Hoy ha amanecido una mañana de domingo. Una de esas mañanas que invitan al paseo. El sol iluminaba el parque Federico García Lorca con una de luz de invierno, algo tibio, pero con la insolencia suficiente para despertar los primeros brotes en una vegetación que todavía muestra su impúdica desnudez.
Me ha gustado volver a estar en la Huerta de San Vicente, y recordar a Federico García Lorca, esta vez a través del homenajeado de estos días, Antonio Machado, que tanto se lamentara de aquel crimen que fue en Granada…, donde “Muerto cayó Federico/ —sangre en la frente y plomo en las entrañas—/…Que fue en Granada el crimen/ sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.”
Y esta visita me ha traído asimismo las imágenes que cada día se viven, en el espacio ajustado que hay delante del caserón, con decenas de escolares, arremolinados en un bullicio de hormiguero, que se acercan a conocer algo más sobre Federico y sus lugares. Escolares entusiastas, acompañados por sus maestros, que rompiendo el estridente murmullo hacen el silencio, en el que ya sólo se escucha la palabra del maestro y acaso el trino armonioso de algún jilguero. Es entonces cuando el maestro les habla un poco más de la vida del poeta, asumiendo la solemnidad del momento, con la gravedad de quien tiene algo muy importante que decir. Y es entonces cuando les dice lo que significaba aquel lugar, en medio de la vega, en la vida de Federico, en el que pasaba largos días del verano junto a su familia, y también que allí fue donde estuvo los días previos a su detención en las tristes y dolorosas jornadas de julio y agosto del treinta y seis.
Esta mañana he paseado con nostalgia por la Huerta de San Vicente, porque en la penumbra embozada del umbral de su puerta me ha parecido ver el rostro de niño feliz de Javier Egea, desprendiendo aquella sonrisa despistada que escapaba entre los recodos de su barba, cuando se convirtió en responsable guía de la Huerta de San Vicente.
Esta mañana de domingo ha amanecido diferente a otras tantas que se habían mostrado hoscas y desabridas…, invitaba a este paseo, y para él he tenido como compañía a dos diablillas: Ángela e Inés.
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