“No sabe uno hasta qué punto es
el dueño de lo que escribe”
Un retazo de
la historia reciente a través de los silencios de ojos apesadumbrados, de los
murmullos temerosos de los vencidos, de la gorra en la mano con la cabeza
gacha, de historias de “buenos y malos”..., a través de la palabra oída que dista,
a veces, mucho de lo que recogen los libros de Historia: “Cae la ira”.
Desde “La noche que no tenía final”, ¿cómo han
transcurrido sus inquietudes literarias?
— Concluida ‘La noche que no tenía final’
vino un periodo en que volví la mirada hacia otros proyectos menores que
estaban aparcados. Igual que ocurre ahora. La redacción y edición de un libro,
con el trabajo de corrección que también conlleva, es un ejercicio de reflexión
y esfuerzo intelectual que inevitablemente termina agotando, después necesitas
un tiempo para recuperar nuevas sensaciones literarias. Tiempo que transcurre
entre lecturas y escribir artículos de opinión, entre tareas profesionales y
preparación de textos para alguna conferencia, hasta de nuevo surja la
reactivación de algún proyecto literario entre esas ideas que siempre están
dando vueltas en la cabeza. Ese tiempo es imposible cifrarlo, depende de las
circunstancias.
¿Tiene el escritor algún momento en que no
piense en escribir?
— Obviamente, solo puedo hablar por mí mismo.
Personalmente no hay ningún momento en que no piense en trasladar al papel
alguna de las ideas que me asaltan tan a menudo, sea para una novela, sea para
un ensayo o para un artículo de prensa. Esto hace que suela haber proyectos
literarios a medio y a largo plazo. Afortunadamente, no todos cuajan, porque,
si no sería tremendo, por no decir imposible, escribir todo lo que a uno se le
pasa por la mente. Mejor centrarse en pocas cosas, y así entregarse a ellas con
más tiempo y dedicación.
¿Cualquier circunstancia, suceso o pensamiento
es susceptible de convertirse en el leivmotiv de una nueva historia?
— La vida está llena de situaciones que nos
asaltan de continuo. No todas son susceptibles de convertirse en una nueva
historia, ni siquiera en parte de ella. Tampoco todo es de interés para
encajarlo en una novela. Depende de decisiones personales, aunque es cierto que
en cada caso depende de cómo te impacte personalmente y las posibilidades que
encuentres para llevarlo al papel. Indudablemente, la vida y sus protagonistas
son la fuente de inspiración de las historias que luego se escriben, pero las
circunstancias o los sucesos tienen que topar con uno mismo, o quizás uno con
ellos. Sólo algunos despiertan el interés suficiente para el escritor, aquellos
que conectan con nuestras inquietudes intelectuales, con nuestras propias
vivencias, que a la postre son parte de la construcción de cada historia.
Y ahora, ¿nueva novela, sr. Lara Ramos?
— Efectivamente, nueva novela, otra nueva historia
sobre la que abrir un debate entre el autor y lector. Nueva historia que me
estuvo rondando por la cabeza, como otras, hasta que encontré, o quizás ella me
impulsó a mí a encontrar, el momento adecuado para trasladarla al papel. Yo
diría que este encuentro entre el escritor y la historia es un misterio
imposible de descifrar. No sabe uno hasta qué punto es el dueño de lo que
escribe.
¿Por qué “Cae la ira”?
— ‘Cae la ira’ fue
fraguándose como idea lentamente. Antes la precedieron ciertas historias y
relatos escuchados años atrás en el entorno familiar sobre vivencias y
calamidades durante los tristes años de la posguerra española. Primero quedaron
como meros apuntes o curiosidades, hasta que se fueron ensamblando y conectando
entre sí en una idea más global, que es a la postre la novela que nos ocupa.
Con un título que pienso refleja gran parte del sentir y el aire que se
respiraba en aquel tiempo. La ira de aquellos años, desatada anteriormente en
la guerra civil, no había desaparecido de los sentimientos que dominaban las
relaciones entre españoles. Como pulsión humana que es, se mantuvo instalada en
el devenir de la vida diaria de las familias y los habitantes de pueblos y
ciudades, para venganza de unos y sufrimiento de otros.
