martes, 29 de enero de 2019

SI UNA SOCIEDAD NO EDUCA, NO HAY EDUCACIÓN*


Hay utopías que desmintiendo su semántica encuentran la manera de despertar los sueños que las concibieron. Llevo años pensando en nuestra torpeza como sociedad por no dar a la educación el valor social que se merece. Inundamos los discursos de palabras que hablan de una sociedad mejor mientras descuidamos el motor que ayudaría a ello: la educación. Nuestra sociedad puede ser la más rica, tener las mayores comodidades, poseer ingentes cantidades de bienes de consumo, pero no por ello tiene por qué ser la mejor. En una sociedad como la actual (abierta, compleja, interrelacionada, globalizada, multidiversa, sistémica, incierta, agresiva, contradictoria…) no cabe duda que la educación es la piedra angular que se necesita para vertebrar y cohesionar el tejido social.
Amin Maalouf decía en su obra El desajuste del mundo que el siglo XXI debería ser el siglo de la cultura y la educación, ya que el XX habiéndolo pretendido no pudo serlo, de manera que con el concurso de ambas cabría entonces construir ese mundo mejor al que aspiramos, al tiempo que haríamos más libres a los seres humanos. Sin embargo, en nuestro tiempo advertimos un divorcio cada vez mayor, con intereses contrapuestos, entre lo que representa la escuela y la sociedad donde se incardina.
No es la escuela la única que educa, como no es tampoco solo la familia, hay otros muchos agentes sociales que también lo hacen. La irrupción de las plataformas digitales en nuestra vida (Youtube, Instagram o la misma publicidad) han abierto en nuestros jóvenes un sinfín de ventanas donde mirar y cientos de arquetipos sociales en los que fijarse. Tener en casa a personas jóvenes y dejar que se adueñen de la smart tv, el ordenador, la tablet o el móvil es una oportunidad para descubrir cuáles son sus intereses y aficiones. En ellas encontramos un universo atestado de imágenes, videoclips o ‘reality show’, donde circulan cientos de 'youtubers' que cuelgan miles de vídeos donde muestran su vida personal, sus extravagancias o el modo de interpretar el mundo. Al igual que hay miles de canales de música con escenas y letras en las que el machismo, la depreciación de la mujer o la violencia aparecen justificados en exhibiciones tan burdas como reales sustentadas en relaciones sociales primarias.
Estas plataformas digitales (puestas aquí como ejemplo) influyen enormemente, con un poder que no deberíamos menoscabar, en la educación de nuestros jóvenes, en una proporción mayor que la familia o la escuela. Se han agregado a la publicidad, que ya representaba estereotipos consumistas, machistas o conceptos de vida relajada y poco comprometida. La sensación que nos queda es que la educación que se imparte en la escuela está muy alejada de una realidad por descubrir. Cabría entonces preguntarse: ¿qué le queda por hacer a una escuela voluntarista frente a ese otro modelo social que no la tiene en cuenta y pregona otros valores?
Socialmente la educación está concebida para alcanzar la perfección. A las instituciones escolares se les exige competencia para trabajar en el terreno de la moralidad, la ética, la axiología o la socialización, y asimismo atender a todos los problemas de la sociedad, y solucionarlos. Y, entretanto, el resto de agentes sociales inhibidos de la tarea. El consenso social en torno a la educación está roto, no existe acuerdo en cómo y sobre qué educar. La política no ayuda, y los grupos e instituciones educativas solo ven en la escuela la defensa de sus propios intereses.
Tras la dictadura, la democracia generó un cierto consenso sobre los objetivos y valores que debían fomentarse en la escuela. El espíritu democrático, y todo lo que ello comporta, debía empapar la educación de las nuevas generaciones. No educar a ciudadanos libres y democráticos implicaba que la sociedad no avanzaría en democracia. Han pasado cuatro décadas, y no estoy tan seguro de que aquella finalidad la hayamos alcanzado.
Martha Nussbaum reflexionaba en su obra Sin ánimo de lucro al respecto de las necesidades de la democracia: “estamos en medio de una crisis de proporciones masivas y de grave importancia mundial”, y no se refería ni a la crisis económica de 2008, ni al terrorismo internacional, aludía a otra crisis que pasa más desapercibida y que es más perjudicial a largo plazo para el futuro de la democracia: la crisis mundial de la educación.
Los sistemas educativos están en crisis. Es difícil que encuentren el camino para alcanzar esa idea de perfección que se les exige. Son capaces de dar contadas respuestas individuales: formar técnicos en determinados segmentos productivos o asegurar la formación del joven que aspira a entrar en la Universidad, pero para dar una respuesta colectiva de mejora de la sociedad se muestran inoperantes. Es aquí donde se encuentra gran parte de su fracaso y, por extensión, de la sociedad en su conjunto.
El futuro de la democracia está en peligro. La manipulación de los individuos en las sociedades modernas resulta cada vez más fácil y se realiza con mayor descaro. A la educación le está costando formar personas libres y críticas para una sociedad libre, fundamentalmente porque tiene un enemigo demasiado poderoso: la sociedad construida bajo premisas y valores que entran en contradicción con los de la escuela. La escala de valores que se enseña en la escuela no es la misma, ni tan poderosa, que la que revolotea en la vida en sociedad.
Siendo la educación el factor más valioso para asegurar el futuro, es inconcebible ver como socialmente la tenemos descuidada. Cuando una sociedad no valora la educación, no se valora a sí misma. ¡Para cuándo la utopía de una sociedad educadora!
* Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 28/01/2019

1 comentario:

Miguel Becerro Arriaza dijo...

Excelente articulo. La clave, como bien dice Antonio Lara, es la educacion. Pero el caso es que desde la familia hasta el ultimo responsable saben de esta situacion. Ahora que maestro recien jubilado miro hacia atras y veo la enorme importancia de mi profesion. Podriamos empezar por ayudar a los/las maestros en esta enorme e ilusionante tarea. Podria ser un buen comienzo.
Pero ante todo darle mi mas sincera enhorabuena a Antonio Lara por su magnifico articulo.