lunes, 23 de marzo de 2020

CONFINAMIENTO^


En este país, en más de ochenta años, no habíamos vivido una situación parecida al estado de alarma decretado por la pandemia del Covid-19. Finalizada la guerra civil, los años de posguerra provocaron episodios de extrema dificultad a consecuencia de la penuria y la represión, pero nada que ver con este confinamiento en el hogar al que hemos sido sometidos.
Decir confinamiento suena a algo muy serio: a salvación en un bombardeo, de una plaga bíblica o de un castigo divino donde hubiera que marcar la puerta con sangre de cordero. En un confinamiento se pone a prueba la capacidad del ser humano para afrontar situaciones ajenas a la normalidad. Albert Camus, en La peste, hace un ejercicio de introspección en la vida de una ciudad donde explica la alteración drástica de la cotidianidad y su alcance psicológico en los habitantes. El confinamiento por el coronavirus nos ha alterado nuestra cotidianidad, justo lo que equilibra el tránsito por la vida. Una auténtica prueba de fuego para la convivencia social y familiar.
Hay quien asimila el confinamiento a un secuestro o a la vulneración de sus libertades. Lo hemos visto en personas que no cumplen las restricciones impuestas por el estado de alarma. No sé si tendríamos que aprender del reparto de tareas y colaboración en los insectos sociales. Tal vez, sí. En nosotros, como seres sociales pero dotados de inteligencia y sentido de la libertad, la vida en sociedad debe estar bañada además por el civismo. El cumplimiento de las restricciones en materia de movilidad es un ejercicio consciente de convivencia y libertad. Las conductas incívicas e indisciplinadas representan enormes agravios contra la colectividad. Nuestra libertad se refuerza cuando somos solidarios y respetamos las normas de esa colectividad, y nos alejamos de hacer lo que nos dé la gana del modo más insolidario. Reforzamos la libertad cuando decidimos colaborar socialmente y respetar la integridad de los demás.
No es la peste negra lo que nos ha venido, ni el cólera, ni la difteria o la tosferina, epidemias que castigaron a la humanidad en otros tiempos. Ha venido un moderno virus, con una presencia de cibervirus alienígena más que de bacteria antediluviana. Un coronavirus desconocido y mortal que no lo trae el inmigrante ni el extranjero ni el apátrida, sino que lo podemos llevar y traer cualquiera de nosotros.
Quizás alguien piense que con esta situación vivimos una distopía del tenor orwelliano de 1984 o de Fahrenheit 451 de Bradbury, o tal vez el tiempo posterior a un holocausto nuclear. Nada de eso. Se trata de un enemigo invisible que ha modificado nuestro modo de vida de manera drástica, sin alterar la fisonomía de nuestras ciudades, salvo su aspecto fantasmal por ausencia de transeúntes, y sin distorsionar nuestras mentes con profecías apocalípticas. Solo nos ha obligado a recluirnos en nuestro hogar, que ya es bastante, y a unirnos para combatirlo, como a otros miles de virus, pero éste sin vacuna.
La crisis del Covid-19 es una crisis mundial de duración imprevisible. Nadie escapa a ella. Ni los pobres, ni los ricos, ni los poderosos, ni los gobernantes, tampoco la detiene el convencionalismo de las fronteras. Todos los ciudadanos somos susceptibles de ser portadores y víctimas al tiempo. La vulnerabilidad del ser humano es total en el mundo desarrollado y subdesarrollado. La riqueza no funciona como escudo protector. La ciencia, que nos salva de muchas afecciones de la salud, todavía es incapaz de salvarnos de todas. En ello radica nuestra vulnerabilidad frente a la naturaleza, nuestra soberbia y prepotencia ante ella es algo meramente circunstancial.
De esta pandemia y de nuestro confinamiento quizás debamos extraer varias enseñanzas. La primera: una lección acelerada de civismo. Frente al individualismo que promueve la posmodernidad neoliberal, la ‘modernidad líquida’ de la que habla Zygmunt Bauman, debemos dar una respuesta que refuerce la colectividad. Es cierto que la disciplina social a veces tiene que imponerse, si cada persona asumiera su propia responsabilidad no habría que hacerlo. Pero, ante la adversidad, el civismo se erige en un arma muy poderosa.
Otra de las enseñanzas, que no por sabida dejamos de recordar, es la hipotética llegada de una crisis económica. La actividad económica mundial se está resintiendo con la pandemia. El capitalismo es un sistema económico fullero, tan vulnerable como insolidario, tan egocéntrico como insaciable, sin mecanismos para afrontar momentos de quiebra en su voraz maquinaria desarrollista, y donde al final siempre pagan los más débiles. Vemos a la economía capitalista sin resortes para afrontar situaciones como ésta, solo esperando a que sea el Estado quien afronte en solitario el reto solidario.
No se ha producido una guerra, ni siquiera la caída del sistema financiero por la avaricia, es simplemente la paralización de parte de la actividad económica por un problema de salud pública. Seamos corresponsables. Los medios de comunicación incesantemente hablan de caídas en la Bolsa o de pérdida de beneficios empresariales, pero… ¿y la solidaridad de esos grandes capitales en un momento así, dónde la dejamos?
Como enseñanza principal quedémonos con la concienciación de gran parte de la ciudadanía que está afrontando los retos de esta pandemia con un sentido colectivo, de exclusión de prácticas egoístas y con un ejercicio de solidaridad. Y, además, salpicado de esas muestras de humor que están haciendo este confinamiento más llevadero.
Nunca habíamos vivido una situación igual. Debiera servirnos de enseñanza para un futuro que no sabemos lo que nos traerá. Acaso, como diría Camus: “Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”.
 * Artículo publicado en Ideal, 22/03/2020

2 comentarios:

Profe de Lengua dijo...

Una prueba para determinar el nivel de calidad como sociedad; una muestra de nuestra capacidad para funcionar y no entorpecer dentro del rol que nos asigna la sociedad; una radiografía evidente de cuánto de incívico, de parásito, hay de facto en nuestra sociedad presente.

Antonio Lara Ramos dijo...

Profe de Lengua, acertada apreciación la tuya. Saludos.