miércoles, 10 de diciembre de 2014

FEDERICO GARCÍA LORCA, DESCANSE EN PAZ

Aún recuerdo cuando se exhumaron en Madrid los restos de Pedro Antonio de Alarcón una mañana fría de mayo 2001 para traerlos hasta Guadix. Yo, testigo directo de todo aquello, con el tiempo he comprendido que no debió hacerse tal exhumación, y menos aquella especie de ritual y escenografía que se montó en torno a los restos de Alarcón en días posteriores hasta darles sepultura en el cementerio de la ciudad accitana. Alarcón vivió y murió en Madrid gran parte de su vida. Exhumar sus restos y trasladarlos a Guadix fue como trastear en la memoria que guarda la historia y que no tuvo más sentido que satisfacer la gloria momentánea de unos pocos.

Han sido varios los intentos acometidos en los últimos años por encontrar los restos de Federico García Lorca en el barranco entre Víznar y Alfacar. Todos ellos han concluido en fracaso. El último, el que ahora se lleva a cabo en el entorno del Peñón del Colorado en Alfacar, está removiendo masas ingentes de tierra. Tengo la impresión que este asunto está más próximo al terreno de la curiosidad, científica o no, que a la necesidad de recuperación de la memoria histórica. La recuperación de la memoria histórica es otra cosa, es algo más alejado del mero trámite por encontrar una prueba que testimonie realmente que allí se encuentra el poeta o que fue el lugar donde acaeció una masacre.

La historia escribe sus renglones, pretender repasarlos, modificarlos o alterarlos es un error. Antonio Machado murió en el exilio por mor de una guerra cruel y un régimen intolerante que lo expulsó como a miles de españoles fuera de su país. En Colliure reposan sus restos. Parte de su memoria y la de nuestro país es que Machado esté enterrado en esa población del sur de Francia. Y parte de esa memoria también es que muriera en el destierro y que para ofrecerle un homenaje, o simplemente visitar su tumba, haya que cruzar la frontera francesa como él mismo hizo en compañía de su madre.

Con la búsqueda de los restos de Federico García Lorca no es la memoria histórica la que se recupera, sino que se vulnera el respeto a una memoria que se escribió así y que así debe permanecer para siempre, para que no la olvidemos. Una parte de la memoria y la grandeza de García Lorca radica precisamente en las circunstancias de su muerte y en el lugar donde se encuentran sus huesos: las tierras de Alfacar, independientemente del sitio donde estén físicamente. Las tierras donde reposa el poeta trascienden a la mera anécdota de encontrar o no sus restos óseos, este paraje granadino es parte de la memoria colectiva y su trascendencia radica en el significado que tiene para todos nosotros.

La mejor manera de preservar la memoria histórica es dejar que Federico descanse en paz allí donde esté, que todo el simbolismo y el significado de ese paraje quede como parte esencial de la memoria de un pueblo y como referencia a la intolerancia, la barbarie y la sinrazón que un día se adueñó de los españoles. "Sólo la tierra en que se muere es nuestra", dice uno de los versos de Machado.

lunes, 8 de diciembre de 2014

PASOS QUE SE DESPLAZAN POR MADRID

Es la mañana fría de un Madrid otoñal que palpa los primeros asomos de un invierno que se aproxima. Los pasos me llevan hasta el cruce de una calle que tiene escrito en el límite del paso de peatones: “Te comería a versos”. Busco encontrarme con un pasado de hace veinticinco años que presume ser de ahora mismo. Paseo como queriendo arreglar cuentas con él, buscando recuerdos que acuden prestos, tan insolentes que no ocultan su pretensión de apresar el presente. Pero resulta imposible, el peso del tiempo es implacable, nos aplasta inmisericorde, ni siquiera se frena ante la antropofagia de unos versos que quieren acallar tanto tiempo transcurrido.

Nunca había paseado así por Madrid. Esta ciudad se va haciendo un poco mía a medida que la visito, está dejando de ser una de esas ciudades que de sólo visitarse pasa a convertirse en otro de los espacios con el que dialogas en confianza. Siento que la ciudad se incorpora a mí, ha dejado de ser esa extraña de la que sólo te llevas un puñado de fotografías y algunos recuerdos que el tiempo va borrando. Ahora aprecio que la ciudad me evoca un sentimiento literario, como si me moviera por los pasajes de una historia que está pronta a escribirse.

Paseo rescatando algo del pasado, queriendo traerlo a este momento. Al deambular, la cadencia de los pasos se asemeja a ritmos serenos de un corazón que late sin urgencia, sólo dispuesto a mantener el ritmo que el cuerpo necesita. Me alejo de tanta ingratitud como nos rodea, de la impostura que nos asedia, que cada vez me enerva más, de ese mundo desapegado y egoísta que lejos ya de tantos deseos baldíos estamos construyendo. Ahora sólo queda lugar para ese pasado algo intrépido.

Un poco más adelante me encuentro con otra inscripción en el suelo: “Te haré el humor hasta llegar al orgasmo”. Quizá del paseo de esta mañana no sólo afloren recuerdos como fantasmas que uno buscara, es posible que en él se escondan los ancestros de una historia que poco a poco alcance tintes literarios. No sé si con ella se llegará al orgasmo, pero seguro que será una de esas historias en las que a uno le gusta tanto zambullirse.

domingo, 16 de noviembre de 2014

AQUÍ TUVIMOS UN 15-M

Hoy se habla mucho en política de la ola de populismo que recorre Europa a raíz de la crisis económica y las penurias sufridas por la población con las políticas económicas restrictivas y austeras aplicadas por los gobiernos. Algunos de los movimientos que capitalizan este nuevo fenómeno han surgido sobre todo en Italia, Alemania, Francia o España. Pero el que quizá tenga mayor proyección y fuerza nacional sea el que se congrega en torno a Syriza en Grecia, del que se dice que tiene grandes posibilidades de formar gobierno en las próximas elecciones.

En el uso de este término, utilizado para denominar a estos movimientos políticos emergentes, hay un obvio interés oculto, como en casi todo, no exento de connotaciones peyorativas. Sin embargo, quien lo utiliza, denota estar mostrando al mismo tiempo las propias debilidades de no haber sabido dar la respuesta adecuada para atender las demandas de la población.

Los grandes partidos europeos y los medios de comunicación afines, lejos de analizar el fenómeno con cierta imparcialidad y rigor, promueven el discurso de la descalificación (del cual no habrían de escaparse ni los propios interpelantes) con el ánimo de desacreditar aquellos movimientos sociales o políticos que pretenden ofrecer otra alternativa. No entro en su peligrosidad o no, los tiempos ya le escaman a uno y no sabe dónde está realmente el peligro, si en lo antiguo o en lo nuevo. Lo cierto es que los grandes partidos, más allá de la autocrítica, se afanan por convencer a la ciudadanía del mal que tales movimientos traerán cuando no han sabido procurar ninguna solución, o han dado soluciones penosas.

En España aconteció en mayo de 2011, no conocido en Europa, un movimiento social de enorme fuerza, el 15-M, que aglutinó muchas de las inquietudes y demandas de la sociedad española. Allí se escuchó lo que la gente decía en su casa, en el bar o a los amigos respecto a la situación que se vivía. Después la incompetencia de unos gobernantes desbordados por la crisis económica, y su inexplicable respuesta a la crisis centrada en atender antes a los poderes económicos que a las necesidades de la población, no hizo más que alimentarlo.

