martes, 1 de mayo de 2018

QUÉ PASA CON LA IZQUIERDA*


En política, izquierda es un término que define un concepto de sociedad organizada bajo unos valores afines a la justicia social, la libertad y la igualdad. En su discurso prima una especie de fraternidad ecuménica. Con lo que ser de izquierdas nos traslada a un estado cuasi mariano de devoción hacia el prójimo.
Últimamente, dentro del panorama político español, se ha suscitado un debate en torno a la izquierda y la debilidad y división que muestra como alternativa a la posición consolidada que se aprecia en la derecha política. En el Ateneo de Granada, dentro del ciclo de tertulias que coordina mi amigo Jesús Ambel, psicoanalista, se ha debatido acerca de “Lo imposible del encuentro de las izquierdas en Granada”. Aquí, por extensión, lo llevaremos al resto del país.
La realidad es que se constata un notable desencuentro entre las fuerzas de la izquierda. Que se hace más patente cuando la derecha (PP), a pesar de los pesares, marcada como está por la corrupción que a cualquier otro partido hubiera destrozado, parece mantenerse sin un desgaste excesivo. Y aún más, si mencionamos el distanciamiento entre ciudadanía y política que se evidenció con el estallido de la crisis económica de 2008, resulta ser más agudo en la izquierda, hasta el punto de concebirse demoledora la distancia entre el espectro social progresista del país y los tradicionales partidos de izquierda: PSOE e IU.
Hace años que en estos dos partidos, baluartes de la izquierda durante la etapa democrática, una parte de su clase dirigente dejó de ser socialista o comunista en la praxis, frente a la gran masa militante, simpatizante o votante que lo era de palabra y de acción. Comportamientos sectarios, planteamientos dogmáticos y liderazgos alejados de proyectos colectivos agudizaron su desprestigio. En un principio pudo parecer como algo marginal, pero la crisis económica destapó un sentimiento larvado que ha terminado zarandeado a ambas siglas.
Tras seis años de dura crisis económica y tres desde la tormenta social del 15-M, el movimiento más esperanzador que ha tenido este país desde que soplaron cantos de libertad con el final de la dictadura, emergió Podemos. Entonces, un sector de población progresista de las izquierdas creyó en el nuevo partido. Pero pasados tres años se nos antoja que esa misma masa de votantes navega a la deriva, buscando denodadamente tierra firme donde aposentarse, no identificada con los dirigentes de la ‘nueva política’.
La derecha lo tiene más fácil que la izquierda. La sociedad en la que vivimos es una sociedad estructural y económicamente amoldada a su ideología liberal y capitalista, frente a la izquierda que, como en aguas extrañas tendentes a expulsar a la orilla acción y justicia sociales, parece nadar a contracorriente. El capital solo entiende de incremento de beneficios. De modo que para ser de izquierdas se necesita un compromiso social que muchos dirigentes se han saltado a poco de ocupar cargos públicos. Y es que para ser de izquierdas hay que tener vocación humana y sobreponerse al actual modelo ideológico, si no se quiere perder el papel de sujeto histórico que se le tiene encomendado.
En estos momentos de confusión, el panorama de la izquierda es preocupante. La población española sigue esperando una respuesta a los desajustes sociales que padece (pensiones, Estado del bienestar...) por quien se supone que está más dotado para ello: la izquierda, a tenor de su condición ideológica llamada a mirar siempre en dirección hacia la gente y sus problemas. Y sin embargo, ¿por qué se ha visto desbordada por la crisis y demás acontecimientos, y la derecha, no?
A los dirigentes de las izquierdas nunca les ha interesado un análisis teórico y crítico de la realidad, acaso porque resulta más fácil buscar un enemigo a quien cargar las culpas antes que mirar hacia dentro y analizar errores propios. Al mismo tiempo, las izquierdas se han liado en una maraña de enfoques a la hora de analizar las realidades, que aunque compartiendo conclusiones, las controversias y estrategias de cómo afrontar las soluciones han terminado por distanciarlas. Muchas sensibilidades convergiendo, pero poco sentido de la practicidad; demasiados debates, para terminar enconándose en puntos de vista distintos y excluyentes. Todo esto ha provocado desafectos y desuniones, llevando a las izquierdas a una ruptura permanente.
Hablar hoy de la división de las izquierdas no es ninguna novedad, siempre estuvieron divididas, fraccionadas, segmentadas, irreconciliables; la derecha, por su parte, muy pocas veces. La lucha por mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, la defensa de los derechos y las libertades o el deseo de alcanzar un mundo mejor, aspiraciones imperecederas, nunca han sido capaces de unirlas. Estar de acuerdo frente al denostado neoliberalismo no es suficiente, antes lo estuvieron frente al liberalismo en sus múltiples facetas históricas.
Eso que siempre se ha vivido, que hemos vivido, como lo muestra la Historia. Entonces, ¿de qué nos quejamos en la izquierda? Volver a lanzar proclamas de unidad de acción y otras cosas por el estilo es predicar en el desierto. No nos engañemos. Miremos el panorama actual para comprenderlo: mientras la derecha del PP parece inmutable en las preferencias de la población, a pesar de la corrupción que la ha anegado, las izquierdas andan dándose mamporros, mostrándose como resignadas ante una realidad que consideran inamovible.
La mística de la izquierda se volatiliza por el manoseo de sus dirigentes. Hay poderes económicos y fácticos que son capaces de embarrar muchas ideas nobles, mientras que los que deberían cuidarlas y fortalecerlas no terminan de ponerse de acuerdo. Quizás sea un problema de líderes incompetentes. El escepticismo no hace más que cundir, aunque mejor sería que, como Proust, a decir de Albert Camus, fuéramos capaces de ver la realidad con otros ojos. Tal vez se trate de dejar a un lado tanto empoderamiento inútil.
*Publicado en el periódico Ideal, 29/04/2018

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