ANTONIO LARA RAMOS
Es posible que cuando esta crisis económica pase a mejor vida, la especulación y sus artífices vuelvan a asomar la cabeza entre los dobleces del papel moneda que duerme ahora en la quietud oscura de las cajas acorazadas de los bancos y en las cajas fuertes de los domicilios de aquellos que aguardan mejores tiempos. El dinero no es que haya desaparecido, es que se ha quedado quieto, ya no circula por las fiduciarias autopistas.
Ante tanta noticia de crisis me asaltó la duda. Lo que me imaginaba: repasé, y más que repasé, la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones que establece la OIT en busca del oficio de especulador (no confundir con empresario, aunque alguno de estos haya paladeado la dulzura de la especulación). El éxito me fue adverso, ninguna referencia. Y sin embargo los especuladores están entre nosotros, de ellos hablamos tanto en épocas de bonanza como en momentos de crisis. Otra cosa diferente es que estén más o menos visibles. Pero no les quepa la menor duda de que están aquí aunque vayan disfrazados de las más variopintas maneras.
Una parte del discurso político los ensalzaba como emprendedores que generaban riqueza para el país hace tan sólo algo más de un lustro. Bien que se camuflaban entre ellos, incluso parte del poder político los enarbolaba como personas de bien, como ejemplos para la comunidad. Ahora están escondidos, no se les ve, no pavonean su fatua figura. Como las ratas en un barco que naufraga son los primeros que escapan cuando la situación se complica y ya no es fácil ejercer su actividad preferida: la especulación con los bienes ajenos. Mas no confundamos esta practica especulativa en la economía con lo que representa para la ciencia o la filosofía. Ambas reservan una parcela para la especulación como ejercicio intelectual y dialéctico del pensamiento.
Lo que ha ocurrido en Estados Unidos con las hipotecas basura (las conocidas ‘subprime’) es paradigmático. Tienen revuelto a medio mundo y han mostrado la cara más sórdida del capitalismo: aquella que deja campar a sus anchas a la especulación sin la menor cortapisa. Quizá el de especulador sea el oficio más viejo del mundo, quitándole ese dudoso honor al que todos supongo tenemos en la mente, porque hasta para dar satisfacción a la libido es preciso un ejercicio de especulación. No descubro nada nuevo al decir que ésta es inherente a la naturaleza humana, que siempre la ha habido; no obstante, una sociedad que la ha permitido hasta cotas insospechadas es para que se avergüence y levante algún que otro monumento a la estulticia. Sobrada experiencia tenemos, a poco que echemos un vistazo a la Historia, de las consecuencias que se derivan de los periodos donde se deja alegremente que las fuerzas seudo-económicas actúen a su aire.
Pero la especulación no es privativa sólo de los tiempos de paz, en la guerra hemos comprobado que ejerce un papel siniestro y ocupando un espacio cada vez de mayor relevancia. Robert Greenwald relata, en el documental ‘Iraq a la venta: Los especuladores de la guerra’, el negocio que ésta supone y cómo facilita la más vil especulación, donde algunos se han hecho ricos o han incrementado su patrimonio a costa de la muerte de inocentes. Y lo que es más lamentable: con total impunidad.
A nadie se le despista que la espectacular subida del precio del petróleo que se padeció entre finales de 2007 y gran parte del presente año no ha sido más que la consecuencia de una fuerte escalada especulativa que llevó a los especuladores a dominar el mercado del crudo. Según la Comisión de Comercio de Materias Primas de Estados Unidos los inversores especulativos han pasado en los últimos ocho años de representar el 30 por ciento (año 2000) de las inversiones en el mercado del petróleo a cotas del 70 por ciento.
Otra terrible consecuencia de las prácticas especuladoras es que habitualmente alteran el orden social. Parapetadas unas veces en la libertad de mercado, otras con el apoyo del poder político, con frecuencia causan graves perjuicios a la sociedad. Ante semejante tropelía habría que pensar si la aludida libertad de mercado sin control alguno está por encima del derecho que tiene que garantizar la vida en sociedad sin exclusiones por falta de recursos y sin menoscabo de la dignidad que corresponde a cada persona miembro de la misma. Cabría entonces preguntarse si el acaparamiento grosero de riqueza, sobre todo el ejercido bajo el paraguas de la especulación, no es un desprecio a la vida humana, a la existencia digna de millones de personas privadas de recursos y a la propia esencia del ser humano.