De aquel movimiento, de repercusión internacional, lo más lamentable es que los grandes partidos desoyeron las proclamas que salían de las gargantas de las miles y miles de personas que protagonizaron una de las mayores convulsiones sociales que se han vivido en nuestro país en decenios. Toda España fue un clamor durante mucho tiempo y ninguna de aquellas demandas fue atendida por los partidos, y menos por el gobierno de la nación. Se habla del populismo como de un movimiento que explota el malestar de la gente, y no falta algo de verdad en ello, pero no olvidemos que es parte del fracaso de los que para sí se arrogan la atribución de ser los ‘legítimos’ aspirantes a la gobernabilidad de España.

Varios son los movimientos políticos emergentes surgidos: Ganemos, Equo, Podemos y otras plataformas ciudadanas. Podemos es el que está mostrando una relevancia mayor en el panorama político, hasta el punto de estar causando un terremoto político nunca visto en la democracia. No obstante, la diferencia entre los nacientes partidos europeos y el fenómeno político emergente español está en que en nuestro país tuvimos el 15-M, y en Europa no.

El arranque de estos movimientos políticos en España tendríamos que entenderlo también como el paso adelante de amplios sectores de la sociedad que piensan que los partidos tradicionales están agotados y consideran necesario salir a la escena política. Lo malo quizá no sea la aparición de estos movimientos, sino la incapacidad de los que teniéndolo todo a su alcance (poder e instrumentos de poder) no han sabido estar a la altura de las circunstancias.

Ninguno de los dos partidos que han gobernado desde aquel mayo de 2011 ha sabido (en el poder o en la oposición) hacer suyas las peticiones de la gente que desgarró sus gargantas en la calle. Acaso pensaron que como en otras cosas las demandas de aquel movimiento se diluirían con el tiempo. Pero no ha sido así. Después, acabada la acampada del 15-M, como consecuencia de la política de recortes y austeridad del Partido Popular las manifestaciones continuaron, surgieron mareas de todos los colores, gente que dijo basta a los desahucios, que no calló ante los recortes en sanidad, en educación o ante las consecuencias de los desmanes de los bancos y la elevación de los índices de pobreza.

En España tuvimos un 15-M, y eso no se puede obviar, aunque los oídos de las élites políticas prefirieran cerrarse y así, creyendo no escuchar el rumor de las palabras que cruzaron el cielo de aquellos días, pensaron que nadie más las escucharía y que nunca bajarían a la tierra.

martes, 28 de octubre de 2014

HA TERMINADO EL SIMULACRO

Es lo que viene a decir Antonio Muñoz Molina en el final de su Todo lo que era sólido. Ahora, cuando se nos agita la conciencia y se nos parte el alma al comprobar que España se ha colmado tanto de corrupción con tramas corruptas, partidos con doble caja de contabilidad, saqueos de cajas de ahorro, abuso de las instituciones, dinero público perdido en falsos expedientes de regulación de empleo, cursos de formación no celebrados…, pensamos que el simulacro de ostentación en el que hemos vivido ha terminado.

Ha terminado ese simulacro donde las cosas nos las componían de otra manera a cómo eran realmente, haciéndonos tener una interesada y tergiversada visión de la vida. Ha terminado el simulacro que nos hizo vivir en un país que no se correspondía con la realidad: dinero fácil, desprecio al estudio, desvergüenza política, soez manera de convivir…, donde se acallaba la voz de personas nobles y de valía por descarados que se encaramaban a la cúspide de la política, a los púlpitos de la grosería, al escenario de la plaza pública para lanzar soflamas de confusión y anatemas contra los que se atrevían a decir lo contrario de lo su discurso oficial imponía. Ha terminado el simulacro de una vida inventada, que estaba llena de tipos codiciosos que se aprovechaban de las instituciones, de destructores de las cosas bien hechas, del trabajo honrado de maestros, médicos, trabajadores sociales o gentes laboriosas de los mil campos de la actividad productiva.

España se ha hartado de corrupción, de políticos arribistas y escaladores, de mediocres de medio pelo que propagan el mensaje de que cualquiera sirve para cualquier cargo de responsabilidad aunque no tenga capacidad ni competencia. España es un país que se desangra por los ríos de desvergüenza que arramblan con la ética pública, con los valores que mejor sostienen la credibilidad de un pueblo, con las ilusiones de las gentes.

Está en las manos de todos a quienes nos repugna esto que vemos cada día no volver a consentir que tipos de pelo engominado, piel de cordero y palabrería biensonante, pero vacía de verdad, nos arrastren a su limpio lodazal de apariencia inmaculada, abonado con mil trampas verbales de prestidigitador que enmascaran sus maléficas intenciones, sus deseos y ansias de poder, como veladura que nos oculta sus verdaderas intenciones de aprovechar posiciones privilegiadas en beneficio propio. Y también acabar con el simulacro de grandes escenificaciones cegadoras que enturbian la vista distorsionando la realidad para que sólo veamos lo que les interesa a ellos: un mundo ficticio de irrealidades que esconden la depravación y la golfería. Ese simulacro de los salvadores de patrias con las manos manchadas debe terminar.

Ahora es el momento de los ciudadanos que viven sólo en la honradez, el sacrificio y la honestidad. Tenemos un país por hacer, instituciones por regenerar, decencia pública por apuntalar, educación por construir, convivencia por reparar, pobreza por erradicar…, y ésta es una tarea que a nosotros sólo nos corresponde, no la dejemos en sus manos.

lunes, 13 de octubre de 2014

LA ESCRITURA Y SUS PARONES

Hace unas cuantas noches estuve viendo la tan celebrada película de Emilio Martínez Lázaro, Ocho apellidos vascos. Casi siempre veo las películas o leo las novelas cuando ya ha pasado el fulgor del momento en que todo el mundo está hablando de ellas. No lo hago con ninguna intención, sólo que tengo mis tiempos, cuando toca, toca, no me dejo llevar por las modas ni las tertulias de salón. Viendo la película (me reí bastante, todo hay que decirlo) no tuve por menos que pensar en una novela que tengo en proceso de gestación, la que me hará entrar en contacto con la realidad vasca que acompaña al encuentro con el Euskadi profundo.

Para los que no somos de allí, el encuentro con estas tierras provoca cuando las pisas una especie de hormigueo en la barriga. Confieso que es la sensación que he sentido las varias veces en que he estado por allí. Puede que en ello haya mucho de tópicos y absurdos prejuicios, como suele ocurrir con otros muchos lugares, pero el fenómeno de ETA y sus derivaciones los hemos tenido, si no lo están todavía, circulando por los circuitos y enlaces de nuestras neuronas.

