No es que yo pretenda plagiar el titular de la noticia de El País. Es que es cierto que este año el toro de Coria no ha sido adornado con acericos. Sólo se le ha dado el tiro de gracia, ése que dicen que es para que no sufra.
Cuando uno escribe –en desacuerdo, se entiende– sobre estas mal llamadas tradiciones le da la sensación de haber caído en la blandenguería. Como si hubiera caído en la lástima por todo: ¡pobrecito toro!, ¡lástima de los cerdos que son degollados en la matanza! Y así todas las ocurrencias que ustedes quieran en esto de matar bichos.
Sin embargo, hay que matar bichos para comer, porque somos seres omnívoros y comemos de todo. Y que me perdonen los vegetarianos.
Lo que no es de recibo, a mi modesto entender, es que nos divirtamos a costa de un bicho. Esto, de entrada, me parece una salvajada. La crueldad como parte de la diversión es un estadio de la evolución humana que debíamos haber superado hace tiempo. Por lo menos desde que nos dio por someter a la razón a todos nuestros juicios. Al menos desde el siglo XVIII.
Enmascarar la crueldad con la tradición es hacer un ejercicio mental donde a buen seguro no ha germinado ninguna de las enseñanzas que hoy se imparten en la escuela. Y esto es peligroso.
Y justificar esta práctica con supuestos factores curativos, sanadores o de demostración de virilidad es caer en la superstición que se combatió en el siglo XVIII.
¿No será que a lo mejor hemos vuelto a un estadio anterior a cuando la razón se impuso como instrumento de pensamiento?
Si con la Ilustración –muchos obispos regalistas lo hicieron– se combatieron prácticas como los disciplinantes en la Semana Santa, por considerarlas supersticiones, ¿cómo ahora se han convertido en atractivos turísticos manifestaciones populares en Semana Santa en que lo común son los empalados o los disciplinantes que se flagelan?
Me preocupa esta justificación, sea por motivos religiosos, turísticos o económicos, que concluye alentando la pervivencia de prácticas supersticiosas. Porque seguramente, siguiendo a Platón, el hombre embrutecido por la superstición llegue a ser el más vil de los hombres.
Estamos destruyendo la base del pensamiento que nos puede hacer libres: pensar por uno mismo. Y esto es peligroso en el mundo que corre: globalización del conocimiento y medios poderosos que llegan con facilidad a millones de personas.
Ahora el toro de Coria ha muerto sin dardos. ¿Habría que interpretar esto como un pequeño paso para salir de la barbarie?
Mucho me temo que el verano no ha hecho más que comenzar.