lunes, 6 de marzo de 2023

JÓVENES QUE NO DESEAN VIVIR EL ‘PARAÍSO’*

 


Nunca como ahora los jóvenes habían dispuesto de un ‘paraíso’ donde vivir. En las sociedades occidentales lo tienen todo a su alcance, lo bueno y lo malo, las oportunidades y los fracasos. Las sociedades menos occidentales, entretanto, tienen a los jóvenes entre resignados por las dificultades para prosperar y el deseo de marcharse al ‘paraíso occidental’.

A los jóvenes solemos venderles seguridad, leyes protectoras, confort, bienestar, hogares limpios y provistos de todo, pero también modelos burdos a los que imitar, felicidad enlatada, banalización de la sexualidad, falsas ilusiones y muchas posibilidades de acceder a situaciones que ensalzan burlas al débil, individualismo, menosprecio… Tal vez en el mundo rico no pongamos un fusil en las manos de los jóvenes, pero sí los ‘armamos’ para que respondan de manera egoísta, machista y ofensiva, porque la letra de una canción o el videoclip de moda así les inducen.

Todo esto es parte del ‘paraíso’ ofrendado, cargado virtudes y actitudes solidarias, no vamos a negarlo, pero no menos abundante en conductas donde existe el acoso, la cosificación o el desprecio. Lo ven en los padres, cuando no se respetan entre los adultos, o en la calle, cuando escuchan insultos o ven agresividad como respuesta en una disputa. Lo ven cuando ponemos ante sus ojos una alienadora y macabra gama de imágenes y vídeos donde proliferan violencia, crímenes, violaciones, actitudes irrespetuosas o lenguaje soez, y los desprotegemos frente a una publicidad pendenciera y manipuladora, que los convierte en el punto de mira donde dirigir sus dardos persuasivos, hasta hacerlos esclavos de las necesidades más superfluas.

Y la escuela, mientras, intentando remediar todo esto en una cruzada en solitario, con un discurso menos ‘atractivo’, pues proyectar educación y respeto para la convivencia no está de moda. Frente a ella, los nuevos dispositivos tecnológicos, manejados muchos sin control, convertidos ya en el hábitat natural de los jóvenes, y asumiendo un gran papel educador, capaces de configurarles su personalidad.

Nuestros jóvenes, imbuidos por la propaganda, conforman una ilusoria sensación de inmortalidad. Son innumerables los estímulos que los ‘obligan’ a sobrepasar límites, probar nuevas sensaciones, experimentar otros mundos, virtuales o no. La publicidad los desafía: ‘sé libre para hacerlo’, ‘eres tú quien decide’, cuando todavía el desarrollo y la capacidad de decisión no están suficientemente maduros. Las altas dosis de frustración, ausencia de esperanza, desolación o futuro dudoso, acrecientan sus incertidumbres. Las familias, a veces, no ofrecen ayuda ni son conscientes de las necesidades emocionales de sus hijos, como tampoco saben cómo afrontarlas.

Hoy, quizá, nos fijemos más en los problemas que les afectan: trastornos de personalidad y deterioro de su salud mental, paralelamente a lo apreciada socialmente. El aumento alarmante de autolesiones y prácticas suicidas preocupa. La Fundación ANAR asistió en 2021 a 4.542 menores de edad por ideación suicida, autolesiones o intento de suicidio. Los problemas de salud mental en menores se dispararon ese año en un 54,6%. En la escuela observamos un incremento de alumnos que padecen trastornos asociados a estas conductas, como al consumo de fármacos para combatirlos. En España se ha incrementado el número de suicidios y, los consumados en menores de 15 años, pasaron de 7 en 2020, a 14 en 2021 y 22 en 2022.

Hace unas fechas conocimos el caso de las gemelas de Sallent, de 12 años, que saltaron de un tercer piso. Antes hubo otros casos que también dieron la voz de alarma, como Kira López, que se suicidó con 15 años. Cualquier suicidio es la consecuencia de un proceso de devastación personal. Las causas son multifactoriales, aunque el detonante pueda coincidir con una situación extrema en el tiempo, por ejemplo, acoso escolar. Una sociedad que no cuida a sus jóvenes acentúa su debilidad emocional, plagada de contradicciones, y los convierte en candidatos a desenlaces no deseados. Cuando ocurren estos casos las miradas siempre buscan culpables, pero pocas veces nos ponemos a pensar cuántos y quiénes hemos fallado.

¿Por qué hay tantos jóvenes que no desean vivir en el ‘paraíso’ que les hemos creado?

La respuesta debería recoger un abanico de causas para que fuese certera. Expertos hablan de la búsqueda de una liberación de emociones negativas: angustia, ansiedad, ira, que les resultan difícil sacarlas de su fuero interno. Como también el estar sumidos en estados depresivos, de sufrimiento intenso, que no saben comprender, pero del que necesitan liberarse. Frente a ello, si admitimos una equivocada banalización de las conductas suicidas, acentuada por el duro aislamiento de la pandemia, encontraremos otras explicaciones a este fenómeno en alza.

El libro Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo, de Javier Padilla y Marta Carmona, presentado en el Ateneo de Granada el 15 de febrero, mantiene la tesis de que el sentimiento de malestar que recorre nuestras vidas, ni es ansiedad, ni depresión, ni euforia, ni inquietud, es solo que estamos mal. ¡Menudo dilema! ¿Por qué estamos mal, cuando vivimos en una sociedad donde todo, hasta la felicidad, parece estar tan cerca? Posible respuesta: la sociedad generaliza el concepto de salud mental para referirse a un conjunto de síntomas entremezclados: desesperanza, cansancio, falta de expectativas, estrés, preocupación. Somos incapaces de imaginar un futuro realizable, quizá porque otros pretenden construirnos nuestro futuro. Navegamos entre la ausencia de certezas y la inquietud por lo venidero. Y. frente a ello, a juicio de los autores, se recurre a la ‘patologización’ del malestar con terapias o fármacos.

Demasiados jóvenes que no desean vivir en el ‘paraíso’. Mucho nos queda aún por reflexionar.

 * Artículo publicado en Ideal, 06/03/2023

 

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