domingo, 13 de noviembre de 2022

ONCE AÑOS SIN ETA*

 


Hace un año los medios de comunicación se volcaron en la efeméride sobre los diez años sin terrorismo de ETA. Es lo que tiene la redondez de los números, nos embauca, pero si son once o doce ya no parece tan relevante el aniversario. Que hayan transcurrido diez años, más uno, debería ser motivo para seguir celebrando que el terrorismo dejó de agriarnos la vida y que cada año sin él es un paso más para la convivencia.

El tiempo no mide el valor de los acontecimientos, estos se sopesan por lo que puedan aportar al devenir de nuestras vidas. Once años es periodo suficiente para apreciar que la ausencia del terror ha contribuido a mejorar la salud mental de un país. Aquella pesadilla la podemos ver de dos maneras: como algo que hay que superar o como un trauma insuperable. La mayoría ciudadana está por la primera opción; la segunda, la lideran quienes pretenden sacar rédito político. Estirar la cuerda del terrorismo, sin reparar en el daño que se causa, es parte de esa política que claudica ante la bajeza moral, mientras tenga su legión de adeptos que secunden relatos fáciles de construir y rentables para manipular.

No voy a ser yo quien diga que la sombra del terrorismo se ha disipado del todo. Pero lo que me parece espurio es que se use para interés propio sin pensar en la colectividad.

Hace unos meses, en Mondragón, presenté mi novela ‘Askatu, portal número seis’, que narra la historia de un joven granadino que, entre los años finales de la actividad de ETA y los que siguen a su cese, el 20 de octubre de 2011, trabaja y vive allí. Después de una década, mi reciente vuelta a Mondragón no estuvo exenta de inquietudes. Las tensiones violentas de los años tenebrosos no existían, pero sí retazos de zozobra. La presentación de la novela fue un éxito de asistencia y entusiasmo, porque hablaba de sus vidas y del recuerdo de su vecino asesinado por ETA, Isaías Carrasco.

En esta estancia en Mondragón percibí un rescoldo de recelo aún no superado, la perduración de miradas inquisitorias y retadoras, el cuestionamiento de la libertad para expresarse. Advertí ‘miedo’ a propagar a los cuatro vientos que la novela retrataba a la sociedad vasca de esos años difíciles, todavía tormentosos y sumidos en silencios. El desasosiego a que el acto pudiera ser reventado por grupos de exaltados abertzales fue patente, quizás porque el libro los ponía frente a su propio espejo, hasta reconocerse cómplices del vil asesinato de uno de sus vecinos.

No está siendo fácil alcanzar un clima de convivencia donde la libertad de expresión sea respetada por quienes la sojuzgaron durante años. Ese sector abertzale representado por SORTU, heredero de Batasuna, que se niega a pedir perdón por su complicidad con los terroristas y el dolor infringido a población inocente, no ayuda. Y menos favorece que desde partidos, como PP y Vox, sigan alentando el fantasma del terrorismo, avivándolo en su relato político, como si viviéramos la misma realidad que aquella que sufrimos hace once años.

Banalizar el terrorismo, cuando no hay terrorismo, es una irresponsabilidad moral, ética y política que no conduce a mejorar la convivencia que tanto se necesita en Euskadi. Esa convivencia a la que debemos de contribuir los de fuera, apoyando los esfuerzos que realiza el pueblo vasco. A nosotros nos corresponde no escatimar el apoyo a las actitudes conciliadoras que allí se promueven entre vecinos que han de convivir a diario. El terrorismo está vencido, mantenerlo vivo y utilizarlo como arma de destrucción del otro, no es ético.

Es tiempo de apostar por la coexistencia y contribuir a que los más radicales se integren en nuestro sistema democrático y parlamentario. La incorporación de los grupos abertzales a la comunidad democrática es una manera de que claudiquen ante la democracia. Es preferible, a tenerlos instigando contra ella.

Enfangar la convivencia es un objetivo político deshonesto por parte de PP y Vox, que ni siquiera Rajoy llegó a tal extremo. Con el terrorismo y su banalización no se debería jugar, bastante tienen los que todavía conviven en calles y plazas a diario con los mismos que antes les amedrentaron. Esos que todavía serían capaces de reventar un acto literario que los desnuda en los años del terror, cuando soliviantaban violentamente la vida de un país. No nos pongamos a su altura. En Mondragón, como en otros numerosos lugares de Euskadi, mucha gente está trabajando a favor de la concordia, nos les hacemos ningún favor arruinando desde fuera su trabajo.

Desde la literatura, desde el cine y otras artes, se está realizando un ejercicio de terapia colectiva mediante discursos literarios que analizan una época, mostrando relatos de una pasado que no queremos que se repita. Una apuesta por el respeto y apoyo a las víctimas, al tiempo que la deslegitimación de sus verdugos, con historias que proponen la libertad y la armonía como valores fundamentales de convivencia.

Once años del final de ETA a los que escritores granadinos hemos respondido con novelas que narran la Euskadi de ETA. El Ateneo de Granada los ha congregado en una mesa redonda: El último gudari de José María Nacarino, Por un túnel de silencio de Arturo Muñoz y Askatu, portal número seis, que hemos mencionado.

Desde el sur del país también miramos con preocupación a Euskadi y apoyamos ese proceso de convivencia pacífica y civilizada que tratan de construir cada día, tan vital y consoladora para sus vecinos.

* Artículo publicado en Ideal, 12/11/2022

 

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