Por estos derroteros anda esa historia que llevo macerando desde hace más de tres años, aunque ya quisiera yo que anduviera con más diligencia. Sin embargo, se han cruzado otros proyectos, haciendo bueno eso de que los planes no salen siempre como uno los ha previsto, y desde hace más de un año duerme en el archivo del ordenador. Primero fue la preparación de la edición de La renta del dolor, y últimamente la revisión de la otra historia que tengo concluida, la que se desarrolla en el trascurso de una noche. Con el trasfondo sórdido de la trata de blancas, la novela nos traslada a ese precipicio que se abre cuando todo nuestro mundo, plagado de referencias estables, se derrumba por una quiebra interior o una situación límite que nos descubre el lado de lo desconocido. En una época en que las incertidumbres nos acucian, en que la desvergüenza política y la corrupción nos desmontan el artificio de vida y de valores que creíamos consistentes, la mirada inocente de un joven en el trasiego de esa noche convulsa quizá nos aporte un rayo de luz ante el abismo que se nos abre cada día en este país.

Escribir es ese ejercicio mágico donde uno se aísla y quiere quedarse consigo mismo. Quizá los parones en la escritura formen parte del mismo proceso creativo.

lunes, 15 de septiembre de 2014

ANTE LA LOMCE, MÁS QUE NUNCA, UN PACTO EDUCATIVO*

Cuando en 2010 se debatió en España la posibilidad de alcanzar un pacto educativo, Ángel Gabilondo, entonces ministro de Educación, dijo: “El pacto educativo no es el de la ideología de nadie”. Ha sido la única vez en la historia de nuestra reciente democracia que se ha intentado alcanzar un pacto por la educación. Algo que debería preocuparnos a todos, empezando por esos poderes que tienen a su alcance más que nadie poder conseguirlo.

La LOMCE es ya una realidad, comienza a implementarse en el presente curso escolar. Se le ha criticado por su talante ideologizado, aunque si hiciéramos un ejercicio de sinceridad colectiva, tendríamos que preguntarnos qué ley educativa de las publicadas en democracia no ha estado sustentada en la ideología. ¿Acaso no es todo ideología?

La carga ideológica de una ley se aminora con el consenso. Pero si quisiéramos relativizar al máximo dicha carga ideológica no nos quedaría otra opción que llegar a un pacto, donde la ideología de una ley no sería la ideología de nadie y sí la de todos. Esto es lo que necesita nuestro sistema educativo: un pacto con vocación de estabilidad, más allá del indecente juego de cambios legislativos que hemos vivido en cada cambio de gobierno.

Una de las diferencias entre las leyes promulgadas hasta el momento y la Ley Wert ha sido el consenso. La promovida por este desafortunado ministro no ha concitado consenso alguno, quizá porque su único interés era convertirla en valedora de los postulados e intereses de sectores muy definidos: empresariales, ultraconservadores, religiosos… El problema de la LOMCE, a mi juicio, no es tanto que esté ideologizada, sino que no será el instrumento adecuado para la mejora de la educación en España por su desconexión con la realidad social, la de la escuela y la del propio sistema educativo.

Alcanzar un pacto educativo quizá resulte una empresa difícil, tal vez imposible, por los antecedentes que conocemos y la escasa predisposición que se aprecia en los que manejan el poder. El Gobierno del Partido Popular ya ha hablado: aplicará la LOMCE contra viento y marea. Todos los partidos políticos que votaron en contra de esta ley dijeron al unísono que si conseguían mayoría absoluta en próximas elecciones la derogarían; ninguno dijo, aprovechando ese consenso, que se apostaría por un pacto educativo. Los movimientos sociales y sindicales tampoco incluyeron en sus proclamas nada a favor de este pacto. Ésta es la realidad: demasiados intereses particulares. Si miráramos al futuro del futuro, ¿qué pasaría después de que supuestamente se destruyera la obra educativa del PP? Muy sencillo: éste diría que cuando volviera a gobernar daría marcha atrás en lo que los otros hubiesen hecho. Pues bien, ésta ha sido la tónica en materia educativa durante más de treinta años de democracia. ¿Cabe mayor sinrazón?

Me atrevería a decir que la educación ha sido la gran olvidada en la construcción democrática de nuestro país. Puede que esta afirmación resulte un atrevimiento infundado, después de las muchas leyes orgánicas que se han dictado para articular el sistema educativo y los logros alcanzados, que no vamos a desmerecer. Pero, si hace treinta y tantos años se hubiese llegado a un pacto educativo, dentro o fuera de los Pactos de la Moncloa (1977), ahora no estaríamos en esta situación tan infame con la educación como campo de batalla política. Dejada a su suerte, la educación quedó huérfana de protección y atrajo los deseos (espurios, en algún caso) de muchos. Unos vieron un espacio ideal para la manipulación y el adoctrinamiento (político, ideológico o religioso); otros, un terreno fácil donde servirse para conseguir influencia y cuota de poder; y algunos, una plataforma para hacer negocio. Pocos vieron que la educación sólo debía servir para hacer mejor a una sociedad democrática.

La educación se ha convertido en un arma más política que de consenso. Y la educación necesita tranquilidad, tiempo, mesura, dejarla hacer, que se sienta respetada y valorada, y nada de esto ha sido proporcionado desde la política. Por ello, la necesidad de un pacto educativo es ahora (siempre lo fue) más urgente que nunca. Un pacto que busque un modelo educativo que vele de verdad por la educación: formando a mejores ciudadanos, proporcionándoles un nivel óptimo de preparación, exigente y comprometido, acorde a sus capacidades, reforzando la ciudadanía democrática, con un profesorado formado y valorado, y no tendiendo a alimentar intereses ideológicos y económicos de grupo.

Si queremos que nuestro sistema sea eficaz nos tenemos que quitar la máscara de una vez por todas, erradicar cualquier fariseísmo y estructurar un sistema que funcione al margen de las disputas políticas y encaminado a prestar el servicio a que está llamada la educación. Estas palabras pueden sonar a cándidos deseos, pero son las que corresponde decir en este momento. Las demás, proferidas desde las trincheras y abducidas por la confrontación, tergiversan realidades y retuercen argumentos, a veces hasta lo inverosímil, sólo para defensa de los intereses propios. Y, entre tanto, cundiendo el desánimo en la escuela y entre el profesorado.

Alcanzar un pacto educativo en nuestro país tal vez sea una empresa imposible. Quizá todo quede en un deseo más que en una conquista democrática. Acaso sean insalvables las diferencias políticas, la controversia en torno a los modelos educativos... y muchas cosas más, habida cuenta de la realidad que nos rodea: búsqueda de la polémica y el enfrentamiento, mientras eludimos el compromiso de ceder parte de nuestros postulados a favor del bien general de la educación. Pero lo que no se me negará es que un pacto es la mejor manera de salvar la educación y de preservarla de las ‘alegrías’ del gobierno de turno.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 14/9/2014

domingo, 10 de agosto de 2014

SALVAR LOS LIBROS

Las guerras son tan irracionales como aquellos que las promueven y alientan. En las guerras se desprecia la vida de las personas y su dignidad. Y despreciando la dignidad de las personas se desprecia la cultura y la educación.

En aquella guerra del despropósito que fue la guerra de Irak, la caída de Bagdad supuso el saqueo de los principales museos de la ciudad ante la mirada impasible de los invasores, el ejército norteamericano. Desaparecieron millares de piezas de las culturas antiguas de Mesopotamia. La cultura y la educación en aquel país se resintieron sobremanera. Hoy es un país fragmentado, violento y convulso, lo estamos viendo a diario.

