martes, 2 de junio de 2020

CREER EN LOS DOCENTES*


“Todo saldrá bien”, enmarcado en un hermoso arcoíris, ha sido el grito de ánimo lanzado por el magisterio español a su alumnado. Las escuelas se cerraron con la pandemia y la población escolar quedó confinada. Se acabó el contacto en el aula, la seguridad de la proximidad del maestro, la sonrisa, el gesto, las relaciones de afecto interpersonales, el apoyo diario para los que aún necesitan que todo sea cercano, los más vulnerables.
Los docentes también se sintieron huérfanos de sus alumnos. Su reacción: arropar a millones de escolares inmersos en un mar cargado de incertidumbres con una explosión de cariño virtual: “Todo va a salir bien”, y que no estaban solos, que sintieran que sus maestros los añoraban. Se grabaron vídeos individuales y colectivos que circularon por las redes sociales. Los animaban, recordaban cuánto los echaban de menos y suspiraban porque esto terminase pronto. Sentí un enorme orgullo de ser docente.
La primera muestra me llegó de la maestra de mi nieto David. Juana trabaja en el CEIP ‘Alhambra’ de Madrid. Aquellas palabras de complicidad en un corto vídeo dirigido a sus alumnos de cinco años me emocionaron. Apelaba a su responsabilidad y a que levantaran el ánimo, y lo hacía con una extraordinaria sensibilidad y connivencia. La talla moral y profesional de muchos docentes, preocupados por minimizar el impacto de esta nueva experiencia, la alcanzaba esta maestra.
Se había perdido el contacto físico, pero, como a Blas de Otero, nos quedaba la palabra. Hablada o escrita, para sentir, saber, comunicar, querernos, consolarnos, amarnos. Las palabras nunca sobran, sobran los insultos, las ofensas, la discriminación, el desprecio. Y aquellas palabras de los docentes dirigidas a su alumnado demostraban que seguían siendo maestros aún en el confinamiento y que, a pesar de la muralla física, el calor de sus palabras desvelaba ternura.
No obstante, la actividad escolar debía continuar. Los docentes afrontaban el reto de la docencia a distancia con un objetivo común: ningún alumno se quedaría atrás. Las dificultades aparecieron y con suerte desigual. Cuando volvamos a la normalidad todos habremos de reflexionar sobre esta experiencia que ha dejado al descubierto muchas de las graves carencias de nuestro sistema educativo, que no son de ahora, y que quizás antes no hemos querido o sabido verlas.
Permitidme que en esta ocasión apele al optimismo y me detenga en el trabajo desarrollado por los buenos docentes.
He seguido detenidamente la docencia a distancia. He sabido de las dificultades para conectar con todos los alumnos: hogares sin ordenador, sin recursos telemáticos y, en casos extremos, hogares con un solo móvil y datos limitados, utilizado solo para comunicarse por whatsapp o mirar una cuenta de Instagram. Ni siquiera un correo electrónico. Situaciones variopintas abordadas con gran dificultad por los docentes. Y en zonas rurales y desfavorecidas, mayor brecha digital.
Una maestra de Cuevas del Campo, Tania, me hablaba de estas dificultades, de llevar días intentando contactar con dos alumnos y su empeño profesional por ‘que no se quedaran atrás’. Tras muchos intentos consiguió hablar con las familias por teléfono. Se trataba de dos alumnos con necesidades educativas especiales.
Los docentes han hecho un trabajo encomiable, a pesar de la gran limitación de medios. Más allá de la necesidad de resolver la brecha digital, la docencia a distancia ha demostrado otra cosa: la escuela y la educación presencial son imprescindibles. Las desigualdades se compensan mejor en la escuela física que en la escuela virtual. Por eso me molesta que se hable de 'aulas hueveras'. Que algunos docentes conviertan sus clases en espacios de aburrimiento no significa que todas lo sean. He visitado cientos de aulas en años y he visto espacios dinámicos, motivadores, ambientes de interrelación, cooperativos, de empatía. Y también docentes que convierten sus clases en entornos de aprendizaje, no solo de contenidos, también de relaciones humanas, de miradas cómplices, de gestos amables, de sonrisas afables. La escuela, más que ningún otro entorno social, es un espacio de compensación de desigualdades. No se nos olvide.
Ser maestro en la sociedad actual sigue teniendo valor. Los sanitarios han cuidado de nuestra salud atacada por el coronavirus, pero los docentes han cuidado del intelecto y las emociones de millones de niños y jóvenes. Lo decía Isabel, maestra del colegio de Ugíjar: “Ni dispositivos digitales, ni libros de texto... los respiradores educativos son los docentes, que guían, asesoran, acompañan, adaptan, compensan y velan, porque saben qué y cómo lo que cada uno de sus alumnos y alumnas necesitan”.
Recuerdo a mis maestros: don Francisco, don Esteban, don Antonio, y la huella que dejaron en mí. Los maestros son todavía faros a los que mirar en caso de que nos arrastre la deriva. Los tiempos han cambiado y, aunque parezca que ya no iluminan lo mismo, que están tocados por un desprestigio grosero y el escaso reconocimiento que invade tantos espacios profesionales en estos tiempos de posmodernidad, mi conocimiento me impele a creer en ellos. Mi nieta me habla muy bien de una maestra que le gusta mucho. Alguna luz recibirá de ella para que le guste. Si en estos días de difícil desempeño de la actividad escolar el alumnado no los hubiera tenido cerca, el embravecido mar de la vida tal vez se los hubiera tragado.
Dejémoslos que sigan iluminando, no les apaguemos su luz con el descreimiento. Ni les burocraticemos tanto su trabajo, ni los distraigamos con cantos de sirena y cambios que anuncian un maná educativo que luego queda en nada. No les restemos tiempo ni energías que deban emplear en la atención de sus estudiantes. Creamos en ellos, ellos han creído en sus alumnos.
*Artículo publicado en Ideal, 31/05/2020

5 comentarios:

Jumelji dijo...

Excelente artículo de animación a los docentes y alumnos, madres,padres. La enseñanza se renueva con nuevos métodos, pero ningún artilugio cibernético podría sustituir la extensión de la labor docente.

sacrajaimezm dijo...

Un hermoso artículo que expresa, con afecto y reconocimiento, el valor de la gran mayoría de los docentes que creen profundamente en el poder transformador de la educación y en la importancia del afecto y las emociones que compartimos con nuestro alumnado. Gracias, Antonio

MZJ dijo...

Como maestra del CEIP Alhambra, solo puedo dar las GRACIAS!!!!!!

JoséTortosa dijo...

Motivador articulo. Lo enviaré al Claustro, les va a encantar.
Gracias Antonio.

Antonio Lara Ramos dijo...

Gracias por vuestra generosa apreciación sobre el artículo. Solo he pretendido ofrecer un modesto homenaje a los docentes que en este tiempo tan difícil han debido hacer un esfuerzo para estar más próximos a su alumnado.