miércoles, 8 de mayo de 2024

ENTRE NACIONALISMOS E INDEPENDENCIAS*

España es tierra de nacionalismos, la historia ha dado buena cuenta de ello. El más poderoso es el español, pero no por eso es el que aúna todos los sentimientos de pertenencia, algo no habrá hecho bien en los siglos de la historia. Por el momento, bajo su vitola constitucional, mantiene la unión del territorio nacional geográfico, lo venidero ya lo escribirá el futuro. Los nacionalismos periféricos no dejan de hurgar en la conciencia del ser español, para que nadie se olvide de que existen. Si nos vale, en la ‘piel de toro’ el único nacionalismo que triunfó fue el lusitano.

Dos citas electorales en los últimos meses han marcado el estado de la cuestión entre estos nacionalismos periféricos, todavía nos queda el que más quebraderos de cabeza ha dado en los últimos años: la cita electoral de Cataluña del 12-M. Ante ella el panorama político vive algo alterado, si no fuera por la no dimisión de Pedro Sánchez.

Los nacionalismos están trasnochados pero no muertos. En el siglo XX ya nos dieron demasiados quebraderos de cabeza y conflictos sangrientos. Hoy, este constructo gregario de pertenencia a una tribu, vive un momento de agitación, relanzado por la ultraderecha y sus sentimientos de exclusión, defensa de ‘su país’ y carencia de dimensión global. Lo vimos en el primer mandato de Trump, de Bolsonaro…; lo vemos en la Rusia de Putin, en la Argentina de Milei, en las nuevas proclamas de Trump en su aspiración a un segundo mandato. España no es ajena a la tendencia, no ha faltado un rearme nacionalista en las dos décadas pasadas, según glosa el ensayo Los nuevos odres del nacionalismo español de Pablo Batalla, plagado por doquier de signos y símbolos rebuscados en hechos, mensajes o proclamas propagandísticas.

En las elecciones gallegas de febrero el nacionalismo del BNG se mostró pujante. En las elecciones vascas el debate independentista pasó de puntillas, por no decir que quedó excluido. Los traumas vividos con ETA pesan mucho, aunque se despertara la polémica por la tibieza del candidato de Bildu, Pello Otxandiano, al liarse en cómo calificar el terrorismo. Las opciones nacionalistas ganaron en votos. Algún día volverá la fiebre independentista a Euskadi, cuando un ciclo político y generacional haya pasado. Esperemos que nunca como en esos largos cuarenta años de violencia y terror. Ahora existe una tregua que ha llevado al independentismo vasco de derechas y de izquierdas a hablar de lo que más le interesa a la gente: su vida. Fabular sobre el futuro no siempre es una buena estrategia, aunque los partidos políticos lo hagan muchas veces con demasiada frivolidad.

El 12 de mayo se verá en Cataluña cuánto apoyo tiene la opción nacionalista, todavía atada, demasiado, a la opción independentista, pervivencia de las secuelas de la declaración de 2017. Entonces, la fiebre independentista venía potenciada desde 2014 por un ‘procés’ muy activo, el gobierno de Rajoy algo despistado y el referéndum escocés como ejemplo. Muchos de los actores de aquello siguen removiendo tales fantasías en esta cita electoral. El caso más paradigmático: Puigdemon, que tiene secuestrada a gran parte de la derecha catalana con su órdago independentista que ni él mismo se cree. Acaso poco le importe el futuro de Cataluña, más bien su exculpación de los delitos imputados y la vuelta a España. La amnistía es una medida de gracia que anhela aunque no piense agradecer.

En el imaginario catalán el autogobierno siempre ha sido sinónimo de una insaciable necesidad por acaparar competencias y poder. Durante la etapa del ‘pujolismo’ fue así, mediaban las inversiones, lo que ayudó bastante. Con Artur Mas el asunto se disparató, surgieron los escándalos de corrupción. La apuesta por la independencia se hizo ‘necesaria’, y estalló, alentada asimismo por la ‘gasolina’ que Rajoy echó con su errónea política de no entender eso del autogobierno catalán. Lo del ‘procés’ ya sabemos por dónde derivó y por dónde anda ahora: con un candidato de la derecha catalana haciendo campaña en el sur de Francia.

La izquierda independentista vio hace tiempo que la independencia tenía que esperar por ahora. Ha sufrido la pena de banquillo y de cárcel, no tanto la derecha en significados jerarcas. Una notable diferencia de matices, de agravios y de visión de cómo ver las cosas. No obstante, a esta izquierda le gusta lanzar sus órdagos: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado independiente?”, el ‘president’ Pere Aragonès preguntando en su propuesta de referéndum. Es posible que al independentismo catalán le interese más una España ingobernable, la España de la cólera y el furor, la de las noticias falsas y la mentira, que no hace política sino ‘antipolítica’ plena de falsedades e insinuaciones destructivas de la convivencia. El mejor aliado del independentismo es esta política destructiva y excluyente del rancio nacionalismo español que enarbola la bandera con el único afán de imponerla.

La realidad actual: el independentismo, que no nacionalismo, ha perdido apoyos. En el caso catalán la frustración generada por elprocéses una razón de peso. Provocó tanta inestabilidad social y política, que el ciudadano común no está dispuesto a repetir tanta fractura social. La sociedades normalizadas miran más al bienestar que a entelequias de futuros incomprensibles. Solo la desesperación social, la frustración de los deseos, las crisis económicas, alientan aventuras plagadas de incertidumbres.

Mi visión universalista va más allá de las fronteras, por eso no entiendo los nacionalismos, casi siempre egoístas, xenófobos y antidemocráticos. Volver al nacionalismo en el mundo es retroceder peligrosamente en la historia.

Artículo publicado en IDEAL, 07/05/2024

** La República Universal. Litografía de Frédéric Sorrieu. (1848).


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