Me ha llegado la fotografía que encabeza estas palabras a través de una amiga de Facebook, Tamanantali Mohamed. Le agradezco que la haya publicado. Nos ha dado la oportunidad de conocer esta imagen que simboliza algo más que la destrucción que se deriva de las armas utilizadas en una guerra, es un alegato por la cultura y la educación. Entre tanta tristeza y desolación, ¡que gesto!: salvar los libros. La imagen representa cuatro momentos en que esa niña recoge los libros que han quedado bajo el cascajo, tras el grosero e infame bombardeo de una escuela en Gaza por el Ejército israelí.

Hace ya casi dos años, un descerebrado talibán tiroteaba en la cabeza, hasta llevarla al borde de la muerte, a la niña Malala Yousafzai. Quería impedir que asistiera a la escuela. Ahora vemos a otra niña (no conocemos su nombre, pero héroe también) que nos dice con su gesto que nada ni nadie será capaz de impedir que ella siga formándose como persona leyendo los libros que ahora salva de las ruinas. Ni que las bombas, ni la barbarie, serán capaces de acabar nunca con la educación y la cultura.

Algunos ven en los libros y la cultura demonios que quieren aniquilar. Han sido bombardeadas sin miramiento escuelas de la ONU en Gaza, han muerto muchos niños, y de camino se ha querido despreciar la cultura y la educación. Utilizar la violencia para acabar con la cultura nunca ha funcionado. Iluso quien lo pretenda. No lo consiguió Cisneros en febrero de 1502 con la quema pública del Corán y otros escritos en la plaza Bibarrambla de Granada. Ni los nazis con la quema de libros de autores judíos, entre otros momentos en1933, de la biblioteca del Instituto para la ciencia sexual de Berlín. Ni los golpistas de Chile, después del 11 de septiembre de 1973. Ni siquiera lo consiguió el cuerpo de bomberos, transfigurado su cometido profesional, que se dedicaba a quemar los peligrosos y tóxicos libros en la obra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451.

La acción de esta niña palestina es un gesto esperanzador. Ver el empeño con que rescata los libros entre los cascotes y los tubos destrozados de la escuela no sólo se trata de una proeza, sino de un símbolo frente a la barbarie más vil del ser humano a favor del valor cultural que representan los libros.

Esa mirada que parece dirigirnos a través de la cámara, en el transcurso de su voluntariosa labor, no es una distracción de su firmeza, con esa mirada entre triste, serena e inocente, es como si nos quisiera decir que las bombas podrán acabar con los edificios, destruir las carreteras, los coches, incluso la vida, pero nadie conseguirá doblegar su espíritu libre y acabar con su sueño de hacerse mejor persona a través de la educación y la cultura.

lunes, 4 de agosto de 2014

LAS RELECTURAS SON PARA EL VERANO

Leer algo de lo publicado recientemente, aparecido en listas de libros bien ‘pensadas’, es una de las cosas en que se empecinan los suplementos culturales de los grandes periódicos. Nos imaginamos que siempre habrá en ello ese poquito de interés del crítico que las confecciona, de las editoriales o del director del periódico, para que sean mencionados determinados libros. Por mi parte, prefiero, antes de leer tales recomendaciones de rankings de prensa, que no desdeñó, las sugerencias de un amigo, como inestimable aval.

Este verano he dejado a un lado las novedades (concepto que interpreto para mí, como toda aquella obra que no he leído anteriormente) y he optado por la relectura de obras que leí hace ya décadas. Si me preguntáis la razón, no sabría qué deciros, pero es así. Y os puedo asegurar, lo que supongo todo el mundo sabe, que las relecturas llenan de gozo, igualmente, tantas horas del verano como las novedades.

Incluso te permiten entrar en conversación contigo mismo, con aquel ‘yo’ que leyó la misma obra hace diez, veinte o treinta años. Es como si te vieras a ti mismo de nuevo, no bajo el difuso espejo del recuerdo, sino de una manera viva y precisa en las frases vueltas a leer. Las palabras de una obra leída antes y ahora son las mismas, pero lo que dicen puede ser diferente. Releer es leer al tiempo un libro con los ojos de antes y los de ahora, en un fascinante ejercicio de introspección. Merece la pena. Lees con dos miradas, y descubres los matices de antes y los de ahora, los que antes no significaron nada y los que ahora cobran toda su dimensión.

Para estas relecturas he elegido dos grandes autores que nos han dejado en los últimos meses: García Márquez y Ana María Matute, y a otro que sigue entre nosotros: el gran Juan Marsé.

Cuando leí Cien años de soledad debía rondar los veintitantos años. Entonces me pareció un libro difícil de digerir, no terminaba de captar todo el simbolismo que se desprende de ese enfoque que mezcla realidad y ficción. Hoy, ha supuesto un placer saboreado con la madurez de los años.

La guerra civil fue una de los periodos históricos en los que más me interesé en mi época de estudiante de Historia Contemporánea. Hubo varias novelas que me sirvieron para alcanzar una visión distinta, acaso más profunda, de la guerra y la posterior posguerra española, fuera de la bibliografía histórica sobre el tema. Una de ellas fue Primera memoria, de Ana María Matute. Ahora me parece una joya literaria muy bien pulida, cargada de esa sensibilidad que habla de hasta qué punto se desvanecen los sentimientos hasta embrutecerse.

El amante bilingüe, de Marsé, apoyado en ese desdoblamiento de personalidad que se va haciendo patente, contiene el choque entre cultura y lengua, que desde hace años, o quizá desde siempre, según se mire, se vive en Cataluña. La novela me está trasladando, por analogía, al proceso independentista que se está promoviendo desde la burguesía catalana, y me está haciendo meditar sobre cuánto hay de sentimiento y cuánto de escenificación de intereses creados en este asunto. Lo de Pujol les ayudará muy poco, pues habla a las claras de dónde queda en muchos inspiradores del movimiento el verdadero sentimiento nacional.

El verano también es tiempo para las relecturas literarias, os lo puedo asegurar.

jueves, 31 de julio de 2014

A VECES, SÓLO QUISIERA CALLAR

En las últimas semanas he buscado ese ejercicio de soledad que es escribir. Me he fatigado mucho hasta encontrarlo. Ahora me falta callar. Cuando uno quiere escribir, es mejor callar, rodearse de soledad y no tener prisa.

A veces sólo quisiera callar, y callar mucho. Pero resulta imposible: me solivianta la política cochambrosa que nos rodea, tanto ruido absurdo que se genera en esta sociedad de voces y autismo, me desconcierta ese derrumbe de tantas cosas que nos parecían eternas. Y me duele esa educación que cada día me desilusiona más, no por los que la construyen a diario, el profesorado, sino por la inutilidad de una política que la está destruyendo día a día, que no quiere (o es incapaz) saber dónde se encuentra la verdadera esencia de la educación, para mimarla, porque no le es rentable políticamente.

Quisiera callar para escribir, y quisiera escribir para gritar, para decir en mis historias que este mundo no ha mejorado, que no es mejor mundo que hace veinte o treinta años, que los conflictos no acaban, y siguen los mismos o se inventan otros, que son el negocio ideal para algunos, en lo político y en lo económico. Para decir que Israel bombardea con la impunidad del que se sabe protegido y fuerte, o que Ucrania revive viejos fantasmas de una guerra que acabó hace casi setenta años, pero que continuó en los Balcanes y en otros puntos del planeta. Para expresar que desde la política no se piensa en las personas y que, cuando los políticos dicen que piensan en los ciudadanos, es sencillamente mentira.

