Es lo que viene a decir Antonio Muñoz Molina en el final de su Todo lo que era sólido. Ahora, cuando se nos agita la conciencia y se nos parte el alma al comprobar que España se ha colmado tanto de corrupción con tramas corruptas, partidos con doble caja de contabilidad, saqueos de cajas de ahorro, abuso de las instituciones, dinero público perdido en falsos expedientes de regulación de empleo, cursos de formación no celebrados…, pensamos que el simulacro de ostentación en el que hemos vivido ha terminado.
Ha terminado ese simulacro donde las cosas nos las componían de otra manera a cómo eran realmente, haciéndonos tener una interesada y tergiversada visión de la vida. Ha terminado el simulacro que nos hizo vivir en un país que no se correspondía con la realidad: dinero fácil, desprecio al estudio, desvergüenza política, soez manera de convivir…, donde se acallaba la voz de personas nobles y de valía por descarados que se encaramaban a la cúspide de la política, a los púlpitos de la grosería, al escenario de la plaza pública para lanzar soflamas de confusión y anatemas contra los que se atrevían a decir lo contrario de lo su discurso oficial imponía. Ha terminado el simulacro de una vida inventada, que estaba llena de tipos codiciosos que se aprovechaban de las instituciones, de destructores de las cosas bien hechas, del trabajo honrado de maestros, médicos, trabajadores sociales o gentes laboriosas de los mil campos de la actividad productiva.
España se ha hartado de corrupción, de políticos arribistas y escaladores, de mediocres de medio pelo que propagan el mensaje de que cualquiera sirve para cualquier cargo de responsabilidad aunque no tenga capacidad ni competencia. España es un país que se desangra por los ríos de desvergüenza que arramblan con la ética pública, con los valores que mejor sostienen la credibilidad de un pueblo, con las ilusiones de las gentes.
Está en las manos de todos a quienes nos repugna esto que vemos cada día no volver a consentir que tipos de pelo engominado, piel de cordero y palabrería biensonante, pero vacía de verdad, nos arrastren a su limpio lodazal de apariencia inmaculada, abonado con mil trampas verbales de prestidigitador que enmascaran sus maléficas intenciones, sus deseos y ansias de poder, como veladura que nos oculta sus verdaderas intenciones de aprovechar posiciones privilegiadas en beneficio propio. Y también acabar con el simulacro de grandes escenificaciones cegadoras que enturbian la vista distorsionando la realidad para que sólo veamos lo que les interesa a ellos: un mundo ficticio de irrealidades que esconden la depravación y la golfería. Ese simulacro de los salvadores de patrias con las manos manchadas debe terminar.
Ahora es el momento de los ciudadanos que viven sólo en la honradez, el sacrificio y la honestidad. Tenemos un país por hacer, instituciones por regenerar, decencia pública por apuntalar, educación por construir, convivencia por reparar, pobreza por erradicar…, y ésta es una tarea que a nosotros sólo nos corresponde, no la dejemos en sus manos.