marsé, el escritor recibe en
1982 el encargo de redactar un guión de película sobre el crimen de una
prostituta, a manos del operador Fermín Sicart, ocurrido en un cine de barrio
en 1949. Lo que menos le interesará del crimen son los detalles morbosos, buscará
más bien el porqué ocurrió y cómo se fraguaba la vida de aquella gente en la España
triste y remendada de ese tiempo. Cuando aquí hablemos dentro de treinta años
de los tiempos que ahora vivimos seguro que aparecerá el ruido y las
vulgaridades que cada día nos asaltan, pero espero que también nos llegue la
reflexión, tamizada por la perspectiva de tiempo, acerca de los porqués que
expliquen las convulsiones y veleidades de la política que nos afecta hoy día.
La crisis económica removió los pilares de
nuestra democracia y zarandeó muchas de las verdades y certezas que pensábamos
nos durarían toda la vida. Entonces vimos cuántas debilidades se habían
construido como si fueran fortalezas, enmascaradas con burbujas inmobiliarias,
créditos financieros, ostentación, despilfarro, relatos que lanzaban mensajes de
ser el mejor país del planeta, etc., y así otros cantos de sirena que no hacían
más que ocultar la vulnerabilidad del
sistema, aparte de adormecer conciencias y obviar cualquier ética pública. De
modo que, cuando explotó, todo se vino abajo en este país construido sobre una
burbuja piramidal, y fue entonces cuando floreció la podredumbre que se nos
había ocultado.
La política falló a la ciudadanía, le dio la
espalda a la dignidad y se tiñó de repente de oprobio y corrupción. Conclusión:
la ciudadanía dejó de creer en ella. Los que habían dado pie a ese hedor
adoptaron una impronta carnavalesca para que creyéramos en su inocencia y evitar
caer en el precipicio de la ignominia. Pocos fueron los que quedaron señalados
o los que se apartaron de la política por decencia, fueron más los que resistieron
(solo tenían que aguardar a que escampara el temporal). Y a fe que estos
últimos lo hicieron ‘bien’, porque esos mismos que enlodazaron este país son
los que hoy siguen gobernando o apoyan a los que gobiernan. La táctica de la
política más miserable, que se dota de capacidad de aguante antes que renovarse,
les dio resultado.
La creencia de que tras la sacudida de la
crisis inauguraríamos una nueva época, un futuro con nuevas ideas, política más
honesta y mayor dosis de democracia, se derrumba. Llegaron partidos nuevos,
pero se diluyen. La transformación de la política en España, que parecía asomar
tímidamente, hoy se desvanece. Y es que vivimos un tiempo donde lo trascendente
no cuenta, solo lo superfluo e insustancial. Aunque sospechamos que España no
es la excepción, es parte de lo que ocurre en los países que nos rodean.
Podríamos decir, pasados ya unos años del
inicio de la crisis, que tras la fase del bochorno la política ha vuelto a los
mismos patrones con los que se mancilló la democracia en las dos últimas
décadas, a esas mismas burdas maneras de hacer que la ‘cochinearon’. Si tuvimos
la ilusión en algún instante de que llegara una política nueva, ahora pensamos
que se trató solo de un espejismo pergeñado en el abismo de la desvergüenza que
quisimos combatir, cuando gritábamos con Walt Whitman: “¡Arrancad los cerrojos
de las puertas!, ¡arrancad las puertas de los goznes!, quien humilla a
otro, me humilla a mí”. Afloraron tantos casos de corrupción, se desveló tanta
incompetencia en la gestión y brotó tanta vulgaridad política, que pensábamos
que era imposible caer más bajo y que de ello no resurgiría algo honorable. Pero
pasó.
Hoy vemos que se maniobra para pactar y elegir
a dedo jueces del Tribunal Constitucional sin rubor alguno, se colocan altos
cargos en las grandes compañías (eléctricas, hidrocarburos, energéticas..., las
mismas que machacan a los ciudadanos con tarifas y precios abusivos), sigue
habiendo privilegios para bancos frente a los ciudadanos, en la corrupción de
Valencia no pasa nada, en el caso Bárcenas no pasa nada, el PP nunca tuvo una
doble contabilidad, en las tarjetas black no pasa nada, en las cursos de
formación no pasa nada, el empleo es precario y no pasa nada, los servicios
públicos (sanidad y educación) se deterioran y se hace negocio con ellos, pero
tampoco pasa nada. Los casos de corrupción política a duras penas acaban con
una condena judicial, o son suavizados con una reprobación o condenas
testimoniales. Esto es lo que pasa ahora, lo mismo que hace cinco o diez años.
¿Alguien creyó alguna vez que las cosas cambiarían
en este país? Nada ha cambiado, ni va a cambiar. Hace tiempo escribía que no
hay política sin ideales y principios, y lamentablemente estos viven tiempos de
suma fragilidad y devaluación. Así es como hemos llegado a que se haya puesto
en un brete a la política, aunque más por demérito propio que por mérito de los
que pretenden devaluarla. La ultraderecha asoma la nariz por toda Europa,
¿aprenderemos aquí algo cuando todavía estamos a tiempo?
Pasado el tiempo, cuando hablemos de la España
de esta década, espero que nos pase como al guionista de la novela de Marsé
que, a pesar de ser empujado a escribir un guión burdo y morboso acerca de
aquel crimen de la prostituta, se mantuvo firme en la búsqueda de las razones
que subyacían en la comisión de aquel asesinato. A nosotros nos tocará juzgar
por el tamiz de la historia a todos los trápalas inmisericordes que nos rodean
y hacen de la política algo indigno, pero también nos hará abochornarnos por no
haber sido capaces de cambiar este país y haberlo fortalecido, haciéndolo más
honorable, honesto y ético.
* Artículo publicado en Ideal de Granada, 12/02/2017
1 comentario:
Excelente artículo Antonio. Recoges mi sentir al que añado lo huérfanos que nos sentimos algunos.
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