miércoles, 29 de febrero de 2012

LA GIOCONDA DEL PRADO


He pasado unos días en Madrid. Madrid nos ha recibido con un tiempo soleado, apacible, como si tuviera un denodado empeño por anticipar la primavera, invitando a recorrer sus calles. Ir a Madrid es sinónimo de grandes caminatas en las que no se miden las distancias, y el tiempo parece que se estira. En los recorridos por esta ciudad se presta atención al arte, al urbanismo, a los recuerdos de visitas anteriores o a la diversidad de las gentes que se mueven con una celeridad (acaso sean imaginaciones mías) distinta a la de otros lugares.
En estos días también me he fijado en las novedades literarias aparecidas o por aparecer. Una de ellas es la nueva novela de Fernando Aramburu, Años lentos. Me interesa especialmente por el tema de un País Vasco que se despierta a la pesadilla terrorista. Y es que tengo iniciada ya una novela (medio centenar de folios, por ahora) con aquellas tierras como telón de fondo.
A medida que se acercaba el viaje adquirió fuerza una visita obligada: la Mona Lisa del Museo del Prado, de reciente hallazgo. No tiene una autoría definida. No se sabe si es obra de Francesco Melzi o de Andrea Salai, discípulos de Leonardo da Vinci. Su valor estriba sobre todo en que no es copia del retrato del maestro florentino conservado en el Louvre, sino que fue pintado paralelamente a este.
La tarde del lunes se había reservado para que Ángela, mi nieta, conociera el Retiro. El paseo fue muy agradable y de contenido ecológico. Después vino la visita al Prado. Esta me permitió ver el cuadro de la Gioconda a través de la mirada de una niña de siete años. En el texto explicativo adjunto al cuadro aparecen juntas las imágenes de las dos ‘giocondas’: la del Louvre y la que ahora se exhibe en el Prado. Los ojos de una niña se fijan en ambas y advierten diferencias: ¿Abuelo, por qué una tiene el pelo más rizado que la otra? ¿Abuelo, por qué una tiene la manga roja y la otra no? ¿Abuelo, por qué una tiene cejas y la otra no? Demasiadas preguntas a las que no tengo una respuesta inmediata.
Pero los ojos de una niña también dicen que una de las ‘giocondas’ (la del Louvre) parece tener más edad que la otra y que su sonrisa es más triste. Y ahora soy yo el que se pregunta queriendo encontrar una respuesta: ¿será porque una la pinta un Leonardo que ha pasado el medio siglo de edad y la otra uno de sus jóvenes discípulos?
Los individuos también proyectamos parte de nosotros mismos en lo que hacemos y en lo que creamos. Hay diferencias creativas y artísticas que van más allá de la técnica y que están más cerca de nuestro modo de apreciar una misma realidad.

2 comentarios:

Eduardo dijo...

Vengo del blog Escrito en un instante buscando información sobre el ensayo que recomienda a Muñoz Molina. ¿Se trata del que ha escrito usted o de algun otro?

Gracias

Antonio Lara Ramos dijo...

Eduardo,se trata de 'La educación que pudo ser', escrito por mí, cuyo enlace tienes en el lateral de este blog.
He visto que en tu blog abordas temas educativos, si lo lees estaré interesado en conocer tu opinión.
Un saludo.