Escenario: pueblo andaluz en la posguerra. ¿Por
qué este escenario y esta época?
— Porque en ese pueblo andaluz y en esa época
es cuando acontecieron los hechos sobre los que está construida la novela. Las
vivencias que me fueron contadas, y que tanto interés despertaron en mí, se
encuadran en ese periodo de la historia de España que denominamos posguerra y
que, desde el punto de vista de la economía, se conoce como autarquía. Esta
época, como otras del siglo XX, me interesan como historiador, al igual que el
siglo XIX. Pero a diferencia de este último siglo, al que me he aproximado
dentro de mis investigaciones históricas, el siglo XX lo estoy abordado desde
la óptica de mis inquietudes literarias. Ya me ocupé de la etapa final del
franquismo, de la posguerra o del exilio en mi novela ‘La renta del dolor’, por
eso ahora volver a ocuparme más intensamente de la posguerra es como completar
lo que ya aparecía en la anterior novela.
La posguerra en el ámbito rural tuvo sus peculiaridades,
aunque compartiera los mismos síntomas y parecidas circunstancias que en el
entorno urbano. En un pueblo la convivencia era más estrecha, el espacio
compartido más limitado, las mismas tabernas, los mismos caminos para ir al
campo, la única plaza del pueblo, por lo que era más fácil que aquí se
generaran tensiones en las relaciones vecinales que en una ciudad. Por este
motivo, también me interesó, aparte de lo dicho anteriormente, que la historia
se desarrollara completamente en un entorno rural.
Háblenos un poco del protagonista.
— El protagonista de ‘Cae la ira’ es un chico
de unos once o doce años. Un niño despierto que, rodeado de la miseria que
abundaba en aquella España de tantas estrecheces, aprendió pronto a buscar los
recursos para la supervivencia. Pero ese niño era algo más, lo que es más
importante para nuestra historia, se trataba de un profundo observador de la realidad de su tiempo, con una agudeza y
perspicacia inusuales para esa edad. No desvelo nada de la historia si digo que
ese niño era un tío mío que al cabo de los años, como otros muchos parientes
que todos conocemos en nuestra familia, fue del que escuché la historia que
contiene ‘Cae la ira’. Probablemente se trate de vivencias que muchos de nuestros
lectores habrán experimentado o escuchado, estoy convencido, porque la
universalidad de los hechos que se relatan no fueron privativos de ese pueblo
andaluz donde se desarrolla la historia, Noalejo. España, en general, padeció
lo que en la novela se narra: miseria, hambre, rencillas, sometimiento,
represalias...
¿Era necesaria la mirada de un niño para contar
la historia?
— Es importante elegir qué mirada es la que
nos van a contar una historia, desde el narrador omnisciente o al narrador
personaje. Escribir la novela en primera persona me obligó a escoger a ese niño
que experimentó tales vivencias, de las que sus ojos fueron testigos
privilegiados. Darle vida a esos ojos me pareció que era lo más acertado. Por
todo lo que significa la mirada de un niño, la limpieza con que ve las cosas y
la ausencia de contaminación vital a la hora de contarlas. En las palabras de
un niño no suele haber prejuicios, valoraciones tergiversadoras de la realidad
o intereses espurios a la hora de narrar, como sí ocurre en un adulto. Siendo
niño, lo más fácil es que fuera descubriendo la vida que le rodeaba, igual que
el lector descubre una historia nueva a medida que la va leyendo y se va viendo
atrapado en ella, con la inocencia del que accede por primera vez a un descubrimiento,
con esa capacidad de sorpresa intacta que da haber vivido todavía poco. La
mirada de un niño está libre de suspicacias, de rencores ancestrales, de todo
lo que ensombrece nuestra visión de las cosas, por eso resulta más fácil que
desde la inocencia vea la vida y lo que en ella acontece desde la transparencia
de unos ojos limpios. La mirada del niño se hace más simple y más fiel a la
hora de contar lo que ve, suele ser pulcra, la del adulto casi siempre está
contamina.
¿Qué hay de realidad y qué de ficción en “Cae la
ira”?
