domingo, 26 de octubre de 2008

MÁS ALLÁ DE LA TRADICIÓN, MÁS CERCA DE LA BARBARIE*


Vivimos una época donde el concepto de tradición ciertamente se ha desvirtuado. Y, sin embargo, la tradición forma parte sustancial de la identidad social, sin necesidad de caer en el mito romántico. Recurrimos al pasado para explicar fenómenos del presente que acentuamos por su trayectoria pasada, como elemento para el análisis nunca como fundamento del mismo. Kant decía que el hombre llegaba a una mayoría de edad cuando se guiaba por la razón crítica, desvinculada de la autoridad derivada del dogmatismo, los prejuicios y de la imposición doctrinaria del pasado. Pero no nos alarmemos, no vamos a ir más allá en el discurso filosófico aunque sí en la filosofía de la vida.

Con demasiada ligereza nos apresuramos a catalogar como tradición un hecho relativamente novedoso. Incluso forzamos la catalogación de un acontecimiento envuelto en el áurea de la tradición utilizando la dimensión publicitaria que hoy nos permiten las tecnologías de la comunicación. Se podría afirmar que buscamos cualquier excusa para instaurar un hecho revestido de la autoridad que le proporciona la sucesión temporal amparada en que es cosa de toda la vida. Como si quisiéramos afianzarlo con la fuerza del derecho consuetudinario.

El reclamo turístico, fuertemente potenciado en nuestra sociedad del ocio y el tiempo libre, impele a buscar ‘tradiciones’ imaginativas, algunas realmente dotadas de un ingenio admirable. Así, existen ‘tradiciones’ ingeniosas derivadas de algún contratiempo inesperado: la tomatina de Buñol parece arrancar de una disputa entre jóvenes en las fiestas utilizando el tomate como arma arrojadiza, algo parecido ocurre con la celebración del fin de año en Bérchules en pleno mes de agosto al hilo del apagón eléctrico de una Nochevieja. Estas iniciativas, y otras que aquí no recogemos, resultan hasta graciosas y son la consecuencia de un ejercicio inteligente y visionario de la vida. Pero lamentablemente éste no es el caso de otras ‘tradiciones’, más ancestrales si cabe, que aún perduran en nuestro país.

Entre tradición y barbarie existe una delgada línea que se sobrepasa con facilidad: argumentado con la primera se justifica la segunda. Me explico: muchas de las tradiciones que se extienden por la geografía española arrancan de hechos luctuosos, batallas acaecidas, victorias sobre enemigos o rituales macabros. El paso del tiempo ha ido propiciando una labor de enjuague eliminando aquellas prácticas que la mentalidad de cada época iba considerando poco apropiadas, sin menoscabo de que la tradición perdurara. Mas en otros casos, pocos afortunadamente, no ha ocurrido así, perviviendo en el tiempo, y se han mantenido prácticas crueles, ignominiosas, vejatorias o injuriosas hacia hombres y animales. Centrémonos en estos últimos.

Hace unos días hemos asistido al espectáculo del llamado Toro de la Vega en Tordesillas, noble localidad castellana afamada por su notable pasado histórico, pero que tristemente está siendo más conocida por una práctica brutal y sanguinaria perpetrada sobre un animal de la manera más cruel que se pueda imaginar: su lanceamiento por una horda de individuos dominados por la saña. Aunque no es el único festejo donde el animal sirve de excusa para el divertimento humano: cabe recordar la pava de Cazalilla, el toro embolado o aquellas carreras en que se arranca la cabeza de un gallo colgado de una cuerda.

Con estas letras no clamamos sólo por la defensa de los animales, lo hacemos también por la preservación de la racionalidad humana. Lo que se festeja en Tordesillas forma parte de un espectáculo donde una jauría humana –zambullida en el goce y en el placer proveniente del dolor ajeno– persigue, arrincona y lancea hasta la muerte a un toro, en un ritual que se prolonga por más de un cuarto de hora sin ningún fin conocido que no sea la mera diversión. La justificación en una tradición de siglos no es admisible, pues en tal caso seguiríamos en las cavernas. No olvidemos que el hombre ha evolucionado es todo ese tiempo en su pensamiento, en los valores sociales predominantes, en las costumbres… superando estadios de barbarie.

Pues bien, muchas de estas manifestaciones de crueldad tratan de explicarse haciendo un uso indebido del término tradición. A él se recurre para justificarlas y a él se acude para convertirlas en reclamo turístico, a decir por la gran multitud que asiste a tales espectáculos. En la tradición fundamentan los grupos sociales la autoridad de sus comportamientos, y las instituciones también: la Iglesia, por ejemplo, paradigma de las tradiciones apela a ella para hacer prevalecer su autoridad y sus prácticas como camino para la perpetuación. Pero la tradición no es razón y la explicación de los fenómenos no se puede basar en la tradición. Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de los pueblos alejaba lo que significaban las ‘tinieblas del Medioevo’ de lo que significará la razón desde la Ilustración, auspiciando una conciencia histórica que rompe con la tradición como base para la explicación del mundo.

Muchas de estas prácticas sociales recurren al animal. Quizá como demostración del dominio del hombre sobre la naturaleza, como parte de un ritual religioso, como medio de expiación colectiva de penas o como producto de la más absoluta superstición. Y es curioso porque bastantes de estas prácticas –calificadas como supersticiosas– fueron perseguidas en el pasado, sobre todo en el siglo dieciocho cuando la Ilustración y la Razón ganaron espacio en el pensamiento, como lo han dejado ver los estudios de Herr, Sarrailh o Domínguez Ortiz, entre otros. Mas llama poderosamente la atención que en nuestro tiempo, con una mentalidad entre la modernidad y la postmodernidad, hayan alcanzado esa notoriedad e, incluso, sean promocionadas por las autoridades. ¿No es esto un retroceso en la evolución del pensamiento humano? Estoy convencido que muchos de los que se divierten con el toro lanceado verían horrorizados rituales sanguinolentos de pueblos primitivos, calificándolos de salvajes.

Las tradiciones son sólo eso: tradiciones. Y cuando vulneran la conciencia moral de una sociedad tienen que adaptarse al esquema axiológico y ético que la sustenta. El maltrato animal no entra ya en los esquemas mentales y morales del hombre del siglo XXI. Ello sin olvidar que estamos hablando de un delito tipificado que recoge nuestro código penal.

Y existe otra consideración acaso más importante: estamos educando a nuestros niños y jóvenes en la barbarie. Les estamos haciendo ver la brutalidad como una práctica normal. Y esto, sí es peligroso. Con seguridad en este asunto estamos más lejos de la tradición y más cerca de la barbarie.

*Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada, 30 de septiembre de 2008.
http://www.ideal.es/granada/20080930/opinion/alla-tradicion-alla-barbarie-20080930.html

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