De la educación se habla con frecuencia en la prensa, en la radio, en las tertulias televisivas, en las tertulias domésticas…, y casi siempre en sentido negativo. Y se hace así cuando se suscita la polémica por algún tema que le afecta. Nunca, o casi nunca, se habla para ensalzar el buen trabajo que se hace en la escuela. ¡Cómo se va a valorar entonces la educación en este país, si públicamente recurrimos siempre al comentario negativo, a la descalificación, a lo mal que está todo! Hubo un tiempo en que cuando se hablaba de educación sólo se hacía en términos de desastre, de alumnos que no saben, de violencia escolar, de fracaso escolar.
La otra tarde me tocó hablar de educación y reforma en una sesión organizada por el Ateneo de Granada. Lo hice a través de ese libro clásico de Seymour B. Sarason, El predecible fracaso de la reforma educativa (1990). Y hablando de las razones que expone Sarason para evidenciar el fracaso de las reformas me refería de cuando en cuando a las reformas educativas que hemos tenido en nuestro país en los años de nuestra reciente democracia, y concluía que ninguna había tenido el éxito que columbraban los reformadores. Porque las reformas habidas nunca han hablado de reformas, han hablado de todo lo que rodea a la educación menos de educación. Y porque las reformas se diseñan casi siempre desde despachos atrincherados en intereses muy interesados, y no desde las escuelas.
La educación lleva toda la democracia metida en las trincheras. Es ahí donde le gusta que esté a los partidos políticos. Allí donde les permite ese juego de fuego cruzado con el adversario, ese indecente juego de utilizar la educación para atacar al contrario. Menos mal que otros, entre ellos los docentes, la tienen aupada en los desvelos que profieren a diario con sus alumnos para salvar un poco los muebles, que si no…
En el debate que se suscitó en el acto del Ateneo se habló de por qué la educación en España tiene que ser ese muñeco de feria sobre el que se lanzan no sólo bolas de trapo, también otras más contundentes, como intereses espurios, desconsideradas críticas y hasta desprecio por la labor docente. Y asimismo se lanzan decisiones políticas para situar a ineptos e ineptas al frente de un ministerio o de una consejería de educación. Y se utilizan esos cargos públicos como cambalache en los juegos de poder entre facciones políticas para colocar a quien no tienen hueco en otro espacio político.
¿No les va a gustar a estos que manejan los hilos tener la educación siempre metida en las trincheras de la confrontación?