Quisiera callar, para gritar que los discursos políticos dicen siempre lo mismo, igual que decían hace años, y lo mismo que dice el adversario político. Ya nadie se distingue cuando habla, cuál es su pensamiento, su ideología, qué quiere para esta sociedad, salvo decir o hacer lo contrario de lo que dicen cuando gobiernan o están en la oposición. Me desconsuelan lo desahucios, me duele ver a sufridas ancianas tener que abandonar su casa de toda la vida porque avalaron la ilusión de uno de sus hijos, cuando creíamos que todo era eterno, incluido el trabajo, que de dignificar al hombre ha pasado a esclavizarlo, como en la revolución industrial del siglo diecinueve, convertido como está en arma de sometimiento de unas personas sobre otras. Y ahora, ese hijo que hace tiempo se quedó parado, ha perdido su casa, como la pierde su anciana madre, mientras el Estado hace recaer toda la culpa en ellos, y no en las empresas que cerraron o los despidieron, ni en los bancos que le ‘facilitaron’ las cosas para comprar la vivienda.

Llevo unos días en los que he encontrado la soledad para escribir. Sólo me falta callar.

* Imagen de Juan Vida: Moda de verano

lunes, 21 de julio de 2014

1970: RECUERDOS DE AQUELLA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN EN GRANADA

Existen unos años en nuestra vida en los que se forja gran parte de nuestra conciencia como individuos. Es el tiempo que suele corresponder con la adolescencia. Durante esta etapa evolutiva nos llegan infinidad de estímulos: los que despertaron la curiosidad infantil y los que irrumpen con estrépito para forjar nuestra personalidad. Es un tiempo en que nos abrimos al mundo a ‘cerebro descubierto’, todo nos interesa y cada cosa es cuestionada.

En el verano de 1970, yo estaba, como los anteriores veranos, disfrutando de la naturaleza en un cortijo, donde mi padre cuidaba las cabras y mi madre preparaba el queso, entre otras muchas tareas, en aquella España de sumisión y aparcería. Estas tareas y las del campo proporcionaban el sustento de una prolija familia, como se acostumbraba a tener en aquella época. La vida era dura y estaba sostenida en grandes y descomunales esfuerzos.

Mis veranos eran felices. Después de un intenso curso escolar en Granada, un verano asilvestrado me venía muy bien para quemar energías y valorar la dureza del trabajo y el esfuerzo que se había de emplear para sobrevivir. Así me resultaba más motivador amarrarme bien a la silla del pupitre para estudiar y evitar que mi futuro fuera igual que la vida plagada de ímprobo trabajo y enormes sacrificios que llevaban mis padres.

En plena naturaleza y disfrutando de aquellos veranos corriendo por los montes, comiendo las frutas y verduras de las hortalizas, cazando ranas y culebras, y bañándome en el río, forjaba una parte de mi conciencia: la del valor del trabajo.

Por esta razón, la de estar alejado de la civilización durante dos meses en el año, la huelga de la construcción de las jornadas del 20 y 21 de julio de 1970 fue para mí tan sólo la noticia sobre el lío que había en Granada o la de un camión cargado de bovedillas que sirvieron para defenderse a los huelguistas del empuje policial. Fue aquella huelga, en la que murieron tres obreros, Antonio, Manuel y Cristóbal, a causa de las balas de la policía.

Hasta el cortijo llegaron escasos ecos. Sin internet, ni teléfono, ni luz eléctrica, ni periódicos, pero sí un viejo aparato de radio, alimentado con una enorme pila de petaca, que alegraba las duras y laboriosas jornadas de mi madre con las canciones de los discos dedicados o las interminables radionovelas, pocas noticias llegaron. Pero nunca olvidaré el relato de un tío mío cuando llegó contando cómo habían sobrevolado los guijarros de las bovedillas sobre las cabezas de los grises.

Es así cómo esta huelga no la presencié en vivo. Ahora bien, de haber acontecido en otras fechas del año, hubiera sido testigo privilegiado como lo fueron todos los vecinos que vivíamos en el barrio san Lázaro. Sólo tuve la oportunidad de ver los agujeros de los impactos de las balas de la policía que había en las fachadas de los edificios. Allí estuvieron largo tiempo, como testigos de la violencia con que se ejerció la represión policial. Aquellos agujeros fueron una de las primeras cosas que me enseñaron mis amigos a la vuelta de vacaciones y, sobre todo, guardo un vivo recuerdo de los que había en la pared del estanco de la avenida Calvo Sotelo (hoy avda. de la Constitución).

Aquella huelga significó otro hito para forjar, esta vez, la conciencia social de un adolescente y para comprender el valor de la lucha obrera como mecanismo de reivindicación de derechos.

Al escribir La renta del dolor, este episodio tan representativo del movimiento obrero de Granada, como paradigma de la lucha por las mejoras laborales y, también, como emblema de la resistencia contra el régimen franquista, me pareció esencial incluirlo en la novela, como muestra de aquella realidad social y política que caracterizó ese periodo del tardofranquismo. Se inicia así:

“Pero seguramente el momento más intensamente vivido fue el de aquellos días de la huelga en el sector de la construcción.
—¿Los recuerdas, Matilde? —la interrogó Alicia—. Las famosas jornadas de julio que inauguraron esta década con el trágico balance de tres obreros muertos por disparos de la policía.” (pág. 395)

Sirvan estas palabras, y las que siguen relatando este hecho en la novela, como modesto homenaje a aquellas tres víctimas del franquismo.

miércoles, 2 de julio de 2014

UN PARTIDO NUEVO PARA UN TIEMPO NUEVO: LA HORA DE LA MILITANCIA*

Una de las evidencias que nos ha dejado esta crisis es la de percibir con más nitidez, si cabe, que el modelo de funcionamiento de los partidos políticos está anticuado y trasnochado. Los hemos visto incapaces de afrontar la convulsión provocada desde los poderes económicos, salvo para secundar las políticas que estos han marcado, olvidándose de los ciudadanos.

Los conservadores de este país han aprovechado la crisis para refundar a la baja tanto el Estado de bienestar como el Estado democrático. Mientras la sociedad civil se lanzaba a la calle para impedirlo, en la izquierda tradicional han primado más los posicionamientos tecnocráticos que la impronta ideológica, como si hubiera sucumbido al utilitarismo mercantilista olvidándose de la ideología.

En el PSOE, la crisis interna no empezó con las elecciones generales de 2011, ni siquiera al estallar la crisis económica. Lo hizo cuando no fue capaz de adaptar su método en la elección de cargos a lo que la democracia en España exigía, o cuando sus dirigentes más retrógrados siguieron pensando que les valía con mantener el control del ‘aparato’ para conservar el cargo. Lo hizo cuando pretendieron seguir con la democracia representativa al margen de la opinión de los militantes, o cuando creyeron en un sistema arcaico de elección de cargos mediante congresos con delegados designados con exquisito cuidado para no soliviantar al aparato. Todo esto, y supongo que muchas cosas más, debieron cambiar, al menos, cuando dábamos el salto al siglo XXI.

