domingo, 4 de abril de 2010

PROPÓSITO DE LA ENMIENDA

¡Qué trabajo nos cuesta reconocer nuestros errores!
Recuerdo las machaconas reglas de aquel sacramento de la confesión con que los curas asaeteaban nuestra niñez de los años sesenta del siglo pasado: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda…
Últimamente a la Iglesia le persiguen los fantasmas. Siempre le han perseguido, pero tiene las espaldas muy anchas. Recordemos que fue la iglesia oficial del régimen franquista, de otras dictaduras y de algún que otro silencio ante las atrocidades nazis. Esta vez se trata de una sombra maligna, ese tabú que pulula por los centros religiosos y por las conciencias de los servidores de la Iglesia: el sexo.
No sabemos hasta donde alcanzará el maligno de la libido que se apodera de la soledad de los siervos de la Iglesia. Es posible que diezme su escaso crédito, de por sí muy depauperado en los tiempos que corren. Acrecentado por la ‘magnífica’ estrategia de la cúpula eclesial del ‘no’ al preservativo para combatir el sida y otras lindezas. Se está cubriendo de gloria, nunca mejor dicho.
El escándalo sexual ha caído como una maldición en la Iglesia. No sólo ahora, sino desde hace tiempo se han ido descubriendo abusos sexuales a niños ‘sordos’ y ‘no sordos’ por parte de una legión de curas en internados, seminarios y otros antros de reclusión repartidos por medio mundo.
Durante la Semana Santa el papa Benedicto XVI ha hablado mucho. Ninguna alusión a los abusos sexuales. El dolor de los afectados parece que no cuenta.
La autoridad eclesiástica ante una contrariedad que le perjudica quiere cubrirlo todo con un tupido velo (¿será esta vez el de la condena de la violencia de género, asunto al que no habían hecho el más mínimo caso antes?). Y quiere hacerlo al más puro estilo eclesial, con esa discreción de la que siempre ha hecho gala la Iglesia, guardando las formas mejor que nadie.
A la Iglesia hay que recordarle que por encima de las leyes eclesiásticas está el código penal que castiga los delitos que se cometen.
La jerarquía eclesiástica habla de ataques contra el papa Benedicto XVI. Sabe practicar muy bien el juego político. En estas circunstancias se olvida que son ministros de Dios, personas que pregonan la fe, las virtudes y la palabra de Dios. Funcionan como una organización que cierra filas en torno a su líder. ¿Dónde queda la verdad, la transparencia, la humildad, el arrepentimiento?
La Iglesia hace política como los partidos políticos cuando encubren escándalos de corrupción en sus filas.
Ahora sólo les queda decir los pecados al confesor (Justicia) y cumplir la penitencia (cárcel) como cualquier ciudadano que comete un delito.
¡Qué trabajo nos cuesta reconocer nuestros errores!
Le cuesta al asesino frente a un juez, siempre se confiesan inocentes. Es su derecho jurídico, lo sabemos, pero no es su derecho ético.
Le cuesta a la izquierda abertzale condenar el terrorismo.
Le cuesta al contable que desfalca los dineros de la nómina del mes.
Le cuesta al niño que rompe el cristal con un balón cuando se le pregunta ¿quién ha sido?
Le cuesta al Partido Popular, al que también le persigue otro fantasma: el de la corrupción. Es difícil escuchar a sus dirigentes confesar que en sus filas hay corruptos, ¿o es que acaso no se atreven por si ese reconocimiento actúa como un boomerang?
Casi nadie reconoce sus errores en este mundo. ¿Es la condición humana o somos mentirosos por naturaleza?

2 comentarios:

Bradomin dijo...

Querido Antonio: he leido tu blog por encima, porque un amigo común me había hablado que escribías uno. Me he detenido un poco más en este apartado, que no se como llamarlo, que tambien he leido por encima, más porque me ha levantado dolor de cabeza: leer lo mismo que escriben todos tus compañeros de viaje: medias verdades, topicos, autojustificaciones personales, pago al jefe, estar en la onda; todo eso me ha parecido ese " " no se como "llamarlo/a".
Me encanta ver a un amigo, porque te considero como tal, que escribe, con lo que cuesta. Pero por favor, ya que has sido valiente para exponer tus ideas, matiza. Que el blanco y negro se convierta en tu discurso en una escala de grises y que incluso, haya algún color.
Todo esto como te decía me ha hecho escribirte, cosa que nunca hago por higiene mental.
Un abrazo

Antonio Lara Ramos dijo...

Querido Miguel Ángel, si hay algo que uno ha descubierto con la edad (no sé si más tarde que otros más inteligentes y espabilados que yo) es que cada cual trata de justificar todo lo que hace, lo bueno y lo malo.
Si me lees más profundamente, antes de que se te levante dolor de cabeza, comprenderás que digo cosas que difieren muchas veces de esos que llamas ‘compañeros de viaje’.
Me gusta ser yo mismo y tener mis propias ideas.
Gracias por tu comentario, me gusta le gente que dice lo que piensa. No le tengo miedo a las críticas.
A propósito, no consigo saber quién eres.
Un abrazo.