— Las tres historias que configuran ‘Cae la
ira’ son parte de la misma realidad de aquel tiempo y de la historia familiar a
la que se alude. Fueron sucesos que ocurrieron y que han estado presentes, unos
en la memoria individual y familiar, y otros en la colectiva. No obstante, la
recreación de esas historias, su traslado al imaginario colectivo de la ficción
es la licencia que tiene el escritor para mostrarlas y lanzar el mensaje que
cree forma parte del discurso que pretende llegue a los lectores.
¿Historias de pueblos casi olvidados que
forjaron con sus pesares nuestro presente?
— Historias que en principio parecieran
olvidadas, pero que son el reflejo del país que somos ahora. No podemos
olvidar, porque no lo han olvidado los mayores que todavía habitan entre
nosotros, que padecieron aquella España de la posguerra y que pasaron por
lacerantes e ignominiosas experiencias que hicieron a las gentes, si cabe, más
desgraciadas. Fue la crueldad de haber vivido un tiempo donde la ira de la
guerra continuó instalada en la vida de las personas, ejercida por los que se
consideraron vencedores y con todos los derechos frente a otros que se les
tacharon de vencidos. Si la guerra ya había desatado una ira que se propagó en
todas direcciones, en la posguerra fue unidireccional. Hasta el punto de que
los vencedores no tuvieron suficiente con arrebatarles la vida, las haciendas y
dejarlos en la indigencia, sino que pretendieron arrancarles también la
dignidad. Todo esto es parte de nuestra historia, con la que no nos queda más
remedio que convivir.
¿Cree que muchos de los
lectores de cierta edad verán reflejadas su propia experiencia en “Cae la ira”?
— Estoy convencido de que la novela provocará
en esos lectores de edad una avalancha de recuerdos sobre sus vivencias
personales, como también en aquellos otros a quienes les hayan podido contar
historias similares. En la novela hay trazos de vida con los que a mucha gente
les resultará fácil identificarse. Algunos de los lectores y lectoras que ya la
han leído me hablan de cómo les ha transportado a su infancia o cómo todo lo
que en ella se narra se parece a los episodios que algún familiar les contó.
Asimismo quisiera hacer notar que esta novela pienso que
resultaría bastante idónea para los más jóvenes, a los que a lo mejor nadie les
ha contado nada, pero sí lo han estudiado en los libros de texto. Me refiero a
esos jóvenes que estudian la historia de este periodo histórico en ESO o
Bachillerato, incluso Universidad. Y digo esto, porque lo que está contenido en
la novela puede constituir un testimonio bastante ilustrativo y fiel reflejo de
aquella España, visto desde los rigores de la vida y desde la existencia de sus
propios protagonistas. La novela puede ser un buen texto que les permita una
mayor comprensión de cómo era la vida diaria de millones de personas.
¿Qué resaltaría usted de la
novela?
— La novela es el producto de un proceso de
reflexión, el que conlleva todo trabajo intelectual; por tanto, al final de ese
trayecto, al menos para mí, toda la novela termina respondiendo a mis
expectativas, a las que aspiraba llegar según daba cada paso en el proceso de
creación. En esta idea es donde resaltaría el valor de la novela, en la solidez
argumental y narrativa lograda en el conjunto de la obra. Para mí, como autor,
es fundamental que el lector que se aproxime a su lectura encuentre que la
historia tiene la misma intensidad narrativa desde el principio hasta el final,
sin necesidad de introducir ningún elemento de misterio que deba desvelarse
cuando la obra esté en sus últimas páginas. No he querido que fuera así. La
obra en su totalidad debe despertar la curiosidad del lector en cada una de sus
líneas. De hecho, el suceso más llamativo que se narra, que pudiera ser el
asesinato del alcalde del pueblo, queda desvelado en la primera línea de la
novela.
Y ahora… ¿qué nuevos proyectos en ciernes?
— Siempre los hay, antes decía que las ideas
no paran de dar vueltas en la cabeza. Hay ya otra novela en proceso muy avanzado
de redacción, que fue en paralelo o alternándose con ‘Cae la ira’, y también
hay un ensayo sobre educación que siempre se pospone, aunque tenga bastantes
ideas recogidas en borrador. Y es que la literatura ejerce su dominio en la
selección de mis prioridades en este momento.
* Entrevista en Wadias. Actualidad y Cultura, nº 45, julio-agosto, 2018.