martes, 9 de abril de 2013

UNA TARDE EN LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DEL ALBAICÍN

El temporal de lluvia nos ha dado una tregua. El río Genil baja embravecido. Y el río Aguas Blancas lo imita unos kilómetros más abajo. Cuando se juntan, en el cruce de Quéntar, lo hacen midiendo sus fuerzas, con vocación torrencial, a empellones burbujeantes, desparramando energías fláccidas, contenidas, como dos luchadores de sumo. Es la consecuencia de una temporada de lluvias como hacía decenios que no conocíamos por estos parajes.

La soleada tarde del segundo lunes de abril me sumerge en la literatura. El ambiente brumoso y húmedo ha dado a Granada una tregua. La gente se echa a la calle queriendo festejarlo, atrapando con avidez la luz del sol, hasta ahora esquiva. Me han invitado a tener un encuentro con los lectores de La renta del dolor en la biblioteca municipal del Albaicín. A unos pasos del mirador de San Nicolás. ¡Qué queréis que os diga! Simplemente, un lugar privilegiado. La imponente vista de La Alhambra en la ladera opuesta de La Sabika, desafiante, recortando el horizonte azul de primavera, y Sierra Nevada, más blanca que nunca, abrigada por un espeso manto de nieve, justo detrás. El sentimiento de admiración nos une a todos los que nos hemos congregado allí. Nuestro rostro, extasiado, delata el embeleso.

Tengo que decirlo: aparte del privilegio que he tenido de estar en el Albaicín, el encuentro se ha desarrollado exclusivamente con asistencia de lectoras. Digo bien, lectoras, porque todas las participantes han sido mujeres, ningún hombre. En mi contacto con los centros de adultos siempre son mujeres las que abarrotan las clases. A los hombres parece que nos obstaculiza ese poco de soberbia, o de prepotencia, que nos hace reacios a asistir a estos lugares, como si blandiéramos un alarde de autosuficiencia mal entendida.

Asistir a la biblioteca municipal del Albaicín me ha permitido recorrer este barrio de una belleza extraordinaria. He subido por la cuesta Alhacaba y, en su inicio, casi veo la herrería del viejo Toño Herrera. Luego, he bajado por la otra cara del barrio hasta plaza Nueva, caminando por el entramado de calles que descienden a ella. Desde el callejón de las Tomasas hasta la calle San Juan de los Reyes. Y en cada callejuela la Alhambra aparece y desaparece, se muestra diferente, como si en cada giro quisiera revelar una imagen distinta.

El encuentro con las lectoras ha sido recogido, cercano, de una proximidad fastuosa. Y de nuevo se han escuchado palabras de admiración hacia Matilde Santos, a la mujer que rompió tópicos, a la que asumió con entereza la dificultad de los tiempos que le tocó vivir. Y se han evocado recuerdos de aquella Granada de los años sesenta y setenta, con una dictadura que parecía no tener fin, y de la actividad de su Universidad, y de los lances de una vida en sociedad que abundaba en la monotonía.

Esa tarde en las calles del Albaicín olía ya a verdor, a plantas desperezándose, a colores de macetas colgadas en fachadas encaladas. Esa tarde su aire olía ya a primavera. Y bien que la he disfrutado, acompañado de recuerdos de otro tiempo en que frecuentaba más los paseos por este barrio.

1 comentario:

IRIS dijo...

En invierno o primavera es un lujo pasear y dejarse embrujar por este bonito barrio de Granada.