El cine también tiene buenas muestras de lo que representan las prácticas especuladoras en la sociedad actual. En la cinta ‘Wall Street’ el abuso de la información privilegiada nos descubre el sórdido mundo que rodea al mercado de valores de la Bolsa, hasta el punto que una desmedida ambición personal con ausencia de valores y de ética concluirá llevando a la destrucción al individuo.
En nuestro país hemos vivido la vorágine de especulación más salvaje que quizás haya acontecido en mucho tiempo, centrada sobre todo en el mercado de la construcción inmobiliaria. Parecía que no tenía fin esta locura colectiva, hasta el punto de hacernos creer que todos éramos ricos y con posibles para comprar cuantas viviendas quisiéramos. Vivíamos en una realidad ficticia, dominada por la codicia y la avaricia, hasta el punto que a los que advertían de esta locura se les consideraba vaticinadores de la Nada que asola Fantasía en la ‘Historia interminable’. Los especuladores se confundían con los emprendedores y, entre tanta confusión y ausencia total de previsión, no nos preparábamos para cuando llegara el previsible pinchazo de la archiconocida burbuja inmobiliaria.
Ahora que la indecencia y la especulación han escondido la cabeza bajo el ala, acaso más como reflejo medroso del cobarde que del sonrojo del arrepentido, hay que sentar las bases para que el tejido social y económico destierre en lo posible las prácticas fraudulentas, la pillería, el juego alegre con el patrimonio de todos... que se impregne más de un sentido ético. Ante tamaña desventura que ha ocasionado la crisis, los gobiernos han levantado su voz, su autoridad y los ahorros del contribuyente; pues bien, lo que pedimos es que sigan haciendo alarde de su fuerza cuando la economía recobre la normalidad.
Restablecer el sistema financiero con valores de mayor justicia y más equidad social quizás sea una petición inocente en una economía de mercado, pero la sociedad de nuestro tiempo lo está exigiendo. Porque no les quepa la menor duda que cuando pase el vendaval los especuladores asomarán de nuevo las cabezas con un renovado discurso pero con el mismo objetivo: el dinero fácil.
(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 15 de octubre de 2008)
http://www.ideal.es/granada/20081015/opinion/especuladores-20081015.html
Es posible que cuando esta crisis económica pase a mejor vida, la especulación y sus artífices vuelvan a asomar la cabeza entre los dobleces del papel moneda que duerme ahora en la quietud oscura de las cajas acorazadas de los bancos y en las cajas fuertes de los domicilios de aquellos que aguardan mejores tiempos. El dinero no es que haya desaparecido, es que se ha quedado quieto, ya no circula por las fiduciarias autopistas.
Ante tanta noticia de crisis me asaltó la duda. Lo que me imaginaba: repasé, y más que repasé, la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones que establece la OIT en busca del oficio de especulador (no confundir con empresario, aunque alguno de estos haya paladeado la dulzura de la especulación). El éxito me fue adverso, ninguna referencia. Y sin embargo los especuladores están entre nosotros, de ellos hablamos tanto en épocas de bonanza como en momentos de crisis. Otra cosa diferente es que estén más o menos visibles. Pero no les quepa la menor duda de que están aquí aunque vayan disfrazados de las más variopintas maneras.
Una parte del discurso político los ensalzaba como emprendedores que generaban riqueza para el país hace tan sólo algo más de un lustro. Bien que se camuflaban entre ellos, incluso parte del poder político los enarbolaba como personas de bien, como ejemplos para la comunidad. Ahora están escondidos, no se les ve, no pavonean su fatua figura. Como las ratas en un barco que naufraga son los primeros que escapan cuando la situación se complica y ya no es fácil ejercer su actividad preferida: la especulación con los bienes ajenos. Mas no confundamos esta practica especulativa en la economía con lo que representa para la ciencia o la filosofía. Ambas reservan una parcela para la especulación como ejercicio intelectual y dialéctico del pensamiento.
Lo que ha ocurrido en Estados Unidos con las hipotecas basura (las conocidas ‘subprime’) es paradigmático. Tienen revuelto a medio mundo y han mostrado la cara más sórdida del capitalismo: aquella que deja campar a sus anchas a la especulación sin la menor cortapisa. Quizá el de especulador sea el oficio más viejo del mundo, quitándole ese dudoso honor al que todos supongo tenemos en la mente, porque hasta para dar satisfacción a la libido es preciso un ejercicio de especulación. No descubro nada nuevo al decir que ésta es inherente a la naturaleza humana, que siempre la ha habido; no obstante, una sociedad que la ha permitido hasta cotas insospechadas es para que se avergüence y levante algún que otro monumento a la estulticia. Sobrada experiencia tenemos, a poco que echemos un vistazo a la Historia, de las consecuencias que se derivan de los periodos donde se deja alegremente que las fuerzas seudo-económicas actúen a su aire.
