Terminó la campaña electoral, sabemos el resultado de las elecciones generales y que los políticos están contentos, uno más que otros, pues algunos vendieron la piel del oso antes de cazarlo. Y eso, en una política tan cortoplacista, es un craso error, pues en un santiamén te sacan los colores, si es que el aludido tiene la virtud de ruborizarse.
El pasado 23J la democracia ganó, no los políticos. Las elecciones celebradas reflejan lo que los españoles quisieron en su mayoría. Para eso sirve la democracia. Han pasado cuatro años desde las anteriores, España no se ha hundido, ni tampoco se ha hecho añicos. Su solidez, a pesar de tantos defectos y enemigos que la rondan, y lo mal que la tratamos, ha vuelto a prevalecer. Como antes ocurrió en las elecciones andaluzas o en las municipales. Y respetamos sus resultados. ¿Verdad que sí?
La campaña electoral nos ha hecho tragar no pocas insolencias, mentiras amparadas en rostros imperturbables o el ninguneo a los ciudadanos, tratados como ignorantes y mera mercancía autómata que solo sirve para depositar un sobre en una urna.
España es un país que respeta la pluralidad territorial, que da cabida a muchas opciones políticas, sociales e individuales, que mira con ilusión seguir defendiendo los derechos y libertades alcanzados, que quiere respetar la memoria democrática de esos periodos lacerantes de su historia, que aspira a potenciar la justicia y la verdad. Es un país que no quiere retrocesos en todo lo conquistado socialmente, que abomina del ruido, venga de donde venga, y el odio que altera la convivencia.
Pero en estas elecciones los políticos han vuelto a dar un infausto ejemplo a la ciudadanía, todo lo contrario a lo que la escuela explica a las jóvenes generaciones. Nefasto ejemplo que no repara en nada. Como si se quisiera advertir que esto es lo que les espera cuando sean adultos, que lo que les enseñan en la escuela es mejor que cuanto antes no le hagan ni puñetero caso. No quisiera que las nuevas generaciones despertaran a la sociedad bajo la impronta de la mentira, la insidia, el odio o la ausencia de respeto.
Durante la campaña electoral he estado con un oído puesto en los debates, mítines y entrevistas; y, el otro, atento a la corrección de las pruebas de mi próximo libro: La sociedad que (des)educa. Parábolas para los tiempos que corren, un ensayo sobre esa contradicción entre los valores que enseña la escuela y los que emanan de la sociedad, a los mismos niños y jóvenes que recibimos cada día en colegios e institutos.
El debate a dos de Atresmedia, entre Sánchez y Feijóo, fue un bochornoso espectáculo de lo que no es un debate: continuas interrupciones, falta de argumentos, mentiras sobre datos, falta de respeto mutuo... En la escuela no enseñamos esto, los debates que se promueven entre estudiantes están presididos por el respeto, la oratoria y la dialéctica, esa que define la RAE como el “arte de dialogar, argumentar y discutir”, y como el “método de razonamiento desarrollado a partir de principios”. El cara a cara no tuvo nada de dialogo y discusión “para descubrir la verdad mediante la exposición y confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí”.
Una periodista, Silvia Intxaurrondo, dejó en evidencia a Feijóo, mientras mentía descaradamente. Confieso que en ese momento se reafirmó mi convicción de que hay periodistas honrados con su profesión. La sociedad los necesita, no a los ultramontanos y sumisos que defienden los intereses de poderes fácticos o líneas ideológicas de medios de comunicación, que se olvidan del código deontológico de una profesión tan necesaria en una sociedad democrática, para que ayuden a desmontar tantas noticias falsas y relatos interesados y fraudulentos.
Los ecos de la campaña electoral no han pasado. El mal ejemplo propagado a la sociedad española, niños y jóvenes incluidos, quizá interiorizado por muchos de ellos, entendiendo que así han de comportarse cuando sean adultos, lanza el mensaje de que las enseñanzas de la escuela son una solemne tontería, que lo importante es esa manera de proceder en la vida y que la verdad no tiene ningún valor, solo lo que nosotros queramos decir y hacer.
Una campaña electoral no se puede hacer a cualquier precio, como si fuera parte de un espectáculo necesario, dictado por argumentarios de asesores malévolos y malintencionados. La trampería de mentiras, comentarios machistas, desprecio hacia homosexuales, inmigrantes…, no es admisible en una sociedad democrática. Ni atacar a mujeres candidatas como expertas en maquillaje o vestidas con retales de Dior. La moda y el cuidado personal no están reñidos con la inteligencia. Los hombres también nos cuidamos.
Vosotros, políticos, luego hablaréis de mejorar el sistema educativo para llenarlo de educación en valores, respeto y buena ciudadanía. Perdonad, pero os alcanza una ruindad rayana en la maldad y la perversión, que hacéis de la sociedad en la que vivimos un espacio de convivencia irrespirable, de insidias hacia quien no piense como vosotros y promotores de conductas execrables.
La búsqueda de modelos a seguir no es privativa solo de niños y jóvenes, también es de adultos. Victoria Camps (Creer en la educación) dice que todos buscamos modelos y nos identificamos con ellos; sin embargo, la influencia no igual en todos: “los adolescentes están más indefensos, tienen menos capacidad de distancia y de crítica para distinguir lo que puede ser imitado y lo que no debe serlo.”
Los menores son miembros de esta sociedad, no lo olvidemos.
* Artículo publicado en Ideal, 30/07/2023