Me siento mal cada vez que se habla del déficit de conocimiento de idiomas que tenemos los españoles. No sé si obedecerá a una especie de deseo incumplido o a un complejo emanado de la ignorancia, como otras muchas frustraciones que ensombrecen nuestra frágil felicidad, pero lo cierto es que no puedo resistir la irrupción de un enojo casi infantil. Y el de ahora se debe a que el otro día conocíamos que según los resultados del Estudio Europeo de Competencia Lingüística elaborado por la UE, de los 14 países evaluados, España ocupa el puesto nueve en el primer idioma (inglés), es decir, que sólo un 28% de los estudiantes de 16 años tienen un nivel de inglés competente. En una entrada de hace semanas titulada ‘Saber idiomas’ hablábamos de la torpeza de las medidas que el ministro José Ignacio Wert había adoptado en cuanto al recorte del presupuesto de las becas de estancia en el extranjero para el aprendizaje de idiomas. Está claro que con medidas como esta no vamos a mejorar los porcentajes.
El déficit en el aprendizaje de idiomas que tenemos en España es el fracaso más clamoroso de nuestro sistema educativo en los últimos veinte años. Y no porque lo diga este u otro estudio, pues muchas veces se trata de estudios que no nos dan un reflejo exacto de la verdadera dimensión de un ámbito educativo, sino porque cada día lo comprobamos en nuestros centros educativos en estas edades y en todas las edades de las etapas del sistema. ¿Es culpa del modelo de enseñanza imperante?, probablemente. Pero también de decisiones políticas que no acompañan. De igual modo, hace unas semanas el ministro Wert anunciaba una reforma educativa. ¡Miedo me da!, porque generalmente quienes anuncian grandes medidas para salvar la educación es que no se han enterado bien de lo que pasa en la escuela, y menos de lo que necesita la escuela.