No sabemos si ha llegado la hora de América Latina de alcanzar la justicia social, un mejor reparto del a riqueza y el desarrollo de los pueblos.
O, por el contrario, vivimos uno de esos ciclos que se han repetido con demasiada frecuencia en su historia, donde una incipiente ilusión democrática y la liberación de los pueblos eran segadas por la espada militar o el poder oligárquico de los grandes intereses económicos.
La historia de América Latina está marcada por la frustración de las ilusiones y las grandes decepciones de amplias masas de población sumidas en la miseria.
Desde hace algunos años parece que por el subcontinente americano soplan aires renovados. La mayoría de los países han dado un giro a la izquierda o a posiciones similares, si bien es cierto que en algunos casos tintados de un peligroso populismo (entiéndase Venezuela).
Las necesidades de los pueblos han encontrado un mayor eco en las políticas de los nuevos gobiernos.
Se pregona un nuevo tiempo social y al poder acceden gentes del pueblo y dispuestos a poner en práctica políticas que redunden en el pueblo.
Incluso, el poderoso vecino del norte parece que tiene mejor predisposición para acercar voluntades y colaborar en políticas que ayuden a potenciar el desarrollo de estos países.
La voz de los marginados se viene escuchando con más nitidez.
Hasta ahora el capitalismo salvaje había sacado una buena tajada de la riqueza de América Latina, pero no había sacado de la miseria a las grandes masas de población que están sumidas en ella.
¿Por qué habrá de ser todo distinto a lo que hasta ahora ha sido habitual: la explotación de los recursos y la miseria de la mayor parte de la población?
¿Por qué hemos de creer en los que pregonan un mensaje nuevo?
Siquiera por mantener la esperanza. Y porque son muchos los que pueden remar en la misma dirección.
No conviene bajar la guardia, el peligro sigue estando detrás de la esquina.
Pero lo que más nos preocupa es que ese peligro esté entre los que pregonan este nuevo tiempo de salvación.
¡Bendita tierra de América Latina!
O, por el contrario, vivimos uno de esos ciclos que se han repetido con demasiada frecuencia en su historia, donde una incipiente ilusión democrática y la liberación de los pueblos eran segadas por la espada militar o el poder oligárquico de los grandes intereses económicos.
La historia de América Latina está marcada por la frustración de las ilusiones y las grandes decepciones de amplias masas de población sumidas en la miseria.
Desde hace algunos años parece que por el subcontinente americano soplan aires renovados. La mayoría de los países han dado un giro a la izquierda o a posiciones similares, si bien es cierto que en algunos casos tintados de un peligroso populismo (entiéndase Venezuela).
Las necesidades de los pueblos han encontrado un mayor eco en las políticas de los nuevos gobiernos.
Se pregona un nuevo tiempo social y al poder acceden gentes del pueblo y dispuestos a poner en práctica políticas que redunden en el pueblo.
Incluso, el poderoso vecino del norte parece que tiene mejor predisposición para acercar voluntades y colaborar en políticas que ayuden a potenciar el desarrollo de estos países.
La voz de los marginados se viene escuchando con más nitidez.
Hasta ahora el capitalismo salvaje había sacado una buena tajada de la riqueza de América Latina, pero no había sacado de la miseria a las grandes masas de población que están sumidas en ella.
¿Por qué habrá de ser todo distinto a lo que hasta ahora ha sido habitual: la explotación de los recursos y la miseria de la mayor parte de la población?
¿Por qué hemos de creer en los que pregonan un mensaje nuevo?
Siquiera por mantener la esperanza. Y porque son muchos los que pueden remar en la misma dirección.
No conviene bajar la guardia, el peligro sigue estando detrás de la esquina.
Pero lo que más nos preocupa es que ese peligro esté entre los que pregonan este nuevo tiempo de salvación.
¡Bendita tierra de América Latina!
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