viernes, 20 de abril de 2012

EL HOMBRE TRIBAL EN UN MUNDO GLOBAL


Nunca me ha parecido que la ofensa a las creencias de los demás esté justificada, ni que sea el camino a seguir. Pero no hay que olvidar que el hombre es un ser tribal. Los de este lado y los del otro, los míos y los tuyos, así es como nos posicionamos. Y así es como caemos en miserables actitudes de rechazo hacia el otro. Aunque nos parezca que la pertenencia a una tribu es privativo de sociedades primitivas nunca como ahora, en la época de la globalización, la pertenencia a un espacio tribal ha tenido más vigencia.
Si miramos a la política encontramos multitud de ejemplos. Si miramos a la religión los ejemplos se multiplican. La Iglesia católica siempre fue sectaria a pesar de su vocación universal, marcó territorios, menospreció otras ideas y se propugnó como la única, arrinconando a otras creencias. El Islam también lo es, y el hinduismo, y todas las confesiones religiosas lo son. Siempre hay un carácter excluyente en toda confesión. Por eso no pueden servirnos para construir un mundo integrado y global. En nuestro tiempo hemos visto la veleidad por parte de grupos islamistas frente a supuestas ofensas al Islam, de grupos extremistas judíos, de cristianos, todos aspirando a una exclusión del otro, del ajeno a la confesión propia. Cuando ese carácter pasa a niveles más toscos la defensa de las creencias se embrutece. Entonces aparece la bestia y se propaga el dolor y la vejación del ser humano.
Miro a mi alrededor y sólo veo actitudes que  buscan el sometimiento del prójimo. Sometimiento de ideas, de creencias, de voluntades. Tanto en religión como en política, pero también en economía que es como la conjunción de la política y la religión. En economía se adora a un dios: el dinero; y en economía se hace política, política económica que es como hacer política en toda regla, pero con menos escrúpulos porque el ciudadano no vota. Las prácticas económicas son competitivas y, por tanto, tienen el germen de la exclusión del competidor que suponga una merma del beneficio propio.
Obligar, someter, mancillar a otro ser humano o a otro grupo social es una práctica común. Cuántas veces lo hacen las religiones en el mundo de hoy, cuántas los que se arrogan un poder que no les pertenece: los dictadores. Mientras, el pueblo sufre, como en Siria, en Sudán o en Somalia. A nosotros, en el mundo desarrollado y civilizado nos someten de otra manera, con más estilo, nos adormecen la voluntad y nos hacen consumidores de ideas, de productos, controlando nuestra libertad.
Imponer ideas, creencias o confesiones religiosas no es más que una forma de intransigencia: la imposiciones de unos grupos a otros de su credo, tanto ahora como en las épocas en que la defensa de la fe se hacía a las bravas, tanto en el fascismo y el comunismo que está vigente o se encuentra al acecho.
En estos días se está juzgando al ultraderechista Anders Behring Breivik por los atentados del pasado 22 de julio en Noruega y la posterior matanza de la isla de Utoya. Lloró cuando pasaron las imágenes del vídeo que él mismo había montado con símbolos e imágenes ensalzando la xenofobia y que subió a internet. Luego se reía cuando se hablaba de la barbarie que había cometido en la isla. Este Breivik es el reflejo más grosero y espeluznante de los vientos que soplan por Europa, que no son más que parte de los vientos que azotan grandes regiones del planeta en todas direcciones. En Francia, con motivo de las elecciones presidenciales, se ha avivado el fantasma de la xenofobia, tan fácil de levantar. Son ejemplos de países cultos y civilizados.
Este es el desencanto que me produce abrir un periódico y recibir más y más impactos de lo que pasa en el mundo. Perdonad el desaliento, será momentáneo.

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