Ahí arrancó la crisis de identificación y conexión del PSOE con una sociedad democrática ya consolidada. En ese momento fue cuando se quedó desfasado el modelo de partido, quizá apropiado para la transición democrática pero no para el tiempo venidero. En esa época debió abrirse más a la sociedad y a la participación real de su militancia, anticiparse así a la posterior desafección habida en amplios sectores de la sociedad, identificados hasta entonces con este partido, al entenderlo como gran instrumento de progreso, mejora y transformación social.

La lentitud en los cambios internos, en una sociedad de urgencias democráticas y de participación, ha sido exasperante. Pasaban los años y se manejaban las mismas ideas, las estructuras no se removían, las respuestas a los problemas de la sociedad no se producían, se dejaba eternizar la desesperanza e incrementar el hastío de la ciudadanía hacia lo político. Demasiado inmovilismo. Ese cambio que muchos venimos demandando en el modelo de funcionamiento del PSOE, frenado por una oligarquía más cómoda con las formas del ‘atado y bien atado’, en el ‘ahora no toca’ o en el ‘debemos estar unidos’ pero conmigo al frente, es el que ahora no puede esperar.

Con las primarias para la elección del nuevo secretario general se está dando un paso transcendental para la probable modernización de un partido al que aún le queda un largo camino por recorrer. Pero, ¿en qué consiste el cambio que se espera?

He oído hablar a los tres candidatos (inexplicable la ausencia de mujeres) de nociones de política nacional o internacional, o de cuestiones puntuales, como si ya fueran secretarios generales, pero me hubiera gustado escuchar con más asiduidad y firmeza que el PSOE que viene se va a convertir en una organización donde su militancia tendrá el protagonismo hasta ahora negado. Más allá de asistir a mítines para llenar auditorios y campos de fútbol o hacer de palmeros, tremolar banderas o pegar carteles; lejos de estar sólo para que sus vecinos ‘abofeteen’ su cara cuando sus líderes han realizado nefastas políticas, a veces con derivas de corte neoliberal, o cuando no han sabido mejorar la educación, la sanidad o la atención social, ni frenar la tiranía contra la ciudadanía de bancos (desahucios) o multinacionales (empresas de telefonía), por ejemplo.

A los tres candidatos quisiera escucharles hablar de un nuevo PSOE, como el partido de sus militantes y no de las élites internas que lo han manejado a su antojo y beneficio. De un partido presto a dar respuesta a los problemas de la sociedad, a mejorar la cultura, la educación, la sanidad, la justicia social, todo lo que se ha desmoronado tanto. De un partido que erradicará la corrupción en su seno y que será el más transparente.

Y para ser el partido de sus militantes es necesario convertirlo en una organización moderna, alejada de esa impronta endogámica, dispuesta a abrirse para buscar una mejor identificación ciudadana con ella y con sus militantes. Y, asimismo, que los cargos públicos, después de su mandato, regresen a su puesto de trabajo, se entremezclen con la gente y no se eternicen como casta política, ni se acomoden en consejos de administración de bancos o empresas.

Y todo esto será posible si se configura un partido con la presencia y participación de la militancia en la elección de los principales cargos orgánicos, a través de su voto directo y secreto. En el que la elección del candidato o candidata a la presidencia de un gobierno nacional o autonómico, o una alcaldía, se haga concediéndole la palabra y el voto. Pero también será posible si se limitan los mandatos o si las listas son abiertas para elegir a los militantes que se postulen para concurrir a los distintos parlamentos.

Todo esto es lo que quiero escuchar con rotundidad por boca de los candidatos a la Secretaría General del PSOE. A partir de ahí se podrá hacer política con toda la militancia empujando.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 2/7/2014

miércoles, 25 de junio de 2014

ANA MARÍA MATUTE, LA DELICADA SENSIBILIDAD

Su mirada era como un reflejo de inocencia infantil, con unas gotas de rebeldía, capaz de penetrar en las pequeñas cosas.

Ana María Matute es otra de esos escritores que sus vidas vinieron marcadas por la guerra civil y la postguerra, ese sello genuino del que no escaparon autores como Marsé, Laforet, Delibes o Cela. Que escribieron aquí, en la España de la censura, y a la que desafiaron para no menospreciar su creatividad.

Ana María Matute es la autora de la delicada sensibilidad, forjada en una rebeldía adolescente que le permitió resistirse frente a un país desahuciado, agónico en su propia estulticia.

Desbordante imaginación la suya, hasta crear un universo creativo de aire faulkneriano, nos enseñó a mirar de otro modo a aquella España que le tocó vivir. Los soldados lloran de noche, La trampa o Los hijos muertos forman parte de esa mirada que escruta a su alrededor. Luego llegó su Olvidado rey Gudú para que la imaginación y la fantasía culminaran a su máxima eclosión.

También la recordaremos por sus incursiones en la literatura infantil, donde encontramos obras dirigidas a nuestros alumnos: El polizón de Ulises o Sólo un pie descalzo.

“Nací cuando mis padres ya no se querían”. Así, de esta manera tan genial, comienza su Paraíso inhabitado. ¡Te añoraremos!

jueves, 12 de junio de 2014

MONARQUÍA O REPÚBLICA, EL DERECHO DEL PUEBLO A DECIDIR

En nuestro país arrastramos todavía algunos complejos de la dictadura. Uno de ellos es la infantil necesidad de ser tutelados, como si nos gustara ampararnos en cómodas y timoratas posiciones de pasividad expectante. Este complejo tal vez esté más enquistado en los gobernantes y dirigentes de partidos (bastante rédito sacan de ello), que les encanta decidir por el pueblo en cuestiones de gran calado, que en la sociedad, acostumbrada a que la acunen en demasía.

Algo así es lo que viene ocurriendo con la controversia suscitada al hilo de la abdicación del rey Juan Carlos. Los partidos políticos dominantes se han enrocado frente a las peticiones de referéndum, en el que la sociedad se pronunciara si quería continuar con la monarquía o implantar una república. No han tardado ni unas horas en ponerse de acuerdo ambos partidos para imponer su aplastante mayoría parlamentaria y dejar las cosas como a las gentes de bien les gusta: tranquilas, encauzadas y bien controladas. Por cierto, con qué prontitud se han puesto de acuerdo PP y PSOE en este asunto de la abdicación y el trabajo que les cuesta ponerse de acuerdo para firmar un pacto por la educación.

Lo de Rajoy ya lo sabíamos: lo que tengáis que decidir ya lo haremos nosotros por vosotros. Lo de Rubalcaba en el Congreso, justificando el voto a favor de la ley orgánica que regulará la abdicación, entre un republicanismo sentimental y confeso y un constitucionalismo de catecismo, ha sido para nota. Los socialistas somos republicanos pero acatamos la Constitución, algo así ha dicho. Esto hace treinta años sonaba bien, quizá había necesidad de ello, pero ahora, en los tiempos que corren y dicho de esta manera, cuanto menos, chirría.

Después de más de tres décadas de democracia creo que ha llegado el momento de que el pueblo, con toda normalidad democrática, pueda decidir quién debe ser su jefe del Estado, si ha de ser un rey o un ciudadano, o lo que es lo mismo: si quiere una monarquía o una república.