Pero la especulación no es privativa sólo de los tiempos de paz, en la guerra hemos comprobado que ejerce un papel siniestro y ocupando un espacio cada vez de mayor relevancia. Robert Greenwald relata, en el documental ‘Iraq a la venta: Los especuladores de la guerra’, el negocio que ésta supone y cómo facilita la más vil especulación, donde algunos se han hecho ricos o han incrementado su patrimonio a costa de la muerte de inocentes. Y lo que es más lamentable: con total impunidad.
A nadie se le despista que la espectacular subida del precio del petróleo que se padeció entre finales de 2007 y gran parte del presente año no ha sido más que la consecuencia de una fuerte escalada especulativa que llevó a los especuladores a dominar el mercado del crudo. Según la Comisión de Comercio de Materias Primas de Estados Unidos los inversores especulativos han pasado en los últimos ocho años de representar el 30 por ciento (año 2000) de las inversiones en el mercado del petróleo a cotas del 70 por ciento.
Otra terrible consecuencia de las prácticas especuladoras es que habitualmente alteran el orden social. Parapetadas unas veces en la libertad de mercado, otras con el apoyo del poder político, con frecuencia causan graves perjuicios a la sociedad. Ante semejante tropelía habría que pensar si la aludida libertad de mercado sin control alguno está por encima del derecho que tiene que garantizar la vida en sociedad sin exclusiones por falta de recursos y sin menoscabo de la dignidad que corresponde a cada persona miembro de la misma. Cabría entonces preguntarse si el acaparamiento grosero de riqueza, sobre todo el ejercido bajo el paraguas de la especulación, no es un desprecio a la vida humana, a la existencia digna de millones de personas privadas de recursos y a la propia esencia del ser humano.
El cine también tiene buenas muestras de lo que representan las prácticas especuladoras en la sociedad actual. En la cinta ‘Wall Street’ el abuso de la información privilegiada nos descubre el sórdido mundo que rodea al mercado de valores de la Bolsa, hasta el punto que una desmedida ambición personal con ausencia de valores y de ética concluirá llevando a la destrucción al individuo.
En nuestro país hemos vivido la vorágine de especulación más salvaje que quizás haya acontecido en mucho tiempo, centrada sobre todo en el mercado de la construcción inmobiliaria. Parecía que no tenía fin esta locura colectiva, hasta el punto de hacernos creer que todos éramos ricos y con posibles para comprar cuantas viviendas quisiéramos. Vivíamos en una realidad ficticia, dominada por la codicia y la avaricia, hasta el punto que a los que advertían de esta locura se les consideraba vaticinadores de la Nada que asola Fantasía en la ‘Historia interminable’. Los especuladores se confundían con los emprendedores y, entre tanta confusión y ausencia total de previsión, no nos preparábamos para cuando llegara el previsible pinchazo de la archiconocida burbuja inmobiliaria.
Ahora que la indecencia y la especulación han escondido la cabeza bajo el ala, acaso más como reflejo medroso del cobarde que del sonrojo del arrepentido, hay que sentar las bases para que el tejido social y económico destierre en lo posible las prácticas fraudulentas, la pillería, el juego alegre con el patrimonio de todos... que se impregne más de un sentido ético. Ante tamaña desventura que ha ocasionado la crisis, los gobiernos han levantado su voz, su autoridad y los ahorros del contribuyente; pues bien, lo que pedimos es que sigan haciendo alarde de su fuerza cuando la economía recobre la normalidad.
Restablecer el sistema financiero con valores de mayor justicia y más equidad social quizás sea una petición inocente en una economía de mercado, pero la sociedad de nuestro tiempo lo está exigiendo. Porque no les quepa la menor duda que cuando pase el vendaval los especuladores asomarán de nuevo las cabezas con un renovado discurso pero con el mismo objetivo: el dinero fácil.
(Artículo publicado en el diario IDEAL de Granada el 15 de octubre de 2008)
http://www.ideal.es/granada/20081015/opinion/especuladores-20081015.html