Es el pueblo quien tiene que decidir estas cuestiones, que no creo que formen parte de las atribuciones que se arrogan a la representatividad parlamentaria en el Congreso o en el Senado. Es una cuestión demasiado importante para dejarla en manos de los partidos políticos allí representados.

El referéndum hubiera sido un signo de madurez democrática y un acto inteligente para asentar nuestro modelo de Estado para mucho tiempo.

miércoles, 21 de mayo de 2014

MATILDE CANTOS: UNA MUJER DEL 36

Llevo varios meses trasladando La renta del dolor a cada sitio donde hay un lector, sean lugares grandes o pequeños, haya muchos o pocos lectores, sin desdeñar a ni uno solo. Me merece el mismo respeto el lector en un club de lectura de un pueblo pequeño como los lectores de grandes bibliotecas o los visitantes de una feria del libro. La difusión de una novela es una labor ardua, sobre todo si lo tienes que hacer tú prácticamente solo. Al final, el esfuerzo siempre es gratificante, a pesar de esa vocación improvisada de feriante y comercial de medio pelo.

En estos meses (todavía espero continuar más tiempo) se han organizado actos de presentación, visitado bibliotecas, clubes de lectura…, y en todos ellos he sentido el interés y la simpatía de muchos lectores hacia la novela y hacia Matilde Santos.

Hace unos días me comentaba un librero las imposiciones de las grandes editoriales para que los libros que editan tengan lugar preferente en el escaparate o a la entrada del local, en montones de libros apilados, bien visibles nada más entrar en la librería para que casi el cliente se tope con ellos. En nuestro caso, los que nos movemos más modestamente, intentamos que nuestra obra no quede incrustada en un estante entre libros mostrando sólo el lomo. Igual que deseamos que se hagan eco los medios de comunicación en sus páginas o suplementos de cultura; pero esto es difícil, también las grandes editoriales marcan la pauta.

Por eso resulta acaso más gratificante cuando uno se encuentra con la reseña de tu novela en un espacio virtual que no conocías: Mujeres de novela. Este es el título de un blog dedicado a glosar a mujeres, algo parecido a lo que hizo Márgara Seoane (el seudónimo de Matilde Cantos) en México, en su serie de artículos en la revista Confidencias en la década de los cuarenta del siglo XX. Son varias las referencias, bajo el título “Matilde Cantos: una mujer del 36”, las que ofrece este blog sobre La renta del dolor.

Aquí os dejo el enlace:

jueves, 15 de mayo de 2014

HACER CARRERA EN POLÍTICA

Me ha llamado la atención una de las variables que se manejan acerca del asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, que tiene que ver con el deseo de una de las supuestas actoras de su muerte, Montserrat Triana: “Quería hacer carrera profesional y política bajo el paraguas de Carrasco” (El País, 14/05/14).

Los que hemos hecho carrera profesional a nuestra costa, con el esfuerzo de años, oposiciones de todo tipo, con sinsabores e ingratitudes en el camino, y la constancia como premisa para alcanzar los sueños, sin haber tenido ese ‘padrino o madrina’ que te diera un empujón, no alcanzamos a comprender eso de hacer carrera profesional y política bajo el paraguas de un dirigente político, aunque sabemos que ocurre igual que la lluvia moja el campo.

Esto de hacer carrera política es una práctica común en el seno de los partidos políticos (hay quien se eterniza), donde el mérito y la capacidad brillan por su ausencia. Y lo conozco bien, pues de ello me beneficié en una etapa corta de mi vida. Lo cual no es óbice para que antes, durante y después de ella haya mostrado siempre un rechazo frontal a tales prácticas. Siempre me asaltó el pudor suficiente para sentirme avergonzado y no encontrar la explicación para justificar el modo en que había accedido a ser un alto cargo cuando miraba a la cara a los demás. Así que, antes de sentirme grandilocuente por el cargo alcanzado, pensaba que mi obligación debía ser la de redoblar mis empeños como servidor público, así como estar el tiempo indispensable para aportar algo bueno y retirarme a mi actividad laboral en cuanto pudiera. Y creo que en ello siempre fui coherente, aunque me empujaran a retirarme antes de haber aportado todo lo que hubiera querido.

Parte del mal de la política arranca no tanto en esa pretensión de querer hacer carrera política como en las formas en que ello se cuece en el seno de los partidos, sobre todo en el caso de los jóvenes que aún no se han labrado un porvenir. Hacer carrera política bajo el halo protector de un alto dirigente es someterse a una servidumbre personal y política de incalificable alcance. Con ello se estimulan casi siempre las más indecentes prácticas clientelares y se propicia un terreno abonado para que cundan las decisiones caprichosas, la arbitrariedad, el amiguismo o las decisiones despóticas.

Montserrat Triana quería hacer carrera política, como muchos jóvenes que se acercan a la política, sin haberse labrado una carrera profesional al margen de la política. Una carrera profesional que le diera la independencia y solidez de criterio para afrontar el reto que requiere el servicio público, y que ayuda a no caer tanto en la servidumbre y la tiranía arbitraria del que te aúpa al puesto. Pero estamos ante una práctica que no es más que la reproducción de un modelo enquistado en la organización de los partidos y que propicia en los escogidos menor compromiso público y mayor compromiso y servidumbre con quien los ha colocado allí.

Hacer carrera política de este modo puede frustrar a quien considerándose capacitado para una labor es apartado por capricho o aversión por líderes que sólo buscan rodearse de quienes mejor le sirven para mantenerse en su posición.

¡Pobre política!

*Foto de Mauricio Peña

sábado, 3 de mayo de 2014

LA JUSTICIA UNIVERSAL

Escucho noticias que me producen especial alarma: decenas de narcotraficantes han salido de prisión o están a punto de hacerlo. Y se dice que es la consecuencia de la nueva ley sobre la justicia universal. Los que somos de a pie, esto de liberar a tales tipos nos cuesta trabajo entenderlo, se ve que no somos tan listos como los que gobiernan.

Este país nuestro me produce tanto estupor como nunca hubiera imaginado. No sé si con los años me he vuelto más cascarrabias o acaso más perspicaz y escéptico, pero me abruma saber que vivo en un país donde hay una indecente falta de ética y vergüenza por doquier. Aunque sospecho que es un mal extendido allí por donde habita todo animal humano.

He visto en elecciones municipales cómo se organizaban los prohombres de un pueblo para gobernar el ayuntamiento, y luego decidir juiciosas recalificaciones de terrenos con la modificación de los planes de urbanismo. Con el poder central ocurre lo mismo, los lazos entre el poder político y el poder económico (tan antiguos como el hombre) empujan para que haya ministros o ministras vinculados a las grandes corporaciones económicas o con espesas ramificaciones hacia grupos religiosos o ideológicos. Lo que lleva a preguntarnos si no será que nuestros gobiernos tienen como principal finalidad prestar servicio, antes que a la sociedad y a los ciudadanos, a esos poderes oligárquicos.

La reforma de la ley del Poder Judicial, promovida con inusitada urgencia tras le imputación del ex presidente chino Hu Jintao y otros ministros por la Audiencia Nacional, limita las acciones de los jueces para perseguir delitos en ámbitos transnacionales. Zapatero lo hizo en 2009 y Rajoy lo ha rematado ahora en favor tal vez de las relaciones internacionales, pero eso no significa que aquí tengamos que estar de acuerdo. Con esta medida legislativa pueden quedar impunes genocidios en distintos puntos del planeta, torturas, crímenes, imputación de dictadores…

Limitar la acción de la Justicia (menuda aberración) deja a los jueces españoles sin la posibilidad de pedir responsabilidades penales a quienes han cometido crímenes o han atentado contra los derechos humanos, pero también a los grandes narcotraficantes que estando cerca de España en aguas internacionales pueden hacer sus operaciones de narcotráfico sin que nadie pueda actuar sobre ellos. Con esta medida, la justicia en el mundo se ha visto resentida. La justicia si no es universal, entonces no es justicia.

¿Estamos ante los gobernantes contra su pueblo?, ¿a quién sirven nuestros gobernantes?, ¿qué tipos son los que nos gobiernan?, ¿son de confianza?

A este país le falta un rearme ético y moral de órdago, empezando por sus dirigentes. Y no va a llegar, aunque pareciera que con la crisis podría haber llegado. Las estructuras de poder siguen intactas, en los gobiernos y en los partidos políticos. Todos ellos saben que no tienen más que aguantar un poco más, que cuando pase el temporal volverá al statu quo que les interesa.

sábado, 19 de abril de 2014

HASTA SIEMPRE, MAESTRO

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo..."

Este es el comienzo de Cien años de soledad, donde empezó todo ese mundo del realismo mágico en que se convirtió Macondo y toda la obra literaria de Gabriel García Márquez (1927-2014). 

Quizá el elogio más completo a su figura de escritor que se ha dicho en estos días en que hemos llorado su fallecimiento sea: "Supo decir con palabras como nadie todo lo que es el mundo". Y si hubiera una manera de definir todo lo que representa su creación literaria se podría resumir en cinco palabras: "Su obra es la literatura".

Desde aquí, mi modesto homenaje a quien me abrió los ojos a la literatura.
¡Hasta siempre, maestro!  

lunes, 14 de abril de 2014

SEMANA SANTA, ¿FOLCLORE, SUPERSTICIÓN O DEVOCIÓN?

Aún recuerdo los días de la Semana Santa del sesenta y nueve o del setenta cuando la dictadura ejercía la tiranía televisiva y de costumbres para que toda la población, creyente o no, comulgara con los rituales de esta celebración religiosa. Y también cuando en el setenta y ocho u ochenta se diluía ese espíritu religioso con el empuje de los nuevos tiempos que trataban de insuflar un espíritu más laico a tales días.

Ahora vivimos otro tiempo, donde con la Semana Santa llega un periodo vacacional que altera bastante los ritmos de vida de la gente de este país. Hay quien sale despavorido para la playa o la montaña, mientras que otros se quedan (o nos quedamos) en nuestra ciudad o pueblo. Un tiempo en que los rituales de religiosidad han recobrado una fuerte presencia en la vida pública, en parte como consecuencia del impulso que se le dio desde la gestión política para incentivar un turismo como factor de generación de riqueza. Nunca como antes la Semana Santa mueve a tantas personas de un sitio a otro.

La teatralidad de los pasos procesionales es seguida por multitud de personas. Allá cada cual con sus gustos o sus devociones. No seré yo el que en este momento y aquí vaya a criticar la ocupación, a veces tiránica, del espacio público por parte de unos rituales religiosos. Pero sí me voy a detener en algo que cada Semana Santa me llama poderosamente la atención: las imágenes de televisión exhibiendo todas esas manifestaciones peculiares y extravagantes que muestran personas crucificadas, individuos azotándose la espalda o gente arrastrando una cruz, en el marco de una religiosidad que provoca cuanto menos un inusitado estupor.

No hay canal televisivo que no nos muestre imágenes de esas exhibiciones procesionales con prácticas de lo más variopintas: empalados, disciplinantes y otras ‘autotorturas’ que se ensalzan como prácticas cargadas de hondo sentir religioso o tradiciones de gran valor. Es como si hubiéramos retrocedido a épocas donde la mentalidad religiosa estaba imbuida por las más execrables prácticas supersticiosas, como las de aquella España del Barroco analfabeta, atrasada, de honda superchería, que condenaba la ciencia y donde la superstición se engalanaba como la razón critica de los fenómenos del hombre y de la naturaleza.

Parece que poco aprendimos de la otra España de la Ilustración que trató de erradicar dichas prácticas, y que a tenor de lo visto a lo largo de los siglos siguientes, incluido nuestro siglo veintiuno, no pudieron aniquilar. Nos ilustraremos un poco al respecto. En la segunda mitad del XVIII la lucha de los ilustrados y obispos reformistas contra ciertas prácticas o abusos que se realizaban en los desfiles procesionales de Semana Santa trataron de cambiar prácticas y mentalidades que rayaban en muestras desmesuradas de ostentación y penitencia religiosa. Algo que ellos concebían como más propio del pasado que de los tiempos que vivían. Carlos III llegó a prohibir en 1777 por cédula real las exhibiciones de disciplinantes, empalados y otros espectáculos en las procesiones de Semana Santa, cruz de mayo, rogativas y otros actos y festividades.

Sin embargo, todo ello, prohibido por irracional en el siglo XVIII, ahora se estimula como algo propio de la devoción religiosa. Es así como la televisión nos enseña azotados, aspados, disciplinantes… en manifestaciones de penitencias públicas. Pero quizá lo más deprimente sea observar cómo en un tiempo donde la educación es un bien público y universal damos pábulo a través de esta propaganda ‘oficial’ de la televisión a prácticas donde la superstición se erige en razón para realzar formas y prácticas que rayan lo aberrante.

Nunca como ahora estamos invadidos por un ‘semanasantismo’ alejado de la devoción y más próximo al folclore y la superstición.

viernes, 7 de marzo de 2014

GARCÍA MARQUEZ: LOS 87 AÑOS DEL GRAN MAESTRO

Si la Mamá Grande, según se dice en sus funerales, era la soberana absoluta del reino de Macondo, Gabriel García Márquez debe considerarse como el gran soberano de este reino que ha simbolizado el escenario más fructífero de la literatura de siempre.

García Márquez ahora cumple 87 años, y aunque quizás quisiera regalarse todavía una noche de amor loco con una adolescente virgen, como su entrañable anciano de noventa años, El Sabio, en su Memoria de mis putas tristes, es posible que no encuentre a la Rosa Cabarcas que le ayude a tal fin. Aunque su pretensión sea tan sólo la de contemplar durante toda la noche, como el anciano periodista, el cuerpo desnudo de Delgadina, aun a costa de enamorarse de ella.

Sirvan estos dos ligeros recuerdos a su obra como modesta felicitación al gran maestro por este 87 cumpleaños. Y sirvan para mencionar lo que tanto nos ha enseñado, y tal vez hayamos aprendido, los que pretendemos escribir otras historias en otros reinos, que no son Macondo, pero que también constituyen el refugio de esa naturaleza soliviantada del hombre que con tanta maestría hemos ido descubriendo línea a línea en la extensa obra del gran Gabo.

* Foto de Eduardo Verdugo.